Battlefield

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—Bueno, aún no he muerto como para que pongan esas caras. —Cambiaron el semblante. 

—Solo estamos preocupados, Aria. No quiero pensar que la tensión, la presión y todo eso, te hagan sufrir por una estúpida presentación —dijo Maraya, con su voz inigualable. No me había dado cuenta del parecido que ambos tenían.

—No es solo una estúpida presentación, es la que me ayudara a llenar mi expediente.

—¿Expediente? —preguntó Liam y supe que había metido la pata.

—Sí, Liam. Expediente. Si alguien quiere estudiar danza profesional, debe tener un buen expediente, que refleje que ha participado en papeles importantes —dijo Maraya.

No supe qué fue peor, si el rostro impresionado de Liam o las ganas que aún tenía de vomitar.

—¡Oh! Expediente.

No importaba cuántas veces les hubiera dicho que no había recaído, que había sido solo descuido, ellos insistieron en decirle a mis padres. Finalmente, los convencí de no decirles hasta después del recital, si querían, pero sería casi un mes para poder recuperarme y sabrían que estaba bien y que no iba a ser necesario. Aceptaron.

Liam había mostrado una parte de él que nunca antes había visto. Su preocupación por mí, me hizo sentir importante para él.

Me había pedido que me quedara a dormir, dijo que hablaría con mis padres, y como no fue problema, ellos habían respondido que sí. Seguro pensaban que él podría quitarme esa ira que aún tenía, o pensaban que tenía.

No era que estuviera enojada, solo no quería tocar el tema, me convencía a mí misma. Pero ¿hacía cuánto no hablaba con ellos? Solo habían pasado dos semanas y aunque vivía en el mismo techo, parecían dos años lejos de mi familia. Casi no los veía, porque me levantaba desde muy temprano, me preparaba el desayuno y me iba. Regresaba por la noche, cuando todos estaban dormidos. Así era mi rutina diaria.

Ese día en la casa de Liam fue un alivio. No tendría que lidiar con esa rutina y sentirme mal.

Él se había quedado dormido y yo no podía hacerlo. Decidí contemplarlo por varios minutos; veía como su pecho se alzaba y luego bajaba conforme a su respiración. Se había quedado en el sillón, junto conmigo, y me había dado una cobija solo para mí, aunque él estaba descubierto. Me recosté a su lado y me aseguré de que ambos estuviéramos abrigados. Que él estuviera abrigado.

Puse mi cabeza sobre su pecho y abrió los ojos. Alzó una mano, empezando a acariciar mi cabeza con lentitud. Exhaló y su respiración se precipitó hasta relajarse. Lo abracé y él a mí.

Quería sentir su calor, estar junto a él, recordar que lo amaba, a pesar de lo que había sucedido en aquellas dos semanas. El silencio nos invadió, pero sabía que estaba despierto, contemplándose en mí, como yo me contemplaba en él.

Pocos minutos después, habló.

—¿Aria? —Dudó por un segundo; yo hice un sonido para que supiera que estaba despierta—. ¿Estás enojada conmigo por lo de tu hermano? —Abrí los ojos y miré hacia la chimenea.

El lugar estaba iluminado por la luz tenue de la luna que entraba por las grandes ventanas. Nunca había notado que justo en la pared del frente había un clásico reloj de madera; lo miré con detalle, escuché el clásico tic toc, el sonido era tan nítido que formaba un profundo eco en mi cabeza. Me agobié por un segundo y carraspeé.

—Lo estaba, pero entiendo que no ha sido tu culpa. —El suspiró.

—No pensé que te afectaría de la forma en que te ha afectado —dijo él, proporcionándome leves masajes en la cabeza.

En la mayoría de las ocasiones, Liam hacía eso cuando estaba nerviosa o ansiosa; llegaba al punto de relajación que anhelaba que nunca se detuviera. Él había encontrado una forma de relajarme aun en los peores momentos. ¿Cuántas personas habían llegado a lograrlo? Ni una, ni siquiera mi madre o mi hermano, que eran los que me ponían los pies en la tierra. 

—Liam —dije, pero sentí que la voz se me entrecortaba. Me senté, mirándolo de frente. Sus ojos azules se veían negros, su rostro estaba iluminado por la claridad de la luna. Su expresión era seria y firme. Tragué saliva, pensando bien lo que diría—, tengo miedo de perderte.

No vi ningún cambio en su rostro. La piel se me erizó.

Perder a Liam siempre había sido mi dilema. Recordé lo dramática que me había puesto cuando él me había pedido que fuera su novia. ¿Cuántas veces había actuado de esa forma? Nunca me había sentido tan ridícula como en aquella.

Liam, en cierto modo, entendía mis acciones, pero nunca llegó a comprender el verdadero dilema. La cuestión no era perderlo en el sentido de que dejáramos de ser novios, que nuestra relación se terminase, la verdadera razón era que ambos teníamos nuestras pasiones, y habría un momento en nuestras vidas en que se convertirían en nuestra mayor obsesión. ¿Llegaría el instante en que tendría que elegir entre él o mis sueños? Posiblemente, pero no solo era eso, también estaba el éxito de mi padre. Cada vez que alcanzaba una meta en un estado, debíamos ir a otro para que su carrera continuara. Sabía que sucedería en algún momento, y alejarme de Liam, cuando más lo amaba, sería un fuerte choque emocional. No tendría a mi hermano y no lo tendría a él. 

También había que rescatar el hecho de que posiblemente él conseguiría una vida profesional como futbolista. Supuse que como yo, buscaría las mejores opciones, ya fuesen de las universidades o equipos profesionales, no importaba.

Sabía que llegaría ese momento, lo sabía, pero me había dejado caer rendida ante sus palabras. Creía que ya nada de eso importaba, nada; sin embargo, en ocasiones pensaba que mi conciencia guardaba esa información en lo profundo, y por las noches, por medio de sueños, me mostraba lo peor.

—Aria, eso no sucederá —dijo él. Su voz sonaba como una canción de cuna.

—Liam, sucederá. En algún momento tendré que irme a otro estado, ya sea para estudiar o seguir viviendo con mi familia, y tú te quedaras aquí y no te volveré a ver…

—Aria, Aria. Iré contigo a donde sea necesario, estaremos juntos en esto. Claro, si es lo que deseas.

—¡Es lo que más deseo! —Suspiré—. No quiero perderte como perdí a mi hermano. Solo Dios sabe cuándo lo volveré a ver, o si lo volveré a ver. No quiero que eso nos suceda.

—Aria. —Permaneció unos segundos en silencio, me hizo que lo mirara a los ojos, puso su mano en mi rostro y sostuvo mi barbilla con delicadeza—. Eres mía y yo soy tuyo, nada ni nadie cambiara este sentimiento de amarte cada día más; es una obsesión que se intensifica cada segundo que estoy contigo, y quiero que siga creciendo, que nunca se acabe —dijo, como si se lo hubiese estado guardando por años. Se notaba desesperado, su rostro lo demostraba—. Te amo —susurró en mi oído.

Te amo, había dicho.

Te amo. Siempre pensé que cuando un hombre me dijera eso, no sería tan impactante como las demás chicas aseguraban. Pero me impactó. Tanto que me había dejado sin habla.

Las lágrimas empezaron desbordarse de mis ojos, sin ninguna buena razón, y él las secó. Colocó su mano en mi mejilla y me miró con profundidad. ¿Cómo podía llegarme de esa forma? Parecía que no pudiera evadir esa mirada, como si me estuviera desnudando y tomándome como suya.

Sus labios chocaron contra los míos. Fue como la primera vez, en aquel quiosco donde nos besamos. El sonido del violín, la risa de los niños y todo ese ambiente que había desaparecido por unos instantes, pero que había quedado en mi inconsciente. Cada vez que nos besábamos era como si nunca hubiese probado sus labios, lo que me hacía querer repetirlo y nunca detenerme. 

—¡Voy a besarte, Aria Bennet! ¡Voy a besarte! Hasta que me quede sin aliento. Entonces, me lo devolverás y volveremos a este ciclo vicioso —prometió entre besos.

No podía negar que era perfecto: obsesivo e irreflexivo. Simplemente me encantaba.

 

 

 

Una de las cuestiones más difíciles de ser bailarina era la concentración, o al menos lo era para mí. Pasé horas tratando de mejorarla. No era que estuviera distraída todo el tiempo, tan solo era el hecho que lo único que pasaba por mi cabeza cuando bailaba era mi familia, Liam y mi solicitud a la universidad de Nueva York.

Algunas de las tantas cosas me impulsaban a seguir bailando, pero mi atención no estaba centrada en las obras, estaba centrada en ellos.

—Deberás seguir practicando mucho, Aria Bennett, si no quieres que Anna Félix te suplente en el recital ―había dicho la maestra. Era la encargada del recital de la preparatoria, y había notado los tantos errores que había cometido en tan sola una fracción de la obra.

El recital sería dentro de una semana y media, y no sabía si lo lograría.

Entonces, apareció Liam al rescate.

Tenía una idea que me espantaba, que me hacía erizar los vellos de la nuca. Quería que fuera al campo de fútbol de la preparatoria, después del entrenamiento. Estaba nerviosa, nunca había ido al campo de fútbol, ni siquiera para las clases de Educación Física, ya que siempre se realizaban en otra área, un poco lejos de la cancha; pero había tomado valor y había ido a mi encuentro con él.

Estaba con su grupo de amigos, lanzándose los balones y corriendo con esa rapidez que jamás pensé ver en aquel campo. Lo cierto era que por su velocidad debía ser el más capacitado de ellos, sin embargo —aunque no era una especialista en futbol— pensé que la fuerza era más importante.

Liam caminó hacia a mí, estaba sudado y tenía una sonrisa en el rostro. Me pregunté hacía cuánto tiempo estaba ahí, pero no importaba.

—¡Llegaste! —dijo. Yo solo pude mirar espantada los balones que estaban llegando hacia a nosotros.

—No creo que esto sea una buena idea —dije. Él se carcajeó.

¿Cómo no iba a hacerlo? ¿Cuándo alguien había visto a una bailarina de Ballet clásico, en una cancha de fútbol? Era como observar a un futbolista jugando en un teatro. Bueno, yo nunca había visto algo así.

—Esto será buena idea, ya verás —dijo.

Mike se había acercado a nosotros con esa sonrisa de chico galán, o lo que quisiera parecer, que siempre cargaba encima.

—¿Estas preparada, Odette?

—¿Odette? —pregunté espantada.

—¿No se llama así la que se convierte en un pajarraco? —preguntó, enarcando una ceja.

—No es un simple pájaro, es un cisne —alegué, cruzando los brazos.

—Bueno, ya sabes. —Rio; vi a Liam imitándolo.

—No creo que importe mucho cuán grande es la ignorancia de Mike —dijo él.

Los otros amigos de Liam estaban con los balones en el césped. Todos habían hecho una gran fila y supuse que eso no sería nada bueno.

—Bien, Aria, esto se llama concentración.

Éramos solo yo y Liam, enfrente de una línea de seis chicos, cada uno con un balón. 

—¿Cómo se supone que me concentraré con ellos y un amenazante balón?

—Esa es la idea. ¿Sabes lo que hace un portero cuando debe atajar un balón? —Negué con la cabeza—. En las prácticas ponen a tres, cuatro, cinco o más jugadores, a lanzar el balón a la portería. El portero debe visualizar bien la bola y moverse lo más rápido que pueda, para atajar y no estamos hablando de un solo balón, estamos hablando de varios. Se requiere rapidez y concentración.

—¡Mucha concentración! —gritó Mike.

—¿Y, a qué viene toda la explicación? —pregunté.

—Bueno, deberás aumentar tu concentración haciendo lo mismo que el portero, pero en vez de atrapar los balones, deberás esquivarlos.

—¿Estás insinuando que ellos me lanzaran los balones y yo deberé esquivarlos? ¿Estás bromeando, cierto?

—Bueno, sí y no. —Rio—. Es una forma para que también se te quite el miedo por los balones.

—Eso es muy demente, Liam.

Le tenía terror a los balones y seis chicos estaban a punto de lanzármelos. Debía estar jugando conmigo, eso era, pensé. Pero no fue así. Cuando dio la orden, Mike se complació tirando el primer balón. No pude esquivarlo, así que Liam lo atajó antes de que pudiera lastimarme. Mike la había pateado con tanta fuerza que no me había dado cuenta de la rapidez con la que venía hacia a mí.

En los siguientes, unas cuantas las atajó Liam y otras, las pude esquivar yo. Nunca había estado tan nerviosa. Después de un rato, las cosas se empezaron a complicar. Ya no era un solo balón, ahora era de dos en dos. Creí que los chicos estaban emocionados por el hecho de hacer algo que no podían hacer por más que quisieran: lanzarle balones a una chica.

Los había esquivado todos, ciertamente mi concentración estaba en los balones que se dirigían hacia a mí.

—Ahora vamos a intensificar esto —había dicho Liam.

Me aseguró que debía bailar, de cualquier forma, como quisiera, y a la vez debía esquivar los balones… ¿Era eso posible? No importaba, debía intentarlo. Tomé una pequeña fracción de la obra que debía presentar en el recital y la dejé fluir. No fue fácil al principio, debía concentrarme en los pasos y evadir los balones que se dirigían a mí, pero lo logré. Había logrado esquivarlos y hubiera hecho una gran actuación en ese momento.

No importaban nada del alrededor, tan solo estaba poseída por ese momento, que al principio era horrífico, pero terminó convirtiéndose en una adicción.

Siempre me habían gustado los retos, poder vencer el miedo, saber que lo estaba logrando, y que por un instante, era yo contra el mundo.

 

Pero había algo más: las papas refritas de Freya y la huelga de Kenna.

«¡Queremos más frutas! ¡Queremos más verduras! ¡No queremos morir… de gordura!».

Como lo había prometido, Kenna hizo la dichosa huelga de la que tanto habló. Liam, Mike y yo, nos habíamos encaminado a la plaza que estaba en medio de la preparatoria, era un lugar amplio, lleno de zonas verdes. Ahí estaban, eran alrededor de unas cien personas. Estaba impresionada, no pensé que Kenna pudiera reunir tanta gente para una huelga contra las papas refritas de Freya y demás alimentos.

Realmente estaba suplicando por las frutas y verduras en el almuerzo. A pesar de que no eran mayoría ―para una institución de casi mil estudiantes― Kenna sentía el gran apoyo de sus colaboradores.

Tenía un altavoz, caminaba alrededor de todos los chicos y gritaba aquel patético coro que había inventado y practicado durante dos semanas. Freya anhelaba que tan solo se callara la boca, pero fue muy insistente. En menos de dos minutos, todos sus colaboradores cantaban el mismo coro. La mayoría estaba acostada en el césped, con camisetas de colores, que tenían una imagen de algún vegetal o fruta. Me sentí ridícula. ¿Realmente estaba haciéndolo?

Caminamos hacia donde ella estaba. Liam reía en silencio, Mike había corrido hacia Kenna, dándole un abrazo. Esta le dio una camiseta. Él la miró y luego nos miró a Liam y a mí, que nos acercábamos a paso lento.

—Es una piña —susurró, pensando que Kenna no lo escucharía—. ¡Odio la piña y el color amarillo! —Kenna le dio una camiseta a Liam, esta era de color verde y con un brócoli en el frente

—Bueno, por lo menos no es un brócoli como el mío. —Se dirigió a mi oído—. Detesto el brócoli.

Kenna me dio una camiseta, era anaranjada y tenía la imagen de una zanahoria.

—¿Nos estás dando camisetas de los vegetales y frutas que menos nos gustan? —le pregunté cansada—. ¡No me gustan las zanahorias!

—¡No me interesa, no te lo vas a comer, pero si te la vas a poner! ¡No te quejes! —dijo Kenna.

Se fue y Freya se acercó a nosotros.

—¡Vaya! Parecen una gran ensalada verde y. —Miró a Mike con la camiseta amarilla—… una piña. —Mike echó una sonrisa sin gracia.

—Lo hago solo porque me tiene loco —dijo.

¡Claro! A Mike siempre le había gustado Kenna, pero nunca tuvo el placer de «flitear» con ella, como siempre hacía con las demás chicas.

Liam me había contado que ellos empezaron a ser mejores amigos, cuando él se dio cuenta de que Liam le hablaba a Kenna. Pensó que sería una forma de acercarse a ella, pero luego las cosas se descontrolaron. Mike se descontroló y ahora solo quería tenerla de vuelta y no echarlo a perder.

Kenna se sentía como una gran líder, cantado las estrofas de su patético coro. Yo, tan solo me acosté en el césped junto con Liam, hablando de asuntos no relacionados con la huelga. Me había empezado a contar una graciosa anécdota de Mike, cuando fueron por primera vez a acampar.

—Mike nunca había ido a acampar, no le gustaba la naturaleza. Había pasado días insistiéndole —empezó a relatarme—, y finalmente asintió. El primer día, no sabía cómo encender una fogata, estaba jugando de listo, diciendo que sí sabía y por fin la había encendió, pero tropezó, cayendo encima de ella. Literal, se quemó el trasero y se tiró al río. —Ambos soltamos una carcajada; yo quería morir de risa—. Pero no le digas nada, lo negará hasta la muerte.

Kenna se nos había acercado, exigiéndonos cantar el coro, diciéndonos que de nada servía estar ahí sin cantar la dichosa canción.

Una hora después, la huelga había terminado, El director había llamado a Kenna, diciéndole que no tenía permiso para dirigir una huelga. Ella había echado una carcajada y enseguida le había tendido una camiseta, con una coliflor dibujada.

—¡Señor! —dijo—, no es por ofender, pero usted también debería comer más frutas y vegetales.

El director se había molestado y la había llevado a la dirección. No sabía qué había pasado, pero al final aceptó que debía haber más frutas y verduras en la comida. Kenna había salido victoriosa de la oficina del director, tenía una gran sonrisa e iba besando a todo el mundo.

—¡Realmente se le ha soltado el tornillo! —dijo Kaya, que la miraba aturdida, saltando y cantado por todos los pasillos.

—Espero que tengas suficientes para atornillarle la cabeza —dijo Melanie.

—Mi papá tiene una gran caja de herramientas —agregó Freya.

—Es simplemente perfecta —comentó Mike. Quiso retractarse, pero ya era muy tarde.

—Eres un patético, Klein, ¿piensas algún día madurar? —dijo Freya obstinada.

—Creo que eso no te interesa —alegó él, evadiéndola.

—¡Bueno! Si vas a flitear con Kenna, asegúrate de ponerle mucho empeño, no creo que las segundas oportunidades estén en la lista de deseos de Kenna McFill. —Freya me miró y yo la miré cansada—. Bueno, solo digo.

 

Esa noche, llegué a casa temprano. No tenía intenciones de seguir molesta con mis padres, a pesar de todo lo que había sucedido los días anteriores. Aún no habían llegado, así que corrí a mi habitación, abrí el computador y miré la bandeja de entrada. Había un correo nuevo: un correo de la Universidad de New York.

Quise gritar por un momento, pero también tenía miedo de abrirlo, ¿y si rechazaban la solicitud? ¿Y si los campos eran limitados o ya no habían? ¿Qué haría? ¿Echarme a morir? Bueno, no importando lo que pasara, debía abrirlo antes de proyectar una visión futura. Entonces, lo abrí y las letras me parecieron borrosas. Evadí esa parte de los saludos, mi nombre y la explicación. Solo llegué al punto en el que decía: «Presentarse en el día 5 de Junio a las 3:00 p.m. en el teatro de la universidad de New York».

¡Claro! Casi morí por un instante. El día anterior tenía el recital de la preparatoria y al siguiente debía ir a una audición en otro estado. ¿Cómo lo lograría? Entré en una crisis nerviosa.

Mi madre llegó y tocó a la puerta, yo la miré horrorizada, no sabía cómo contarle todo. No se lo había mencionado antes, lo de la solicitud, quiero decir, y no sabía cómo lo tomaría ella. Sin embargo, su rostro estaba muy relajado.

—¿Estás bien? —preguntó, caminando hacia mí. Se sentó en el borde de la cama y puso sus manos encima de sus regazos.

—Madre. —Tragué saliva—… hay algo que debo decirte.

Mi madre, que siempre tenía un rostro alegre, a pesar de que podían estar a punto de darle una mala noticia, esta vez había dejado de lado su rostro sin igual.

—¿Qué será? —preguntó, casi susurrando.

—La mañana en que James me dijo que se iría dos días después a Stanford, yo había enviado una solicitud a la Universidad de New York. —Mi madre abrió los ojos como dos platos y justo ahí, en su labio inferior, apareció un pequeño tic nervioso. Pude ver como trataba de aspirar con fuerza, sin que yo lo notara—. He recibido un correo, quieren que vaya a hacer la audición un día después del recital de la preparatoria.

Mi madre entreabrió la boca. Creo que era la primera vez que no sabía qué decir con exactitud.

Parpadeó, como si los ojos se le estuvieran secando, y sonrió.

—Me alegro, quiero decir. —Carraspeó—. Puedes hacer la audición y tal vez después del recital podemos tomar un avión e ir a Nueva York.

—¿En serio, madre? —pregunté y ella asistió.

No pude evitar lanzármele encima y abrazarla con fuerza. Quizá, después de todo, las cosas no estaban tan mal.

 

 

 

 

En el caso de Liam, su reacción fue diferente en todo aspecto a la de mi madre, cuando le conté mis planes.

—¿Nueva York? —preguntó y me miró con firmeza.

Sus ojos estaban brillantes, mostraban ese reflejo de cristal que hacía que se vieran más grandes. 

Era de noche, estábamos en el quiosco, ambos sentados en el suelo, justo en el centro del sitio. Nos mirábamos de frente, como siempre lo hacíamos cuando queríamos contemplarnos. Traté de esquivar la tensión y contestar de una forma relajada y sincera.

—Bien, supongo que… —Quitó el rostro y volvió a ver a nuestro alrededor. Varios niños pasaban cerca y gritaban entre risas. Yo los miraba por ratos, mostrando una sonrisa de satisfacción.

—¿Supones? —pregunté, al notar que no había una respuesta. No sabía que decir—. ¿Liam?

—Estoy meditando.

«¿Meditando?», me pregunté.

¿Meditando qué? Es decir, voy a ir hacer una audición para entrar a la Universidad de Nueva York y él está meditando quién sabe qué cosa.

—¿Meditas? —Se dibujó una línea fina de tensión en sus labios, luego los suavizó.

—Debes saber algo… —Evitó mirarme, quiso observar a otra dirección, lo supe por sus gestos.

—¿Qué cosa?

Claro, cuando Liam decía «debes saber algo» no era nada bueno. Algunas veces, para asustarme decía esa frase y evitaba mirarme a los ojos, pero esta vez ni siquiera lo evitaba, su mirada estaba perdida en otro lugar.

Liam se acomodó el cabello. Lo sentí tan distante: tan cerca pero tan lejos. Me desesperé, le tomé la mano con rapidez y la agarré con fuerza.

—¡¿Liam?! —exclamé, casi gritando. Él no se dignó en verme a los ojos.

—Aria. —La voz se le entrecortaba. La tensión empezó a aumentar, era semejante a los recitales, cuando sabes que el momento está a punto de llegar y sientes que algo no está bien. Él habló de pronto—… Mi padre quiere que juegue con uno de los grupos profesionales del país.

—¡Oh! —dije—. Eso es bueno, ¿no?

—No, no lo entiendes —dijo cansado—. Mi padre quiere que juegue con Columbs Crew.

—Pues, no está nada mal —dije, aunque realmente no sabía a qué se refería.

Nunca le había tomado importancia al fútbol, ni siquiera cuando mis padres me obligaban a ir a los partidos de mi hermano. 

—Aria, mi padre, quiere que juegue con Columbs Crew, eso implica que debería mudarme a Ohio y…

—¡Oh! —dije estupefacta, frunciendo el ceño—. Y eso significa que te alejarás de mí.

El peso de las palabras era demasiado. Fue ese momento crucial de la vida, en el que no sabes qué hacer. Mi mente se mantuvo en blanco unos segundos. Entonces, imaginé todo el panorama: mi hermano tomando el avión, Liam tomando un avión. Mi hermano dejando al amor de su vida, Liam dejándome a mí. Mi hermano en otro estado, Liam lejos de mí.

—O quizás no… es decir, posiblemente no me acepten en el equipo…

—¡Oh, Liam! Eso es ridículo, sabes que eres un gran jugador, sería imposible que no te aceptaran. —Me puse en pie y caminé hacia el borde del quiosco. Puse las manos en el frío cemento. Tragué saliva y respiré hondo.

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