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32 – PRIMERAS COMPRAS

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Febrero, 2017

Habían sido dos meses de constante ajetreo para Javier López Berrio, expaleontólogo y neomillonario, que había hecho durante ese tiempo más viajes que en toda su vida, pero la primera parte de su plan se había cumplido.

Ya estaba constituida la SICAV, bautizada «Lucronium» por el primer nombre conocido de Logroño, la ciudad natal de Javier. Había revisado los activos en que había invertido inicialmente los 35 millones y le parecían correctos, convenientemente diversificados y de carácter bastante conservador. Borja Albarracín había seguido escrupulosamente sus instrucciones. Otro punto para él.

También los inmuebles en que estaba interesado habían sido adquiridos. Borja le sugirió que se creara una sociedad patrimonial en cada país, con residencia en un paraíso fiscal, del estilo de Luxemburgo, las Bahamas o Panamá, y que los inmuebles fueran comprados por dicha sociedad y no por él como particular, para ahorrarse el papeleo inherente a la compra de una propiedad por un no residente y, por qué no, ahorrar impuestos. Javier, tras estudiarlo, estuvo de acuerdo con su propuesta, así que ahora era el propietario de 7 sociedades cuyo único patrimonio consistía en unos ciertos inmuebles situados estratégicamente en los más importantes centros financieros del mundo occidental.

Como había esperado, Javier no había encontrado problema alguno para seleccionar el primero de los dos inmuebles de cada ciudad, la casa unifamilar en el extrarradio de las ciudades. Había oferta suficiente de casas con las características adecuadas, por lo que fue fácil adquirir la más conveniente, incluso gastando bastante menos dinero en ellos de lo que había supuesto, aunque realmente eso no le preocupara mucho. Sin embargo, encontrar los apartamentos céntricos en inmuebles con solera que él deseaba resultó ser mucho más complicado.

Una vez las agencias inmobiliarias contratadas habían encontrado varios apartamentos de esas características, lo que en algunas ciudades como Madrid, Barcelona o Milán fue muy sencillo, pero mucho más arduo en las otras, Javier viajaba a la ciudad y visitaba cada vivienda. Tomaba datos y fotos de cada una, anotaba quién era el propietario y desde cuándo lo era, recababa toda la información posible sobre ellas y, una vez acabada la ronda de visitas, cuando el agente esperaba que le comunicase su decisión o, al menos, que le dijera qué apartamento le había gustado más, Javier le despedía sin decirle nada ni decantarse por ninguno, explicándole que en un par de días le haría saber qué había decidido.

Entonces, una vez solo, Javier comenzaba su «otra» investigación. Acudía a los Registros de la Propiedad correspondientes, que en cada país se llamaban de una forma diferente y dependían de organismos distintos, pero que básicamente tenían la misma información: cuándo se construyó el inmueble y quiénes habían sido sus propietarios desde entonces. Javier buscaba un perfil muy concreto: viviendas que hubieran sido adquiridas por alguna empresa o corporación entre 1981 y 1985 y que no hubieran cambiado de manos desde entonces.

Una vez encontraba alguna vivienda con estas características, iba al Registro Mercantil o al organismo equivalente para averiguar la información pública de la empresa. Buscaba empresas patrimoniales que no explotaran el apartamento, sino que lo mantuvieran como inversión, sin ocupación, aunque sí con el mantenimiento mínimo, como por ejemplo servicio de limpieza una vez a la semana, y que ahora, precisamente ahora, hubieran decidido deshacerse de él. La verdad es que si hubiera confesado lo que estaba buscando a los agentes de Real Estate que le atendían estos le habrían tomado por loco, pero era éste el perfil exacto de inmueble que necesitaba y, sobre todo, por increíble que pareciera, estaba casi seguro de que encontraría al menos uno de tales características en cada una de las ciudades.

Finalmente los encontró. Apartamentos muy bien situados, de superficies entre 90 y 130 metros cuadrados, en inmuebles

premium de más de 50 años de antigüedad pero perfectamente conservados, inmuebles de alto valor que, aunque tenían todos los servicios contratados, como electricidad, gas o limpieza periódica, increíblemente habían permanecido desocupados durante los últimos 30 o 35 años. Estos fueron los apartamentos que Javier seleccionó, independientemente de su precio. Si algún agente se dio cuenta de la circunstancia y de lo extraño que era que una vivienda como ésa hubiera permanecido improductiva durante tanto tiempo, lo olvidó en cuanto cobró la jugosa comisión que le reportó la venta. Y, además, cada agente sólo podría conocer la información de un único apartamento, el que había localizado él, pero no la del resto. Si de alguna manera alguien del sector se hubiera dado cuenta de que los ocho apartamentos que Javier había adquirido en las ocho ciudades tenían todos ellos las mismas características, entonces sí que hubiera sospechado algo raro. Pero no iba a ser Javier quien se lo dijera.

Así, a finales de febrero de 2017, una vez en posesión de las llaves de sus dieciséis nuevas casas, la primera fase del plan de Javier estaba completa. Hasta aquí era lo fácil. Ahora comenzaría la segunda fase… y ahora sería cuando empezaban los riesgos de verdad.

Después de estar casi tres meses sin aparecer por allí, Javier volvió a Logroño por un tiempo, instalándose en su propia casa, la de sus padres. No había vuelto desde que se instaló en su modesto piso alquilado madrileño, le tocó la Lotería y comenzó a actuar como un nuevo rico. Allí, en su ciudad, seguía siendo Javier, el joven tranquilo que se había mudado a Madrid a buscar trabajo. En Logroño nadie sabía nada de su condición de millonario y tenía garantizada la tranquilidad que necesitaba para poder pensar y planificar cómo seguir.

Allí también, en su casa logroñesa, guardado en el altillo de un armario de su dormitorio y disimulado entre mantas, dormía un curioso artefacto negro que iba a ayudar a Javier a cambiar el mundo. O, al menos, a intentarlo.

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