Battlefield

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Después del terrible accidente de Liam, estaba segura de que las cosas no serían como antes. Su recuperación fue asombrosa, pero solía estar malhumorado porque no podía hacer las cosas por sí mismo.

Casi todos los días lo iba a visitar. Liam no parecía contento porque lo fuese a ver, ni siquiera le parecía bien que lo llamara (lo sabía, porque nunca contestaba). Fue uno de los momentos más incómodos y tristes que podían haberme ocurrido.

Su hermana me había contado que estaba molesto porque no quería que yo lo viera y que no pudiese hacer algunas cosas por su propia cuenta.

—¡Maldición, Maraya! Ni que estuviera inválido. Está exagerando ―le había dicho.

Me había molestado tanto que Liam le hubiese insistido a su hermana que me dijera que no fuese a verlo más, que ese mismo día fui a verlo, pero se encontraba dormido. Había entrado a su habitación con sigilo y me había sentado a su lado, esperando a que abriera aquellos ojos azules, pero nunca sucedió. Tan solo continuó durmiendo, como si nada hubiese sucedido. Entonces, me guardé mis pensamientos.

Su recuperación duró casi tres meses y siempre me mantuve de pie, a su lado, a pesar de todo lo que sucedía. Lo único que me importaba era que él estuviera bien.

Una semana antes de la presentación de la academia, tomé el ensayo grupal. Estaba nerviosa, ya que no quería que notaran mi posible cansancio, por causa de la enfermedad. Últimamente mi ritmo cardiaco aumentaba muy rápido y mi debilidad era mucha. Estaba enojada conmigo misma por haberme hecho esto los últimos años. ¿Sacrificar mi sueño por un padecimiento? No lo tenía planeado, pero ya era muy tarde, a pesar de que había luchado contra mis desórdenes alimenticios, nunca fue suficiente.

La señora Baruch estaba pendiente de mí. Vigilaba cada uno de mis pasos y se aseguraba de que me sintiese bien. Supuse que los síntomas habían retrocedido un poco, había hecho mi mayor esfuerzo los últimos meses para poder lograrlo, poder estar estable y concentrada en la presentación, y todo parecía estar a mi favor.

Después de haber terminado el ensayo, hice los ejercicios de respiración que la señora Baruch me había enseñado. Me había ayudado demasiado en aquellos momentos, pero no estaba segura de si me serviría para manejar la presión de los próximos días.

Un grupo de chicas se había acercado a mí, entre ellas estaba Hannah. Las súper chicas populares de la academia. Quise retirarme, dejar todo atrás, pero ellas me habían acorralado.

Hannah caminó hacia a mí, no tenía miedo, pero sí estaba nerviosa. Hannah no era tan solo una chica más, ella era la mejor bailarina de toda la academia. Liam me había contado una vez, que sus padres la inscribieron en ese lugar desde que tenía dos años de edad, además de que ella era dos años mayor que yo. La miré directo a los ojos, no quería que pensara que estaba nerviosa o tenía miedo. Entonces, ella mostró esa sonrisa con la que cualquier chico caería rendido a sus pies. Supuse que era un gesto sarcástico.

La miré con seriedad y antes de que pudiera decir algo ella habló.

—Entonces, Aria Bennett, ¿te convertirás en el próximo cisne negro? —Carraspeé.

—¿Qué quieres decir con eso?

—¿Has visto la dramática película de Natalie Portman, El cisne negro? —preguntó irónica—. Debo felicitarte, tener el papel del cisne negro es… de afortunadas. 

—¿Te molesta algo, Hanna? Es decir, ¿te molesta que una chica menor que tú te haya quitado el papel en el primer año? —Ella soltó una risita.

—¿Realmente crees que me molesta? —Todas las demás chicas rieron—. Mira, pequeño cisne negro, el próximo jueves caerás en el mismo hoyo en el que cayó el cisne negro. Debes estar segura de eso.

—¡No sabes nada de mí! Haré la mejor presentación que esta academia alguna vez pudo haber hecho. —Ella mostró una mirada suspicaz.

—No creo que una chica con anemia hemolítica pudiera soportar semejante presentación. El cansancio y la concentración estarán de por medio. Para esa suerte estaré ahí, viéndote caer, y luego yo haré el mejor cierre de toda la historia.

—Eso no sucederá —dije con firmeza. Todas las demás chicas se carcajearon—. Cuando yo suba al escenario, la gente quedará impresionada y se preguntaran: ¿quién podrá superar ese dramático final? —Hannah se mantuvo en silencio y me miró con firmeza.

No dudé en retirarme de ahí.

No tenía ni la menor idea de cómo había sabido lo de mi enfermedad, ni siquiera quería saberlo, sin embargo, la duda aún estaba ahí.

Ese día, en la tarde, llegué a la casa de Liam. Estaba en su habitación, su madre me había dejado entrar, pero antes me llamó.

—¡Aria! —Me tomó del brazo derecho y me observó, con los mismos ojos azules y profundos que Liam poseía—. Tan solo ten paciencia con él. —Yo había asentido, segura de que las cosas no serían tan malas.

Toqué la puerta de la habitación; el sonido del golpe me causó un leve frío en la espalda. Pude ver cómo los vellos de los brazos se me erizaban y enseguida él abrió. Me miró no muy sorprendido, supuse que Maraya le había avisado segundos antes de subir las escaleras. Sonreí e hice un esfuerzo por mantener el gesto.

—¿Puedo pasar? —le pregunté y sentí que me pesaba hablarle. Él formó una seña para que entrara. Lo hice y él cerró.

La habitación de Liam siempre había sido muy acogedora. Había muchos libros en su escritorio, la cama estaba arreglada, y las puertas francesas que dirigían al balcón estaban abiertas, dejando entrar una agradable ventisca.

A pesar de que muchas veces había estado en aquella misma habitación, Liam la había redecorado últimamente, así que había cosas nuevas. Había sacado todos los espejos y en lugar de eso había colocado unos posters enmarcados del equipo de fútbol Columbus crew, lo que me hacía sentir incómoda. ¿Estaba pidiendo a gritos irse de ahí para jugar con ellos y dejarme?

No habíamos tocado el tema en días, no quería tener otro momento desagradable y que a alguno de los dos nos volviera a suceder algo. Tan solo lo evadí.

—¿Cómo has estado? —El brazo de Liam parecía menos hinchado a como estaba las primeras semanas, pero aún tenía algunas secuelas. Tenía una leve marca de la cirugía que bajaba verticalmente, un poco más abajo del hombro. No se veía como una cicatriz, sino como un rasguño, algo que me alivió. Pensé que quedaría una gran cicatriz, una que haría que su brazo quedara medio deforme, pero Liam había contado con la suerte de que la fractura no había sido tan alarmante como el doctor había mencionado.

—Bien —dijo sin más.

Nuestras conversaciones ya no eran como las de antes y su rostro siempre estaba igual: decepcionado o cansado. Desde el accidente, no había visto ninguna sonrisa de parte de él. Me preocupaba que todo hubiera sido por mí. Estaba convencida de que gran parte fue mi culpa, pero los demás siempre sostenían la idea de que no fue culpa de nadie.

Quise tener una conversación normal de novio y novia, si es que todavía éramos una pareja, pero Liam no lo quería de esa manera. Se sentó en el borde de la cama, dejándome de pie, sin ofrecerme un puesto para sentarme.

—¿Estás molesto conmigo? —solté. Quise retractarme, pero él tan solo permaneció callado.

El silencio era molesto, tan… lleno de vacío. ¿En qué momento nos habíamos convertido en esos dos desconocidos? Ya no importaba nada más, solo él, pero él no reaccionaba a mis preguntas, a mi preocupación, ni siquiera se dignaba a cuestionarme algo. Estaba desesperada. 

—Liam, no sé qué nos ha sucedido, pero necesito que me hables, que me digas algo, no sé. —Él suspiró. Fue un suspiro extraño. Siempre que lo hacía parecía sonar como si tuviera todas las esperanzas, pero ese suspiro sonaba a decepción—. ¿Quieres que me vaya? Porque, si es así, no te molesto más y prometo no volver. —Lo amenacé, pero su rostro continuó igual. No me veía, no quería alzar la cara y eso fue peor que no decir nada. Sentí mi corazón partirse en veinte pedazos. ¿Había acabado todo?

Entonces, dudé por un segundo, pero luego, decidida, me volteé para irme. Caminé hacia la puerta y giré la perilla.

—¡Aria! —Su voz cayó fuerte sobre mí. Fue como escuchar a un muerto hablar, no parecía ser su voz—. Espera.

Me volteé para verlo. No sabía cómo poner mis manos, ni siquiera cómo volverlo a ver, si enojada, decepcionada o triste.

—¿Qué tienes para decir, Liam Forest? —Él torció los ojos.

—Lo siento por ser tan frío contigo estos días. —Suspiró una vez más. ¿Acaso le faltaba el aire?—. Nada de esto ha sido tu culpa y del alguna forma crees que lo fue, pero no es así. Es lo que no quería tener que hablar contigo acerca de lo que pasaría con nosotros en un futuro.

—Liam, tuviste un accidente, ¿realmente crees que eso me importaba?

—Aria, se supone que yo debía cuidar de ti, de apoyarte, ya sabes, esas cosas, y cuando todo esto del equipo e Inglaterra y tu enfermedad nos atacó…, simplemente no supe qué hacer.

—¿No supiste qué hacer o no querías hacer algo?

—No. No me malinterpretes, eres la única mujer que realmente he amado y con la que quiero tener un futuro, pero esto sobrepasa nuestras expectativas de vida.

—¡Liam, esto es ridículo! Nada de esto debía suceder. Así de simple. Si sucedió fue porque así lo quisiste. ¿Acaso no fuiste tú quien dijo: «tu campo de batalla es mi campo de batalla y el mío, el tuyo»?

—Aria, esto es diferente.

—¡Liam, nada es diferente! Desde un principio sabíamos que esto sucedería, no hay excusas para decir que nunca lo imaginamos. —Él se puso en pie y quiso caminar hacia donde yo estaba.

Estaba pálido, las manos le temblaban y me pregunté si eso era normal en Liam Forest. Sus ojos azules estaban dilatados, su respiración agitada, su cuerpo cansado. Sus hombros estaban caídos, lo que me hacía pensar que estaba decepcionado por algo.

—No quiero que esto termine así. Solo dame tiempo.

—¿Tiempo? —lo interrumpí—. ¿Realmente quieres tiempo? —dije enojada—. Bien, tienes todo tu tiempo. Solo recuerda algo. Te amo, Liam Forest, y esto es lo más ridículo que he pasado. En la mayor parte de mi vida pasé por situaciones más difíciles, sin amigos, con anorexia, bulimia, diferentes estados y nunca antes me había importado nada más que la danza. Esta vez lo eres todo para mí y, sin embargo, cuando los problemas se hacen más grandes, lo único que dices es «dame tiempo». —Alcé las manos, como si me estuviera rindiendo—. ¿Sabes qué? Tienes todo tu tiempo, ¡aprovéchalo! —Abrí la puerta y salí de ahí.

—¡Aria! —grito él. Su voz retumbó en mis oídos, pero ya era muy tarde, no pensaba volver hacia atrás, no en ese momento.

 

Por la noche, había recibido un mensaje de él.

«Debemos hablar».

Dudé un segundo en poner el pie en el suelo, levantarme y salir. Pero pegué un brinco y caminé hacia mi armario, en busca de un suéter. Tomé el celular y lo guardé en el bolsillo de atrás de mis pantalones. ¿Realmente lo estaba haciendo? Fue como si por dentro me negara, pero mi cuerpo me lo exigiera. ¿Qué tendría para decir?

Salí de mi casa, sigilosamente, evitando que mis padres escuchasen. Era posible que no me dejaran salir y no quería que eso sucediera.

Cuando abrí la puerta, Liam se encontraba a pocos metros, en el auto de su padre, con el motor apagado y la luz tenue de los faroles de la calle, iluminándole el rostro. Recordé que su carro había quedado destrozado después del accidente.

La piel se me puso de gallina. Quise devolverme, pero ya no había tiempo. Caminé hacia el auto, con los brazos cruzados, esperando pensar en algo qué decir, pero en vez de eso, mi mente permaneció en blanco.

Odiaba ese momento en que todo era incómodo, inclusive pensar en Liam me era enredoso.

Su rostro permaneció serio, en ningún momento volvió a verme, tan solo tenía la mirada fija, mirando al frente. Me quedé de pie unos segundos a la par de la puerta del auto. Suspiré.

Él estaba ahí y yo estaba nerviosa, aún no sabía por qué, pero lo estaba.

Abrí la puerta del carro y entré. Mi respiración se tensó y mi corazón empezó a latir a mil por hora. Miré al frente, las luces de los postes, que alguna vez habían sido de un color amarillo verduzco, ahora eran por completo amarillas.

Sentí curiosidad por saber cuándo las habían cambiado.

El silencio que imperaba en el auto me puso más nerviosa de lo que estaba minutos atrás. Su respiración era irregular.

Cerré mis manos en un puño y él las miró. Alzó su rostro y me vio directo a los ojos. Su rostro estaba tenso, su mirada oscurecida y algunas líneas de expresión se le marcaban en la frente. Quise tocarlo, pero puso su mano sobre mi regazo, subiéndola lento.

No era algo que Liam hiciera, podía hacer cosas más apasionadas, pero ese acto parecía un poco fuera de sí. Lo que me pareció muy extraño e incómodo. Sin esperarlo, giró su cuerpo hacia a mí y colocó su mano izquierda en mi cuello. Lo miré confundida, ¿qué supone que estaba haciendo?

Se abalanzó sobre mí y me besó con tanta intensidad, que pude sentir el amargo y metálico sabor a sangre. Había roto mi labio inferior mientras me besaba con fuerza; se detuvo y luego cerró los ojos. Lo miré con dificultad, el suspiró, yo saboreé la sangre de mi labio.

Se separó de mí.

—Aria, ¡lo siento! —Lo miré atónita.

Puse mi dedo índice sobre mi labio inferior; tenía más sangre.

Liam, como siempre lo había dicho, era un tanto impulsivo, a veces no pensaba en la consecuencia de sus actos.

—Liam. —Lo observé seria—. ¡¿Qué es lo que te sucede?!

Se alejó de mí, mientras yo me echaba hacia atrás, hasta chocar contra la puerta del auto.

—Yo, lo siento… —Detalló mi labio y luego bajó la vista.

—¿Lo sientes? —Entreabrí la boca, luego la cerré—. ¿Qué cosa? ¿Haberme roto el labio o comportarte como un idiota? —Reaccionó—. No te entiendo.

—Yo —empezó a decir—… no quise hacerte daño.

—¡No! —dije alterada—. No, no me has hecho daño, te has comportado como un idiota, un cobarde. ¡Este no eres tú!

—Puedo explicarlo, Aria —insistió. Su rostro había cambiado, ahora percibía la súplica en él.

—¿Cuál es el problema? —Lo miré con firmeza.

—Aria, la última noche que hablamos en el quiosco, era para una despedida. —Liam suspiró y cerró los puños con fuerza—. Todo fue una mentira, te había dicho que me iba a presentar el mismo día del recital, pero en realidad esa noche me mudaría a Ohio, para empezar mi entrenamiento la siguiente semana. Pero, cuando dijiste que tus padres se mudarían a Inglaterra, supe que si me iba no volvería a verte, nunca más, por lo cual provoqué mi propio accidente. —Bajó el rostro y empezó a jugar con sus manos, nunca antes había visto a Liam Forest actuar de esa forma—. No quería irme, volver y no verte aquí. Tenía que hacer algo que me obligara a quedarme aquí por fuerza mayor y un accidente de tránsito fue lo único que se me ocurrió en ese momento. Yo mismo corté los cables de frenos.

—¡¿Estás loco?! ¡Eso es un acto suicida! ¡Pudiste haber muerto ese día! —Algo en mi pecho se movía con violencia, mientras mi mente se abarrotaba de escenas del posible accidente trágico que pudo haber sufrido Liam, si hubiese sido peor.

—Aria, sé que no suena nada bien, pero. —Puso su mano en mi mejilla, mi piel se erizó.

—¡No! —dije mientras lo apartaba—. Esto es ridículo. No debiste hacer tal cosa. ¡No debiste, Liam! Esto no se trata de mí, se trata de ti. No estás bien, Liam, debiste haberlo dicho, pero atentar contra tu vida por esto es inaceptable.

—Si te lo decía te enojarías conmigo como lo hiciste con tu hermano.

—¡No, Liam, esto es diferente! ¡Yo te amo! Y daría mi vida por la tuya, pero no de esta forma, ¿se supone que esto debía hacerme sentir bien? —Negué—. No debiste haber venido. —Abrí la puerta del auto.

—¡Aria! —Salí del auto y cerré la puerta, me agaché para verlo por la ventana

—¡Liam! Piensa en lo que has hecho y cuando creas que es necesario hablar y reconocer que lo que has hecho está mal, hablamos. Por ahora, mantén la distancia. Esto no es bueno para ninguno de los dos.

Me miró con los ojos cristalizados. Algo dentro de mí se partió en mil pedazos.

 

 

—¡No! —desperté gritando.

Muchas noches atrás, había estado experimentado un estado que mi madre solía llamar crisis nerviosa. Me levantaba aterrada, padeciendo casi todas las noches durante una semana. Tenía lágrimas en los ojos, mi frente estaba empapada y un hilo de sudor recorría mis sienes hasta casi llegar a mi cuello; las manos me temblaban y sentía que la respiración me fallaba. Todas esas noches había tenido pesadillas, acerca de Liam, de mi familia, de la presentación e inclusive de mi enfermedad.

Mi madre había entrado a la habitación corriendo. Ella era la que siempre me acompañaba hasta que me quedaba dormida. Me miró a los ojos y me abrazó con fuerza.

—Aria —susurró—, todo estará bien.

Faltaban pocas horas para la presentación de la Academia Milasborn. Era probable que estuviera aterrada por eso, quizá por ello las últimas noches no lograba dormir. Pero mi madre siempre insistía.

—¿Y si no lo logro, madre? —pregunté. Ella permaneció en silencio y esbozó una sonrisa.

—Aria, eres la chica más talentosa que alguna vez pude haber conocido. No fallarás. —Me abrazó de nuevo y nos refugiamos en el sonido del viento chocar contra los árboles.

 

Por la mañana, mi madre preparó un típico desayuno que mi abuela solía hacer cuando la visitábamos. Panqueques con miel, fresas, jugo de naranja, y café para mi padre. Siempre me había gustado la comida de mi abuela y la extrañaba demasiado. Mi abuela también había sido bailarina de ballet alguna vez y siempre mantuvo un régimen saludable; era una mujer muy sabia y extrañaba todos sus consejos. Los últimos meses, le había contado todo acerca de lo que había pasado, excepto lo de mi enfermedad y las audiciones fracasadas. Me había prometido que vendría a mi presentación, así que me encontraba ansiosa, no quería defraudarla de ninguna forma.

Ella me había enseñado las bases y quería que estuviese orgullosa de mí.

Sonó el timbre y mi madre salió a abrir la puerta. No se escuchaba ninguna voz, ni siquiera la puerta cerrarse, tan solo unos tacones chocar contra el piso, con fuerza. Mi impresión fue mayor cuando vi a la señora Baruch atravesar el marco que dividía la recepción con la cocina.

Portaba un gesto serio y decepcionado. Suspiró y me miró con cansancio. Tenía los hombros caídos, cosa extraña en una bailarina, algo que nunca se veía en ella. Sus labios parecían tensos y su tez pálida. Tenía algunas ojeras, además de un ceño fruncido.

—Buen día —había dicho. Mi padre, que estaba de espaldas, la miró y sonrío con amabilidad.

—¡Señora Baruch! —dijo él y se puso en pie, se acercó a ella y la saludó—. Hace mucho no la veía, desde la presentación de Aria.

—Sí, bueno, he estado un poco ocupada con la presentación de Milasborn —dijo la mujer, con una sonrisa forzada. Odiaba ese tipo de sonrisa, siempre me daba un mal presentimiento—. Necesito hablar con Aria.

DJ la observó y le sonrió de una forma muy forzada. Se puso en pie, tomó su plato de comida y se fue a la sala.

—Dice que no le gustan las conversaciones de adultos porque son aburridas —alegó mi madre ante el repentino acto de mi pequeño hermano. Aunque, por otro lado, estaba agradecida con ello.

—Está bien —dijo Baruch.

—¿Desea desayunar? —preguntó mi madre. Entendía que necesitaba disminuir la tensión que se había instalado en el ambiente.

—No, gracias. Vengo de paso.

—Bien —contestó y cruzó los brazos—. ¿Qué es lo que sucede?

—Aria —dudó—, los encargados de la presentación se han enterado de que tienes dicha enfermedad. No quieren que actúes esta noche. —Me puse en pie y la miré sorprendida. Fruncí el ceño.

—¿Está bromeando? ¡Tiene qué estarlo! ¿Cómo se supone que dirán tal cosa faltando pocas horas para la presentación?

—¡Aria! —dijo mi madre, entonces la miré. Tenía ese rostro serio que me obligaba controlar mis impulsos. Cerré los puños y miré a la señora Baruch, que tenía los dedos entrecruzados y la mirada perdida en el suelo.

—Ellos alegan que no quieren atentar contra tu salud, yo les expliqué que estabas en condiciones para hacer la presentación, pero insistieron en que permanecieras fuera de la obra. No quieren arriesgarse a que suceda algo en medio del espectáculo.

—¡Eso es ridículo, Baruch!

—No lo es, ellos saben lo que sucedió en el recital de la preparatoria, no quieren que eso también suceda en esta obra.

—No —dije—. ¿No crees que es muy tarde para decir eso? ¿Quién me suplantaría ahora? —pregunté enojada. Baruch tragó saliva.

—Hanna Fields.

—¿Hanna Fields? Eso no es posible. Ella tiene el segundo papel, no pueden…

—Ha estado ensayando esta obra por más de tres años, creen que es posible que ella tenga ventaja sobre ti.

—Es decir, que ellos han alegado que es mejor que yo. ¿Fue todo mentira? Lo que habían dicho sobre mí.

—No, no lo fue, solo no quieren arriesgarse.

¿Solo no quieren arriesgarse? Estaba confundida, estaba enojada, quería matar a alguien.

Esa tarde, Kenna llegó a mi casa, yo estaba en mi habitación, llorando desesperada. No sabía qué hacer, aunque ya no podía hacer nada. Entonces, ella entró por las puertas de mi habitación y soltó una carcajada.

—¿Es en serio? —preguntó, la miré con los ojos hinchados y con molestia—. Nunca pensé que te verías de esta forma, tan… ¡Das lástima!

—¡Debería dar lástima! —dije, casi gritando.

Se carcajeó y caminó hacia mi cama.

—Realmente que eres muy dramática, ¿no? —dijo ella.

—¿Qué es lo que quieres, Kenna? ¿Acaso no ves que no quiero saber nada de nadie? ―dije y ella me miró con suspicacia.

—¿En serio?

—Kenna, tengo una enfermedad, arruiné mi única oportunidad para entrar a la universidad, Liam rompió su promesa, mis padres quieren que nos vayamos a Inglaterra, mi hermano no está aquí, me impidieron bailar en esta presentación, ¿y aún tienes la gracia de venir y reírte de mí?

—¡Vaya, Aria! No lo había visto de esa forma —dijo con sarcasmo.

Me di la vuelta para no verla.

—¡Vete!

—No me iré sin antes decirte algo. —Suspiró—. Eres la chica más ridícula que he conocido en mi vida. ¿Sabes cuántas personas se han muerto en estos últimos minutos que estabas quejándote? —«Kenna y su gran corazón», pensé. Puse los ojos en blanco—. Mira, Aria, sé lo que piensas de mí en este momento. «Deberías actuar como mi amiga y apoyarme y estar a mi lado», pero las cosas no funcionan así. Eres una chica talentosa, demasiado diría yo, tienes una familia grandiosa, que te apoya en todo, que te aman a pesar de todo, tienes un novio que siempre ha estado a tu lado…

—Ya no… —dije, pero ella continuó.

—No importa, aún te ama. Tienes un don grandioso y tienes una enfermedad, la cual te debería animar a luchar por lo que realmente quieres. ¿Acaso deben pasar más cosas para que puedas darte cuenta de que nunca es tarde para nada? Te diré algo, si yo fuera tú, no estaría aquí lamentándome por lo que sucede, sino tomando mis cosas y corriendo a la presentación. Enséñales lo que una chica enferma puede hacer por sus sueños, pero no lo que ellos pueden hacer con una chica enferma. Pero, si no te crees lo suficientemente fuerte, quédate aquí, lamentándote, mientras la otra rubia tonta toma tu lugar. De cualquier manera, ha pasado toda su vida ensayado por este momento, como para que una chica enferma se lo arruine por completo. —Kenna soltó una risita, se puso en pie y caminó hacia la puerta. Pude escuchar sus pasos alejarse y bajar las escaleras.

Kenna siempre había tenido los pies en la tierra y no era el tipo de chica que se rendía tan fácil, por esa razón supuse que estaba en lo cierto. Bueno, siempre lo estaba.

Me levante de mi pozo de lástima y tomé mis cosas. Bajé las escaleras y corrí a la sala.

—¡Madre! —grité y ahí estaba Kenna con ella, ambas con una sonrisa en el rostro.

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