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10 – APAGÓN

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20 de octubre, 2016

Tres días llevaba ya Javier revisando por arriba y por abajo el objeto en la soledad del apartamento playero de Benicassim. Era el único ocupante del edificio, uno de tantos anodinos edificios de apartamentos que habían surgido en los años 80 y 90 del siglo XX en la costa española de Levante al calor del turismo de sol y playa, destrozando de paso todo el entorno natural. Normalmente se llenaban de turistas durante los tres meses de estío y luego, durante todo el resto del año, permanecían deshabitados, dando un aspecto fantasmal a ciudades y urbanizaciones tan bulliciosas durante la temporada veraniega.

La soledad no le preocupaba, sino todo lo contrario, mientras intentaba por todos los medios que se le ocurrían romper el secreto del reproductor de DVDs. Y no había conseguido nada hasta el momento. Lo había atacado con el taladro, pero se había mostrado tan resistente que ni la mejor broca de widia había logrado hacerle más allá de una pequeña marca. Había revisado centímetro a centímetro su superficie con una potente lupa, lo había palpado, apretado, aplicado corriente eléctrica, calentado, enfriado, mojado y secado, en fin, todo lo que se le había ocurrido. Y nada. El artefacto permanecía inmutable, sin desvelar sus secretos.

Casi a punto de claudicar, Javier fue a dar un paseo por la playa desierta. Lo había hecho varias veces los días precedentes, cuando ya no se le ocurría cómo seguir. El sonido primordial de las olas machaconas yendo a morir a la playa le relajaba y le ayudaba a pensar. Pero esta vez sería la última, decidió. No sabía qué más hacer con sus medios. Podría hacerle una radiografía o someterle a ondas de radar o cosas así, pero eso significaría buscar la ayuda de otras personas, y eso no era posible. Sería él mismo, solo, quien descifrara el misterio, o nadie más lo haría. Vio cómo el atardecer teñía de naranja el cielo por detrás de las cumbres de la sierra y volvió al apartamento, abatido, para un último intento que sabía que sería tan inútil como los anteriores, pero aun así iba a probar una vez más antes de abandonar y deshacerse del aparato en algún lugar remoto e inaccesible. Javier era obstinado, pero este asunto estaba a punto de vencerle.

Se calentó una pizza congelada en el horno mientras pensaba qué hacer que no hubiera hecho ya, y cuando terminó su cena se puso delante del aparato de nuevo. Esta vez tomó una lámpara halógena y la puso casi encima del artefacto, separada por unos pocos centímetros, mientras miraba la superficie oblicuamente, intentando visualmente encontrar alguna rugosidad o aspereza que resaltara con la luz casi paralela, como había visto hacer a los albañiles para dejar completamente lisas las paredes con la lija. No encontró nada anormal, toda la superficie era perfectamente lisa, sin una sola irregularidad visible.

Diez minutos llevaba revisando el artefacto desde todos los puntos de vista cuando de repente se fue la luz. Había debido fallar algo en alguna subestación eléctrica que suministrara energía a la zona, porque todo en el barrio se apagó, incluyendo la iluminación de las calles. No ocurría con mucha frecuencia, pero tampoco era tan extraño. Era una noche sin luna, además, así que todo quedó oscuro de repente. Javier quedó momentáneamente ciego mientras sus ojos se adaptaban a la oscuridad desde la fuerte claridad de la lámpara e intentaba recordar dónde había puesto la linterna. Dejó lámpara y artefacto sobre la mesa y se acercó al armario para intentar encontrar a tientas la linterna. Pero no estaba allí, o al menos no la encontró, así que volvió al salón donde había estado trabajando…

… Y entonces lo vio.

Había unas zonas de la superficie del aparato que brillaban tenuemente en la oscuridad, como si estuvieran impregnadas de alguna sustancia fosforescente. Era un resplandor verdoso, muy sutil, que difícilmente podría distinguirse en un entorno bien iluminado, pero que en la oscuridad casi absoluta que había dejado el apagón se distinguían perfectamente.

Se acercó al artefacto con una mezcla de sentimientos difícil de explicar. Eran cinco zonas oblongas, de unos tres centímetros de ancho por cinco de alto, que brillaban de forma leve pero visible, y que estaban diseminadas por la superficie del artefacto de una forma muy peculiar… sin duda alguna estaban situadas una para cada dedo de la mano derecha. En efecto, podía colocar perfectamente sus cinco dedos de la mano derecha sobre las cinco marcas. Y eso hizo. No ocurrió nada. Hizo presión con sus cinco dedos y entonces oyó un clic en la parte frontal del artefacto. Palpó febrilmente la zona y se dio cuenta de que la carcasa se había retirado de alguna manera y había dejado accesible algo en el interior. En medio de la oscuridad sus dedos palparon lo que parecían botones, marcas, ranuras… parecía una especie de panel de control. Aunque entusiasmado, retiró sus dedos, pues no veía nada y temía estropear algo. Volvió al armario a buscar la maldita linterna que no aparecía ni viva ni muerta cuando de repente volvió el suministro eléctrico, las luces se encendieron y ahora Javier quedó ciego por el deslumbramiento.

Al cabo de un par de minutos sus ojos se habían habituado de nuevo a la luz y pudo inspeccionar a su gusto el panel que había dejado la tapa al retirarse. De momento archivó en su mente la pregunta sobre cómo había aparentemente desaparecido una parte de la poco antes impenetrable carcasa permitiendo acceder al panel, ya lo trataría más adelante, y comenzó a examinar con cuidado lo que había aparecido debajo de la tapa. Esto es lo que vio:

Unas pequeñas protuberancias redondas, nueve en total, que tenían todo el aspecto de ser botones. Todos ellos estaban marcados con algún signo como triángulos, cuadrados, círculos, cosas así. Dos de ellos, contiguos, estaban marcados con sendos signos + y -, de significado bastante obvio… una vez se supiera para qué servía el resto, claro. El botón de la derecha del todo estaba marcado con una interrogación (?). Parecía el típico botón de «Ayuda» de tantos dispositivos, pero ¿ayuda para qué?

Más o menos en el centro del panel aparecía una superficie lisa de unos 8 cms de largo y 5 de ancho, que podía ser algún tipo de pantalla, display o algo así. En cualquier caso estaba completamente apagada, por lo que igualmente podía ser otra cosa.

Estratégicamente distribuidos por el panel había unos puntos redondos que podían ser indicadores luminosos de tipo LED, pero en cualquier caso estaban todos apagados. Los había muy pequeños, de quizás un milímetro o dos, y otros algo más grandes, pero esta vez ninguno tenía ninguna inscripción o símbolo al lado para identificarlos. En la parte inferior había tres pequeñas ranuras de función desconocida, aunque ¡no para DVDs, por cierto! Podían ser algún tipo de conector, quizás algo parecido al USB, pero ninguno de ellos era conocido para él.

Por fin, en la parte inferior izquierda del panel había una especie de clavija similar a un enchufe, con un diseño que tampoco le era familiar, pero esta vez con una indicación que sí conocía muy bien marcada al lado: 260V y el signo de la corriente alterna (~). Es decir, el aparato se alimentaba, se cargaba o lo que fuera con corriente alterna de 260 voltios. ¡Por fin algo conocido!

Tras pensárselo un poco decidió que no tenía nada que perder si probaba todos los botones, a ver qué ocurría. Fue pulsando botón por botón, pero ninguno hizo ningún efecto. Luego los pulsó de dos en dos, de tres en tres… no ocurrió absolutamente nada, pero tampoco le sorprendió mucho, porque debían haber pasado muchos años desde que el artefacto estaba en la cueva, seguramente no 20000, ni mucho menos, pero debían ser algunos en cualquier caso, así que no era extraño que la batería del aparato, si la tenía, se hubiera descargado. Por lo tanto, lo primero que debía intentar era cargarla, conectando el artefacto a la red eléctrica mediante el obvio enchufe de extraño diseño. Pero no podía hacerlo ahora por dos motivos. El primero era que aparecía marcado «260V» al lado del enchufe, 260 voltios, y la red eléctrica española, por lo que sabía, era de 220 voltios. Ignoraba qué pasaría si conectaba un voltaje menor. ¿Se estropearía? ¿Explotaría? ¿Se cargaría de todos modos, pero más despacio? ¿O simplemente no aceptaría la corriente y no se cargaría? Eso si tenía batería, claro, que tampoco estaba seguro de eso, también podía ser que el aparato necesitara para funcionar y hacer lo que fuera que hiciese estar conectado a la red… En cualquier caso, no tenía ningún enchufe de la forma apropiada, y eso constituía el segundo problema.

Siendo como eran las once de la noche, por hoy no podía hacer mucho más, concluyó, así que guardó el aparato de nuevo en su armario y se metió en la cama, intentando dormir. Pero no lo consiguió. Su mente era un hervidero planeando los siguientes pasos, pero sobre todo dando vueltas una vez y otra vez más a las preguntas recurrentes de siempre: ¿Qué era aquello? ¿De dónde provenía? ¿Quién lo había depositado en una gruta paleolítica? ¿Cuándo? Y, sobre todo, la gran pregunta: ¿con qué propósito?

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