Beautiful

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Epílogo. George

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George

Will sacó la cabeza de debajo de las sábanas, con una sonrisa orgullosa. Tenía el pelo perfectamente despeinado y, la verdad, si yo no fuese el caballero que soy, tal vez habría sentido la tentación de hacerle una foto y compartirla con unos cuantos centenares de seguidores en Snapchat.

Por suerte para él, yo era un caballero.

—¿Estás vivo? —preguntó, y me dio un beso en el pecho.

Me aparté el brazo de la frente.

—No.

—Me alegro. —Se arrastró un poco más hacia arriba y me dio un beso en la barbilla—. Misión cumplida.

Lo miré y lo estreché contra mí. Sin espacio alguno entre nuestros cuerpos, noté el pesado palpitar de su corazón. En los momentos así, me entraban ganas de ponerme de pie en la cama y empezar a cantar.

Mmm, tal vez después.

—¿Puedo contarte una cosa? —preguntó.

Me besó y me sacudió un poco el hombro para que lo mirase.

Abrí los ojos. Parecía nervioso, como cuando yo salía del dormitorio vestido con algo molón y me percataba de que le entraban ganas de prestarme un par de vaqueros viejos y una de sus camisetas. Sus ojos castaños con motas amarillas brillaron mientras me observaba.

—Te he traído una cosa.

Así que sus nervios se debían a algo muy distinto.

Desde luego, logró atraer mi atención.

—¿Un regalo?

Soltó una carcajada y se apartó para sacar algo del cajón de su mesilla de noche. Las sábanas se deslizaron hacia un lado y le pasé la palma de la mano por la espalda.

—No solo tienes el nombre perfecto y la espalda perfecta, haces pasteles y toleras mi amor por las boy bands. Encima, me traes regalos. Pero ¡qué suerte tengo!

Cada día doy las gracias al universo por que el metro pasó tarde e hizo que:

Will Perkins llegara tarde a su entrevista para el puesto de canguro en casa de Sara y Max Stella.

Estuviera aún allí cuando llegué pidiendo una muda de ropa porque había quedado empapado de agua sucia a dos manzanas de allí y estaba más cerca de la casa de Sara que de la mía.

Nos presentaran.

Me riera y coqueteara simplemente porque se llamaba Will.

Él se quedase mirando mi camisa, pegada a mi pecho, como si acabara de descubrir su vocación.

Siempre supe que mi destino era terminar con un Will. Simplemente, la primera vez había elegido al que no era.

Y si alguna vez hubiera creído en el amor a primera vista, me habría reído de mí mismo hasta hartarme. Pero que me follen con un tacón de aguja si no existe de verdad.

Pero no se lo digáis a Chloe. Sacaría una regla para comparar su polla con la mía.

Will volvió junto a mí y me puso un pequeño estuche en la mano. El mundo basculó a mi alrededor.

Esperaba una fantástica piruleta de una de sus salidas con Iris y Annabel, o quizá un vale de regalo para poner nuevas suelas a mis zapatos favoritos, porque últimamente había estado llorando su muerte inminente, y Will Perkins era así de considerado. Pero este regalo me cabía en la palma de la mano. Tenía peso. Era negro y suave, y… parecía un estuche valioso.

Parecía un estuche que Will Perkins pudiera entregarle a su novio George Mercer en su primer aniversario antes de decir algo tremendo que les cambiara la vida.

—Son unos gemelos, ¿verdad?

Sonrió, y el pelo rubio le cayó sobre la frente mientras volvía a inclinarse sobre mí.

—Tú no llevas gemelos.

—Porque no sé cómo van, no porque no sea lo bastante elegante.

Will se echó a reír y me dio un beso en la nariz.

—No cabe duda de que eres lo bastante elegante. Pero no tendrías que preocuparte nunca por cosas como los gemelos, sacar la basura o arreglar el triturador.

Abrí mucho los ojos, ilusionado.

—¿Has arreglado el triturador?

—No le eches más pieles de zanahoria. Por eso se estropeó.

Levanté el brazo y lo agarré del pelo con suavidad. ¿Quién iba a decirme que algún día me encantaría hablar de reparaciones domésticas?

—Te quiero.

—Yo también te quiero a ti. —Se me quedó mirando con el ceño fruncido—. ¿Quieres que abra yo el estuche?

Lo miré. En la parte superior, en delicadas letras doradas, había una sola palabra: «Cartier».

—¿Pendientes? —susurré.

Negó con la cabeza.

—No tienes agujeros en las orejas.

—¿Auriculares elegantes?

—¿De Cartier?

Me volví a mirarlo y noté el escozor de la emoción en la superficie de los ojos, la pesadez en la garganta. Madre mía.

—¿Estás seguro? —pregunté—. Soy ruidoso y desorganizado, y echo pieles de zanahoria por el desagüe.

Sacudió la cabeza y me pasó un dedo por el labio inferior.

—No puedo pedírtelo si no lo abres, George.

El estuche se abrió con un ruidito. Dentro había un pesado anillo de titanio.

—George —dijo en voz baja.

Me besó y noté que temblaba. Vi que mi mano temblaba también.

—¿Sí?

—¿Quieres casarte conmigo?

Tuve que tragar saliva tres veces para que la palabra saliera de mis labios de forma audible.

Pero mi áspero «sí» dio paso a su exultante «¿de verdad?», que, a su vez, dio paso a cien besos pequeños y uno largo que duró todo el tiempo que estuvo moviéndose sobre mí, echándome su cálido aliento en el cuello.

Podría haberme pasado toda la vida así.

Habría dado mi nueva bandolera de Gucci por quedarme en la cama al menos una hora más.

Pero Sara, el Monstruo Embarazado, me llamó cinco veces mientras mi novio, ¡mi prometido!, se me follaba como un loco, y las cinco llamadas perdidas significaban que tenía que comentarme algo urgente.

Con la cara de Will descansando adormilada sobre mi pecho, me llevé el móvil a la oreja y escuché su mensaje de voz más reciente.

—Will.

—¿Mmm? —dijo, tras besarme justo encima del corazón.

—Tenemos que ir a un sitio, nene.

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