Battlefield

Battlefield


Battlefield

Página 5 de 16

—¿Rara? Noo… —¡Sarcasmo!, me dije—. Solo muy anormal —dijo ella mientras yo salía de la habitación con todo el conjunto puesto. Sonrió—. Es perfecto.

Era una vestimenta muy casual. Unos pantalones pegados, una camiseta que estaba toda rota (pero a la «moda», como le decía Kenna), una chaqueta que se parecía las que usan los beisbolistas, en blanco y negro, y una tenis. Me preguntaba cuántas veces Kenna había ido a un juego, era posible que muchas más de lo que yo pude haber ido en un año.

—Aria —dijo ella en un tono exhausto—, dime la verdad…, ¿tienes algo con Liam? ―Cruzó los brazos, tirándose contra el respaldar del sillón.

—¡Kenna! —la regañé—. No tengo nada con él. ¿Cuál es el gran dilema de toda esta situación de si me gusta o tenemos algo o yo no sé…?

—Aria, se escuchan muchas cosas, pero nunca algo en concreto. Es decir, ¿has pensado cuánto cuesta salir en un periódico escolar? Sin embargo, tienes la página principal con Liam Forest, algo que, en cierto punto, es muy increíble, ya que muchas darían lo que fuera por salir en una portada con él. —Suspiró—. Realmente serían una bonita pareja.

—Kenna —dije—, no pedí aparecer en la portada del periódico escolar, ni siquiera sabía que había un periódico escolar, y aunque formáramos una bonita pareja, sabes bien que nunca tendríamos algo. Mis ideales están muy por encima de él. —Ella me mira con seriedad y choca sus manos contra sus regazos.

Se pone en pie.

—Pues bien… ¡Vámonos!

 

Justo como lo había imaginado, la cancha del colegio estaba abarrotada por personas que gritaban a todo pulmón. Podía sentir el dolor de cabeza empezar a atormentarme. Kenna, aunque nunca me lo imaginé, también gritaba como loca desquiciada.

Pude ver al número nueve, Liam Forest, jugando como delantero. Kenna me lo había enseñado mientras gritaba con la multitud. No entendía nada de delanteros o laterales, o por qué la gente gritaba por nada.

—¡Eso es falta! —había gritado mi amiga, uniéndose al bullicio.

Sentía que el calor, a pesar de estar al aire libre, era denso. Tal como lo esperaba, empecé a escuchar a las chicas gritar repetidas veces el nombre de Liam.

Kenna y todo el grupo de aficionados cantaban algo en coro; me pregunté si eso era lo que se hacía en todos los estadios. En un recital de danza o una gran presentación, lo único que se escuchaba era la música y al final los aplausos de la gente. El partido era algo más salvaje, por completo distinto a mi estado de confort y calma; era un atentado a mi zona de meditación.

Entonces, me bloqué de los gritos de las personas y me concentré en ver a Liam jugar. Había anotado un gol en el minuto ochenta y nueve, desde entonces todos gritaban alegría, sabiendo que estaban a punto de ganar por una diferencia de dos a uno. Me había dado cuenta de que era un gran futbolista, porque jugaba como mi hermano lo hacía, con tanta pasión y esperanza de triunfar.

A lo lejos, podía verlo poner sus manos en sus caderas y esperar que un milagro les permitiera ganar el partido. Justo en aquella milésima, el árbitro detuvo el juego y se coronaron ganadores. Todos se le lanzaron encima; la multitud gritaba con locura. Me imaginé la felicidad que debía estar sintiendo, aunque también pensé que la noche debía terminarse: yo, caminando de nuevo, rumbo a casa. Pero, antes de que eso sucediera, escuché una voz que gritaba desde lejos.

Ya me encontraba en las afueras de la cancha, caminando con Kenna, ella hablando de lo grandioso que había estado el partido. Irritada, intentaba no sonar cansada, no quería ser grosera.

Liam la interrumpió y corrió hacia nosotros, mientras yo intentaba verle el rostro bajo la luz tenue de la luna, ya que el lugar carecía de luz eléctrica. Se detuvo enfrente de nosotras y Kenna abandonó el lugar, como si alguno de los dos se lo hubiese pedido.

—Viniste —dijo, intentado quitarse el sudor del rostro. Tenía un olor peculiar a sudor, mezclado con desodorante y perfume de hombre. Me preguntaba si eso lo hacían todos los jugadores solo para correr detrás de una bola.

—Vine. Como lo prometí. —dije.

Permanecemos a una distancia de unos cuatro pasos.

—Me alegra verte aquí. —Vi sus manos moverse inquietas—. ¿Por qué no nos acompañas a una fiesta de celebración que habrá en la casa de Mike? —preguntó.

Me vi obligada a pensarlo dos veces. Mike era su mejor amigo y siempre estaban juntos para todo, inclusive para ir al baño. Bueno, no tan exagerado, pero no era que me cayera mal, tan solo no había tenido el placer de conocerlo. Lo peor de ser invitada a la fiesta era que habría chicas por todos lados, tratando de estar cerca de él, besarlo o tocarlo. Dudé por un momento, aun así, recordé a mi padre diciéndome antes de irnos:

—Diviértete, ya que nunca lo haces. 

«Claro que lo hago, pero a mi manera», había pensado.

Miré a Liam con un gesto suplicante.

—¡Vamos Aria! No lo pienses mucho, no me gustaría pasar esta victoria con otra persona que no seas tú —agregó y sin poderme resistir a eso le respondí.

—Está bien. Iré, pero puede… —volví a ver a Kenna que estaba hablando por teléfono en una esquina

—¡Tráela también! —Asentí y él sonrió.

 

La casa de Mike quedaba en un condominio de chicos con dinero. Era tan grande que parecía que vivían dos familias de cuatro hijos en cada una de ellas. Kenna me observaba con los ojos abiertos como dos platos.

Al mirar a mi alrededor, vi a todas las chicas que estaban en la cancha, embriagándose y besándose con algunos compañeros de equipo de Liam. Él estaba mi lado; me sonrió como diciendo «no te arrepentirás», pero tuve la leve sospecha de que no me agradaría nada de lo que pasaría. Nos ofreció dos bebidas, una para Kenna y otra para mí. Ella la tomó sin dudarlo, yo lo medité un par de veces, aunque finalmente lo hice. Dirigí el vaso a mi boca, saboreé el asqueroso alcohol que pasó por mi garganta marcando un leve ardor; estaba combinado con algo, tal vez ron. Quise vomitar por un instante. Lo rechacé y le devolví el vaso a Liam, quien me miró, riéndose.

—¿Nunca has bebido? —me preguntó y yo pensé por un instante qué decir, pero Kenna me ganó.

—Ella carece del don de socializar. 

«Gracias, amiga, por tu apoyo», pensé.

—La verdad es que nunca me ha gustado el alcohol —dije, tratando de evadir la conversación. 

—No serías la primera —dijo Kenna—. Además, a nadie le gusta el alcohol a la primera, a la segunda te enamoras de él y después de la quinta andarás gritando el nombre de los que te desgraciaron la vida. —Liam soltó una carcajada.

—¡Estoy segura de que sabes qué es eso! —le dije. Ella sonrió de lado.

—Soy una experta —alegó.

La noche trascurrió demasiado rápido, podía ver a las chicas bailar en el medio de lo que parecía ser la sala. Algunas cargaban con poca ropa, lo cual me parecía repulsivo; otras estaban bebiendo y algunas corriendo hacia los baños para vomitar. Mientras tanto, algunos hombres gritaban y jugaban ping pong. Otros, besándose con alguna chica; pocos corrían hacia arriba de las escaleras, posiblemente para hacer algo que no quisiera mencionar.

Kenna se separó de mí para ambientarse más. Pude verla tomar trago tras trago y bailar como un trompo con los otros chicos. Liam me miraba bajo las luces de colores que iluminaban el lugar. Entonces, su amigo, Mike, se acercó con una chica rubia.

—Hermano —empezó a decir; pude aspirar su aliento a alcohol—, has traído a la chica. —Me miró y yo lo observé con firmeza.

Fue la primera vez que lo vi de cerca. Tenía el cabello negro, corto, los ojos grises y unos labios muy singulares. Kenna le llamaba boca de salmón, porque de verdad parecía una. Era del mismo alto de Liam, tenía un estilo muy particular, un estilo de chico jugador de futbol americano, aunque era todo lo contrario. Su sonrisa era tan grande que por un segundo dudé que pudiera guardarla.

Él extendió la mano y me pregunté si estaba borracho. Se la tomé y él la agitó un poco.

—Mucho gusto, soy Mike Klein —dijo. Vi a la chica rubia torcer los ojos, que, por cierto, tenía ese particular estilo de chica popular, absorbida por la belleza plástica de Barbie.

—Soy… —empecé a decir.

—Aria Bennett —me interrumpió—. Liam no deja de hablar de ti. —Miré a Liam, quien mostraba una sonrisa encantadora—. Todo el mundo sabe quién eres. Estás en los periódicos de la prepa, algo que no es fácil de conseguir.

—¡Oh! —dije impresionada. Me di cuenta de que los rumores no eran mentira, que el famoso periódico me había tenido en la mira.

La rubia dirigió su mirada a mi escote y echó una risita por lo bajo. Las bailarinas, por lo general, no poseemos mucho pecho, en cambio, ella tenía lo necesario para llamar la atención de los hombres. Me sentí incómoda por un segundo, luego alcé la cabeza con la frente en alto. 

—Lo increíble es cómo una chica tan común y tan adicta a la danza, puede enamorar al chico más popular de la preparatoria —dijo; sé que le molesta—. Creo que es suerte de principiante.

—¡Jane! —dijo Liam, tratando de advertirle que me ofendía.

«¡Para nada!, solo me hace sentir como un bicho más grande y raro, pero tranquilo, Liam, soy un bicho raro a donde quiera que vaya», pensé.

—No… —empecé a decir—, está bien, supongo que es suerte de principiante. No todas las chicas pueden conseguir lo que personas como yo consiguen —dije sarcástica. Intenté alejarme, pero Mike me tomó del brazo con toda la confianza del mundo.

Fue ese momento incómodo en el que lo miré a los ojos, su sonrisa torcida me provocó un leve escalofrío.

—¡Espera! Sé que eres una buena chica, que no te ofenda. —Miró a Jane y luego a mí. Enseguida, me soltó y salí de ahí.

 

Durante el transcurso de la noche, Liam intentaba llamar mi atención en cada una de las cosas que hacía.

Me miró bajo de las luces de colores que iluminaban el oscuro lugar.

El sitio estaba abarrotado de personas, parecía un gran bar en vez de una casa. A cada paso que daba al lado de Liam, él tenía que tomarme la mano para que no me perdiera.

Todos lo saludaban, lo detenían para hablarle, felicitarlo, o inclusive para darle un trago, que sin duda alguna tomaba.

En una parte no muy oscura, justo al lado de las gradas que llevaban a las habitaciones, Liam se detuvo con brusquedad, mirándome con interés.

A pesar de que su aliento apestaba a alcohol, aún parecía estar sobrio. Me preguntaba por qué razón Liam Forest quería que estuviese ahí, justo esa noche en la que estaban todas y cada una de las chicas populares, que posiblemente me odiaban a muerte.

No logré conseguir un buen momento para hacer la pregunta, me vi obligada a mantenerme concentrada en todo lo que hacía. Liam, a pesar de ser el chico más popular, que podía hacer lo que le viniese en gana, siempre se abstenía de algunos comportamientos.

En ese momento, parecía haber olvidado su identidad o tan solo quería reservarla para otras situaciones importantes. Mientras me miraba con los ojos brillantes, me había tomado de la cintura y me había puesto contra la pared. Lo miré atónita, era la segunda vez que hacía algo similar. Entonces, me tomó de los brazos, subiendo las manos con delicadeza, hasta llegar a mis hombros. Deslizó su mano derecha detrás de mi cuello, acariciándolo.

Cerré los ojos, complaciéndome con ello. No sabía por qué todo estaba sucediendo con tanta rapidez. Me alzó y me sorprendí; le rodeé la cintura con mis piernas, por temor a que me dejara caer, así estaría bien sujeta a él. Después, rozó su nariz por mi cuello.

—Tu aroma es tan perfecto —susurró, a pesar del ruido pude escucharlo con nitidez.

—Liam… —suspiré.

Mi corazón empezó a latir con rapidez.

—Debo hacer algo —dijo él, sin dejarme terminar. Me bajó, dejándome poner los pies en el suelo. Sonrió de lado y luego corrió hacia una de las mesas de ping pong—. ¡Señores! Deténganse —ordenó él con toda autoridad, subiéndose a la mesa.

Todos lo miraron.

—Hay una chica entre ustedes que se ha vuelto en mi obsesión. —No entendía lo que sucedía y por qué razón Liam Forest estaba haciendo tal cosa—. Y esa chica es Aria Bennet.

Enseguida, todos empezaron a gritar. Sentí un leve escalofrío recorrer mi espalda. Era posible que Liam estuviera pasado de copas o que simplemente hiciera las cosas sin pensar.

Nadie sabía dónde me encontraba, así que intenté no ser el objetivo, escondiéndome entre las sombras, buscando una puerta.

La encontré y la abrí, recibiendo el frío en mi cara. 

Miré el reloj, marcaba las once y media. Saqué el celular y vi una llamada perdida de mi hermano. Caminé hacia la acera y lo llamé, sabía que no debía hacer ese tipo de cosas de llamar a mi hermano tan tarde, pero era mi hermano, ¡qué hiciera algo por la vida!

Bueno, tampoco era que lo hiciera tan a menudo. Él debía sentirse orgulloso de mí. Casi siempre que ganaba un partido iba siempre a las mismas fiestas y no volvía a casa hasta al día siguiente. Supuse que mamá y papá se sentían orgullosos por tener dos hijos normales, ya que su única hija era un bicho raro.

—Dime que no estás embarazada ―atendió, con ese mismo tono de voz con el que se despierta a media noche cuando voy y lo despierto por alguna tontería.

Me lo imagino sentándose en la cama, prendiendo la lámpara y rascándose los ojos, mientras se rasca la cabeza. Siempre me pregunté cómo podía hacer ambas cosas al mismo tiempo y por inercia.

—No seas tan idiota. —Mi hermano siempre había sido un idiota—. ¿Desde cuándo duermes tan temprano?

—Desde que mañana tengo una práctica en la madrugada. Me han prohibido tener el celular en mi habitación, es una especie de entrenamiento…

—¿Especie de entrenamiento? ¿Y cómo me has respondido si no puedes tener el celular?

—Papá dijo que vendrías tarde, que estuviera pendiente de ti. —Se mantuvo en silencio unos segundos—. Y vaya que es muy temprano, Aria, pensé que llamarías a las dos o a las tres. —Puse los ojos en blanco, separando el celular de mi oreja, obstinada. Volví a acercarlo—… En fin, dejé mi celular en la mesa de noche. —Bostezó—. Con respecto al entrenamiento —dudó—. ¿Mamá no te ha dicho? —preguntó y puedo imaginármelo abriendo los ojos sin saber qué más decir—. Vendrán profesores de Stanford para asegurarse que esté completamente bien, sin alteraciones en mi cuerpo, y si mi rendimiento es el mismo del que esperan.

—¿Hacen ese tipo de cosas? —pregunté, tratando de no sonar cansada

—La verdad no lo sé, pero estoy dispuesto a cualquier cosa.

—Claro. —Un silencio profundo nos invadió por unos segundos, hasta que decidí abrir mi boca y no pensar tanto—. Necesito que me recojas…

—¿Dónde estás? —preguntó, sentí como su voz había cambiado.

—Estoy en un residencial, se llama Residencial del Sur.

—Bien, estaré ahí en quince minutos.

—Gracias. —Colgué y escuché a alguien detrás de mí. Me volteé y lo vi de pie, con su mirada fija en ningún punto.

Liam había cambiado su ropa por algo más ligero. Tenía un estilo peculiar que me encantaba, parecía esas estrellas de rock indie, con los pantalones un poco entubados y doblados como si fueran de pescador, unas tenis Vans y una camiseta blanca, sin mangas. Nunca le había puesto atención a su vestuario, pero me encantaba.

Me miró, pensé que estaba pasado de tragos. Metió las manos en los bolsillos traseros, tratando de llamar mi atención.

—¿Estás bien? —preguntó.

Me pareció que se sentía un poco avergonzado

—Estoy bien —dije como si nada.

Se sentó a mi lado; yo vi hacia el frente, observé todas las demás casas a varios metros. Era una calle muy grande, tanto que parecía ser más una ciudad que un residencial. El carraspeó y de inmediato lo miré.

—Lo siento por lo de Jane. —Noté una leve suplica en sus ojos, me pregunté si era algo tan relevante, a lo largo de mi vida me habían dicho cosas peores.

—No importa. Es algo a lo que estoy acostumbrada. No a todos debes caerles bien. —Él calló y oí su respiración.

—Y por lo de mi declaración… Ya bebí café, por cierto.

—Eso. —Traté de aclarar mis pensamientos—… solo fue una buena broma. —Mostré una sonrisa estúpida, tratando de no sentirme peor.

—Una broma… —susurró.

Lo vi frotarse las manos. Claro, en este caso él era quien no tenía un suéter.

«Claro, Cenicienta, seguro pensaste que el chico te preguntaría: ¿tienes frío? Toma mi chaqueta. No, Cenicienta, eso no iba a suceder. No a todas les sucede», pensé.

Vi sus músculos marcados; quería apretarlos y agarrarme de ellos.

Ridículo.

—¿Tienes frío? —Era yo la que debía hacer la pregunta. Él rio, eso fue un sí.

—Me gusta más el calor que el frío… Es de familia —dijo, volviendo a frotarse las manos.

—¡Oh! Yo odio el calor, el sudor y la playa. Bueno, no es que haya ido a una, porque nunca he podido, pero el solo pensar que la arena podría estar caliente, me da dolor de cabeza —dije. Luego, tomé sus manos y las apreté con suavidad.

No sabía por qué razón lo estaba haciendo, tan solo me sorprendí cuando sus ojos me miraron curiosos.

—Vaya, son muy cálidas. —Sonrió.

—La mayoría del tiempo estoy caliente, por eso no me gusta el calor. Supongo que es porque tengo sangre caliente. La verdad no lo sé. —Él sonrió.

—Me gusta cuando hablas de esa forma.

—¿De qué forma? —pregunté, mirando mis manos con las de él.

—Esa forma despreocupada, pero emocionante.

—No tengo nada de emocionante —aseguré, apartando mi mirada de las manos. 

—Para mí sí —dijo, tratando de buscar mi rostro.

—¿Por qué lo dices? —dudé.

—No lo sé, me gusta verte hacer lo que haces, escucharte hablar, que seas tan tranquila, pero enérgica a la vez, tienes ese efecto especial que volvería loco a cualquier chico.

—Y vaya que he tenido suerte —dije con sarcasmo—. ¿Cómo puedes describirme de tal forma?

—Te he observado desde la primera vez que pisaste la preparatoria. Recuerdo que tenías el cabello suelto y ondulado. Tenías unos pantalones entubados de color negro, una camiseta sin mangas, holgada, que decía «if i can do it, you can do it» y una chaqueta de cuero. Pensé «¿quién es esa chica tan guapa a la que nunca había visto?», y luego fue cuando le pedí Mike que me empujara, para hallar una forma para hablarte.

—¿Le pediste a tu amigo que te empujara para poder botarme al piso y poder hablarme? —Me carcajeé y enseguida traté de ponerme seria—. No lo hiciste.

—¡Lo hice! —aseguró él, riéndose al igual que yo—. Sé que suena muy tonto, pero lo hice.

—¿Y por qué no me hablaste como una persona normal? —pregunté, frunciendo el ceño con curiosidad. 

—No lo sé, no sabía si eras ese tipo de chica que encajaba con los populares, o si eras normal como el resto.

—¿Y ahora qué piensas que soy?

—¿Una especie de Drogadicta de la Danza? —Ambos reímos.

—Mis amigas me dicen DDD. —Él enarcó una ceja, después rio.

—No, la verdad pienso que eres algo más radical. Una chica que sabe lo que quiere, que es muy conservadora y misteriosa.

—¿Misteriosa? Bueno, eso es algo nuevo. Lo más misterioso que podría manar de mí es ver CSI a escondidas. —Rio; sus ojos se iluminaron.

—Es en serio, desde aquel día quise saber de más de ti y fue cuando te vi audicionar para entrar a la academia de Milasborn.

—¡¿Estabas ahí?! —exclamé impresionada—. Eso fue hace mucho, ¿tres meses, casi?

—Sí. La verdad es que mi madre y mi abuela trabajan ahí. Mi bisabuela fue fundadora de ese lugar.

—¡Oh! Es por eso que sabes tanto sobre la danza… —Pero antes de que pudiera terminar, él carraspeó tan fuerte que sentí que se lastimaba la garganta.

—Yo era bailarín. Bailé por casi toda mi niñez, me encantaba lo urbano y lo clásico. Pero lo dejé.

—¿Por qué razón? —pregunté impresionada. Nunca me habría imaginado que hubiera sido un bailarín. 

—Encontré otra pasión —dijo sin más.

Me vi obligada a callar, como siempre lo hacía cuando no tenía idea de qué responder. Sabía que algo lo incomodaba—. Aria, debo decirte algo. —Lo miré directo a los ojos. El frío empezaba a ponerse insoportable, sabía que Liam estaría a punto de buscar algo para cubrirse.

La luna estaba llena y me di cuenta de que había millones de estrellas en el cielo. Él volvió hacia las estrellas y suspiró. Parecía estar meditándolo mil veces.

«Piénsalo bien, Liam. Lo que vayas a decir puede ir a favor o en contra tuya».

—Habla —le exigí.

Justo en el momento más importante, el segundo silencioso más largo de mi vida pareció convertirse en un estruendo, mientras me imaginaba cayendo en un hoyo negro. Enseguida, desperté en la vida real, notando las palabras llenar la boca de Liam y su respiración tan pesada que sentía que a mí también me hacía falta el aire.

—No era una broma. Me atraes, Aria, como ninguna otra chica. —Exhaló. Yo traté de agarrar aire.

Vi sus manos dentro de las mías, no sabía si estaban temblando por el frío o porque al fin aclaró los rumores de la preparatoria.

—Tienes ese algo que me mueve de tal forma, que nunca sé cómo actuar o cómo hablar cuando estoy contigo…, y vaya que la presión es mucha. Te has convertido en mi nueva obsesión, no hay un momento en el día en que no quiera saber de ti, tan solo verte ya no es suficiente. —Suspiró—. Creo ha sido una gran descarga. —Rio nervioso y miró nuestras manos.

¿Yo, Aria Bennett, había enamorado al chico más popular de la preparatoria? Eso no era posible. Esperé a que dijera algo que me despertara de la realidad y me devolviera la venda de los ojos.

—La verdad, es que hay algo en ti que me hace sentir completo. Algo como si el mundo se detuviera cada vez que te veo, algo que tal vez nunca antes había sentido en mi vida. Y siento ese desespero cada noche por tenerte a mi lado y abrazarte, pero tan solo está el vacío…

El silencio se apoderó de los dos, aún no podía creer lo que Liam estaba diciendo. Era un poco obsesivo, pero impactante. Lo miré con los ojos tan abiertos que hasta olvidé pestañear. Él tan solo suspiró.

Pensé que yo sería la que algún día le diría eso a un hombre. Lo miré a los ojos y los vi llenarse de una esperanza que, por un momento, me había hecho pensar en lo maravilloso que sería el mundo junto a él.

Pero ¿qué sucede? Pongo mi mano en su mejilla

—Liam. —Escuché un carro tocar la bocina. Ambos miramos y noté que era el carro de mi hermano—. Debo irme.

Nos pusimos en pie y sentí un revuelco en el estómago. Pensé en tal posibilidad de un beso, nuestro primer beso, pero me sentí estúpida por imaginarlo. Entonces, mi hermano se estacionó y bajó el vidrio. Liam lo vio y enseguida lo reconoció.

—¡Oh! Debes ser el hermano de Aria —dijo. Yo abro la puerta del auto, mientras tanto. Mi hermano con «amabilidad» tomó la mano que Liam le ofreció.

—¿Y usted es…? —James enarcó una ceja, lo cual me obligó a torcer los ojos.

—Soy Liam Forest —Me monté y miré a Liam con la boca llena de posibles respuestas, en el momento menos indicado.

—¡Oh! Eres el mejor jugador de la preparatoria de mi hermana. He escuchado de ti.

—Eso dicen —respondió, mirándome de reojo.

—Bueno, me encantaría que habláramos un poco. ¿Qué te parece si nos acompañas a un retiro el próximo fin de semana? —James me observó, para luego esbozar una sonrisa.

—Claro, ¿qué habrá en ese retiro? —preguntó Liam, cerrándome la puerta del auto y apoyando su brazo derecho cobre el marco de la ventana.

—De todo, será a las afueras de la ciudad. Es una actividad de la empresa de nuestro padre —me dijo, pegándome un codazo, sin saber por qué razón.

«Qué bien», pensé de mala gana.

—Claro, estaré ahí, entonces. —Los ojos de Liam se iluminaron.

Ir a la siguiente página

Report Page