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30 – FONDOS Y APARTAMENTOS

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Diciembre, 2016

¡Qué fácil era todo cuando se tenía dinero! Sólo ahora que lo tenía se daba cuenta Javier de ello.

El lunes siguiente al sorteo viajó hasta Madrid, fue a su recién alquilado pisito para dejar el par de maletas con ropa y algunos artículos personales que había traído, y a continuación fue a las oficinas centrales de un banco de tamaño mediano o más bien pequeño, donde pidió hablar con el director de la oficina. Este señor está muy ocupado, le dijeron, ¿puedo atenderle yo? Pues no, no podían, el motivo de su visita era muy importante y sólo el director podría atenderle. El comercial con quien estaba hablando le miró condescendientemente, evaluando su vestimenta deportiva de marcas innominadas y llegando a la conclusión innegable de que era un paleto sin el menor estilo en su forma de vestir. De todos modos, acordándose en el último momento de para qué le pagaba el banco, le preguntó por el motivo de su visita. Javier se acercó a su interlocutor y le dijo, muy confidencialmente:

—Verá, es que he acertado un premio importante en la Lotería y me gustaría depositar aquí el premio… si el director puede atenderme, claro. Entiendo que esté muy ocupado y no pueda hacerlo, pero, verá, entonces buscaré otra oficina de otro banco donde el director esté un poco más libre…

Javier vio, regocijado, cómo le cambiaba la expresión al empleado, que instantáneamente se levantó de su silla, musitó un «Espere un momento, por favor» y partió raudo hacia el despacho del fondo, del que salió treinta segundos más tarde acompañado por otra persona que, obviamente, era el director de la oficina. Ambos se acercaron respetuosamente y le saludaron mientras el director se presentaba y le pedía que le acompañara al despacho. Tanto si su indumentaria le pareció apropiada como si no, el director no dijo nada al respecto.

Una vez allí, cuando el director le preguntó por el motivo de su visita y Javier le dijo entonces que él había tenido la inconcebible suerte de acertar el premio mayor del Euromillón y que estaba en posesión de un boleto premiado con unos 88 millones de euros que quería depositar en esa oficina… Bueno, estuvo claro que el primer pensamiento del director fue un arrebato de envidia. «Maldito paleto, ¿por qué le tenía que tocar a él y no a mí?», pero sólo duró un segundo. Rápidamente la codicia profesional se impuso y el director se convirtió en un sonriente y zalamero adulador que empezó a felicitar al paleto, no tanto por haber acertado la combinación ganadora, se dio cuenta Javier, sino por haber elegido ese banco y esa sucursal particular, donde su dinero estaría seguro y él bien asesorado y bla, bla, bla…

Javier no escuchaba. Le daba lo mismo que le hicieran la pelota o le trataran de forma seria y profesional, aunque prefería la segunda opción, siempre y cuando sus instrucciones fueran seguidas con precisión. Había elegido aquel banco entre todos los posibles porque su área de Banca Privada era de las que mejor reputación tenían en España, porque en realidad le daba igual uno que otro. Sus experiencias con los bancos hasta el momento no eran ni buenas ni malas, no había tenido problemas con ellos, exceptuando un quítame allá esas comisiones… lo normal, vaya.

Naturalmente, lo primero que exigió Javier fue la máxima discreción acerca de su identidad, que deberían conocer únicamente quienes no tuvieran más remedio que hacerlo, como la Agencia Tributaria, la Organización de Loterías y algunas personas del propio banco, pero Javier no quería que su nombre saliera publicado en ningún medio. El director se lo aseguró, observando que era algo relativamente frecuente que alguien con un premio importante lo depositara en su banco… aunque no tan importante como el suyo, claro, ¡hasta ahí podíamos llegar!

Javier necesitaba tranquilidad y anonimato para hacer lo que tenía que hacer, y lo último que deseaba era que su nombre y dirección o su foto se publicara en todos los periódicos. Por si acaso, llevaba ya dos semanas dejándose barba y a estas alturas la tenía ya bastante poblada. La llevaría durante el tiempo necesario para realizar esta primera parte de su plan, pero luego se la afeitaría y no volvería a dejársela nunca más.

El director, antes incluso de preguntarle por su nombre o por las alternativas de inversión que prefería para tal cantidad de dinero, le dio la alternativa de vender el boleto premiado… a alguien… que pagaría por él el valor íntegro de su premio… sin impuestos. En dinero negro, claro. Negro como el carbón. Aunque no borró la sonrisa de su cara, Javier estaba escandalizado. Conocía por la prensa que había hombres de negocios españoles o quizá internacionales que tenían la enorme «suerte» de que todos los años les tocara la Lotería, y también de la práctica de comprar boletos premiados, todo para lavar dinero negro procedente de actividades ilegales o delictivas. Pero ¡88 millones de euros! Los impuestos a pagar eran del 20% del premio, así que el posible comprador estaba dispuesto a pagar casi 18 millones de euros, más la comisión del banco, que no sería pequeña, para poder blanquear 70 millones. ¡Cómo estaba el país!

Rechazó amablemente su propuesta, alegando incultura, miedo y «uy, a mí no me metan en esos líos», porque, para ser sinceros, a él con 70 millones le sobraba y lo último que quería era tener que gestionar 88 millones de euros en efectivo… A Javier se le daba bien hacerse el paleto, y lo hizo, pero no dejaba de pensar en que 88 millones eran ¡176000 billetes de 500 euros! ¡Unos 200 kilos de billetes! ¡De 500! ¡Qué barbaridad!

Una vez quedó claro que no deseaba vender el boleto bajo ningún concepto, se produjo la toma de datos, la apertura de una cuenta, de un depósito de valores y de una tarjeta de crédito asociada, y por fin Javier entregó el boleto premiado contra la entrega de un documento que aseguraba que el Banco tal y cual había recibido el boleto de numeración tal y cual para cobrarlo por cuenta de Don Javier López Berrio, nacido en Logroño en 1988, domiciliado en Madrid y esto, lo otro y lo de más allá. El dinero estaría disponible en unos días, le dijo el director… ¿no querría un pequeño crédito, entretanto, para los gastos? ¿digamos 200000 euros? ¿300000, quizá? El crédito tendría excelentes condiciones… Javier también rechazó la «amable» propuesta del director, diciéndole que si había podido vivir sin tanto dinero toda su vida, posiblemente lo podría hacer unos días más.

Lo que sí hizo fue pedir que le concertara una entrevista con el responsable, o al menos con alguien responsable del área de Banca Privada. Necesitaría sus consejos y, seguramente, sus servicios. El director hizo una llamada, luego otra, y como consecuencia tenía programada una cita con el mismísimo director de Banca Privada del banco para el lunes de la próxima semana… estaba claro que no todos los días se abría una cuenta de 70 millones en ese banco, ni probablemente en ninguno. Javier hizo hincapié una vez más en la necesidad de absoluta discreción, cosa que le aseguró vehementemente de nuevo el director de la oficina. Ya veríamos hasta qué punto llegaría la discreción, pensó Javier.

Por fin la entrevista llegó a su fin. Más de una hora habían estado en el despacho del director, al que no le pasaron ni una sola llamada entretanto. A lo mejor no estaba tan ocupado como le habían dicho… Al llegar a la puerta, el director le hizo la pregunta que, seguro, le llevaba quemando la lengua desde el principio:

—Y… perdone usted la pregunta, don Javier… ¿qué va a hacer usted con el dinero? Irse al Caribe, comprarse una mansión, un yate y vivir sin dar un palo al agua toda su vida… ¿no? ¡Eso es lo que yo haría! —la sonrisa de oreja a oreja del director no ocultaba en absoluto su envidia.

—Pues sí, seguramente, algo así —contestó Javier elusivamente, sonriendo ante el tratamiento de «don», pero triste por dentro.

Estaba claro que ése era el sentir mayoritario del españolito de a pie. «Si me toca la lotería, ¡lo dejo todo!, que trabaje otro, que yo me dedicaré a dilapidar el dinero esperando que, con algo de suerte, me llegue hasta que me muera». Bueno, pues él no iba a comprarse una mansión en el Caribe… ¡lo haría en otros lugares! Y tampoco iba precisamente a tumbarse a la bartola.

Dedicó el resto de la semana en aposentarse en su nueva residencia, conociendo los alrededores, e incluso se permitió visitar el Museo del Prado, en el que sólo había estado con sus padres una única vez, cuando tenía nueve o diez años. Se acordaba de poco, pues con esa edad estaba pensando más en jugar al fútbol que en admirar cuadros y más cuadros… y quedó simplemente impresionado con la cantidad y calidad de las obras que allí se exponían. Velázquez, Goya, Murillo, los flamencos, los venecianos… en cada sala había al menos una obra de arte absoluta, cuando no media docena. Paseando por sus salas se olvidó del TaqEn, de Tomei Belaskes, de HRM y de sus planes. De todos. Allí, entre tanta perfección, no tenían lugar.

Por fin, el lunes siguiente, a pesar de ser «puente», dado que el martes era fiesta en España, pues se conmemoraba el Día de la Constitución, Javier fue al moderno edificio de las afueras de Madrid donde tenía su sede el área de Banca Privada del banco. Allí le esperaba Borja Albarracín de la Morena, su director. Esta vez Javier se había puesto camisa blanca, un traje gris marengo, el más elegante que tenía, y corbata de seda granate con dibujitos en varios colores. Hoy no le convenía ser un paleto.

Tras las oportunas presentaciones, Javier fue al grano:

—Ya sabe usted que he tenido la gran suerte de acertar el Euromillón… 88 millones largos de euros, que, tras los impuestos, se quedan en algo más de 70 millones —Javier dijo lo de «he tenido la gran suerte de acertar…» sin siquiera sonreírse, lo que ciertamente le costó un gran esfuerzo—. Me acaban de confirmar que ya están transferidos a la cuenta. He estado pensando y hablando con alguna persona, y creo que lo mejor para conservar mi patrimonio es diversificarlo en tipos de inversión, plazos y países…

—Excelente idea, don Javier —repuso inmediatamente Borja, que tenía un atildado y abrillantinado aspecto muy acorde con lo que uno podría esperar de alguien con su hidalgo nombre—. Disponemos de una serie de fondos y opciones de inversión muy diversificadas en las que seguro que encuentra usted…

—Sí, sí, lo sé, por eso estoy aquí —interrumpió Javier, que no estaba para dejar que le vendieran motos—, pero lo que quiero decir es que tengo unas ideas de inversión que me gustaría hacer realidad…

—Usted dirá —Borja entendió el mensaje a la primera. Buena señal, pensó Javier. Lo mismo el cargo que ostentaba lo tenía por ser un buen profesional y no por los apellidos.

—Pues deseo dividir el patrimonio total en dos partes más o menos iguales. Una de ellas se invertirá en una cartera debidamente diversificada de bonos nacionales y de empresas y de acciones de crecimiento. Diversificada en zonas geográficas y tipos de activos, y con un perfil conservador. No deseo obtener grandes beneficios, sino, sobre todo, mantener el capital actualizado al menos con la inflación. Creo que sabe a qué me refiero.

—Sí, desde luego. Tenemos varios fondos con estas características, pero, si me lo permite, para una inversión de este volumen le recomiendo que constituya una SICAV… ¿sabe qué es una SICAV?

—Sí, lo sé, y me parece una buena decisión.

Javier sí conocía qué eran las SICAVs, sociedades patrimoniales pertenecientes a muy pocas personas, muchas veces solamente una, que invertían su patrimonio en una cartera de efectos financieros, como acciones, bonos, obligaciones u opciones. Eran sociedades a casi todos los efectos, y su capital social estaba representado por acciones, que podían ser objeto de compra y venta como las de cualquier sociedad anónima que cotizara en los mercados. Tenían una tributación fiscal muy reducida, pues sólo se pagaba un impuesto del 1% sobre las ganancias, y unos criterios laxos de gestión. Eran el medio que normalmente usaban las grandes fortunas para gestionar su patrimonio, con grandes ventajas fiscales y todo de forma legal. Se hablaba con alguna frecuencia de este tema y otros similares en las reuniones de «Save the Brave World», y además Javier se había informado bien de todos estos aspectos en sus investigaciones de las últimas semanas.

—Hecho, pues —contestó Borja de inmediato—. Dígame quién es su abogado y le pasaremos la documentación estándar que usamos para crear la sociedad para que la revise.

—No, no tengo abogado —Javier lo dijo sin ningún pudor. Ni tenía abogado ni quería tenerlo, al menos de momento. Borja no se sintió sorprendido, otro punto para él, y repuso con naturalidad:

—No hay problema, podemos nosotros mismos proporcionarle uno especializado en constitución de SICAVs.

—De acuerdo, pues. Envíeme la documentación revisada por su abogado y le contestaré a vuelta de correo… no olvide incluir la minuta del abogado en la factura.

—Oh, no hay problema, don Javier, nosotros le prestaremos el servicio sin coste —obviamente, el caramelo de poder gestionar una SICAV con 35 millones de euros de patrimonio convertía el coste del abogado en una minucia, máxime cuando probablemente sería uno de los propios abogados del banco quien hiciera el trabajo.

—Bien. Pasemos entonces a la otra mitad del patrimonio, los otros 35 millones —siguió Javier inmediatamente—. Esta parte deseo invertirla en inmuebles, pero aquí sí deseo ser yo personalmente quien los seleccione. Es decir, entiendo que el banco contratará agencias inmobiliarias para hacer la prospección de mercado y la selección inicial de los inmuebles, pero seré yo quien dé el visto bueno a su adquisición.

—Comprendido —manifestó Borja—. No es nada habitual hacerlo de esta forma, pero no tenemos ningún inconveniente en hacerlo así.

—Excelente. Como no me fío de la situación del mercado inmobiliario en casi ninguna parte del mundo, lo que deseo inicialmente es adquirir dos inmuebles en cada una de las siguientes ciudades: Madrid, Barcelona, París, Londres, Francfort, Zurich, Milán y Nueva York —Borja anotó cuidadosamente las ciudades y las características buscadas—. Uno de los inmuebles deberá ser una casa unifamiliar, de construcción nueva o reciente, de unos 200 o 250 metros cuadrados de superficie construida y que no esté demasiado apartada del centro de la ciudad. No hay inconveniente si está amueblada, siempre que sean muebles «normales», no sé si me explico —Borja sonrió, pero asintió. Estaba seguro de que su concepto de «muebles normales» no coincidiría mucho con el de su cliente, que prosiguió su explicación—. El otro inmueble deberá ser un apartamento de tipo

premium, de entre 100 y 150 metros cuadrados más o menos, situado en el centro de cada ciudad, en un edificio representativo que lleve construido al menos 50 años. Calculo que esos 35 millones de euros deberían bastar para financiar estos inmuebles, de media salen a más de dos millones de euros cada uno, lo que creo que debería ser más que suficiente. En todo caso, si faltara dinero está la otra mitad para respaldar la inversión. Lo que sobre, si sobra, se acumulará también a esa otra mitad, a la SICAV.

—Entiendo —dijo Borja, aunque la verdad es que entendía poco, así que no tuvo otra opción que preguntar la razón de tan curiosa elección, dispuesto a explicar a su nuevo cliente las ventajas de realizar una gestión dinámica de su cartera inmobiliaria, de las opciones en países emergentes, las oportunidades en la devaluada costa española… pero Javier no le dio mucha opción a soltar su discurso.

—Si, lo sé, es una elección «curiosa», como acaba de calificarla, pero, mire, señor Albarracín, quiero invertir en las más importantes capitales del mundo y en las mejores localizaciones que me pueda permitir. Central Park en Nueva York, Boulevard Hausmann en París, Regent Street en Londres, Calle Serrano en Madrid, cosas así. Esos inmuebles son caros, lo sé, pero raramente bajan de valor. Y para compensar el riesgo tenemos el otro inmueble mucho más convencional en la misma ciudad, que podremos alquilar o revender según las circunstancias. Más adelante ya iremos viendo cómo evoluciona el mercado y tomaremos las decisiones oportunas, ¿de acuerdo? —Borja no tuvo más remedio que estarlo. Podía ser una decisión discutible, pero tenía su lógica… y era lo que deseaba el cliente—. Además, dejaremos 500000 euros en la cuenta corriente, para gastos —finalizó Javier.

La reunión siguió unos minutos más, en los que Borja expuso a Javier una serie de temas legales y de orden práctico, indudablemente necesarios pero que no tenían mucho interés para este último. En cuanto pudo, Javier se escabulló, dejando en manos de Borja todos los aspectos tediosos. Borja Albarracín podría ser quizá un manipulador o un incompetente y haber llegado a su puesto directivo gracias a su sonoro apellido o a sus excelentes contactos, pero no le había dado esa impresión a Javier. Parecía un tipo conocedor de su oficio, resolutivo y profesional, así que decidió confiar en él para todos los temas legales y fiscales. De momento, al menos.

Una vez terminada la reunión, Borja acompañó a Javier a la puerta del edificio, asegurándole que para el viernes, lo más tardar, tendría toda la documentación legal en su domicilio en Madrid, un domicilio recién alquilado, pero eso no tenían por qué saberlo en el banco, y comenzaría inmediatamente la selección de agencias inmobiliarias y de Real Estate más prestigiosas para ir localizando los inmuebles que deseaba don Javier.

Aunque no dijo nada, el director de Banca Privada no acababa de entender cómo alguien tan aparentemente bien informado como su cliente había seleccionado una cartera de activos tan peculiar, pero en definitiva le daba igual: él cumpliría con el trabajo encomendado y cobraría las comisiones pertinentes. Poco podía imaginar Borja Albarracín de la Morena cuál era el motivo real de la curiosa elección de Javier López Berrio, por qué deseaba hacerse con apartamentos céntricos y de más de 50 años de antigüedad en los centros financieros más importantes del mundo. Y nunca lo sabría.

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