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38 – JOYERÍAS

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Octubre, 1982 – Mayo, 2017

Javier había viajado varias veces desde su central de operaciones de Madrid a Londres, Ámsterdam, Amberes y París. En la capital británica volvió a la joyería de Hatton Garden, esta vez con un centenar largo de diamantes en una bolsita guardada en su bolsillo. Casi se les cae la kippa al suelo del susto a los dos joyeros judíos que ya conocía, pues no se esperaban que fueran tantos diamantes, y pusieron problemas porque, según ellos, no les sería fácil colocarlos en el mercado. O al menos esto entendió Javier con su «precario» inglés… Cuando les dijo, titubeante, que «OK, ya me buscaré otro comercio que sí pueda venderlos»… y empezó a recoger el material, los dos parientes se miraron y rápidamente aceptaron el envite. Contaron cuidadosamente los diamantes y le dieron un recibo por 116 piezas. Esta vez le pidieron cuatro días para tasarlos, debido a que se trataba de tan gran cantidad de piedras a certificar. No había problema, les dijo, tenía esos cuatro días, que aprovecharía para viajar al continente y visitar joyerías en Holanda, Bélgica y Francia.

Al cabo de los cuatro días pactados volvió a la joyería y, tras el correspondiente regateo, vendió la partida por una cifra indecente de libras esterlinas, varios cientos de miles. Esta vez no aceptó el efectivo, demasiado riesgo moverse por la ciudad con tal cantidad de dinero, sino que les pidió que hicieran una transferencia a una de sus cuentas británicas, a nombre de su correspondiente titular inglés. A duras penas consiguió explicarles que se trataba del abogado de su presidente y que él ya sabría qué hacer con el dinero… y guiñó un ojo en gesto de complicidad. No preguntaron más, y dos días más tarde el dinero estaba en la cuenta.

Tanto en Ámsterdam como en París repitió la misma cantinela en sendas joyerías especializadas en la compraventa de diamantes de las que había un buen surtido en cada ciudad. Su numerito del presidente corrupto de república bananera infecta que quería deshacerse de sus diamantes de sangre funcionó sin problemas. Sólo en Amberes se vio obligado a identificarse con su pasaporte español, lo que no le preocupó demasiado. Una vez completada esta parte del plan el pobre Isaac Fernández desaparecería del mapa para siempre… y una hipotética investigación sobre su persona sólo encontraría que había fallecido recientemente en su Santander natal de un infarto, en plena juventud.

Al final del mes de octubre se había deshecho de prácticamente todos los diamantes que había comprado para él Borja Albarracín 35 años más tarde. Conservó sólo media docena de tamaño variado, por si los necesitaba más adelante. A cambio, tenía en sus dos cuentas londinenses más de un millón de libras en cada una, dinero que había invertido en bolsa siguiendo metódicamente su nuevo sistema de «análisis técnico»… con sorprendente éxito.

Era el momento de hacer un repaso general de la situación y planificar los siguientes pasos, lo que haría mejor en 2017, con los medios informáticos del siglo XXI y en la tranquilidad de su casa de Logroño o en el piso de Madrid… pero no pudo evitar quedarse en 1982 hasta al menos el día 29 de octubre, el día después de las elecciones. El ambiente que se vivía en España ante los históricos comicios del día 28 le tenía subyugado. Había una actitud expectante en la gente y una alegría contenida en la calle, en el metro, en los restaurantes, en todas partes ante la cita en las urnas del próximo jueves que a Javier simplemente le maravillaba.

Javier estaba acostumbrado al cada vez mayor fastidio que representaban las inútiles elecciones del siglo XXI que él conocía, elecciones en las que daba igual quién ganara, pues las políticas que aplicarían unos u otros serían idénticas. Acostumbrado a esas aburridas elecciones con sus aburridas campañas y sus aburridos actos preelectorales llenos de aburridos slogans y aburridas promesas mil veces repetidas y sistemáticamente incumplidas, y con sus no menos aburridos discursos de evaluación del resultado de la elección, en los que todos los partidos estaban muy contentos porque habían ganado, o habían dejado de perder, o ni una cosa ni la otra, aunque hubieran tenido la mitad de votos que en elecciones pasadas… En cambio, ésta de 1982 era todo lo contrario. Los debates eran acalorados, apasionados, chispeantes, llenos de inspiración… divertidos, muy divertidos. La discusión allí era sobre todo ideológica, no como en su tiempo natal, puramente económica o, lo que era peor, basada en el sesudo argumento de «y tú más»… y sin embargo se llevaba todo con una gran deportividad. Aquello era un espectáculo y Javier no estaba dispuesto a perdérselo bajo ningún concepto. Aprovechó sus paseos para completar su vestuario de la época en las tiendas más de moda de la ciudad.

Llegó el jueves 28 de octubre, el día de la elección. Todavía no se había instaurado la costumbre de realizar las elecciones en domingo para minimizar el impacto en la producción nacional. Los empresarios estaban obligados a dejar cuatro horas libres a sus empleados para que pudieran ir a ejercer su derecho al voto, aunque a cambio tenían que entregar el certificado del haberlo efectivamente ejercitado. Con ello se pretendía animar a los ciudadanos a votar… aunque en aquella ocasión estaba claro que casi todo el mundo estaba deseando hacerlo, a unos u otros, incluso aunque tuvieran que pagar por ello.

Las colas en los colegios electorales eran enormes. Tras una larga dictadura sin ningún tipo de votación libre, el país no estaba muy ducho todavía en celebrar elecciones con una elevada participación. Y, sin embargo, el ambiente en las colas era festivo. Nadie se enfadaba por estar hora y media o dos horas de pie derecho para poder meter su papeleta en la urna, como pasaría sin dudar en 2017. Javier paseó por el centro de Madrid, disfrutando del escenario tan especial en que se había convertido la ciudad.

Al día siguiente quedó claro que el Partido Socialista había obtenido una amplia mayoría que le permitiría gobernar en solitario, y la sensación general era de optimismo. Javier decidió que ya había visto bastante. En su piso madrileño de Ópera tomó su ordenador portátil y todos aquellos objetos que podían relacionarle con una época lejana, programó el TaqEn y se materializó de nuevo en su piso de Logroño el día siguiente al de su salida hacia el pasado, es decir, el 6 de mayo de 2017. No quería de ningún modo acabar encontrándose consigo mismo, así que tenía mucho cuidado de programar su viaje con las fechas y horas correctas para evitarlo.

Allí nada había cambiado desde el día anterior. En 2017 sólo habían transcurrido unas horas desde ayer y no detectó cambio alguno desde el comienzo de su viaje, pero ahora él, su cuerpo, era en realidad mes y medio más viejo, pensó con una mezcla de curiosidad y aprensión…

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