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43 – RECABANDO INFORMACIÓN

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Enero, 1983

Javier desechó cualquier distracción de su mente y se enfocó en el incendio fortuito del banco de Phoenix y cómo sacar partido de él.

En primer lugar, necesitaba conocer todo lo posible del incendio, a qué hora concreta había empezado y en qué parte del edificio, qué lo había provocado, cómo había sido la respuesta del cuerpo de bomberos… todo. En Estados Unidos existen gran cantidad de diarios y emisoras locales de radio y televisión, emisoras que dedican la mayor parte de su tiempo a las noticias locales, y era igual en la década de 1980. No había nada más que fijarse en que, siendo una noticia de bastante impacto, en el prestigioso New York Times apenas la citaban en páginas interiores, y en la televisión local neoyorquina, ni eso. Por esta razón, donde encontraría más y mejor información sobre un suceso ocurrido en Phoenix, Arizona, sería precisamente allí, en Phoenix. Así que debía desplazarse a Arizona.

En una agencia de viajes adquirió un billete de avión a la capital de Arizona para el día 5 de enero a primera hora y reservó un hotel modesto pero cercano al edificio del Phoenix Traders City Bank. No tenía todavía tarjetas de crédito, por lo que pagaba en efectivo. En 1983 todavía podría hacerlo, pero unos años más tarde necesitaría tarjetas de crédito para comprar casi cualquier cosa… cada cosa a su tiempo, se dijo Javier, mientras se dirigía al aeropuerto Laguardia, desde donde salían los vuelos internos a prácticamente todo el sur del país.

Ya en Phoenix compró todos los periódicos locales que se publicaban y, una vez en su habitación, encendió el televisor y lo sintonizó, cómo no, en una emisora local. En sólo tres o cuatro horas ya conocía todo lo que se sabía sobre el incendio, o al menos todo lo que se había publicado sobre él hasta el momento.

Recapituló toda esa información en un cuaderno. Cuando terminó repasó todos los datos anotados. Esto es lo que leyó:

El incendio se había iniciado en la planta baja, en la zona donde se ubicaban los cuadros eléctricos del edificio. Todos los expertos consultados y los propios servicios municipales apuntaban a un cortocircuito como la causa más probable, casi segura, del incendio. Había comenzado entre las 18:00 y las 18:15, y como era sábado sólo estaban en el edificio dos guardias de seguridad que pudieron ponerse a salvo de las llamas sin problemas.

El edificio, construido hacia 1968, no tenía grandes sistemas antiincendios, debido a la política más laxa de la época. Tenían previsto reformar parte del mismo para adecuarlo a la normativa actual, más exigente, pero aún no había comenzado la obra. Además, todos los paramentos verticales de las zonas nobles del edificio estaban forrados de paneles de madera, fundamentalmente roble. Este hecho había hecho que el edificio fuera muy conocido en la ciudad por la calidez que desprendía su interior y lo agradable que resultaba hacer cualquier gestión allí, pero en la práctica significaba la presencia en el edificio de muchas toneladas de madera barnizada muy combustible. Tanta madera noble había actuado como acelerador del incendio. Una vez que comenzó a arder el roble de las paredes, el edificio estaba condenado. Aquí Javier había anotado que este edificio tenía estas características porque se había construido en la década de 1960, pero que en el siglo XXI no se hubiera permitido nunca algo así. En su época del futuro quien quisiera revestir las paredes de un edificio público con madera debería hacerlo con material especialmente tratado para convertirlo en ignífugo. Quien había diseñado de esta forma el edificio había organizado una auténtica ratonera que, tarde o temprano, tenía que acabar ardiendo por los cuatro costados.

El edificio estaba dotado de cámaras de seguridad en las zonas sensibles, pero sin grabación en vídeo, que en la época apenas existía todavía. En cualquier caso, de haberlo tenido no hubiera quedado nada, dado que la zona de servicio donde estaban los cuadros eléctricos estaba ubicada muy cerca de la sala de seguridad y ésta había sido una de las primeras estancias afectadas por las llamas. Los guardias habían intentado luchar inicialmente contra el fuego usando extintores, pero salieron huyendo en cuanto se dieron cuenta de que no podían detener las llamas. No habían reparado en nada anormal antes del incendio, ni por las cámaras de vigilancia ni en persona, sólo el fuego creciendo incontenible.

Los bomberos no llegaron tan pronto como aseguraba el New York Times. De hecho tardaron más de media hora en hacerlo, sobre las 18:45, y cuando lo hicieron el edificio estaba perdido. No hubo manera de detener las llamas, y tan sólo controlaron que el fuego no se extendiera a otros edificios vecinos.

En cuanto a la cámara acorazada de seguridad, estaba construida de hormigón y acero y su puerta era de acero de unos doce centímetros de grosor. De diseño bastante antiguo, no estaba preparada para soportar las altas temperaturas de un incendio como el ocurrido, y tanto la puerta como las paredes habían reventado por el efecto devastador de las llamas. Otra cosa que en el siglo XXI jamás hubiera ocurrido: las cámaras acorazadas se diseñaban para soportar altísimas temperaturas durante horas, pero este banco pequeño y muy tradicional había hecho las cosas casi como en el siglo XIX. Los vigilantes declararon que al poco de salir del edificio en llamas escucharon una explosión, pero los investigadores no habían dado importancia a este hecho, pues era normal que conforme el fuego llegara a las diferentes zonas se produjeran deflagraciones, por ejemplo al llegar al cuarto donde se almacenaban los productos de limpieza, pintura, barniz, disolventes y todo tipo de productos inflamables.

En cuanto al dinero perdido en el incendio, no se había podido conocer la cantidad exacta, pues el banco había declinado comentar nada al respecto. Sin embargo, según fuentes consultadas por diversos medios la cifra rondaría los 80 millones de dólares, unos 60 millones en bonos del Tesoro al portador y el resto en efectivo. No era habitual que hubiera allí depositado tanto dinero en efectivo, pero al tratarse de un fin de semana que coincidía con fin de año, muchos comerciantes locales que eran clientes del banco habían ingresado el dinero obtenido con las ventas de Navidad y Año Nuevo. El banco aún no había enviado el dinero a la Reserva Federal, cosa que iba a hacer precisamente el lunes siguiente al día del incendio. En cuanto a los bonos del Tesoro, la mayoría eran depósitos de empresas industriales de la zona, que preferían mantener sus fondos de tesorería invertidos en los tradicionales Bonos del Tesoro. En la época aún no funcionaba el depósito de valores por anotación en cuenta, sino que se emitían títulos físicos que se depositaban en las cajas acorazadas de los bancos, y en Estados Unidos era común utilizar Bonos al Portador, una especie de dinero en efectivo avalado por el Estado que devengaba suculentos intereses. Todos estos bonos al portador y el dinero en efectivo se habían perdido en su totalidad, apenas se habían encontrado algunos restos calcinados. Se habían literalmente volatilizado por las altas temperaturas generadas por el incendio.

Por fin, en cuanto a las cajas privadas de seguridad, el banco tenía una pequeña sala con cajas de seguridad para sus clientes. También había resultado destruida por las llamas. Algunas cajas se habían deformado por la intensidad del fuego de tal modo que se habían abierto, con las puertas completamente retorcidas, mientras que otras no habían llegado a hacerlo, pero en cualquier caso la posibilidad de salvar algo de su interior era remota, según aseguraban los expertos consultados por los distintos medios.

Todas las cantidades depositadas en la caja central estaban aseguradas, confirmó el propio banco, de modo que la compañía de seguros se haría cargo de reponer las pérdidas. Tardaría seguramente meses, pues habría que evaluar exactamente qué era propiedad de quién y, sobre todo, puesto que se había declarado el incendio como accidental, la compañía intentaría aplicar las cláusulas de fuerza mayor y pasar buena parte de sus indemnizaciones a otras compañías de reaseguro o coaseguro… las mismas tácticas dilatorias de siempre, pero todos los expertos que habían sido consultados aseguraban que al final el dinero se cobraría, seguro.

Hasta aquí la información que había obtenido Javier sobre el incendio, que era todo lo que se había publicado sobre el suceso. Un desgraciado suceso accidental. Un cortocircuito provocado por una instalación obsoleta que no se había actualizado para soportar la cada vez mayor carga eléctrica necesaria para alimentar el creciente número de aparatos eléctricos o electrónicos que iban poblando paulatinamente las oficinas del mundo entero. Lo de siempre, vaya. Mucha inversión en madera noble para impresionar a los clientes, pero poquísima en seguridad. La peor cara del capitalismo en estado puro.

Hecha la recopilación de toda la información disponible, ahora Javier estaba en condiciones de planificar más al detalle sus próximas acciones. En cualquier caso, lo primero de todo sería volver a Madrid. El TaqEn estaba allí, camuflado en su piso de Ópera; no se podía arriesgar a viajar en avión con él, incluso con las mucho más ligeras medidas de seguridad de la época. No podía llevarlo como equipaje de mano y no se podía arriesgar a que se perdiera la maleta con él dentro… sería una catástrofe para él y quien sabe si para el mundo entero. Al día siguiente pagó en efectivo su habitación del hotel y se dirigió al aeropuerto, donde compró un billete en el primer vuelo a Madrid vía Miami.

Cuando el día 7 de enero llegó a su casa madrileña, dieciocho horas después de salir de Phoenix, no estaba interesado en incendios ni en bonos del Tesoro quemándose ni en grandes planes de nada. A duras penas se desnudó y se metió en la cama para dormir doce horas seguidas. Lo necesitaba.

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