Beautiful

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12. Pippa

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Jensen asintió, tomó mi mano y me depositó un beso en la palma. Contemplé sus manos, mucho más grandes que la mía. Mi piel resultaba muy clara en comparación con la suya. Mis brazos estaban libres de pulseras; mis uñas, libres de esmalte. Llevaba más de una semana sin maquillarme. Ostras, algunos días ni siquiera me había molestado en ponerme sujetador.

—Han sido dos semanas muy raras —murmuré.

Asintió con la cabeza.

—Exesposas y matrimonios de mentira —dije—. Recorrer la costa Este bebiendo y ver cortar leña a los machos.

—Yoga matinal y canciones desafinadas —añadió él—. Las canciones desafinadas me gustaron.

—Mi parte favorita.

—¿Has dicho que fueron tu parte favorita? —preguntó con una sonrisa desvergonzada.

—Está bien, puede que haya habido un par de momentos mejores.

—Lo cierto es que yo he disfrutado cada momento —dijo, y luego se paró a reflexionar—. O casi.

Sospeché que se refería a Becky.

Alcé la vista y esperé a que me mirase a los ojos.

—¿Volveré a verte alguna vez?

—Estoy seguro.

—¿Echarás esto de menos? —pregunté en voz baja.

Entornó los ojos.

—¿Me lo preguntas en serio?

No supe muy bien cómo responder a eso.

—Pues… sí. Al fin y al cabo, solo soy una chica para las vacaciones.

Apretó los músculos de la mandíbula y miró hacia un lado, parpadeando con aire reflexivo. Finalmente, al cabo de casi un minuto de tormento para mí, me miró otra vez e inspiró hondo.

—Echaré esto de menos.

No supe con certeza si se refería a mí o al sexo, a la cabaña o al simple hecho de estar alejado de todo. Sin embargo, exclamé, casi sin aliento:

—¡Bien!

—Estoy seguro de que la primera noche que vuelva a pasar en mi cama me sentiré muy solo —añadió, y noté que mi cerebro fruncía el ceño, esforzándose por comprender aquello—. Pero no podemos hacernos ilusiones y pensar que esto pueda llegar a alguna parte.

—Yo no me hago ilusiones —dije un poco ofendida, echándome hacia atrás—. Sencillamente digo que me gustas.

Tras deslizar otra vez su mano bajo mis rodillas, se puso de pie, levantándome sin esfuerzo. Los peldaños de madera parecieron moverse bajo sus pasos seguros; la puerta del dormitorio se abrió con un simple golpecito de su hombro.

Y de pronto tenía la espalda sobre el colchón. Jensen, encima de mí, me observaba con sus ojos verdes.

—Tú también me gustas a mí.

Quise grabar a fuego el resto de la noche en mi memoria permanente: su forma perezosa de desnudarme, a sabiendas de lo que había bajo la ropa; cómo se levantó y se tomó su tiempo para colocar su jersey sobre el respaldo de la butaca del rincón; cómo regresó conmigo, mirándome a los ojos mientras se arrastraba hacia mí sobre la cama.

¿Eso era hacer el amor?

Mientras miraba fijamente a Jensen, encima de mí, atento al modo en que sus manos se deslizaban por mis pechos desnudos, me sentí de pronto muy ingenua. Creía haber hecho el amor con Mark y con otros tíos con los que me había encariñado. Le había dicho a Mark que lo quería, y pensaba que así era. Sin embargo, desde el principio, el sexo requería alcohol o era un acto apresurado, y yo había dado por sentado que aquella clase de pasión impaciente significaba amor.

Pero al mirar a Jensen en ese momento, mientras descendía por mi cuerpo con los ojos abiertos y las manos sinceras y anhelantes, tenía la sensación de que hasta entonces nunca me había tocado un hombre de verdad. Chicos, muchos. Nunca un hombre que se molestara en tomarse su tiempo y explorar. Y lo que lo hacía distinto no era solo su forma de tocarme, sino cómo me sentía yo cuando me tocaba: como si él pudiera exigirlo todo y yo fuera a dárselo sin lugar a dudas; como si, cuando estábamos solos así, no tuviese motivo alguno para esconder un solo centímetro de mi piel.

Apenas había oscurecido. Oímos los sonidos que hacían nuestros amigos al preparar la cena y sus risas mientras disfrutaban de una copa de vino, pero en el piso de arriba Jensen y yo nos tomamos tiempo para tocar, saborear y jugar. Se corrió en mi boca con un gemido indefenso. Me corrí contra su lengua con un grito sofocado por el dorso de mi propia mano, y nos besamos, besamos y besamos durante otra hora más hasta que quise tenerlo debajo de mí, excitado, con el cuerpo frenético de deseo. Le até las manos al cabecero con mi blusa y disfruté de su mirada encendida, de la tensión de sus músculos inmovilizados mientras contemplaba cómo me lo follaba.

Seguía sin ser muy hablador. Sus ruidos parecían actos realizados bajo coacción; los gruñidos y gemidos en voz baja, el «joder» sorprendido que se le escapó cuando me corrí y lo notó, el jadeo. Quise embotellar sus sonidos para comérmelos después. Quise embotellar su aroma para revolcarme en él.

Después de desatarlo para dejarle jugar con mi cuerpo como yo sabía que le gustaba, deslicé las palmas de mis manos por el sudor de su piel, pecho arriba y a lo largo del cuello. Estaba cansada; él estaba a punto, y sus manos me levantaron mientras sus caderas me follaban rápido, con fuerza. La cama protestó, gimiendo y dando golpecitos contra la pared. Me ardían los muslos, y la vena que Jensen tenía en la frente se hizo más prominente a medida que se acercaba al orgasmo. Sus dientes rechinaron en el camino hacia el placer, sus manos se clavaron en la carne de mis caderas.

Fue un polvo como Dios manda y fue, sin duda, el mejor de mi vida.

Cuando se corrió, jadeando y boqueando bajo mi cuerpo, contemplé su cara para grabarla en mi memoria. Jensen no estaba pensando en su bandeja de entrada, en su equipo ni en la fusión y los contratiempos de última hora que pudieran estar esperándolo el lunes. Solo pensaba en el deslizamiento de mi cuerpo alrededor del suyo, en su necesidad de correrse, en mí.

Se dejó caer contra la cama con los brazos extendidos a los costados y el pecho palpitante.

—Madre mía.

Me incliné para besarlo y le lamí el cuello y la mandíbula, saboreando la sal de su piel.

—Madre mía —repitió, esta vez más bajito—. Ha sido una pasada. Ven aquí.

Encontró mi boca con la suya y me chupó con ternura el labio inferior. Yo tenía doloridas las articulaciones, la entrepierna. Jensen me colocó de lado y me apoyó la mano en el culo para que no me apartase demasiado. Me besó despacio y con dulzura, como un amante que tiene todo el tiempo del mundo, tiempo para relajarse, para ponerse tierno y para volver a excitarse.

Nos saltamos la cena.

Una verdadera lástima, porque, a juzgar por el olor que llegaba hasta la parte superior de las escaleras, era de las buenas.

—Espero que os hayáis divertido ahí arriba —nos dijo Ruby más tarde, con una sonrisa, cuando bajamos a la cocina—. Porque Will ha hecho paella, y os aseguro que puedo pasarme el resto de mi vida comiendo solo eso.

—¿Volverá Will a casa con nosotros? —le preguntó Niall.

—Hemos jugado una partida de ajedrez a muerte —dije—. Ni Jensen ni yo estábamos dispuestos a rendirnos hasta el final.

La sonrisa de Will fue ladina.

—Ya. ¿Ajedrez? Pues sonaba como si estuvierais colgando cuadros.

Niall asintió con la cabeza.

—Desde luego, no cabe duda de que estaban clavando algo ahí arriba.

Bajé la mirada al suelo, emitiendo un sonido a medio camino entre la risa y la tos.

—Bueno, Pippa no tiene mucho espíritu deportivo. Ha perdido y se ha puesto violenta —bromeó Jensen, inclinándose sobre los fogones y echando un vistazo a la amplia sartén aún llena a medias de paella—. Excelente. Nos habéis guardado un poco.

Will se echó a reír.

—Creo que he preparado cantidad suficiente para setenta personas. Todos hemos comido hasta reventar.

Cogió la cuchara mientras Niall sacaba dos cuencos del escurreplatos. Muy pronto, Jensen y yo estábamos inclinados sobre la barra de desayunos, metiéndonos comida en la boca como si lleváramos semanas sin comer.

—¿Estáis listos para volver a casa, chicos? —preguntó Hanna al grupo, apoyándose contra la encimera que estaba junto al fregadero.

Todos mascullamos alguna forma de negativa. Nadie quería pensar en el final del viaje. Era como si nos dispusiéramos a abandonar un campamento de verano. Todos habíamos hecho las habituales promesas internas silenciosas y las acostumbradas declaraciones externas de ser amigos para siempre, de no perder nunca el contacto, de hacer aquello juntos al menos una vez al año… pero la verdad era que solo nos habíamos apartado brevemente de la vida real. Sobre todo para Jensen, que llevaba años sin disfrutar de unas auténticas vacaciones, ese viaje era una anomalía que no se repetiría en mucho tiempo. Saldría de allí y volvería a ser el hombre estructurado y adicto al trabajo que siempre había sido. Regresaría a su sitio cada fragmento de aquella capa exterior que había conseguido quitarse de encima, revelando al hombre apasionado y alegre que estaba debajo.

Lo miré en el momento exacto en que me miraba. Nuestros ojos se encontraron, y en los suyos vi el reconocimiento tácito de lo agradable que había sido.

Había sido… inesperado.

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