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49 – PRIMERA CITA

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Miss Pollock acabó de tomar nota de todo y aseguró que no había problema alguno. Mañana viernes a las cuatro de la tarde tendría los papeles preparados para su firma y la entrega de la documentación a Mr. Carpenter, afirmó con seguridad. A partir de ese momento la sociedad estará en disposición de operar conforme a los deseos de «Mr. Carpenter y sus socios», lo que dijo con cierto encantador retintín. Javier se obligó a asentir y, a continuación, despedirse de Marion hasta mañana a las cuatro. Esta vez no se dejó acompañar. Ya tenía bastante con lo que tenía…

Al día siguiente, viernes, se presentó de nuevo en el bufete y esta vez fue introducido inmediatamente al despacho de Miss Pollock, que le estaba esperando con una radiante sonrisa. Todo estaba preparado, dijo, abriendo una carpeta llena de documentos. Se sentaron y los fue mostrando uno por uno. La escritura de fundación. Los poderes. Autorizaciones para que los gestores pudieran operar en nombre de los dueños. Contratos de servicio repletos de cláusulas llenas de «

hereinafter» y demás términos en

legalés que tanto gustan a los abogados de todo el planeta. Todo lo fue firmando Javier sin casi mirarlo. Estaba seguro de que todo estaría en orden. En realidad miraba a Marion. Y estaba pendiente de su voz. Cada vez que recitaba un incomprensible párrafo redactado por un abogado disléxico, él quedaba más subyugado.

Por fin todos los papeles estaban firmados, sellados, legalizados y en poder de la persona adecuada. Marion se levantó y extendió la mano hacia Javier-Thomas.

—Bien, Mr. Carpenter… ya está todo. Es usted el propietario de una sociedad de cartera radicada en las Bahamas. Ha sido un placer para Masters, Smith & Bolton trabajar para usted. En cuanto a las peticiones que nos hizo ayer, sepa que están ya en marcha y que pronto le enviaremos la información al domicilio que nos indique.

—Muchas gracias, Miss Pollock —contestó Javier estrechando la mano de Marion—. Permítame decirle que el placer ha sido mío… lo sigue siendo, de hecho. Pocas veces he tratado con gente tan profesional. Y tan agradable, si me permite decirlo —Javier quedó sorprendido cuando observó que Marion enrojecía y miraba al suelo, halagada por su galantería… una galantería más bien chiquitita, pensaba él.

—Gracias —contestó en un susurro Marion. Javier decidió atacar… ¡llevaba tanto tiempo sin hacerlo que casi no se acordaba de cómo se hacía!

—No hay de qué, Miss Pollock, no hay de qué —tomó aire y se lanzó—. Mire, no conozco las costumbres de aquí, de la Gran Manzana, pero en Oklahoma solemos celebrar cuando hacemos un trato beneficioso para ambas partes… —en realidad no tenía ni idea de cuáles eran las costumbres de Oklahoma, ni las de Baltimore ni las de ningún sitio, pero le pareció una forma elegante de tomar la iniciativa—. Mire, Miss Pollock, no conozco muy bien la ciudad ni prácticamente a nadie, y debo estar aquí varios días más… ¿Le importa que la invite a cenar? Puesto que hoy es viernes y mañana no se trabaja… Iríamos al restaurante que usted sugiera, me temo que tampoco conozco aquí restaurantes, salvo un par de pizzerías y un sitio donde venden hamburguesas que no creo que merezcan siquiera el título de «restaurantes»…

Marion prorrumpió en una carcajada. Javier quedó desconcertado. ¿Tan gracioso había sido lo que había dicho, o simplemente era tan ridículo lo que había propuesto a su interlocutora que no había podido contener la risa? Cuando Marion paró de reír y miró directamente a Javier a los ojos, éste se dio cuenta de que ni una cosa ni la otra. Estaba sencillamente encantada con la proposición de su cliente. ¡Sorpresas te da la vida! Rápidamente aprovechó la ocasión para confirmar la cita.

—¿Le parece bien que la recoja a las ocho? —en verdad era

a él a quien no le parecía nada bien… ¡las ocho de la tarde para cenar, él, un español típico que rara vez cenaba antes de las diez!—. Dígame dónde y la esperaré con un taxi.

Marion se lo dijo y él apuntó la dirección. Elizabeth Street. Como no tenía ni idea de dónde caía eso, preguntó, y ella le dijo que en Manhattan sur, cerca de Chinatown.

—Estupendo, allí estaré a las ocho en punto, ¡si es que encuentro un taxista que no se pierda! —Marion volvió a reír, y esta vez sí que el chiste era malo, así que seguro que no era ése el motivo de su risa—. No conozco ningún restaurante en la ciudad. Mejor piense en un restaurante que le guste, no importa el precio, y reservamos… —se contuvo en el último momento. ¡Iba a decir «reservamos desde el móvil»! Tenía que tener mucho cuidado con los anacronismos, se repitió una vez más—… reservamos desde allí, o, casi mejor, si tiene usted el teléfono, Miss Pollock, reserva usted directamente desde su casa, ¿le parece?

A Marion Pollock efectivamente la idea le parecía bien, así que se despidieron con un nuevo apretón de manos hasta entonces.

Según iba Javier caminando hasta su hotel, bastante cercano al bufete, no dejaba de pensar si no estaría cometiendo una gran tontería. Estaba inmerso en un plan complicadísimo que incluía estancias en momentos temporales distintos y en lugares muy variados del globo y, ahora que la financiación había dejado de ser un problema, iba a ir a más… ¿Qué demonios estaba haciendo ligando como un adolescente? Quizás más adelante tuviera el tiempo y le oportunidad para buscar una relación, una relación estable o lo más parecido que pudiera a «estable», pero ¿ahora? Vale, hacía tiempo que había cortado con Inma, o peor, que ella había cortado con él, y uno también tenía necesidades. Pero no ahora, por favor, ahora no. Sólo podía complicar más su ya complicada vida. Estaba loco, definitivamente loco.

Sí. Loco de atar. Y también estaba loco por Marion Pollock. Se dijo que su aventura en el banco en llamas le había debido alterar la producción de hormonas, porque no era muy habitual en él que quedara hechizado de tal modo a las primeras de cambio por una bella mujer. Bueno, en realidad ésta era la primera vez que le pasaba. Ni siquiera por Inma, a la que adoraba, había llegado a sentir semejante atracción animal.

Cientos de miles de años de evolución no pueden equivocarse, pensó. El instinto es el instinto, y es difícil resistirse a él. ¡Sobre todo si uno no tiene la menor intención de resistirse!, concluyó con una sonrisa pícara, justo cuando llegaba a su hotel.

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