Battlefield

Battlefield


Battlefield

Página 8 de 16

Efectivamente, hicieron un equipo junto con otros chicos. A pesar de que el tiempo transcurrió tan rápido, Liam y James se llevaban demasiado bien en la cancha. Me concentré en ambos y noté el compañerismo. Sonreí para mí y Kenna me miró con curiosidad.

—Es demasiado bueno, ¿cierto? —dijo, carraspeando.

—¿A qué te refieres? —pregunté, mirándola de reojo.

—A que se lleve tan bien, inclusive con tus padres. Yo no creo que a mis padres les agrade ninguno de mis novios.

—Es posible que sea porque has tenido cientos…

—Es posible, pero a veces siento envidia.

—¿Envidia? —pregunté extrañada. Los ojos cafés de Kenna se veían ansiosos y curiosos.

—Sí, encontrar un chico como Liam, popular, amigable, responsable, respetuoso y que te ame de la manera en que lo hace, no es tan fácil —dijo, mirando el juego.

—¿Cómo sabes todo eso?

—Liam fue el primer chico que me habló cuando llegué a la secundaria, él me ayudó a adaptarme. Era tan solo una niña y él fue muy amable, hasta que se convirtió en el chico popular al año siguiente, por haberse convertido en jugador de futbol. Entonces, empezamos a perder conexión…

—¡Oh…! —exclamé sorprendida.

El partido había terminado. Liam se había quitado la camiseta y caminaba hacia nosotras. Detrás de él venía mi hermano, tirándose agua en el rostro.

—¿Cómo lo hemos hecho? —preguntó Liam. No pude concentrarme en sus palabras, sino en su pecho lampiño y su perfecto y moldeado abdomen.

—¡Lo han hecho bien! —aseguró Kenna, dándome un codazo.

Agité la cabeza y parpadeé rápidamente. Lo miré a los ojos.

—Lo han hecho increíble —dije con una sonrisa.

—Este hombre es una máquina —dijo James, agitando su cabello. Tomó las cosas que estaban en la banca—. Vamos, muero de hambre.

—¡Apuesto a que sí! Podrías comerte el universo si te fuese permitido —dije.

Liam se acercó para rodearme los hombros con su brazo; a pesar de que estaba sudado, olía bien, lo contrario a mi hermano. James podía oler a mono mojado o a perro sudado, pero nunca a algo agradable. No me importó que Liam estuviese sudado, le rodeé la cintura con mi brazo, mientras caminábamos detrás de James. Kenna iba a la par nuestra, cantando una patética canción de la barra de futbol de Standford, la cual James le había enseñado. Entonces, los dos se unieron, cantando al mismo tiempo.

Parecían dos loras sufriendo de hambre.

La noche llegó, y con esta la cena. Liam estaba sentado a mi lado, tan cerca que mis padres sonreían como si estuvieran viendo una película romántica. Era demasiado impactante para mí que ninguno de los dos dijera o pensara algo negativo.

James empezó la conversación.

—¡Padre, se ha ganado el sobrenombre! —Usaba ese tono de ansiedad que lo delataba. Lo conocía a la perfección, cuando le agradaba algo hacía énfasis en ello todas las veces que le fuese posible

—¿Ha jugado tan bien? —preguntó mi padre.

—Lo ha hecho.

—¡Te hemos nombrado el arrasador! —dijo DJ, con esa voz ansiosa que me estresa.

—¿El arrasador? —preguntó, mostrando pequeña risita.

—Sí, porque eres bueno en el campo de fútbol y arrasando en el campo de batalla de mi hermana —dijo DJ. Me vi obligada a taparle la boca.

—Creo que hablas mucho, pequeño monstruo —le susurré.

Miré a Liam de reojo, él seguía sonriendo.

—Oh, ya entiendo.

—No es fácil tratar con Aria, creo que es muy exigente —susurró mi padre, pero pude escucharlo a la perfección.

—¡Padre! No. —Él empezó a carcajearse.

La cena llegó, todos empezamos a comer. DJ lo hacía de una forma descontrolada, James, muy rápido; y papá y mamá como si estuvieran en una cena importante. Sin embargo, Liam estaba comiendo con esa delicadeza que me intrigaba.

—¡Entonces, Liam! —dijo mi padre, retomando la conversación que pensé (por un momento) que había olvidado—. ¿Eres oficialmente parte de la familia?

—Bueno. —Él me observó y yo traté de evadir su mirada. Mordía y tragaba, mordía y tragaba; sentía caer la comida tan pesada en mi estómago que tuve ganas de vomitar—…, si están de acuerdo.

—¡Claro, arrasador! —gritó DJ, poniéndose en pie sobre la silla, obligando a Liam que chocara su mano contra la de él. Liam lo hizo, riendo.

—¡DJ, siéntate! —ordenó mi madre, y yo no pude evitar mirarla.

Algo empezó a moverse dentro de mí; sabía que estaba mal. Debía salir de ahí, así que me puse en pie.

—¡Disculpen! —dije y salí corriendo.

Corrí hacia los baños, lo más rápido que pude, traté de contenerme, pero sentía una fuerza ejercer sobre mi estómago. Me puse la mano en el abdomen y abrí la puerta del baño. Me dirigí hacia uno de los retretes y alcé la tapa, empezando a vomitar.

Sentí por un instante que había terminado, pero continué una y otra vez. Era asqueroso y preocupante.

—¿Aria? —Era la voz de Kenna. Quise mantenerme callada, pero seguí vomitando y ella insistiendo—. ¿Aria, eres tú? —Empecé a sentir que mi cuerpo se calentaba, demasiado, y sentí que la espalda me sudaba.

Ella tocaba la puerta y yo bajé la tapa del inodoro. Abrí y me miró, aturdida.

―¿Qué fue eso? —me preguntó.

—Kenna, no es lo que crees.

—¡Aria, más te vale que no lo sea! Porque soy capaz de hablar con tus padres.

—No es eso. Es solo que comí algo que me cayó mal. Por favor, no le digas nada a mis padres —dije, tratando de calmarla.

—¿Estás segura? No puedes mentirme, Aria.

—Estoy segura, solo no le digas o ellos…

—Vamos a la habitación —me dijo, ayudándome.

 

A pesar de que sentía un gran alivio en mi cuerpo, era posible que Kenna pensara que fue algo que quise hacer a propósito. No la culpé por pensar en eso. Cuando era más pequeña, antes de que nos separaran, amaba tanto la danza como la amaba en ese momento, y fui víctima de la bulimia. Yo era muy delgada, pero escuchaba de las chicas mayores que para mantener el peso comían y luego vomitaban, haciéndoles creer a sus padres que todo estaba bien. Yo me obsesioné con esa idea, pues quería ser delgada todo el tiempo, para poder bailar siempre, así que empecé a bajar más y más de peso, hasta que Kenna se dio cuenta y le contó a mi madre.

Mi madre, a pesar de saber que hacía tal cosa, no pensó que fuera a mayores hasta que me diagnosticaron bulimia nerviosa, purgativa, cosa que la preocupó de tal manera que me mandó a rehabilitación. Entonces, volví a nacer de nuevo, pero cuando estaba a mitad de la secundaria, dos años atrás, tuve una recaída. Dejé de comer y me volví anoréxica, pasaba todo el tiempo contando calorías, practicando más de veinte horas por semana, regalando o escondiendo los alimentos. Finalmente, tuve otro problema de salud que me dejó inestable por más de dos meses.

Mis padres me obligaron a detenerme; recibí los siguientes meses de clases en la casa, vigilada por mi madre las veinticuatro horas del día, y durmiendo con mi hermano, porque él también estaba preocupado por mí. Creo que fue ese momento de nuestras vidas en que nos unimos más. Me recuperé, subí algo de peso, me había mantenido sana hasta entonces. Fue algo muy difícil, era posible que por eso Kenna se preocupara de esa forma, pero, podía asegurar que no tuve esas intenciones.

Tocaron la puerta de la habitación; ella abrió la puerta, enseguida vi a Liam entrar. Me miró fijo y se mantuvo en silencio, mientras se recostaba contra la pared, detallándome. Sus ojos azules estaban oscuros. 

—Lo siento, por dejarte —empecé a decir, pero no servía de nada.

Me puse en pie y busqué un suéter para cubrir mis brazos desnudos. Caminé hacia él y lo tomé de la mano—. Demos un paseo —le pedí.

Él me miró cansado y me siguió.

 

A unos pocos metros del restaurante, había un pequeño quiosco.

Amaba los quioscos, sus estructuras eran hermosas, muchas de ellas siempre tenían alguna historia dibujada adentro, y ese quiosco no era la excepción.

Liam había permanecido todo el transcurso de la caminata en silencio. Tal vez esperaba que dijera algo relevante, pero no sabía qué decir con exactitud. Entonces, nos encontramos en el centro del quiosco, mirándonos con los ojos iluminados por las luces que lo rodeaban. Puse mi mano derecha sobre su mejilla izquierda; la suavidad de su rostro era agradable. ¿Cuántas veces había hecho algo semejante? Sus ojos azules resaltaban y una serie de brillos le pintaban el rostro. Supuse que adoraba ese segundo en silencio, observándonos detenidamente, sintiéndonos tan cerca, pero tan lejos.

Era algo muy irónico, pocos días atrás estaba aterrada, no quería perderlo, pero ¿cómo lo iba a perder si ni siquiera lo tenía? Él estaba en lo cierto, debía vivir el hoy y no arrepentirme de ello.

Todo ese miedo se convirtió en lo absurdo.

Podía escuchar su respiración, era profunda, me hacía vibrar, era como si solo estuviéramos los dos en el universo.

Nunca antes había sentido algo similar. Él rompió el silencio.

—¿Me contarás tu secreto? —me preguntó, mirándome con profundidad, tratando de encontrar una respuesta con solo mirarme a los ojos.

Suspiré. Parecía saber que había algo más allá de una simple chica que amaba la danza.

Se sentó en medio del espacio y yo me coloqué a su lado. Nos vimos de frente, quise tomarle las manos y así lo hice.

—Mi secreto es muy… horrible. Al menos para mí. —Se quedó quieto, apretó mis manos con fuerza y luego suavizó el agarre—. ¿Estás seguro de que quieres saber mi secreto?

—Aria, ¿aún no has entendido lo que somos y lo que siento por ti? —Asentí. Era una pregunta retórica, pero me acomplejé al formularla en mi cabeza una y otra vez.

—Liam —empecé a decir. Tragué saliva y lo miré a los ojos—, desde que era muy pequeña, he sido una adicta a la danza. He llegado a esos límites de los cuales no puedes pasar. —Cerré los ojos con fuerza, luego los abrí—. Llegué a ser una niña bulímica, tuve que ir a rehabilitación y recuperar una vida. Hace dos años, me volví anoréxica y luché contra eso. Llegué a casi estar al borde de la muerte. Después de no poder practicar por más de dos meses, me aseguré de volver a hacerlo y me comprometí a no volver a caer. Y no lo he hecho hasta ahora.

Bajé la cabeza y esperé que él dijera algo, pero se mantuvo en silencio. La tensión era demasiada. Alzó mi rostro y me obligó a verlo.

—Estoy orgulloso de ti. Sé que puedes continuar así.

—¿No te hace cambiar la forma en cómo me ves? —Sonrió con ternura.

—Aria, esta eres tú, la chica de la cual me enamoré con solo verla. ¿Te has enterado de la gran luchadora que eres? No es fácil salir de ese hoyo y mantenerse lejos de él. Simplemente amo todo de ti, tu pasión, tu sinceridad, tu cuidado, tu paciencia y tu locura. Esa locura de querer hacer todo a la vez, de querer hacer todo bien. Esta es la persona que he esperado, la persona que necesito, la persona que quiero. Inclusive amo esa absurda forma de querer explicar todo en una sola frase. —Cada una de esas palabras las mencionó con un susurro, como el susurro del viento acariciar las hojas de los árboles.

Colocó su mano detrás de mi cuello y enterró sus dedos en mi cabello, con suavidad. Sentí una sensación de cosquilleo en mi estómago.

Nuestras frentes se sostuvieron entre sí. Ambos cerramos los ojos y juré que escuchaba su corazón latir con fuerza.

—¿Qué hay de ti? —Ambos abrimos los ojos—. ¿Cuál es tu secreto? —Liam suspiró y sentí su piel fría. El clima no estaba a nuestro favor.

—¿Mi secreto? —Separó su frente de la mía. Pude sentirlo tensarse por la pregunta. Su expresión había cambiado muy rápido. Volvió a ver a un lado, con curiosidad le tomé de la barbilla, y él volvió a verme. Suspiró—. Cuando era niño, era bailarín. Me encantaba bailar y dejar que mi cuerpo se expresara como quisiera. —Se mantuvo en silencio unos segundos; logré sentir más y más la tensión

—¿Y qué sucedió? —preguntó, tomándolo de la mano.

—Lo abandoné. —Frunció el ceño y enseguida relajó el rostro.

—¿Por qué? —pregunté.

—En el primer año de secundaria fui bailarín. Mi madre me entrenaba, junto con mi hermana; conocía cada paso, cada movimiento, estaba más avanzado que cualquier chico de mi edad. Entonces, ese año, empecé a ser atacado. Los chicos grandes me hacían bullying y llegaba deprimido a mi casa. No quería hacer nada, ni siquiera practicar, no quería saber de nada.

Mi hermana siempre me suplicaba que bailara con ella y yo le contestaba de manera grosera, así que ella se alejó de mí por un tiempo. Después, al segundo año, vi a unos chicos practicar fútbol; mi padre era un experto y pensé que tal vez no era tarde para desarrollar la capacidad de jugar bien. Mi papá me entrenó durante todas las vacaciones y el segundo año hice la prueba para entrar al equipo; resulté ser bueno, luego muy bueno y para el tercer año: excelente. Me nombraron Capitán y me volví más popular, me convertí en esto: el chico más popular y el mejor jugador de la escuela.

—¿Sufriste bullying? —pregunté; él asintió con la cabeza. Miré sus ojos y vi que se habían humedecido—. ¿Aún te gusta danzar? —Él me miró con seriedad.

—Amo verte bailar, me hace recordar cuando lo hacía, con esa pasión y esa fuerza. Con el fútbol no es lo mismo, es semejante, pero de una forma diferente. Escuchas los gritos de las personas, el ánimo, las chicas gritando tu nombre y luego la palabra campeón; todo sucede tan rápido que al día siguiente no sabes si fue real y realmente lo lograste. Al contrario de la danza, en donde escuchas la música, todos están en silencio, la concentración es absoluta e inimaginable. Entonces, te proyectas en el escenario y todos te prestan atención y solamente tú puedes escuchar tus pies chocar contra el piso y hacer vibrar todo el escenario, es mágico, es único, pero tampoco es suficiente. No importa ninguna de las dos, siempre esa sensación te llenará por un momento y al otro se esfumará.

—Pero es lo que te hace querer volver hacerlo —dije y él alzó el rostro.

—Esa era la diferencia entre la danza y el fútbol. Después de que dejé la danza, nunca más sentí esa ansiedad, en cambio, con el fútbol sentí que cada día incrementaba más y más, por esa razón nunca extrañé la danza, no hasta que llegaste. —Me puse en pie.

—Baila conmigo hoy —le dije y él levantó. A pesar de que aún sentía malestar en mi estómago, no quería dejar pasar la gran oportunidad de vivir ese momento.

Había algo de duda en su mente, lo comprendía, pero no deseaba nada más que sentir su cuerpo al lado mío, ambos moviéndose como uno.

El arte de la danza era aquella sensación poderosa de anhelar más, de saber que se puede hacer más. Los dos teníamos nuestros secretos, nuestras pesadillas, pero me había prometido a mí misma estar con él hasta que fuese necesario.

Tomó mi mano y colocó su mano derecha en mi cintura, con delicadeza. Bailamos un silencioso vals. Escuché la música en mi cabeza, cerré los ojos y me concentré en ella. Era perfecto, el momento era perfecto.

Experimenté la elegancia de sus manos, sabía a la perfección cómo equilibrar la fuerza con gracia. Me elevó, haciéndome sentir libre; extendí los brazos y me deslizó por su cuerpo, lento, hasta dejarme pisar el suelo.

Había un fuerte olor a flores frescas, bañadas por el agua, y a tierra mojada. Tal vez todo venía de mi mente, pero se lo transmití con los movimientos gráciles y repentinos. La fuerza y la agilidad nos unieron a los dos. Nuestros corazones se agitaron con rapidez. Podía escuchar su respiración violenta; sus manos se movían por mi cuerpo.

Nos encontramos en el momento más intenso, donde combinamos esos movimientos contemporáneos. Sus pies seguían mis ritmos, me alejé de él, corriendo en una dirección opuesta, pero me alcanzó, tomó mi mano y me jaló. Caí en sus brazos y me abrazó con necesidad, empezando a darme vueltas. Me elevó de nuevo, con más rapidez. Me bajó, le rodeé la cintura con mis piernas, y abrí los ojos.

Entendí la situación, la entendí. Ambos nos habíamos olvidado de lo que queríamos. Él, una verdadera pasión, y yo, una verdadera pasión. Ambos nos necesitamos más de lo que creíamos. Entonces, sus labios rozaron los míos. Su respiración estaba agitada, la mía también. Enterró sus dedos en mi cabello, yo enterré los míos en los de él. Sus labios penetraron los míos, era tan cálido, tan perfecto. Se intensificó el momento y pude sentirlo jugando con mi boca; hice lo mismo.

Era intenso y perfecto, era algo que nunca antes había sentido, era lo que siempre había esperado.

Era él.

 

 

 

 

«Hay muchas cosas que no entendemos. Muchas de ellas se convierten en nuestra mayor lucha, y otras tantas, solo nos hacen recordar de dónde venimos y hacia a dónde vamos. Pero, no hay nada que supere lo que siento por ella, lo que haría por ella, lo que sacrificaría por ella. Porque, cuando te das cuenta de lo que realmente vale, te das cuenta de que cuando lo pierdes, hay un gran vacío que nada puede llenar. Solo Dios.

Mientras tanto, la lucha en nuestro campo de batalla será constante».

 

—Liam Forest

 

 

 

Salí de mi habitación. Los siguientes días habían sido intensos, pero lo único que quería en ese momento era verlo. Estaba lista, había arreglado todas mis cosas y solo deseaba estar con él.

El fin de semana pasó tan rápido que en un parpadear de ojos nos habíamos enterado de que era hora de irnos.

Papá y mamá estaban concentrados en hacer que todo funcionara como ellos querían; habían empezado a despedirse de todos los trabajadores y sus familias, y era posible que estos estuvieran de camino a sus casas. Entonces, con mis cosas ya organizadas, bajé y las metí en el auto.

Busqué a Liam. Experimentaba una desesperación por estar a su lado, y apenas habían pasado unas horas desde que nos vimos. Respiré profundo y lo busqué. Lo vi junto con mi familia, cerca del auditorio. Corrí hacia ellos, cuando llegué, saludé a mis padres y sin dudarlo le di un beso en los labios. Ese tipo de beso que tus padres nunca esperarían ver de parte de su hija.

—¡Oh! —dijo mi padre. Ese «oh» fue un poco dramático, supuse que no lo veía venir.

—Amor… —dijo mi madre, mostrando una risita, ese tipo de risita con la que mi padre se mantenía callado, solo para escucharla—. Me recuerda a cuando éramos jóvenes. —Mi padre soltó una risa.

—Bueno, eso fue cuando éramos jóvenes.

—¿Quién dijo que somos viejos? —preguntó mi madre. Por un segundo, sentí que la sangre se me subía a las mejillas. Mi padre besó a mi madre con tanta pasión que no dudé que realmente era hija de ellos. Y entienden al punto que quiero llegar.

James se sintió incómodo.

—No era necesario que hicieran eso en público. —Y se retiró.

—Eso es asqueroso —dijo DJ. Mi madre dejó salir carcajada.

—Cuando tengas una novia, no pensarás eso.

Liam me tomó la mano, sonriendo. Luego, me miró y me susurró en el oído:

—Aria, quiero darte algo.

—¿Darme algo? —pregunté y mi curiosidad aumentó.

—Sí, ven.

Ambos nos alejamos de mi desastrosa, pero hermosa, familia. Liam me hizo correr hasta el quiosco.

Me miró a los ojos y me dijo:

—Cierra los ojos. —Lo hice. 

―¿Qué sucede? —Sentí sus manos cálidas ponerse sobre mis párpados. Subimos las escaleras, a paso lento; él apartó sus manos.

—¡Abre los ojos! —Abrí los ojos. Sobre la superficie de cemento de los bordes del quiosco, había dos zapatillas: unas rojas y otras rosado pálido.

—¿Son para mí? —Él sonrió.

—Baruch me dijo que era posible que para el cascanueces la protagonista use las zapatillas rojas, así que las compré para ti. Y también sé que necesitas unas para practicar.

—¿Pensaste que voy hacer la audición para El cascanueces?

—Sé que lo harás. Te gustan todas esas obras, El cascanueces, El lago de los cisnes, Las zapatillas rojas… No te quedarías atrás.

—¡Oh! Liam, gracias. —Me le lancé encima, rodeándole la cintura con mis piernas, y lo besé—. ¡Te amo!

Él me miró atónito, yo lo miré extrañada.

—¿Qué pasa?

—Debí haber sido yo el primero en decirlo. —Enarcó una ceja, con una sonrisa de lado.

—¿Ahora competirás conmigo? —pregunté; él se carcajeó. Ese gesto tan hermoso que hacía que se me erizara la piel.

—Siempre te dejaría ganar. —Sonrió.

—Gracias por haberme elegido —dije sin pensar.

—Yo no te elegí, tú me elegiste. —Me dio otro beso, pero este más apasionado.

A lo lejos, escuché la camioneta de papá sonar la bocina.

—Creo que es hora de irnos.

Ambos reímos y salimos de ahí corriendo. Había sido la mejor experiencia que alguna vez pudiera haber tenido junto con él.

 

Los días habían pasado tan rápido, que no supe en qué momento había llegado la audición para el cascanueces. Había preparado mis zapatillas nuevas durante toda una semana, suavizándolas, adaptándolas a mis pies, mojándolas con un poco de agua, haciéndoles todo lo posible para que estuvieran perfectas para el casting del cascanueces.

Esa semana, Liam me había prometido que iría conmigo y que estaría ahí, apoyándome; sabía que en aquel momento era lo mejor que podía hacer. Si él estaba ahí, era posible que no entrara en pánico y sobreviviera a la presión.

El cascanueces podía ser algo fácil a simple vista, pero había muchos pasos que tomar en cuenta, además de otros detalles.

En el edificio del instituto Milasborn, había un gran teatro, donde se realizaban los recitales del instituto y los castings más importantes. Numerosas chicas pasaron, encontrándose con jueces muy críticos, jueces que nunca antes había visto. Estaba acostumbra a ver a Baruch, pero, esta vez, ella solo era parte del público que tenía permitido ver el casting, que eran muy pocas personas.

Estaba nerviosa, las manos me sudaban y me temblaban. Me pregunté si recordaba todos los pasos, pero no era el momento de pensar en eso, era el momento de entrar.

—Aria Bennet —había dicho una voz varonil y muy grave. Eso me causó un escalofrío, el cual recorrió toda la piel de mi cuerpo.

Caminé hacia el escenario y miré la luz que venía desde la cabina de sonido. Uno de los jueces había dicho algo, pero no escuché, estaba nerviosa.

Al fin la música comenzó a sonar. Tenía que interpretar la primera parte de la obra. Los movimientos y los pies no me fallaron en ningún momento, sin embargo, cuando debí compartir la escena con un chico diferente a Liam me sentí confundida.

Me había acostumbrado a su cuerpo, a sus manos a fuertes y delicadas, a su respiración. Por un instante, quise detenerme, pedir un reemplazo, pero no lo hice, me mantuve profesional. Esa parte de la escena fue un caos total en mi mente, me había equivocado en algunos pasos, pero intenté remediarlo, para que no se notara como un grave error.

Los nervios habían alcanzado el límite y podía sentir como mi cuerpo respondía a la situación. Él estaba bien, pero yo, psicológicamente, no lo estaba.

—¡Es mejor que te concentres, o habrás venido en vano! —susurró el chico, quien poseía grandes ojos grises y cabello negro azabache. Su rostro se mostraba serio y sabía que estaba llegando al punto de dejarme en aquel escenario sin ninguna ayuda. Su boca dibujaba una línea fina y su mandíbula estaba tensa.

Tragué saliva, pues él tenía razón. Debía concentrarme en hacer un buen espectáculo, hacer que ellos quisieran ver más, a pesar de que me había equivocado unas cuantas veces.

Ir a la siguiente página

Report Page