Battlefield

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—Aria, no lo haré si no quieres. Es decir, me sacrificaría por ti si fuera necesario. —Sentí una mano rodear mi cintura.

—Liam, no vas a renunciar algo que amas, por mí.

—A veces hay que tomar riesgos —dijo, como si hubiese estado practicando un guion por dos semanas.

—No de esta forma. —Me volteé a verlo—. Haz la prueba que debas hacer. Acepta lo que tengas que aceptar y luego hablamos.

—Aria, no quiero que esto sea así…

—¿Así cómo, Liam? —pregunté un poco exaltada, pero intenté mantener el control.

—Así, como estás en este momento. Te conozco, Aria, esa mirada distante y llena de dureza, no es por nada. Encontraremos una solución. —Puso su mano en mi mejilla, con delicadeza.

Empezó a hacer uso de esas «cosas» que hacía con sus dedos. Los deslizaba lento por cada parte de mi rostro. Empezaba por la mejilla derecha, subía por la sien, se deslizaba hasta el centro de la frente y bajaba por el medio, hasta llegar a la punta de mi nariz; seguidamente, descendía su dedo pulgar por mis labios, hasta llegar al mentón y realizaba otro recorrido, subiendo por la mejilla izquierda, subiendo por la sien y luego bajando de nuevo hasta llegar a mis labios.

Yo siempre lo miraba a los ojos. Le había preguntado una vez por qué hacía tal cosa y me había explicado que era una forma de conocer mejor el rostro de una persona. Él disfrutaba hacerlo porque decía que, cada vez que lo hacía, descubría algo nuevo en mí, que era algo que siempre anhelaba hacer.

—Te amo, Aria Bennett. —Me relajé por un segundo y miré su rostro suplicante

—Te amo, Liam Forest —susurré y cerré los ojos. Deposité mi cabeza sobre su pecho. —. Ven conmigo a la audición, la próxima semana. —El suspiró con fuerza

—Iré contigo. —Entonces, se separó de mí—. Vamos, te llevaré a casa.

Ambos caminamos hasta su auto. Él abrió la puerta del conductor y, como si se le hubieran olvidado los modales, se montó al auto. Dudé por un segundo.

Liam debía de tener la cabeza abarrotada de preguntas y suposiciones. Era típico de él, a pesar de estar en todo, pero no hacer nada, Liam pensaba mucho en lo que podría pasar en un futuro, al igual que yo. No había un segundo en mi vida que no pensara en mi porvenir, en la universidad, en mi carrera, en él, en mi familia. ¿Qué sucedería en un futuro cercano? ¿Qué sucedería en un futuro lejano?

Él me vio y reaccionó. Estaba a punto de salir del auto para abrirme la puerta, pero corrí hacia él, antes de que se pusiera en pie. Me metí al auto, sentándome en su regazo, viéndolo de frente. El volante me molestaba en la espalda, pero no importaba.

Él me miró confundido.

No era yo la que hacía ese tipo de cosas, siempre era él quien me impresionaba, siempre, tomándome de la cintura, alzándome, besándome, sorprendiéndome por donde menos me lo esperaba. Yo solo ansiaba su siguiente movimiento, nunca era fácil saber qué pasaba por su cabeza, por más que lo intentaba descifrar por sus ojos.

Mi cuerpo estaba pegado al de él. Podía sentir su respiración agitada; lo miré, intentando saber qué pensaba, aunque sabía que no lo lograría. El silencio era perturbador, pero tranquilizante a la vez. Le rocé las sienes con las yemas de mis dedos. Me concentré en sentir su piel y, por primera vez, sentí que se erizaba. Puse mi palma sobre su mejilla.

—¿Te has preguntado alguna vez, qué fue lo primero que pensé cuando te vi? —Me detalló con curiosidad, sus ojos brillaban como una gran constelación.

—¿Qué fue lo primero que pensaste? —preguntó en un susurro, poniendo su dedo pulgar en mi barbilla.

—¿Quién es este chico, que ciertamente nunca podré borrar de mi cabeza? —Alzó la mano y quitó un mechón de mi rostro, poniéndolo detrás de la oreja. Sonrió.

Puse mis manos detrás de su cuello, Liam imitó el gesto, atrayéndome a él con desesperación. Lo besé, lo besé como nunca antes lo había besado. Sé que él lo sintió, la pasión que manaba de mí, necesitaba probar sus labios, complacerme en ellos. Necesitaba hacerlo recordar que no importaba lo que podía suceder en el futuro, sino lo que sucedía entre los dos en aquel presente.

Me separé y dirigí mis labios cerca de su oído.

—Te amo, Liam Forest —susurré—. No me cansaré de decírtelo, porque has sido la única persona que ha llegado hasta mis entrañas.

 

El día del recital, estaba nerviosa. ¿Hacía cuánto no participaba en uno? El año anterior, no tuve la oportunidad de ser parte de uno, porque en el lugar donde vivía no hacían ese tipo de cosas; era una ciudad un poco extraña.

Tenía todas las ganas acumuladas, pero después de varios meses la presión estaba aumentando en un cien por ciento.

Por cierto, había olvidado decir que Liam estaba entre la multitud, al igual que mis padres, DJ y la profesora Baruch. ¿Baruch? Sí, Baruch.

—Quiero ver a mi nieta actuar —había dicho un día antes, y había comprado una entrada para estar ahí presente.

—¿Nieta? —me había preguntado.

No pensaba que la Señora Baruch iría por ver a su «nieta» actuar; estaba segura de que ella estaba ahí para ver cómo sería mi reacción y mi actuación en un recital, si estaba a la altura o no. Así que, la presión aumentó a un ciento cincuenta por ciento.

Las luces estaban apagadas, todos estaban en silencio, y lo único que se escuchaba era las personas acomodándose en sus asientos y sus voces unificadas en un sonido aturdidor para mis oídos. Estábamos preparados, cada uno en su posición, esperando a que el telón se alzara.

Nuestros vestidos era largos, de color crema pálido; nuestras zapatillas eran las mismas que usábamos para las prácticas. Éramos diez chicas, todas estábamos a la espera de que el telón subiera y viéramos a luz dar contra nuestros rostros. Kenna estaba cerca de mí, ella me sonrió y susurró:

—Todo saldrá bien.

Respiré profundo y tiré una sonrisa.

El telón subió. Mi mirada estaba fija en el reflector.

«Las cuatro estaciones. Vivaldi», recordé.

Nos quedamos quietas un momento, con el rostro inerte. Me había dado cuenta de que todo había quedado en silencio, uno aturdidor. Entonces, empezó a fluir la melodía de invierno.

Miramos hacia la derecha, empezamos con un leve movimiento de brazos. La suavidad y la intensidad de los pasos debían ser notables, debía comunicar algo, algo que pudieran sentir en esos instantes. Nuestros pies se movieron en conjunto, era necesario que todas estuviéramos concentradas.

Hubo una pequeña fracción de segundo, en la que busqué a mi familia, hasta que los encontré con la mirada.

Todas nos separamos, quedamos cinco en la primera fila, y detrás de nosotras estaban las otras cinco. Seguimos con el movimiento de brazos, la delicadeza de los pasos. Cuando más se intensificaba la música, más fuerza debíamos imprimir en los pasos.

Empezaba con una melodía precipitada, enseguida debíamos adaptarnos a ella y mostrar lo que debíamos mostrar. Pero, fue en ese momento donde la concentración más me falló. Había intentado no pensar en Liam, pero fue difícil. Él estaba ahí y yo estaba en el escenario.

El silencio nos gobernó a los dos y podía asegurar que ambos estábamos nerviosos. Llegó una parte en la que Kenna y yo debíamos hacer un dueto, mientras las otras hacían pasos secundarios. Estaba concentrada y me miraba con determinación, ¿hacía cuánto no me miraba de aquella forma?

Y fue justo entonces en que sentí la voz de Liam susurrándome al oído.

—Aria…

Di una vuelta, salté haciendo un split en el aire y me detuve para realizar una reverencia. Kenna hizo lo mismo, desde el otro extremo del escenario. Nos miramos con lentitud. Las demás chicas hicieron la parte que les correspondía y, sin perder tiempo, nos unimos al grupo.

Fue difícil, lo fue, aunque quizá lo hice bien.

La música continuaba, era profunda, impactante, todas dábamos el mayor esfuerzo. Se escuchaban nuestros pies chocar contra el suelo, con fuerza, consecutivas veces.

Y llegó el final…

Sentí nauseas por un instante. Kenna me miró con una sonrisa en el rostro y corrió hacia mí.

—¿Has visto lo bien que lo hicimos? —Parpadeé y luego sonreí con dificultad.

—Sí…

—Aria, ¿estás bien?

—Estoy bien… —respondí, pero no parecía muy convencida.

La segunda presentación, después de las cuatro estaciones, me tocaba a mí sola. Estaba aún más nerviosa, las manos me temblaban y sentía un frío recorrerme la espalda. Era una de las canciones que yo había elegido y era lo que más me ponía frenética. Danzar Moonlight, de Beethoven, siempre había sido un gran reto para mí.

Poder mostrar la delicadeza del pianista al tocar esa pieza, era esencial para un bailarín. Uno debía saber con exactitud qué estaba pensando Beethoven cuando creó semejante obra de arte.

Mientras, con delicadeza, movía los brazos, me imaginaba aquel momento en el que conocí a Liam. Había estado escuchando aquella pieza la noche del día en que nos encontramos.

Era intrigante, misterioso, hermoso y arma de doble filo. Beethoven sabía lo que quería expresar en aquella melodía y yo sabía lo que deseaba trasmitir en aquel escenario.

Miedo, inseguridad, necesidad… Liam.

Liam.

Era la cura de todos mis problemas, él era lo que yo necesitaba, él era mi equilibrio, mi fuerte. Si él se iba o si yo me apartaba de él…

La melodía de Beethoven llegaba a erizar mi piel, aún después de haberla escuchado más de un millón de veces. Permitía que mis pies se movieran con delicadeza y seguridad. Estaba segura de que todos los que me observaban estaban entrando una crisis emocional, podía sentirlo, podía absorberlo, podía respirarlo.

El punto del dilema no era el piano sonando, sino el arte combinado en todos los sentidos.

Y justo cerca del final, me desplomé sin ningún motivo.

Era ese segundo en el que, entre los aplausos de la multitud, mi consiente se iba alejando de la realidad.

El telón empezó a bajar lento y escuché los pasos de las personas acercándose a mí.

—¿Aria? ¡Aria!

Podía escucharlos susurrarme con fuerza y después… todo se cubrió de oscuridad.

 

 

Las luces me empezaban a estorbar. Tan solo quería que todo estuviera oscuro. Tomé un sorbo de agua y miré hacia una esquina; allí se encontraban mi madre, Liam y Kenna. Al parecer, Kenna les estaba diciendo algo, mi madre cruzo los brazos y Liam me miró fijamente, hasta ser interrumpido por mi amiga.

Tragué saliva, tenía la garganta seca y me encontraba en una silla, en los pasillos detrás del escenario.

Una chica se me acercó y se inclinó frente a mí. Tenía los ojos oscuros y una gran sonrisa en el rostro. En sus mejillas, se le marcaron los camanances. Tenía un rostro confiable, parecía rondar los quince años.

—Tu actuación… estuvo estupenda —dijo ella. Yo la miré confundida.

¿En serio lo estuvo?

—Gracias. —Forcé una sonrisa.

Kenna se acercó con mi madre y Liam. Los tres me miraron como si hubiera cometido un gran error, pero la pregunta era: ¿qué había hecho?

—¡Debió haber sido la presión, el estrés, los nervios! —alegué, antes de que alguno pudiera hablar. Kenna me miró con seriedad.

—¿Los nervios?

—Los nervios… —alegué una vez más.

—¡Aria…! ¿Has comido últimamente? —preguntó Liam, con ese tono interrogativo en el que me hablaba cuando sabía que no estaba haciendo algo bien.

Ahí estaban esos labios, dibujando una línea fina y tensa, esos ojos brillantes y llenos de dureza y aquella tensión en su mandíbula. Me ponía muy nerviosa. Froté mis manos contra mis muslos, sintiendo el frío sudor que dejaban mis manos.

—Claro que lo he hecho —respondí en mi defensa. Aunque no estaba segura del todo. La última vez que recordaba haber comido, terminé vomitándolo todo en el baño.

Tuve un instante de duda.

—Hija… —empezó a decir mi madre, acercándose a paso lento. Puso su mano en mi mejilla, apartándome algo de cabello que estorbaba en mi rostro.

—¿Estás segura de que no has vuelto a recaer? —Sus ojos estaban casi llenos de lágrimas, algo dentro de mí se detuvo.

—Madre…

—Dímelo, Aria. —Toda mi piel se erizó.

La última vez que había utilizado ese tono de voz, fue cuando fuimos de emergencia a nuestro estado natal, Georgia. El padre de mi madre estaba sufriendo una grave enfermedad y justamente el día que habíamos llegado, mi madre miró a mi abuela. La observé por un segundo y estaba pálida, ella le había dicho «¡Dímelo!», entonces, mi abuela estalló en lágrimas y respondió: «Ha muerto».

No sabía qué era peor en ese momento, escuchar ese tono de voz de mi madre o recordar la muerte de mi abuelo.

—Yo… no lo sé.

¿No lo sabía? Podría jurarlo; los días pasaban tan rápido para mí, que había veces que comía y otras que no. Si me preguntan cuánto había comido en toda la semana, podría decir todos los días, pero tal vez solo una vez almorcé y algo en mi mente me decía que lo había hecho todos los días.

—¿Podemos irnos? —pregunté, intentando evitar la parte en la que todos se ponían en mi contra y empezaban a decirme: «¿Cómo es posible que no lo sepas?».

—No deberías… —empezó a decir mi madre, pero enseguida me levanté en mi defensa.

—¡No! No me lo negarás, es lo único de lo que tengo certeza que nunca duda de mí. —Mi madre quedó estupefacta, Liam dio un paso atrás y se volteó, como si estuviese enojado.

—Bien… —dijo mamá, tragando saliva.

 

Uno de mis pasatiempos favoritos después de bailar, era viajar. No importaba a dónde, me gustaba conocer lugares diferentes y, luego de unos días, volver a casa, aunque eso último nunca sucedía. Esta vez, eso era lo que me más me entusiasmaba, estar en otro estado y pensar que en algún momento volvería a mi hogar.

Esa noche, llegamos a la gran ciudad de Nueva York. Nunca antes había estado ahí, pero todo lo que decían de ella era cierto. Las personas, la ciudad, los edificios, inclusive el asqueroso olor de la basura, todo era como había leído, como me habían contado algunos años atrás compañeras de clase que tenían vidas más estables que yo.

Liam me había evitado todo el viaje. Entendía que estaba molesto conmigo, por lo que sucedía con mi salud y que posiblemente detestaba la idea de que siempre respondiera «No lo sé».

Pero eso no era lo importante en ese momento. Una de las cosas que más deseaba era que él estuviera conmigo, que al día siguiente me llenara de ánimos, que me ayudara a concentrarme, a hacer que esa audición funcionara, que pudiera llegar a estudiar ahí gracias a él. Estaría agradecida toda la vida.

Habíamos llegado a un hotel; mi padre había reservado la misma semana que le había dicho a mi madre lo de la audición. Él se había encargado de todos los detalles y nunca le había dado gracias por eso. Tal vez era un poco de rencor acumulado, pero al mismo tiempo me sentía culpable por eso.

—Estoy segura de que será grandioso —aseguré, tratando de dejar la tensión de lado.

—Bueno, esperemos que así sea —había dicho Liam.

No importaba qué dijera, siempre respondía algo negativo. No soportaba verlo en aquella posición.

Le supliqué que diéramos una vuelta por la ciudad. Quizá el olor a rata muerta y basura acumulada, nos relajaría un poco a los dos.

Liam se preparó para salir y me esperó en uno de los sillones de la recepción. Lo miré de lejos y él enseguida alzó el rostro. Se puso en pie y esperó a que llegara hasta él.

—¡Oh! —empezó a decir—. No pensé que las estrellas pudieran bajar del cielo.

En cierto modo, Liam siempre tenía esa facilidad de decir frases profundas con naturalidad, de forma que pudiera ponerme nerviosa, o que los vellos se me erizaran. Sin embargo, sentí que se había esforzado demasiado por decir una frase tan simple, que ni siquiera provocó nada en mí. 

—¿Eso fue una frase de algún libro? —pregunté, mirando hacia mi bolsa de mano.

—Creo que nunca te conté la verdad. —Suspiró—. No leo libros, Aria. Todas las frases me las invento.

—¡Claro! Eso ya lo sabía; estoy segura de que nadie tiene tanta habilidad de crear frases al azar como lo haces tú.

—¡Es posible! —Su manera indiferente al hablarme me molestaba, aun así, intenté no desesperarme.

Caminamos por las calles de Nueva York, las cuales estaban abarrotadas de personas y carros. Los sonidos de la ciudad eran aturdidores. Supuse que no había sido una buena idea. Aunque pasar el rato con él era lo más importante, su silencio amenazador durante todo el camino, me ponía más nerviosa que la primera vez que me habló. Entonces, me detuve en uno de los grandes parques y lo llamé.

—¡Liam! —Él me miró sorprendido, como si algo hubiese sucedido—. No debes estar así todo el tiempo. Es decir, entiendo que te molesta que esté pasando esto, sin embargo. —Tragué saliva—. No quiero que te pongas así conmigo.

—¿Así contigo? —preguntó estupefacto—. Es decir, ¡Aria! ¿Te das cuenta que, hace unas horas, estabas en un recital y te desmayaste sin dar ninguna reacción de vida? — Respiró con fuerza, tanta, que sentía que su aire atravesaba mis pulmones.

—No sabía que no había dado ninguna reacción de vida —bromeé, pero él se enojó más.

—¿Sabes lo preocupado que estuve por ti y todavía bromeas? —Frunció el ceño. 

—Lo sé, Liam, pero ya lo he dicho: fue estrés.

—¿Estrés? No lo creo. —Lo miré atónita

—¿Acaso crees que miento? ¿Dime qué razones tendría para dejar de comer? Es decir, si llego a tener algún problema de salud tendría que sacrificar mi pasión por la danza. ¿Crees que quiero eso? —Me miró con seriedad, algo en sus ojos sabía que era cierto lo que decía. Sabía que amaba tanto lo que hacía que no haría nada para alejarme de eso.

—Aria…

—Liam —lo interrumpí, tomándole la mano que estaba fría—, solo olvídalo, estaré bien, lo prometo. Pero nunca más dudes de mí. Te amo demasiado como para mentirte u ocultarte algo, si no fuera así, nunca te hubiera contado mi mayor secreto. —Me observó con los ojos humedecidos, yo sonreí.

No pudimos evitar el momento emotivo. Se acercó a mí y me abrazó con fuerza.

—Quiero que entiendas algo — susurró en mi oído—, tengo miedo de que algo grave te suceda. Si eso pasara. —Su voz empezó a quebrarse—… no podría vivir sin ti. Eres mi fuerza, mi vida, lo único que me mantiene con los pies en la tierra y las manos en el universo. Nunca hubiese sentido aquello si no hubieses aparecido en mi vida, te amo demasiado, tanto como para hacer cualquier cosa por ti. Cualquier cosa.

Y no bromeaba, Liam hacía ese tipo de cosas que nunca te imaginarías, que nunca sucederían ni en tus mejores sueños. Todo lo que alguna vez había escuchado sobre él era cierto, sabía cada día más de él y sus secretos se convertían en mis secretos. Tenía ese aire encantador, muchas veces hacía las cosas sin pensar y era algo obsesivo.

Se obsesionaba por saber cómo estaba cada día, cada segundo, a cada momento. 

—Liam… estaré bien. —Enterré mis manos en su cabello. Él apoyó su frente a la mía y me miró con esos ojos tan profundos con los que podía desnudarme si lo deseara.

Sus labios se unieron a los míos en un cálido beso.

—¿Entonces, qué nueva frase tienes para mí? —dije, evitando la parte emotiva en la que ambos lloramos como bebés a los que les quitan un biberón. Él se carcajeó—. Aparte de esa estúpida frase que dijiste algunos minutos atrás.

—La frase de hoy es: tu campo de batalla es mi campo de batalla, y el mío es tuyo. Donde quieras que vayas, yo estaré y lucharé contigo.

—¡Oh! ¿Quién ha dicho tan increíble frase? —dije impresionada.

—Liam Forest. ¿Has escuchado de él? Tiene una novia, hermosa, es el hombre más feliz del mundo. —Ambos reímos.

—¡Estaría encantada de conocer a ese suertudo!

 

 

 

Siempre pensé que era importante estar relajado para cualquier presentación formal de danza. No importaba cuánto tiempo hubieras practicado, si te encontrabas estresado algo podría salir mal, y en mi caso no fue la excepción.

No pude mantenerme quieta en ningún momento. Desde muy temprano, me había levantado para practicar. No me sentía talentosa como para llegar a hacer la audición.

Mi madre había pasado toda la mañana suplicándome que me relajara. Ella había hecho algunas audiciones para entrar a la universidad de Nueva York en su juventud, sin embargo, nunca había logrado ingresar, mucho menos después de la lesión permanente que tuvo en su pierna derecha. Pero poseía experiencia en presentaciones y recitales, algo que yo nunca tuve la capacidad de dominar.

Siempre me ponía nerviosa y me estresaba. Surgían ese tipo de preguntas que te ponen a pensar: ¿y si no doy suficiente? ¿Y si la música no es de su agrado? ¿Y si fallo? ¿Y si nunca he sido tan buena como para hacer este tipo de audiciones? Pero, mi fiel guardián ―Liam, quiero decir— me ayudó a mantenerme alejada de todas esas interrogantes, al menos por unas horas.

 

La universidad de Nueva York era enorme. Aún no podía creer lo hermoso que era ese lugar, era como estar en otra dimensión completamente diferente. Lo más impactante era el gran teatro que la universidad poseía. Era tan majestuoso, tan perfecto, era algo que nunca antes tuve la oportunidad de apreciar. Aunque, por ello, la tensión fue mayor.

Había al menos unas setenta personas esperando para hacer la audición. Yo tenía el número sesenta y ocho, uno de los últimos, algo que me molestaba, ya que odiaba esperar. Tan solo quería mostrar mi talento, que me aceptaran y poder desarrollarme a nivel profesional. Pero, primero que todo, debía tener paciencia.

Faltaba poco para que llegara mi turno, estaba en ese nivel alto de ansiedad en que sentía que no podía respirar. Era posible que fuese algo normal, pero nunca antes me había sentido de aquella forma. Era algo similar al desespero, combinado con cansancio, estrés y ansiedad. Todo mezclado, como si fuera un vaso de agua pura en que un pintor empezaba a limpiar los pinceles y los colores se mezclaban, creando un color tan desagradable que ni siquiera podrías imaginarlo en una pintura.

Era mi turno.

—Lo harás bien, recuerda: paciencia —dijo mi madre.

¿Y cómo no iba a tomar el consejo? Mi madre fue una gran bailarina en sus tiempos, ella conocía la presión que podía estar sintiendo.

Liam y ella estaban ansiosos, al igual que yo. ¿Cómo no iban a estarlo? Ambos estaban detrás del escenario, observando cuidadosamente mi presentación.

Era yo. Esa misma, la chica que desde niña amaba lo que hacía. Que se hizo adicta a la superación del día a día y a enfrentar los retos. Era yo quien me encontraba en aquel momento caminando tan rápido, pero tan despacio, por un segundo hasta el centro del escenario.

Esos tantos asientos habían presenciado magnificas obras, y justo ese día me presenciarían a mí. Un nuevo «diamante en bruto», como me catalogaba la señora Baruch. La recordaba diciéndome: «La perfección solo está presente en la persistencia de mejorar cada paso, cada día».

… Cada paso, cada día.

La única forma de saber que había alcanzado algo de la perfección era probándome a mí misma. Ese era el momento decisivo. ¿Nací para esto? ¿Podría lograrlo? No importaba cuántas preguntas hiciera, ya no podía echarme para atrás.

Escuché el sonido de mis pies contra el suelo, provocando un perfecto eco en aquel lugar. Miré a esas tres personas que estaban entre los asientos. Sentí las manos sudarme, creí que no volverían a un estado normal, al menos hasta que todo terminara.

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