Battlefield

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Entonces, cerré mis ojos con fuerza y me imaginé a Liam. Alguna vez, él tuvo que haber bailado esta maravillosa historia, pero no estaba segura de ello y fuera lo que fuera no lo podía averiguar en ese momento. Me encontré en una posición más satisfactoria, recordé lo pasos que seguían y no parecía estar del todo en problemas. Pero, escuchaba el susurro de Liam en mi oído decir:

—No puede ser.

«¿Tan mal se ve?», le pregunté, como si pudiera leerme los pensamientos.

Finalmente, el momento terminó. No sabía con exactitud en qué me había equivocado; esperaba que no me eliminaran de algún buen papel, aunque yo anhelaba el principal. Sin embargo, debía esperar las siguientes semanas.

Tres semanas de sufrimiento.

Abandoné el escenario después de un crudo y áspero:

—Gracias.

Caminé hacia los camerinos, donde estaban todas las chicas cambiándose. Me empecé a quitar la ropa, necesitaba irme de ahí, respirar, abrazar a Liam y que me dijera que iba a lograrlo.

Pero, en vez de eso, lo único que pude conseguir fue un comentario de una de las chicas más avanzadas de las clases de Ballet. Hannah.

—Era preferible que mantuvieras la distancia. El cascanueces no es una obra simple, si así lo pensabas. —Vi a la rubia, Hanna, frente a mí, con una ceja arqueada y el rostro serio. Tenía los brazos cruzados y tras de ella habían otras tres chicas más—. No tendrás ese papel, tenlo por seguro.

No la miré, ni siquiera por curiosidad, tan solo la evadí. Salí de ahí con parte de la ropa de ballet puesta y me dirigí al estacionamiento, donde se encontraba el auto de Liam. Crucé los brazos, me sentí molesta y luego airada. No sabía por qué, ¿acaso lo había echado a perder? Claro, eso ya no importaba, si no obtenía el papel debía morir en paz.

Liam se acercó a mí.

—¡Pensé que estabas en los camerinos! —No respondí ante su suposición. Lo miré a los ojos, lo tomé con fuerza por los brazos; él se sorprendió y supuse que se preguntó si iba a hacerle daño.

—¿Realmente lo hice tan mal? —Mi voz sonaba preocupada, su rostro se relajó y noté que fruncía el ceño.

—¿Qué quieres decir?

—Una de las chicas allá adentro me aseguró que era mejor que mantuviera distancia. Si lo dijo fue porque lo hice mal. ¿Tan mal lo hice? —Soné alterada; entonces, puso sus dos manos en mis mejillas y me miró con ternura.

—Lo hiciste bien, casi perfecto; Baruch opina que es posible que te consideren.

—¿Es posible? No puedes decir que es posible, es como decir que tal vez sí o que tal vez no. No es algo en concreto.

—Aria, Aria. Es una audición. Solo hay que esperar un sí. —Él apartó un mechón de cabello que tenía en el rostro y me dio un beso en los labios—. Cálmate, linda —agregó.

No pude evitar abrazarlo. Me recosté en su pecho y sentí la plena seguridad en este.

Sé que era muy ridícula en este tipo de cosas, pero había algo en mi cabeza que siempre me atormentaba, me decía que no era suficiente y que debía intentarlo de nuevo. 

Pero, no era algo que pudiera repetirse. No en ese momento.

Habíamos llegado a mi casa.

Cuando atravesamos la puerta, vi que James estaba sentado en el sillón, sintonizando una película de zombis. Detestaba la idea que viera ese tipo de películas, no edificaban en nada, pero él le aplica el toque futbolístico. ¿Zombis pateándose entre sí las cabezas? No lo sé, pero debía ser algo así.

—¿Acaso no hay películas más virtuosas? —le dije. Liam caminó hacia la sala y se sentó al lado de James, quien le había ofrecido palomitas con queso.

—Aria, ¿no te ha arrancado la cabeza nunca un zombi? —preguntó mi hermano, con un tono bromista. Se metió unas cuantas palomitas en la boca y se chupó los dedos.

«¡Hombres!», pensé.

—¡Eso no existe, James!

—¡Oh! ¿Crees que no existe? —Se volteó y yo pegué un grito.

Se había puesto una de esas mascaras que usaba DJ como disfraz. ¡Odiaba esas máscaras, las odiaba! Detestaba que DJ se las pusiera, había noches en las cuales no podía dormir pensando en eso.

No importaba, solo quería tomar un baño, y luego una taza de leche con galletas recién hechas.

James corrió hacia a mí e intenté escapar.

—¡No te me acerques, James! —Liam se reía a carcajadas, mientras comía palomitas.

—¿Quién rayos le tiene miedo a una máscara de zombi? —preguntó mi hermano, quien me había agarrado entre sus brazos y me había alzado.

Me sentí como una niña, por un instante. Cuando éramos pequeños, él solía hacerlo todo el tiempo, disfrutaba jugar ser mayor que yo, en todos los sentidos, y creí que se le había quitado la costumbre.

—¡Esto es ridículo, James! ¡Bájame! —Pero ni siquiera lo pensó. Se quitó la máscara y me dio un beso en la mejilla.

—¡Me encanta esta niña ridícula! —Me miró con esos mismos ojos con los que coqueteaba con las chicas.

Una vez lo vi haciéndole ese gesto a una de mis excompañeras, en el colegio anterior. La chica se enamoró de él y, como si fuera poco, le mandaba conmigo cartas de amor. Yo se las tiraba en la cara, y una vez le dije:

—Procura comportarte como un hermano mayor, porque siento que soy yo la mayor. — Él había reído a carcajadas, pasó casi un mes haciéndome esos ojitos con los que las chicas se enamoraban. Yo los empecé a odiar.

—¡No soy una niña, estúpido! —James rio.

—¡Eres mi niña! —Me bajó y me acomodé el cabello.

—Eres un ridículo. —Liam se unió a las risas, junto con James.

Me fui a la cocina y preparé las galletas que tanto quería comer. Galletas de avena con chipas de chocolate, y sabor a limón. Las había puesto en el horno y me había dirigido a mi habitación para tomar un baño, mientras los otros dos seguían viendo la película de zombis.

A los pocos minutos bajé ya lista. Entonces, corrí a la cocina y saqué las galletas del horno. Las dejé enfriar por unos minutos y serví la leche para tres personas, sin haber contado con que mis padres estaban abriendo la puerta y DJ atravesaba la cocina gritando: «¡galletas!». Tuve que servir otros tres vasos de leche. A papá y mama les encantaban las que yo preparaba, así que no podrían resistirse.

Unos minutos después, todos estaban en la sala viendo la ridícula película de zombis, con leche y galletas en las manos. Me senté junto a Liam, que disfrutaba de las chispas de chocolate y se dibujaba un bigote de leche.

Todos se dibujaron los bigotes de leche y DJ dijo:

—¡Foto con los bigotes de leche! —Torcí los ojos y quise taparle la boca, pero papá no se pudo resistir y buscó la cámara.

Me sentí tan ridícula en ese momento; no tuve otra opción que hacerme el bigote. Papá programó la cámara y todos salimos con los bigotes de leche, sentados en el sillón de la sala.

¡Increíble!

Esa noche, James invitó a Liam a quedarse a dormir.

—Puedes dormir en el cuarto de huéspedes —había dicho mi padre; él aceptó.

No me había dado cuenta de lo cercanos que mi hermano y Liam se habían hecho. Eran como hermanos, y me encantaba la idea de que mi familia lo aceptara como parte de nosotros.

Me despedí de ambos, ya que tenía sueño. Los dejé viendo otra película de acción y no quise molestarlos; ellos sabían que no me gustaban ese tipo de películas.

Le había dado un beso y me había despedido de Liam, después le di un beso en la frente a mi hermano, y subí a mi habitación.

Abrí mi portátil apenas llegué; sabía lo que quería buscar. Lo que necesitaba. Navegué por la página principal de la Universidad de Nueva York. Busqué la solicitud para entrar y la imprimí.

Empecé a leer acerca de qué cosas podría favorecer la aceptación de mi solicitud. Debía realizar una audición, primero que todo, y luego revisarían mi expediente; dependiendo de qué tanta experiencia tuviera, me dirían si me aceptarían o no. No sé por qué razón estaba tan nerviosa, con costo podía apretar el botón de imprimir.

Llené la solicitud a mano y la guardé en una carta. Miré la postal y la dirección. Todo estaba perfecto, pero aún estaba muy nerviosa. Guardé la solicitud en uno de mis libros y, decidida a enviarla al día siguiente, me propuse levantarme temprano.

No fue un gran día, pero tampoco fue el peor de todos.

En la mañana, me levanté temprano y vi a mi hermano dormido en el sofá. Lo bueno era que el mueble era grande, lo suficiente para que ambos hombres durmieran en él. Salí de la casa y metí la carta en el buzón; luego, me devolví y vi a Liam con una taza de café en la mano.

—Buen día. —Abrí los ojos sorprendida. 

—Buen día. —Agarré el periódico que estaba en las escaleras de la entrada, aunque no tenía ni la menor intención de recogerlo—. Aquí está el periódico. —Él sonrió—. Pensé que estabas dormido —dije, pero él solo rio en silencio.

—Tu hermano está dormido, yo estaba despierto desde las cuatro de la mañana.

—¿No podías dormir? ―pregunté, tratando de evadir futuras preguntas del por qué salí de la casa temprano.

—No, es solo mala costumbre.

—¡Oh! Ya veo.

Liam no se preocupó en preguntarme algo. Tan solo entramos a la cocina y me sirvió una taza de ese delicioso café, y así comenzó la mañana. A pesar de que todos estaban dormidos, el olor a café los despertó, en especial a James, quien ya iba como un zombi camino a la cocina.

—¿Se ha levantado el zombi? —pregunté, él me miró mientras bostezaba.

—En realidad, anoche soñé que Liam se convertía en zombi y te raptaba. Esa hubiera sido una muy buena película —dijo él, y yo torcí los ojos.

—¿Sabes hay un juego que se llama Plantas vs Zombis? Deberías jugarlo un día, te encantarán los zombis, ya verás —dijo Liam. Mi hermano mostró una sonrisa.

—¿Es en serio, Liam? —pregunté, él sonrió.

—Pues… —empezó a decir. Bajó la mirada y rio en silencio.

—No, no digas más, te matará con esa mirada de zombi asesino —dijo mi hermano y ambos volvieron a reír.

Pocos minutos después, la cocina estaba llena de bostezos y tazas de café por todos lados.

Liam había servido café para todos, algo que nunca pensé que un novio mío haría.

Desde siempre pensé que, cuando mis padres se enteraran de que tendría mi primer novio, lo odiarían, yo lo defendería ante todo y nos convertiríamos en esa dramática pareja: Romeo y Julieta, pero sin un final tan dramático. Sin embargo, las cosas eran muy diferentes.

Mi padre, en cierto modo, veía a Liam como a otro hijo. Mi madre, por otro lado, le decía:

—¿Cariño, quieres esto? ¿Cariño, te parece esto? ¿Cariño?

Entonces, me preguntaba si Liam se había convertido en la salvación de la familia. No lo dudaba, porque siempre que él estaba había un equilibrio para toda situación. Ese equilibrio que alguna vez pensé que no existía.

Inclusive DJ lo invitaba a jugar PlayStation en la sala. Y parecía extraño, apenas lo conocía y ya era como su tercer hermano mayor. Me gustaba ese giro que había provocado Liam con tan solo pisar mi territorio, por primera vez había sentido que todo tenía sentido, un verdadero sentido.

Papá habló.

—¿Cómo has dormido, Liam? —Miró a mi padre, quien estaba bostezando, y enseguida contestó.

—Bien, señor.

—Dime Joe, por favor. Me hace sentir más viejo de lo que soy eso de señor; a mis empleados los tengo bajo condición que si me dicen señor, los despido temporalmente. ―Ambos rieron. Yo los miré de reojo y me hundí en el humo del café.

Era un poco cansado todo aquello de la solicitud; no podía decirles a mis padres, hasta que no tuviera una confirmación para la audición. Cuando la tuviera, era posible que les contara todo.

Sin embargo, en ese momento, algo quebró el hielo. Había notado que mi madre estaba muy callada y que mi padre intentaba suavizar el ambiente, además, mi hermano, James, se tensaba sin alguna razón notable.

Él abrió la boca y supe que había algo de lo que no estaba enterada.

—Aria, hay algo que debes saber.

—¿Qué será? —pregunté, sin tomarle mucha importancia. Tragué un sorbo de café, que me quemó un poco la garganta.

Mi hermano habló

—Dentro de dos días, me iré a Stanford. —Escupí el poco café que tenía en la boca y miré atónitos a cada uno de los que estaban ahí, inclusive a Liam, que al parecer ya sabía la noticia. Supuse que fue por esa razón que James lo invitó a quedarse a dormir.

—¿Dos días? —pregunté. Sentía que el estómago se me revolvía. Quise vomitar.

¿Alguien sabía dónde quedaba Standford? Quedaba al otro extremo del país, era posible que a seis horas de nuestro hogar. Y él tan solo lo dijo dos días antes…

—Dos días. —Miré a mi madre, que me evadió, y luego a mi padre, que volvió a ver el vaso con café. DJ estaba mordisqueando su panqueque como si nada hubiese sucedido y Liam tenía las manos rodeando la taza.

James quiso poner su mano en mi hombre izquierdo, pero lo esquivé y me puse en pie.

—¿En serio me lo dices dos días antes? —dije enojada. Una serie de emociones se mezclaron en mí. Me di cuenta de que estaba enojada, que quería llorar y que estaba riendo sarcásticamente mientras los ojos se me humedecían. James se había puesto en pie e intentó tocarme.

—¡No! ¡No me toques! —grité—. ¿No se supone que uno debe prepararse para este tipo de situaciones cuatro semanas antes? —Las lágrimas resbalaron por mis mejillas—. ¿Dos días antes? Esto es egoísta. —Y los miré con rabia, mientras James permanecía decepcionado, de pie, con las manos apoyadas en la mesa.

Fue cuando salí corriendo de ahí.

A pesar de que el equilibrio estaba presente, la presión había sido demasiada. ¿Había alguna posibilidad de que las cosas no empeoraran cuando ya casi todo estaba arreglado?

No lo sabía.

 

 

Hay una línea muy delgada entre la verdad y la mentira. Yo defino esa línea como engaño/lealtad. Es un pensamiento ridículo, hasta que te das cuenta de que vives en la realidad.

No me importaba cuántas veces mis padres me habían ocultado la verdad ―acerca de James, o acerca de sus planes a futuro― sin consultarme. Siempre estuve sujeta a ese tipo de decisiones, quisiera o no.

Pensaba que lo único que me mantenía con los pies en la tierra era mi pasión por la danza; sentir esa fuerza recorrer todo mi cuerpo hacía que la piel se me erizara. En las prácticas, la única verdad era la que el espejo del estudio me mostraba, esa silueta que no pareciera pertenecerme. Podía concentrarme en ella, dejar todo fluir, sentir a mi cuerpo pedírmelo.

Me había preguntado muchas veces si Liam sentía lo mismo, cuando lo hacía. Yo, al menos, nunca había sufrido bullying como él alguna vez lo sufrió. 

Cuando supe que mi hermano se iría a la universidad dos días después, supuse que sería un adiós definitivo. Estaba tan molesta con él y con mis padres —inclusive con DJ, que posiblemente nunca entendería mi posición— que los siguientes dos días no les había dirigido la palabra, no había comido siquiera, y tampoco llegaba temprano a casa, algo que no ocurría a menudo.

Pasaba practicando más horas de lo normal. Mis pies habían sufrido, pero no me importaba, la satisfacción era mayor que el dolor.

Falté a clases; no había visto a Liam en esos días y me concentré en lo que más me importaba o, mejor dicho, lo único que podía hacer que mi enojo se apaciguara: el recital de la preparatoria.

Me enteré que tendría uno de los papeles principales en la obra y Kenna estaría conmigo. A pesar de que sabía que las cosas en casa no estaban nada bien y que odiaba que me hiciera preguntas acerca de eso, ella nunca se cansó de tratar de convencerme de despedirme de mi hermano antes de que se fuera a Stanford.

—¡Aria! Es tu hermano, no importa a dónde vaya y cuánto te enojes con él, siempre será tu hermano, deberías apoyarlo, no enojarte —había dicho.

Me llegó al corazón, así que después de la escuela, la tarde del día que tenía que irse, corrí a mi casa.

Me sentí culpable, lo admito, y supuse que tendría tiempo para despedirme de él. Pero era tarde, ya se había ido y mis padres lo habían acompañado. No podría alcanzarlo por más que moviera cielo y tierra; esa tarde lloré como si se hubiera acabado el mundo, pero eso no me consoló. Ese día, diecisiete de mayo, mi hermano se había alejado por completo de mí.

Después de haberse marchado, seguí evitando a Liam, no quería tocar el tema, así que adopté una rutina nueva: todas las tardes que tenía libres, me iba a un parque un poco lejos de la casa. Era un parque abandonado, peligroso, pero perfecto para mí. Me dediqué a perfeccionar los pasos, a estudiar las obras, a leer, a aumentar mi capacidad de concentración, todo eso y más, hasta la obsesión.

Tanta era la testarudez que había dejado de comer, lo único que entraba a mi boca era una manzana por la mañana, y agua todo el día. No me había dado cuenta de lo que estaba haciendo. No lo sabía.

Una noche, escuché una piedra chocar contra el vidrio de mi ventana. No intenté siquiera abrirla. Estaba segura de que era Liam, pues era la única persona que tenía la mala y hermosa maña de tirar una piedra para llamar la atención.

Me puse de pie, a pocos metros de la puerta. Había cruzado los brazos y no sabía por qué estaba tan nerviosa. Aún estaba enojada con él y no quería hablar, pero Liam era ese tipo de chico que nunca se daba por vencido.

Escaló el árbol y lo vi a través de los cristales de la ventana, limpiándose las hojas que tenía en la ropa. Luego, me miró con la boca entreabierta. No entendía por qué su reacción había sido aquella, supuse que estaba viendo algo que yo ignoraba y así fue.

Caminó hacia las puertas del balcón y puso su mano sobre estas. Su aliento empañaba la ventana.

Dudé por un segundo. Si le abría, me haría millones de preguntas, si no lo hacía, entraría de alguna otra forma. Era Liam Forest, nunca se le podía decir que no, en ningún sentido, tenía ese don especial de obtener siempre lo que deseaba.

Caminé hacia él, abrí las puertas del balcón, retrocedí unos pasos y él entró, como si estuviera esperando a que le dijese que retrocediera.

Sus pupilas se habían dilatado. Por un instante, sentí miedo; no sabía lo que tanto lo sorprendía, pero, con toda la razón del mundo, él podía estar asustado, asombrado o lo que fuera.

—Aria, ¿estás bien?

«¿Que si estoy bien? —me pregunté—, ¿hace cuánto alguien no me pregunta si estoy bien?».

No importaba si estaba bien o no, simplemente no quería hablar del tema. Caminé hacia la cama y me senté en el borde. Él dudó en acercarse, pero no pudo evitarlo y se dirigió a mí, tan rápido que juré que había corrido.

—¡Aria! No estás bien, estás pálida. —Me había mirado con los ojos oscuros, tenía una expresión horrorizada en el rostro—. ¿Has estado comiendo bien?

Lo miré con seriedad, enseguida dirigí mi rostro a los espejos de la pared. Realmente estaba pálida, había perdido algo de peso y ni siquiera me había enterado.

—No lo sé —respondí; sentí como si hubiera un gran eco en la habitación. ¿Hace cuánto no escuchaba mi voz?

—¿No lo sabes? —preguntó incrédulo. Tragó saliva y me alzó el rostro con ternura.

Liam sabía cuánto me afectaba el hecho de que mi hermano me avisara dos días antes que se iría. Sabía que él y yo éramos como uña y mugre, lo sabía porque él también tenía una hermana, a quien amaba como a nadie más.

No importaba nada para mí en aquel momento. El recital de la preparatoria, que se realizaba cada mitad de año, sería en un mes, y debía practicar demasiado para él. Después de aquel recital, vendría la presentación anual de la academia Milasborn. A finales de Noviembre. Ya tenía todo bien calculado.

Liam, por otro lado, siendo el mejor jugador de la escuela, también tenía su agenda programada. Había escuchado que la temporada de fútbol iniciaba dentro de pocos días; él tendría que estar ocupado con su equipo, como capitán que era. Además de estar evitando a las chicas que constantemente se le lanzaban encima. Claro, yo nunca me había puesto a pensar en lo lejos que estábamos, después de que pasó lo de mi hermano. En cierto modo, estaba enojada con él, porque él sabía todo, mi hermano se lo había contado y durante el transcurso del campestre, me lo había ocultado.

Evité enfurecerme, alejándome, sin embargo, eso no quitaba la falta que me hacía besar sus labios.

Esa noche lo había visto diferente, había algo en él que había cambiado, y yo en cierto modo no lo había notado. Él me tomó la mano, sabía que estaba fría, pero no pareció importarle. Se sentó junto a mí y me miró directo a los ojos.

—Aria, ¿has vuelto a recaer?

—¿Recaer? —pregunté. Recordé unos años atrás, cuando había recaído en mi asquerosa enfermedad, lo había negado tantas veces que se había convertido en un hecho—. ¿Qué? No, no lo sé, Liam —respondí asustada.

¿Había vuelto a caer? ¿En serio no me había dado cuenta? Lo cierto era que mi cuerpo sí lo demostraba, tan solo habían pasado unos quince días y el cambio era notorio.

—¿Cómo que no lo sabes? —preguntó, agarrándome las manos con fuerza. Sabía que estaba preocupado, yo también empecé a inquietarme.

—Los días han pasado demasiado rápido para mí y no tengo noción del tiempo. No me doy cuenta de lo que hago, paso estudiando las obras, practicando, haciendo de todo, no tengo un momento para pensar si he comido o no. Pero… seguramente no lo he hecho —dije, y sentí mi vida se detenía, haciéndome recordar lo que había pasado dos semanas atrás.

No había duda alguna de que estaba recayendo en la enfermedad. Entonces, hubo algo en su voz que hizo que recapacitara de inmediato.

—¡Aria! Puedes morir, ¿sabías eso?

Claro que lo sabía. O al menos eso creía.

Al siguiente día, después de la justa reprensión de Liam, me preocupé tanto que empecé a comer de nuevo, de una forma exagerada. Había notado como mis costillas se habían salido, tan solo en quince días. Estaba asustada. Debía pesar más y por esa razón supuse que comer me ayudaría a que nadie lo notase, pero era evidente que alguien más lo notaría.

Kenna.

Había comido demasiado a la hora del almuerzo. Me había vuelto a reunir con las chicas, ellas estaban preocupadas por mí, pero yo les había asegurado que era por el recital que estaba cerca, que no tenía tiempo para nada. Pensaron que estaba bien, pero Kenna no lo había visto de esa forma.

Ese día mi estómago no aguantó tanta comida, se me había revuelto de tal forma que solo ver el almuerzo de los demás, me hizo querer vomitar.

Había corrido hacia el baño y Liam se había dado cuenta. ¿Cómo no iba hacerlo? Habíamos vuelto a estar juntos a la hora del almuerzo. Sus amigos y los míos. Todos estaban concentrados en la conversación, hasta que yo no lo aguanté y salí de ahí, sin decir nada más.

Había vomitado toda la comida, inclusive el desayuno. Era asqueroso y preocupante. No podía parar de vomitar, y era posible que las personas que entraban al baño se devolvieran al escucharme.

Kenna tocó la puerta y junto a ella entró Maraya, ambas diciendo desde el otro lado del baño mi nombre.

—Aria, ¿estás bien? —preguntó Maraya. Kenna ni siquiera había pronunciado esa palabra «bien», ella seguro juraría que me había provocado el vómito.

Entonces, abrí la puerta y caminé muy debilitada hacia el lavabo. Maraya recogió mi cabello.

—¿Qué fue eso, Aria?

—No fue nada.

—¿Nada? —preguntó Kenna, cruzada de brazos.

—Kenna, no —dijo Maraya, deteniéndola. Enseguida, me miró—. Mi hermano me ha contado que no has comido, posiblemente por la presentación, ¿es cierto?

—Le dije a tu hermano que no sabía —aseguré.

Esa tarde, Maraya me obligó a ir a su casa, cosa que detesté. No solo estaría vigilada por ella, sino también por Liam, quien se había negado a ir al entrenamiento, para quedarse conmigo toda la tarde.

—Les puedo asegurar que no he recaído —dije, mientras cerraba los ojos y trataba de descansar en el sillón de la casa de Liam.

Él estaba sentado al otro extremo del sillón, y había puesto mis piernas encima de sus regazos. Estiraba su brazo y me acariciaba el rostro, mientras yo me complacía por sus caricias.

Maraya había llegado con un té de manzanilla y se había quedado ahí todo el rato. Hasta que yo rompí el hielo, diciendo:

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