Beautiful

Beautiful


Epílogo. Jensen

Página 21 de 28

Jensen

El avión aterrizó y desperté a Pippa sacudiéndola con suavidad. Se sobresaltó. Se incorporó de golpe, tomó aire bruscamente y miró a su alrededor.

Observé cómo iba recordándolo todo: la subida al avión, el momento de verme, nuestra conversación en el minúsculo aseo, las declaraciones, nuestra salida forzada del aseo para el despegue y luego los abrazos en nuestros asientos, sin apenas hablar. Se había dormido más o menos una hora después de despegar, dándome la oportunidad de reflexionar.

Me gustaba estar preparado.

Si Pippa no encontraba trabajo en Boston, podíamos mudarnos a Inglaterra.

También podía mudarse a mi casa y buscarse alguna ocupación con tiempo, sin ninguna prisa. Sin embargo, Pippa era muy independiente y enérgica; no sabía muy bien cómo reaccionaría si le sugería que me dejara ganar el dinero mientras ella se ocupaba de infundir interés a nuestra vida.

Aunque, claro, una parte de mí sospechaba que el trabajo con el que soñaba Pippa era precisamente ese: Aventura Integrada.

—¿Se me ha caído la baba? —preguntó con voz soñolienta.

—Solo un poco.

Sonrió.

—Mejoro con cada vuelo que compartimos.

Le cogí la barbilla, me incliné y le di un piquito.

—Este ha sido fantástico.

Bajamos del avión y recorrimos los sinuosos corredores hasta llegar a la zona de recogida de equipajes.

—Cuéntame tus planes —le dije.

Puse mi bolsa de lona encima de su maleta con ruedas y la guie hasta el aparcamiento.

—¿A qué día estamos? —preguntó, frotándose los ojos—. ¿A martes?

—Sí. —Eché un vistazo a mi reloj—. Martes, las 16.49 hora local.

—Tengo una entrevista mañana a las diez, y otras dos el jueves. O eso creo. —Sacó el móvil del bolso y miró la pantalla—. Exacto.

Miré su teléfono con aire inquisitivo, recordando que había dicho que había dado de baja su contrato de telefonía móvil. Me entendió y dijo entre bostezos:

—Mis madres. Antes de enviarme aquí, me han comprado un móvil nuevo y me han dado dinero para el almuerzo.

Estaba deseando conocerlas.

—¿Te han buscado hotel? Me refiero a los entrevistadores, no a tus madres.

Asintió con la cabeza.

—El Omni.

Fuimos hacia el coche en silencio. Por un lado, quería ir sin prisas. Por otro, había viajado a Londres para declararme, y antes de eso habíamos hecho el amor en todas las posturas concebibles. Parecía un poco tarde para preocuparme por las prisas.

—¿Quieres quedarte en mi casa?

Me miró mientras cargaba nuestro equipaje en mi coche.

—O eso, o duermes tú en mi hotel —contestó, risueña—. ¿No eres mío ahora?

Solo había un cuarto de hora sin tráfico desde el aeropuerto internacional Logan hasta su hotel, pero había media hora hasta mi casa.

La ventaja del hotel: velocidad.

Las ventajas de mi casa: mi cama, más opciones de reparto de comida y más superficies planas para la actividad sexual.

Mi móvil sonó en el bluetooth mientras circulábamos por las calles de Boston con la mano de Pippa sobre mi pierna. Eché un vistazo a la pantalla y vi el rostro de Hanna.

Pippa sonrió, ilusionada, pero me llevé un dedo a los labios para indicarle que, de momento, debíamos mantener la sorpresa. También me temía que, si Hanna sabía que Pippa estaba conmigo, nos convenciera para que fuéramos a su casa, y… no.

—Hola, Ziggs.

—Mira —dijo, con voz asustada y entrecortada—. Siento no haber visto tu llamada el viernes, pero luego no lo cogías, y me siento muy culpable por una cosa, y…

—Cariño, no pasa nada —dije, riéndome—. Te llamé cuando salía de la ciudad y he estado… un poco ocupado desde entonces.

—¡Ah! ¿Estás fuera de la ciudad? —preguntó, confusa.

La única persona que conocía mi agenda mejor que Hanna era mi secretaria.

—Ya estoy aquí. Quería decirte…

—No, espera. Deja que hable primero. Hay una cosa que no te he contado, y ahora me siento mal.

Fruncí el ceño, confuso.

—¿Que hay una cosa que no me has contado?

—Pippa va a venir a Boston —dijo Hanna—, si no es que ya está aquí. Tiene entrevistas de trabajo.

Inspiró de golpe tras pronunciar la última palabra, y luego se hizo un silencio. Como si hubiese lanzado una granada y retrocediese de un salto con la esperanza de librarse de la explosión. Pippa se tapaba la boca con la mano.

Yo quería sorprender a Hanna llevando a Pippa a su casa, quizá al día siguiente, pero ahora no sabía cómo manejar la situación.

—No te enfades —añadió Hanna, y se oyó un pitido—. No sabía cómo reaccionarías. Sé que no querías que siguiera entrometiéndome.

Le sonreí a Pippa, que se mordisqueaba el labio inferior en silencio.

—No me enfado.

—Tenía tantas ganas de que os fuera bien… Espero verla mientras esté aquí, porque la quiero mucho.

—Seguro que la verás.

—Pero te prometo que no lo haré si se te hace raro —continuó.

—No se me hace raro —reconocí—. Yo también la quiero.

A mi lado, Pippa sonrió de oreja a oreja. Hanna se quedó muy callada antes de susurrar:

—¿Qué?

—Ziggs, he de ir a casa, pero ¿te va bien que me pase a cenar dentro de un par de horas? Tengo una sorpresa.

Subir los peldaños hasta mi casa me resultó un poco surrealista. ¿Acabaríamos viviendo juntos? ¿Viviríamos allí? No me planteaba una pregunta tras otra; todas ellas daban vueltas por mi cabeza al mismo tiempo: ¿cuándo viviríamos cerca?, ¿cuándo viviríamos juntos?, ¿era para siempre?, ¿qué trabajo encontraría ella?, ¿necesitaría un trabajo?… Sin embargo, cuando la puerta se cerró a nuestra espalda, todo quedó en silencio.

Pippa paseó la vista por el salón.

—La última vez que estuve aquí, no me fijé mucho.

Podía ver el pulso en su cuello, bajo la piel lisa de lo que era al tiempo una garganta delicada y fuerte.

—Puede que ahora tampoco sea el momento.

Se volvió a mirarme con una sonrisa.

—¿No?

—No.

Me acerqué a ella. Pippa me agarró de los bajos de la camisa para atraerme hacia sí.

—Entonces, vamos directos al sexo, ¿no?

Asentí con la cabeza y dije:

—Directos al sexo.

—¿Dormitorio?

—O sofá —sugerí—. O encimera de la cocina.

Se puso de puntillas y me besó despacio.

—O ducha.

Aquello de la ducha sonaba muy bien.

Eché a andar hacia atrás, en dirección a las escaleras. La cogí de la mano y la guie hasta el baño principal.

—Te queda muy bien el pelo.

Noté su risita como una vibración en la garganta, contra mi boca.

—Pensaba que nunca dirías nada. He dado por supuesto que no te gustaba.

—Me he fijado —respondí—, pero no lo he asimilado del todo hasta que te has dormido. Creo que me hacía tanta ilusión verte y estaba tan nervioso que no acababa de darme cuenta. Me gusta.

Me quitó la camisa sacándomela por la cabeza y la dejó caer al suelo, cerca de la ducha.

—Esa es una buena respuesta.

—¿Sí?

Mis manos se apoyaron en sus hombros y apartaron la tela que los cubría.

El vestido cayó hasta sus pies, y Pippa salió del círculo que formaba en el suelo.

—Sí. A mi abuelo le caerías bien.

Me aparté y la miré, inexpresivo.

—¿A tu abuelo? —Miré sus manos, que me bajaban los vaqueros, arrastrando de paso los bóxers—. ¿Estamos hablando de tu abuelo ahora mismo?

Me miró con una sonrisa de superioridad.

—Ya te contaré la historia en otro momento.

—Mientras disfrutamos de unos bocadillos y unos refrescos —dije, riéndome—. No cuando estamos…

Estaba desnuda, de espaldas a mí, abriendo el grifo. Y, joder, fue como si todo encajase en su sitio.

Íbamos a hacer el amor en la ducha. Y no sería la última vez antes de que nos despidiéramos, ni lo haríamos con el acuerdo implícito de que aquello era temporal, sino con la certeza de que no lo era. En absoluto.

Pippa se acurrucó más cerca de mí en el sofá; su pelo húmedo me hizo cosquillas en el cuello cuando me quitó de las manos el mando a distancia.

—No pienso ver Juego de tronos.

La miré haciendo un puchero. Había grabado toda la temporada anterior y estaba dispuesto a darme un atracón.

—Pensaba que te dormirías.

—Ya no estoy cansada.

—Pero.

—Estoy segura de que esa serie es una pasada —dijo—, pero tiene demasiada sangre y violaciones, para mi gusto.

—Supongo que eso significa que también vetarás The Walking Dead, ¿no? Porque esa también la tengo grabada.

Riéndose, me robó la cerveza para dar un sorbo antes de volver a ponérmela en la mano.

—¡Claro! —Miró a su alrededor, canturreando suavemente—. Aquí dentro hace falta más color.

—Has caído en la trampa. —Me incliné para darle un beso en la sien mientras ella escogía Y de repente tú en iTunes—. La verdad es que he vuelto a traerte aquí para que me cambies la decoración.

—¿Hay algo a lo que tengas un apego especial?

Seguí su mirada y vi que observaba una lámpara vieja pero muy chula que ocupaba un rincón.

Negué con la cabeza y di un sorbo de cerveza.

—No.

—¿Me das rienda suelta?

—Puedes hacer lo que te dé la gana conmigo, y también con mi casa.

Volvió a robarme la cerveza con la vista clavada en el televisor y los créditos iniciales.

—Pero no con mi cerveza —añadí, y fui a quitársela con una sonrisa.

Riéndose, movió el brazo para poner la botella fuera de mi alcance.

—Vendré aquí y seguramente lo pondré todo patas arriba.

—Eso espero.

—Cuando trabajes demasiado, me quejaré.

—Más te vale.

Levantó la cabeza hacia mí.

—Espero encontrar un trabajo aquí. Quiero que todo salga bien.

—Yo también.

Puso morritos.

—Me gusta tu ducha; hay toneladas de espacio para mi millón de botes de champú. Y tu cama es tan cómoda… Hanna está aquí, y quiero a todos los amigos de Nueva York. Y esto, estar acurrucados así… Ahora me da miedo no poder tenerlo. Sobre todo a ti.

La vulnerabilidad que se traslucía en sus palabras me encogió el corazón.

—Pase lo que pase con las entrevistas, encontraremos un modo de solucionarlo.

Su mirada se iluminó. Pareció ocurrírsele algo, y se incorporó un poco.

—¿No teníamos que ir a casa de Hanna?

Me erguí de pronto.

—¡Mierda!

Con manos torpes, fui a coger el móvil de la mesita baja y estuve a punto de tirárselo a Pippa en el regazo. En cuanto encendí la pantalla, vi una notificación: un mensaje de mi hermana.

«Esta noche no hay cena. Nos vamos a Nueva York. Todo el mundo se junta allí. Ven con nosotros en cuanto puedas».

Y después de eso venía un emoticono de bebé.

—¿Cómo? —Y entonces caí en la cuenta—. Oh. Ohhh…

—¿Qué pasa? —quiso saber Pippa.

—Esta noche no hay cena en casa de Will y Hanna. Pero antes de decirte lo que pasa quiero estar seguro de que estás conmigo y con todo lo que tenga que ver con mi familia y mis amigos.

Se acercó más.

—Ostras, sí, lo quiero todo.

Le mostré el móvil para que pudiera leer el mensaje. Primero pareció confusa, pero enseguida entendió de qué se trataba.

—¿Quieres ir? —pregunté.

—¡Joder, claro! —exclamó, sonriéndome. Se volvió y se inclinó para sacar el móvil del bolso, que había dejado en el suelo—. Hanna me ha enviado un mensaje también a mí. —Lo leyó—. Se disculpa porque seguramente no podremos vernos estos días.

Le sonreí.

—O a lo mejor te presentas y le das una sorpresa.

Pippa volvió a mirar su móvil y se le saltaron las lágrimas.

—Ruby también me ha enviado un mensaje. No quiere perdérselo. ¿Todo el mundo va a ir allí a celebrarlo?

—Seguramente. Y en condiciones normales yo me quedaría aquí, enfrascado en mi trabajo. Pero si tú quieres ir, yo también —dije—. Están chiflados y son unos mandones, pero… creo que encajarás a la perfección.

Se echó atrás, haciéndose la ofendida.

—¿Crees que estoy chiflada y que soy una mandona?

—No. Creo que eres divertida, inteligente y traviesa. —Me incliné hacia delante y le di un beso en la nariz—. Creo que eres preciosa.

Ir a la siguiente página

Report Page