BEGIN

BEGIN


17 – VACACIONES

Página 24 de 82

1

7

V

A

C

A

C

I

O

N

E

S

31 de octubre, 2016

Javier descolgó el teléfono de su habitación del hotel y marcó el número del Observatorio Astronómico de Canarias en el Roque de los Muchachos, en la Isla de La Palma, Canarias, que le habían dado en Recepción. Cuando consiguió comunicar preguntó a la telefonista por Gonzalo González de Luna, uno de los astrofísicos permanentemente asignados al gran observatorio. La telefonista le respondió amablemente que el señor González de Luna no iría hasta las seis de la tarde, cuando comenzaba su turno de observación. Siendo como era el Gran Telescopio de Canarias un telescopio óptico e infrarrojo, su utilidad diurna es ciertamente escasa, por no decir nula. Es por la noche cuando están en plena faena y, aunque están cada vez más automatizados, siempre es necesario que haya personal técnico al cargo por si ocurre cualquier cosa que precise atención inmediata: una supernova, una explosión interestelar gigante de rayos gamma o cualquier otro acontecimiento interesante, teniendo en cuenta que cuando un astrónomo o astrofísico se refiere a un evento «interesante» generalmente se trata de un acontecimiento «altamente destructivo».

Gonzalo González de Luna era un astrofísico muy prometedor, más o menos de la misma edad que Javier. Nacido y formado en Madrid, era para él un gran orgullo trabajar en el mayor telescopio óptico del mundo, con su enorme espejo primario de 10,4 metros de diámetro, situado en uno de los dos o tres mejores enclaves existentes en el planeta para la instalación de observatorios astronómicos. Construido en el Roque de los Muchachos de la Isla de La Palma, a más de 2300 metros sobre el nivel del Océano Atlántico, está ubicado por encima del nivel de las nubes que portan los vientos alisios predominantes en la zona. Estas nubes forman normalmente una especie de espejo que impide que la luz procedente de las poblaciones costeras dificulte la observación de las estrellas, y por encima de ellas el cielo es límpido y muy poco turbulento. Además, la isla de La Palma no está muy poblada y existen leyes rigurosas que protegen todo el entorno natural de emisiones contaminantes atmosféricas, sean de humos o gases o, casi más importante, lumínicas. El resultado de todo ello es uno de los cielos más limpios del planeta en un lugar de relativamente fácil acceso, y como consecuencia de ello más de una docena de telescopios nocturnos o solares se hayan ubicados en el Roque de los Muchachos. El mayor de ellos es el Gran Telescopio de Canarias, conocido como GranTeCan, en el que Gonzalo prestaba sus servicios.

Javier conocía a Gonzalo por haber coincidido con él varias reuniones de «Save the Brave World», la ONG con la que también colaboraba Javier. Gonzalo era uno de los miembros más activos de la ONG. Siempre que podía se escapaba para asistir a las reuniones plenarias, igual que hacía Javier, y en más de una ocasión les habían dado las tantas de la madrugada arreglando el mundo…

Pasadas las seis de la tarde Javier llamó de nuevo al Observatorio y esta vez sí consiguió hablar con Gonzalo.

—Gonzalo González de Luna, ¿dígame?

—Hola, Gonzalo, soy Javier… Javier López, ya sabes, de «Save the Brave World» —un breve silencio en el otro lado de la línea manifestó cómo Gonzalo intentaba ubicar mentalmente a Javier. Al cabo de unos segundos se le encendió la bombilla.

—¡Javier! ¡Qué sorpresa recibir tu llamada! No me la esperaba… Ya me enteré por la prensa de vuestro gran descubrimiento, ¡enhorabuena! Pensaba llamarte, pero suponía que estabas muy ocupado…

—Gracias, gracias… pues sí, hemos estado bastante ocupados… La verdad es que ha sido una campaña interesantísima, pero ya se acabó, y me temo que ya no estaré en las siguientes.

—¡No me digas! ¿Han prescindido de ti? No me lo puedo creer…

—Bueno, ahora que todo el mundo conoce las pinturas de la Cueva de Leza el equipo se va a volver más interdisciplinar, más internacional y más inter-no-sé-qué, ya sabes… y sobramos algunos paleontólogos con poca experiencia. Todos los investigadores importantes de España y del mundo quieren venir a echar una mano… ¡y salir en los créditos! Pero no hay que preocuparse, ya encontraré otra cosa.

—¡Vaya! Lo siento, Javier…

—Nada, no pasa nada.

C’est la vie… Oye, Gonzalo, yo te llamaba porque resulta que me he tomado unos días de vacaciones para descansar de todo el veranito movido que he tenido, en la Agencia de Viajes me ofrecieron venir a Canarias, porque en noviembre es donde es mejor el clima… y ya ves, ¡estoy aquí, en La Palma!, en un hotel en Puerto Naos… he llegado esta mañana, estaré aquí toda la semana y he pensado que igual podemos vernos…

—¡Pues claro que sí! —interrumpió vehementemente Gonzalo—. ¡Qué alegría me das, Javier!, aunque no puede decirse que esta isla de La Palma sea muy animada, pero ya encontraremos un sitio donde resolver los problemas del mundo, ja, ja…

—Ja, ja, ja… es cierto. Mira, te doy mi teléfono móvil y llámame cuando puedas. He alquilado un cochecito en el aeropuerto, y como la isla es pequeña me puedo acercar a cualquier lugar que me digas.

—De acuerdo, Javier, estupendo, aunque no debes fiarte: la isla es pequeña, sí, pero las carreteras no son precisamente autopistas, ya lo habrás comprobado… Eeehhh… mira, mañana es el primero de noviembre, es fiesta y no tengo que venir al Observatorio, no me toca guardia. Si te parece podemos quedar mañana por la tarde, te paso a recoger al hotel y pasaremos una velada estupenda… ya sabes que soy un animal nocturno. Los horarios de los observatorios astronómicos es lo que tienen.

—No hay problema, Gonzalo… ¡me echaré una buena siesta!

—De acuerdo, entonces. Mañana te llamo sobre el mediodía y quedamos.

—Estupendo. Hasta mañana, Gonzalo.

—Hasta mañana, Javier.

Javier colgó, pensativo. Le gustaría hablar con Gonzalo, un excelente conversador, pero no sabía aún cómo plantearle sus dudas sobre los viajes en el tiempo. Bueno, ya pensaría algo. Decidió que ya que estaba en La Palma «de vacaciones», como le había dicho a Gonzalo, no le vendría mal hacer un poco el turista, así que se apuntó para hacer el día siguiente una excursión de medio día a la espectacular Caldera de Taburiente, la joya natural de la isla, a unos pocos kilómetros de su hotel.

El día siguiente, día de Todos los Santos, justo cuando estaba llegando de nuevo al hotel tras la excursión por la maravillosa Caldera, sonó su móvil y quedó con Gonzalo en que éste le recogería sobre las ocho de la noche en su hotel.

Y eso es lo que hizo.

Tras los efusivos abrazos de los dos amigos, Gonzalo condujo su todoterreno hasta Tarajal, unos kilómetros al norte de Puerto Naos. Allí cenaron en un pequeño restaurante típico canario, donde les sirvieron unas excelentes

papas arrugás con mojo picón, el plato estrella de la gastronomía canaria, seguidas de un pescado local que Javier no conocía, pero que era exquisito. Terminada la cena fueron a un local en el puerto deportivo, donde tomaron unos gin-tonics mientras se ponían al día sobre su trabajo, sobre la ONG a la que ambos pertenecían y, finalmente, arreglaban el mundo… que buena falta le hacía.

Gonzalo comentó la penosa situación del Gran Telescopio de Canarias en donde trabajaba. Siendo el telescopio óptico más grande del mundo como era, y uno de los más avanzados, las restricciones presupuestarias originadas por la crisis nuestra de cada día hacían que apenas hubiera dinero para realizar el mantenimiento básico y pagar las nóminas de los cada vez menos trabajadores del Observatorio. No había proyectos nuevos, y los pocos que estaban en marcha eran gracias a aportaciones de entidades extranjeras. «¿Para qué se ha gastado el Gobierno español semejante millonada en construir un telescopio tan magnífico», se preguntaba Gonzalo, «si luego no hay dinero para que de verdad funcione y sirva para algo…? ¿Por qué?». Y Javier contestaba: «Por la misma razón por la que en tantas ciudades se han construido hospitales carísimos y luego no hay dinero para contratar médicos, enfermeros y celadores… hay bastantes ejemplos en toda España de esto mismo… ¿qué sentido tiene?».

Y ambos llegaban naturalmente a la misma conclusión: «Porque construir algo cuesta dinero, se mete en los presupuestos, se pagan facturas a las constructoras y a los proveedores… y todo ese tráfico de dinero devenga comisiones… muchas comisiones, sobre todo porque lo normal es que cualquier obra encargada por la Administración, por cualquiera de ellas, acabe costando el doble o el triple de lo inicialmente presupuestado». Y seguían: «En cambio, pagar las nóminas de los trabajadores que pondrán a funcionar efectivamente el hospital, el telescopio, el museo o lo que sea… eso no genera abultadas facturas, no genera tráfico de dinero y, por tanto, no genera comisiones. Y eso tiene mucho menos interés para mucha gente».

Lógicamente, un par de gin-tonics más tarde ya estaban solucionando los problemas del orbe…

Aun pasando un rato estupendo conversando con Gonzalo, Javier no dejaba de pensar en cómo meter en la conversación su preocupación sobre la posibilidad de realizar viajes en el tiempo, pero no veía cómo. Al fin vio la puerta abierta cuando, de forma natural, Gonzalo ofreció a Javier que le visitara en el Gran Telescopio la noche siguiente y allí le enseñaría la maravillosa maquinaria… maravillosa, pero poco utilizada, por desgracia. Javier aceptó inmediatamente, y cuando Gonzalo dejó a Javier en su hotel quedaron para la noche siguiente en el propio Observatorio del Roque de los Muchachos. Javier no había podido deslizar ninguna pregunta sobre su tema favorito de los últimos tiempos, pero esperaba poder hacerlo fácilmente en un ambiente tan técnico, tan vanguardista, tan físico, o mejor dicho, astrofísico, como era uno de los telescopios más avanzados del mundo.

Puso el cartel de «No molestar» y se dispuso a dormir hasta las tres de la tarde… ¡por lo menos!

Ir a la siguiente página

Report Page