beLIEve — Prólogo

beLIEve — Prólogo


La habitación oscura y cerrada estaba llena de música ruidosa. El humo del cigarro que fumaba el hombre permaneció en el aire por un buen rato, pero desapareció rápidamente… No había ningún olor peculiar en el espacio cerrado y todo era gracias a un purificador bastante avanzado que estaba diseñado precisamente para casos como este.

En una habitación que podía acomodar hasta a diez personas, un hombre de mediana edad, vestido con un traje desaliñado, estaba sentado solo en un mullido sofá de un solo asiento, fumando un puro. Tenía coñac, una marca que era difícil de conseguir en el mercado. Gruñó y bebió, presumiendo los cientos de miles de wones que había en las gotas que se derramaban de su vaso. Era como un hombre bebiendo agua.

—¿Por qué tarda tanto? ¡¿Qué diablos es tan importante como para que me haga esperar?!

El hombre gritó tan fuerte que la música a todo volumen se escuchó como un susurro desafortunado así que, el otro sujeto, el que estaba justo detrás de él, se inclinó angustiado y murmuró una oración pequeña justo sobre su oreja. Sin embargo, lo único que tuvo como respuesta fue el sonido de una bofetada terrible sobre su mejilla cuando gritó:

—¿Qué clase de excusa es esa? ¿Y dices que tengo que esperar aquí? ¡A la mierda! ¡No importa lo asombrosos que sean sus bailarines ni la comida que me den! ¿En qué parte del mundo esto parece algo legal? ¿No ven que me estoy arriesgando? Además de eso, un niño tan pequeño…

El hombre, cuyo rostro se ensanchó lo suficiente como para contener el alcohol dentro de sus mejillas, se puso de pie en un solo movimiento. Al mismo tiempo que el pesado sofá era empujado hacia atrás, los tres guardaespaldas, los que esperaban como si estuvieran acampando en el fondo de la habitación, dieron un paso a la vez y esperaron por otra de sus instrucciones. Tenían una apariencia terriblemente tensa que no concordaba en absoluto con la forma tan brillante de sus uniformes.

Fue en ese momento en que la música, que sonaba de un modo que le hacía doler los oídos, de repente se convirtió en una música lenta y somnolienta. Las luces brillantes sobre el escenario oscuro hicieron que se centrara la atención en medio de la pista así que el hombre, que se estaba quejando, rápidamente hizo una mueca ante el cambio de atmósfera y chasqueó la lengua como si de verdad no pudiera soportarlo ni un segundo más. Luego, nuevamente, enterró su pesado cuerpo en el sofá y se humedeció los labios con el coñac helado. Ya había tenido que esperar hasta ahora, así que tenía que ver la sorpresa con la que le iban a salir a continuación.

La espera no fue larga.

Pronto, la cortina de terciopelo color vino que colgaba de la pared opuesta se agitó y una delgada persona salió lentamente hasta ponerse frente a él. Era un joven de estatura moderada, ni pequeño ni grande, con un físico increíblemente delicado… Una atmósfera extraña fluía de él cuando caminaba, descalzo y con la cara siempre apuntando hacia adelante. Sus ojos estaban ligeramente cubiertos con su cabello negro, por lo que su cara no era del todo visible. Sin embargo, era claro decir que todos estaban de acuerdo en que era alguien muy joven como para llamarlo adolescente. La delgada línea de la barbilla, los labios rojos y gruesos y su nuca, estaban pintados de colores primarios y, además de eso, su ingle era visible incluso debajo de la gran camisa blanca que llevaba encima. Algo tan increíblemente erótico que incluso les hacía agua la boca. Sin mencionar esas piernas largas y suaves que se estiraban y se retraían a voluntad. No se revelaba ninguna emoción en su pálido y pequeño rostro y sus ojos negros, que se veían poco a poco a través de la capa de su pelo, eran lo suficientemente profundos como para ocultar cualquiera de sus pensamientos.

Como una persona que ha vivido toda su vida en la miseria, era un chico que incluso se sentía vacío. Una muñeca bien elaborada. Inexpresivo, solo, menor y de cierta manera, decadente.

Sentado en el sofá, el hombre se comió la figura del joven que caminaba por el escenario, perdió las palabras que iba a pronunciar, y bebió hasta la última gota de su coñac dorado… Era la verdad, solo mirarlo le había despertado la sed.

El bailarín, que caminaba hacia adelante, se dio la vuelta y comenzó a bailar lentamente al ritmo de la música. Su cuerpo esbelto y firme, temblando como si se estuviese derritiendo por la música somnolienta y sus finas yemas en sus dedos y pies encantaron a la gente en cuestión de un segundo y así, a medida que la música continuaba y vibraba, la belleza intensa crecía y crecía hasta que los dejaba sin respiración. El aire en la habitación cerrada, donde estaba funcionando el aire acondicionado, se calentó rápidamente hasta un punto en que no solo el hombre sentado en el sofá se sintió entusiasmado, sino también los tres guardaespaldas que estaban detrás y el hombre sentado a su lado con la espalda doblada. El secretario, que iba solamente para fines de negocios, tampoco pudo apartar los ojos de él.

El bailarín bailó lentamente y se desabotonó la camisa.

Cada vez que la clavícula y el pecho se revelaban poco a poco, su piel blanca brillaba bajo la luz y se sentía, como si te invitara poco a poco hasta que morías de ganas por poner la lengua sobre él. Cuando la piel sudorosa y los pezones ligeramente levantados se revelaron y desaparecieron a través de la luz y las sombras, el niño se mostró abiertamente apetitoso.

Los ojos del sujeto que tragaba su coñac, estaban brillantes. La expresión del bailarín, que había sido inexpresiva como una muñeca de aparador, se deshizo como si estuviera borracho por la música.

—Ese es el botín —murmuró el hombre que estaba mirando esa bella danza mientras se secaba los labios con la lengua. Sacó una hoja de cáñamo en lugar de un puro y se lo puso en la boca junto con un filtro… Pero en todo este tiempo, incluso mientras encendía el mechero y le ordenaba al secretario que hiciera los trámites necesarios para comprarlo, ni siquiera apartó la mirada del precioso bailarín. De ese hermoso infante. Cuando se imaginaba a ese hombre arrodillado entre su entrepierna, chupándole la verga con sus labios codiciosos y rosados, la sangre se vertía hacia abajo haciendo que sus pantalones fueran incómodos. El hombre abrió la cremallera con manos urgentes y se tocó la carne húmeda.

En ese momento, el bailarín, que se balanceaba obscenamente en un palo en medio del escenario, desabotonó los botones restantes de su camisa, se los quitó y se quitó la ropa también para terminar tirándola en el suelo… Bajo la luz, un cuerpo desnudo, blanco y terso como cerámica, resaltó deslumbrantemente. Llevaba una tela negra del tamaño de la palma de su mano que apenas cubría su pelvis.

El cuerpo del bailarín, que creía suave, estaba envuelto en músculos tensos. Tal vez se deba a que está haciendo movimientos complicados y en realidad su cuerpo sea más delgado de lo que parece en realidad. ¿Quién sabe? Pero lo sorprendente es, que también había una cicatriz. Por supuesto, pese a lo terrible que parecía no había tiempo para descifrar sus numerosas heridas ni para pensar de más en su pasado… Menos aún, cuando también había un accesorio que no se ajustaba en absoluto a su cintura. Una funda de cuero negro a ambos lados de la pelvis por encima de su diminuta tanga… Los bailarines de barra, casi desnudos, no son adecuados para andar llevando cosas así en medio de sus presentaciones, pero, de todas maneras, mientras cumpliera su función de ser terriblemente estimulante, supuso que estaba bien.

La gente en la habitación estaba un poco nerviosa después de darse cuenta de la pequeña pieza que lo cubría y rápidamente, aflojaron sus rígidos hombros y lo vieron con un poco más de atención de la necesaria, balanceando su espalda de una manera más que fascinante. Moviendo su cabello, cerrando los ojos… Cuando la tensión desapareció de los rostros de los guardaespaldas, el bailarín se acomodó en una pose extraña, con las piernas torcidas en un poste. Se sostuvo con una sola mano y giró una y otra vez y otra vez… Fue una buena forma. Y mientras sacudía el pecho como para seducir a la audiencia, sacó una pistola. Giró el arma con los dedos como si fuera parte de su show, lamió el cañón… El hombre, todavía sentado en el sofá, jadeó e hizo un rápido movimiento de masturbación con la mano. Una mamada, su cara hundida en él, no, no solo quería eso. No podía soportarlo porque quería agárrale esas nalgas redondas de inmediato y clavarlo contra él.

El chico se acercó.

—¡¿Qué estás haciendo?! ¿Ya terminaste de bailar?

Cáñamo y licor y el baile de un bailarín que se sentía lujurioso. Fue allí cuando, como si el bailarín bromeara con la audiencia, sujeto con fuerza la pistola en la punta de sus dedos y la levantó hacia el frente. La cargó… El hombre que se estaba frotando el pene abrió los ojos a un nivel impresionantemente intenso y después, los guardaespaldas, que miraban al bailarín como si estuvieran poseídos, se estremecieron en un segundo y enderezaron la espalda.

Pero ya era muy tarde.

Bang, bang, bang.

El ruido que les hacía cosquillear los oídos era más rápido que sus propios movimientos. El fuego que continuó sin dudarlo, era preciso y terriblemente brutal y, había ocasionado que primero la sangre brotara de la frente del hombre, el que era la audiencia principal. E inmediatamente después, que la sangre salpicara de uno de los guardaespaldas. Los otros dos también tenían balas alojadas en el pecho antes de que incluso tocaran las armas que llevaban acomodadas en la funda de su pantalón. El secretario, que gateaba por el suelo para huir, se ensangrentó de inmediato, se convulsionó y quedó vuelto un lío incluso antes de llegar a la puerta. Los disparos llenaron la habitación y para que no se escuchara demasiado, la música subió muchísimo más de nivel. La habitación secreta cuenta con un aislamiento acústico perfecto así que, por supuesto, no había testigos, ni llamadas desesperadas y el bailarín, ese lindo niño, terminó por desaparecer después de que todos los hombres hubieran perdido el aliento.

La habitación se llenó de un olor desagradable a sangre y pólvora… Pero la expresión del bailarín, mientras miraba a su alrededor con esos pequeños ojos inocentes, era inmutablemente fría.

Confirmando que estaban todos muertos, el bailarín insertó lentamente la Colt en la funda.

—…

El rostro del bailarín se arrugó en un instante debido a los sentimientos que tenía firmemente insertados en su interior. Quería escupir o vomitar debido al asco que le causaban, sin embargo, el joven, que se había conformado con escupir palabrotas, se dio la vuelta… En apenas unos minutos, el público estaba muerto y él se había ido sin dejar rastro.

Solo quedó música fuerte, luces de colores en el escenario. Y sangre.

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