Beautiful

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16. Pippa

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Un millón de veces en la historia del mundo, una chica había telefoneado a un chico. Un millón de veces, también, la chica se había puesto así de nerviosa, como si fuera a vomitar, y se había planteado durante diez minutos si sería buena idea.

Eran poco más de las once aquí, lo cual significaba que quizá estuviera en casa, o al menos que el bufete estaría vacío… Era posible que viera la llamada de un número de Londres, que confiara en que fuera yo y que respondiera.

¿Verdad?

Marqué con cuidado, apretando cada número con dedo firme. En el móvil, solo tenía que pulsar su foto para llamarlo. Pan comido. Pero no quería, porque esa fotografía era un selfi que nos hicimos con sombrero de paja en mitad de unos viñedos, estando un poco achispados. Ver la foto me traería una avalancha de recuerdos. Esto, en cambio, solo era una serie de números pulsados en un orden determinado. Impersonal. Lógico. Yo era matemática; trataba con números todos los días. Me tomé mi tiempo, dejé que mis dedos pulsaran cada tecla sin pensar conscientemente en una secuencia o patrón; no quedaría ni rastro del número en mi memoria. Así no podría llamarlo de forma accidental a cualquier hora, ni los números se desplegarían en mi mente sin haberlos invitado.

Introduje el último dígito y me llevé el auricular a la oreja con mano temblorosa.

Una pausa.

Un toque.

El corazón me palpitaba tan fuerte que me costaba respirar.

Otro toque, que se cortó a medias.

«Joder, ha cortado», como si él hubiese mirado el móvil, hubiese visto el número del Reino Unido y hubiese rechazado la llamada.

Tenía que haber otra explicación, pero a mi cerebro no se le ocurría ninguna.

Había visto que lo llamaba. Había rechazado la llamada.

Me puse a caminar por el piso. Quizá hubiese configurado el móvil durante el horario laboral para que saltase el buzón de voz después de un solo toque. Quizá estuviera en mitad de una cena y hubiese rechazado la llamada automáticamente.

Me puse una película, pensé demasiado, me dormí en el sofá. Cuando desperté, aún era de noche y el reloj de la chimenea indicaba las 3.07. Mi primer pensamiento fue para Jensen.

En Boston serían poco más de las diez de la noche.

Fui hasta el teléfono del dormitorio antes de despejarme y volví a marcar el número de la hoja, con menos cuidado que antes. Escuché cómo sonaba una vez. Dos. Y luego, a medio camino del tercer toque, volvió a saltar el buzón de voz.

Realmente había rechazado la llamada.

Me dije que debía colgar y noté que se me tensaban los músculos del brazo para apartarme el teléfono de la oreja. Sin embargo, no pude hacerlo. Me odié a mí misma al escuchar el saludo, con la mandíbula apretada y los ojos muy abiertos.

—Ha llamado al buzón de voz de Jensen Bergstrom. Estoy conduciendo o lejos de mi teléfono móvil. Por favor, deje su nombre, su número y toda la información necesaria, y le devolveré la llamada.

Bip.

Noté un escozor inexplicable en los ojos, respiré agitadamente en la línea y estampé el auricular del teléfono con fuerza.

Volví a casa de mis madres dos semanas después de regresar de Boston. Coco despejó su cuarto de costura, que había sido mi dormitorio. Con Lele trabajando a jornada completa en el bufete de abogados y Coco pintando en el desván, tenía la sensación de que mi infancia se reiniciaba.

Tuve entrevistas laborales por teléfono con seis personas distintas y llamadas de seguimiento de otras tres empresas. Salí dos veces. Una fue con un tío de las oficinas de R-C con el que llevaba siglos hablando, aunque solo como amigo, y ahora que estaba sola… La otra fue con un hombre trajeado de zapatos brillantes que conocí en el metro y que me recordó a Jensen. Las dos citas estuvieron bien y hasta fueron agradables. Sin embargo, en ambos casos rechacé un beso de buenas noches y me fui sola a casa.

Siempre había oído que la ausencia aviva el cariño. La idea me hacía reír. La ausencia de cualquiera de mis novietes anteriores solo servía para que me fijara en otros. Sin embargo, en este caso, aunque solo habían pasado unas pocas semanas desde la última vez que lo vi y una parte de mí tenía ganas de darle un puñetazo en el estómago por rechazar mi llamada, era como si no pudiera pensar en nadie que no fuera Jensen.

Sus dos naturalezas se enfrentaban en mi mente: el hombre que sabía ser tierno, divertido y atento, y el hombre capaz de olvidar cuándo me marchaba de la ciudad, rechazar mi llamada y hacerme el amor solo si estaba delante de él y le resultaba cómodo.

—Estás tremendamente distraída —dijo Coco, sentándose junto a mí en el banco del piano.

—Estoy esperando noticias de Turner, en Boston. Me dijeron que les gustaría que fuera allí para hacer una entrevista cara a cara.

Pulsé con el índice la tecla del do central. Aunque lo que acababa de decir era cierto, no era el motivo por el que llevaba diez minutos mirando fijamente el piano. Pero no pensaba mencionar el nombre de Jensen en voz alta. ¡Y una mierda!

Levantó las cejas.

—Desde Londres. ¡Uau, cielo, eso lo dice todo!

Cogió mi mano entre las suyas y la frotó con suavidad.

—¿No vas a buscar un puesto aquí, como segunda opción?

Encogiéndome de hombros, contesté:

—No quiero segundas opciones.

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