Battlefield

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—Perfecto —dijo mi hermano, extendiendo la mano. Liam la tomó y la agitó. 

—Buenas noches, Liam. —Lo miré con una sonrisa forzada, aún no sabía cómo actuar ante todo lo que había sucedido minutos atrás.

—Buenas noches, Aria —dijo en un susurro.

Mi hermano arrancó y tan solo lo vi quedarse de pie en su lugar, metiendo las manos en los bolsillos traseros. Una nueva y linda maña que había descubierto de él.

 

 

 

 

Aquella noche, traté de evadir por completo cualquier conversación acerca de Liam Forest. ¡Cielos! Me había declarado su amor y yo tan solo pude decir «debo irme».

Mi hermano lo invitó a la actividad de trabajo y «hogar». La empresa de papá la organizó para cada una de las familias de los empleados, por haber logrado un gran comienzo. Mi padre siempre era muy amable con todos sus trabajadores. Ojalá pudiera tener un jefe similar en algún momento de mi adultez.

Mi hermano me preguntó si Liam era mi nuevo novio. «¿Nuevo novio?», había respondido, espantada. Lo había dicho como si hubiera tenido miles; sin embargo, nunca tuve alguno, aun en secreto. Mi madre me catalogaba, le decía a sus amigas que yo era su hija, la concentrada, la que sabía lo que quería y por qué lo quería, que no pensaba en chicos, sino en mi futuro profesional. En gran parte era verdad, pero, por otro lado, me hacía falta algo de afecto, de compresión, de amor por parte de otra persona que no fueran mis padres o hermanos. Pero nunca lo hallé.

Le expliqué que tan solo habíamos empezado a hablar y que éramos amigos, aunque, como si fuera poco, me preguntó si ya lo había besado.

—¡Rayos! —le dije—, ¿qué tipo de hermana crees que soy? —Él rio y me pregunté si eso había contestado todas sus próximas preguntas.

Habíamos llegado a casa, encontrándonos con nuestros padres sentados en un sillón, debajo de la luz tenue de la luna, que entraba por las ventanas de la sala. Ellos saltaron sorpresivamente y encendieron las luces, provocando que mi corazón empezara a latir con fuerza. Me preguntaron cómo me fue en mi primera fiesta nocturna; me cuestioné si mis papás tenían la necesidad de tener hijos problemáticos, que se emborracharan y se drogaran, para poder decir que eran buenos padres. Sonaba algo ilógico, ¿no?

James caminó como si nada hacia las escaleras, diciendo:

—¡No, aún no tiene un novio! —Papá y mamá pusieron mala cara. Mi madre caminó hacia a mí.

—Espero poder conocer a mis nietos. ―Colocó una mano sobre mi mejilla; estaba fría.

—Espero que tengamos nietos algún día —dijo mi padre, subiendo el último escalón y caminando hacia su habitación.

Había torcido los ojos, molesta.

—Tan solo tengo diecisiete años, ¿ya quieren que tenga hijos? —Mi madre sonrió con pena, tragando aire. 

—No, hija, solo queremos asegurarnos que pienses en tenerlos algún día. —Me dio un beso en la frente y siguió a papá.

Pasaron los días en la preparatoria, donde intentaba evadir a Liam de cualquier forma posible, pero miraba mi celular para ver si enviaba algún mensaje o llamaba. Nunca sucedía, aún no tenía una respuesta y me sentía estúpida por no tenerla.

¿Realmente había enamorado al chico más popular de la preparatoria? Qué pregunta más estúpida.

Todas las chicas populares me veían de arriba abajo y murmuraban cada vez que pasaba cerca. Supe entonces que el chisme se había hecho más interesante.

—¿Es cierto que Liam se te ha declarado? —preguntó Kaya.

No pude evitar escupir el refresco.

—¿Quién les ha dicho eso? —pregunté.

Me explicaron que Jane había escuchado una conversación que Liam tuvo con Mike, ella le había contado a todas las chicas del círculo y una de estas lo había pasado en el grupo de porrismo. Freya, que era parte del grupo del grupo, se había dado cuenta, contándoles a las demás.

Quise esconderme de todos y evitar que sus miradas fueran directo a mí, pero era imposible evadirlo.

—¿Qué le has respondido? —preguntó Melanie.

—¿Qué se supone que deba responderle? —Fue una pregunta retórica. Todas me observaron como si estuviera siendo entrevistada por un paparazi y fuera una famosa actriz.

—¡¿Estás hablando en serio?! Yo le hubiera dicho: casémonos —dijo Freya.

Intenté cambiar la conversación, sin embargo, fue imposible. Hasta que sonó el timbre se había alejaron mientras yo recogía mis cosas. Liam fue acercándose a mí. Sentí como se me erizaban los pelos de la nuca. ¿Qué le diría? ¿Estaría enojado? Pero, qué guapo se veía, debía aceptarlo, pues su nuevo corte lo hacía verse tan perfecto, más mayor y como todo un jugador de futbol. Sí, aunque parecía ridículo había investigado sobre jugadores de futbol, los últimos días.

—Aria Bennett. —Volvían las conversaciones que ya empezaban a hacerse familiares.

—Liam Forest. —Miré más allá, estaban sus amigos en la mesa observando con interés, como si esperaran que algo pasara.

—Sé que no hemos hablado mucho…, no quería presionarte.

—Está bien —dije sin mirarlo a los ojos. Tomé un mechón que me estorbaba en la cara y lo puse detrás de mi oreja—. Veo que están a la expectativa.

—Sí, bueno, no les pongas atención, pero vine para decirte que pasaras por mi casa esta tarde. ¿Puedes? —Sentí mi estómago revolverse—. Mis padres quisieran conocerte.

—¿Conocer a tus padres? Pero, si no somos…

—Mi hermana les ha hablado mucho de ti, ellos son más curiosos que ella, así que me pidieron que te llevara. —Recordé que tenía una hermana, claro, ¿cómo pude olvidarlo todo ese tiempo? La chica que casi siempre estaba sentada a su lado a la hora del almuerzo era su hermana.

Empecé a sentir una presión ejercer sobre mí, lo bueno era que tenía un excusa para no ir.

—¡Oh! Ya veo, pero hay un problema: tengo que ir a la academia esta tarde.

—Paso a recogerte si quieres. —¿Cómo podía negarme entonces?

—Bien, no creo que tenga que hacer nada más por la noche.

Estando en la academia, miraba consecutivas veces el reloj que estaba en la pared frontal. No quería que marcara las cinco y media, porque terminaría el ensayo y Liam pasaría por mí, para llevarme a su casa.

La profesora Baruch me miraba seria, me imaginé que le molestaba que mirara tanto el reloj. Habíamos pasado más de una hora y media practicando puntas. A través de los días mis pies se habían fortalecido. Le daba gracias a Dios por haberme ayudado tanto los últimos meses. Ya no tenía tantas ampollas como en un principio, ahora podía dominar con más facilidad los pasos que siempre habían sido difíciles para mí.

La señora Baruch nos aseguró que debíamos prepararnos para el casting que se realizaría dentro de dos semanas, para la obra anunciada: El cascanueces. Amaba El cascanueces, al igual que El lago de los cisnes. Repetidas ocasiones le había pedido a mi hermano que fuese conmigo al teatro en navidad a verlo el cascanueces en vivo. Él detestaba la idea, pero yo lo obligaba como a mí me obligaban a ir a sus partidos; entonces, con mala gana asentía.

Sabía la obra de pies a cabeza, podía competir sin ningún problema por el papel principal. Aun así, la competencia era fuerte y muchas de las chicas que estaban ahí pelarían por ese papel.

La clase había finalizado, mis pies estaban tan calientes que podía sentirlos arder. Empecé a quitarme las zapatillas y me encontré con una gran sorpresa. Todas las chicas saludaban a un chico que iba entrando, y no me sorprendió del todo.

Liam pasó directo, sin haberse dado cuenta de que yo estaba ahí, en medio de las bailarinas. Me detuve para verlo fijo y noté que se dirigió hacia la señora Baruch. Él le dio un beso en la mejilla, yo tan solo observé con los ojos abiertos como platos. Quise vomitar, ¿era eso normal? Intenté escuchar lo que le decía Baruch a Liam, pero las otras chicas no me dejaban. Entonces, él tomó las cosas que estaban en el escritorio de la maestra y ella sonrió. Bueno, casi nunca sonreía, pero al parecer esta vez lo hacía, demasiado, quizá.

Me puse en pie, tomando mis cosas, y justamente Liam volvió a ver. Le sonrió a Baruch y caminó hacia mí.

—Aria Bennett. —Sonreí, podía sentir mis mejillas temblar un poco.

«Está bien, tranquilízate», pensé.

—Liam Forest.

—Suena tan hermoso cuando dices mi nombre de esa forma —dijo él y yo pensé «¿por qué no puedo ser una chica normal y también describir sus atributos? Carraspeé, después sonreí—. Mi abuela vendrá con nosotros, la dejaremos en su casa y luego iremos a la mía. ¿Te parece?

—¿La señora Baruch es tu abuela? —pregunté. No supe qué era peor, si pensar que ella era abuela de Liam o que la señora Baruch me escuchara preguntarle. Me puse nerviosa por un segundo.

—Lo es. —Sonrió con tranquilidad, lo cual provocó que mis nervios se calmaran.

 

La señora Baruch iba en el asiento de adelante, mientras Liam conducía hasta su casa. Me sentí incomoda, no pensé que tendríamos algo en común además de las clases de Ballet.

—Entonces… No sabía que conocías a mi nieto —dijo ella, limpiando sus lentes con un refinado y pequeño pañuelo blanco.

—Pues —balbuceé. La palabra se extendió de tal forma que no supe qué más decir. 

—Conocí a Aria en la preparatoria, Baruch —dijo Liam, mientras daba vuelta en una esquina.

—¡Oh! Eso es fascinante. Aria es una chica muy talentosa. —Volteó a verme—. Aunque a veces muy obsesiva.

—Bueno, no es que sea obsesiva… —quise corregir, pero ella soltó una risa sarcástica.

—Lo eres, linda —aseguró con una sonrisa que tal vez nunca había visto en su rostro. Bueno, quizá solo una, cuando la abracé sin querer—. ¿Entonces, llevarás a Aria a casa?

—Esa es la idea, Baruch.

Me pregunté por qué Liam siempre se dirigía a su abuela como Baruch, pero evité las interrogantes en ese momento.

—Buena suerte, linda, la necesitarás —dijo ella.

—Gracias, Baruch, pero no es necesario que la asustes de esa forma —dijo él, con ese tono encantador que podría enamorar a cualquier chica—. Estoy seguro de que no se arrepentirá.

Claro que no lo haría, porque ya era muy tarde.

A unas pocas cuadras del residencial donde vivía Mike, había otro residencial, algo menos refinado. Cuando bajamos del auto, observé el atardecer empezando a pintar el cielo de colores anaranjados y amarillos. Liam me miró con curiosidad, estábamos caminando hacia la puerta, él iba sacando las llaves de su bolsillo y yo me secaba las manos sudadas con los costados del pantalón.

Liam metió la llave en el cerrojo de su casa, me pregunté si no tenía nada más que pudiera hacer para salir corriendo de ahí. Pero, todo estaba a favor de Liam. Mi madre me envió un mensaje diciendo que no importaba si llegaba tarde, que de todas formas tenía que ir a una reunión de padres a la escuela de DJ, con papá, y que mi hermano pasaría la noche entrenando, porque al día siguiente vendrían de nuevo los profesores de la Universidad de Stanford. Entonces, con toda la «felicidad» del mundo atravesé la puerta principal de la casa.

Era tan inmensa, que me pregunté por un momento si mi casa era algo similar, pero eso no importaba, era hermosa. Tenía sus toques clásicos, supuse que de parte de la madre, y tenía también sus toques futbolísticos, era probable que por Liam.

Dejé el abrigo y el bolso en el armario de la entrada principal. Lo miré con una sonrisa forzada en el rostro. Escuché unas voces a lo lejos.

—¿Estás bien? —preguntó.

«¿Se supone que deba estarlo? ¡Voy a conocer a tus padres, Liam!», pensé.

—Sí, lo estoy.

Me tomó de la mano, lo cual me generó una emoción tranquila. Enseguida, me dirigió hacia lo que posiblemente era la cocina. Sentí que me faltaba el aire, ¿les caería bien? ¿Serían muy serios? ¿Por qué la señora Baruch me desearía suerte? ¿Eran asesinos en serie?

Entonces, los vi.

—¡Oh, rayos! —dije, viendo una manzana volar por los aires.

Su padre le había lanzado la manzana desde varios metros. Liam la agarró en el aire y me la dio. Yo la tomé con una sonrisa estúpida en el rostro. Pensé que moriría a causa de una manzana voladora.

—¡Hola, Cielo! —dijo su madre.

La mujer tenía el cabello negro, tan largo y lacio que quise tocarlo y sentirlo como la seda deslizarse entre mis dedos; los ojos eran de un color gris y tenía el cuerpo de una bailarina de ballet. Luego vi a un hombre, vestido casi formal, no tenía ni el saco, ni la corbata, pero se parecía en todo a Liam. El cabello negro, los ojos azules, tenía buen cuerpo, para no mentir, y por un momento pensé que era hermano de mi padre. Eran casi iguales.

—Buenas, madre. —Ella se secó las manos con un paño y caminó hacia mí

—¿Ella es la chica? —preguntó la mamá de Liam. Tenía la sonrisa tan blanca que deseé tener una igual. Su estilo era muy particular, un poco vintage. Llevaba un pañuelo rojo en la cabeza, unos jeans a la cintura y una camisa blanca, holgada, sin mangas.

Me pareció un estilo muy divertido, uno que nunca pensé ver en la madre de Liam.

—Ella es madre —dijo la hermana de Liam, quien entró y recibió una manzana que su padre le había lanzado. Entonces, vi su hermoso cabello rubio claro, corto, por los hombros.

La madre de Liam me abrazó con fuerza y me miró a los ojos.

—Mucho gusto en conocerte, soy Lea Baruch, supongo que ya has conocido a mi madre. Que no te asuste. —Me di cuenta de que hablaba muy rápido; me pregunté si no había un momento que tomara un respiro entre palabras para seguir.

—Mucho gusto, Aria…

—Bennett —terminó de decir el papá—. Me he enterado de que eres la hija de Joseph Bennett, el Jefe de la empresa de Tecnología ICA. 

—¿Conoce a mi padre? —pregunté impresionada.

—No, pero conozco a tu hermano; él ha estado entrenado en el estadio municipal.

—Claro, para ir a Stanford —alegué, de mala gana, aunque cambié mi rostro y esbocé una sonrisa.

—Yo soy presidente del equipo de futbol de ese estado, así que estoy informado de todo.

—¡Oh! Claro, entiendo.

—Y, por lo que veo, mi hijo tiene buen gusto. —Sonreí y miré a Liam, quien se encogió de hombros, sonriendo.

Recordé lo que había dicho la señora Baruch: «Buena suerte, la vas a necesitar»; había pasado todo el camino preguntándome por qué razón diría eso, pero luego lo entendí. La familia de Liam era alocada. Cuando nos sentamos en la mesa para cenar, el padre de Liam había hecho una oración para bendecir los alimentos, como también lo hacían en mi casa. Después, todo sucedió muy rápido; papá hablaba, mamá hablaba, hermana hablaba, Liam hablaba y yo reía. Era increíble oírlos contar chistes y anécdotas tan graciosas; todo había sido casi perfecto.

Era maravilloso verlos reír y disfrutar toda la noche. Yo pensé que moriría, que serían muy serios o que no les agradaría conocer a personas como yo, por decirlo así, pero fue todo lo contrario, me incluían en toda la conversación. Comprendí lo que quiso decir la señora Baruch, no iba a poder digerir bien mi comida, porque era imposible que no me atragantara riendo y comiendo. Entonces, Maraya, la hermana de Liam, me miró por un instante y se me acercó.

—Espero que seas mi cuñada —dijo con un tono de voz peculiar.

«¡Eso no lo esperaba!», pensé.

Maraya era una de las chicas más populares y su mejor amiga era Jane, ¿por qué razón me diría algo así? Le sonreí e intenté comer el último bocado sin atragantarme.

A cabo de unos minutos, nos encontrábamos sentados en la sala de estar. El papá de Liam y su madre en un sillón, Maraya en uno individual y Liam y yo juntos en otro sillón. Por primera vez, me sentí cómoda al estar junto a él; a su familia no parecía molestarle, advertía en sus rostros un sentimentalismo que me provocó una serie de sensaciones en el estómago. Sentía la comida moverse por todos lados, los vellos erizarse y mi sonrisa temblar.

Empezaron a contar anécdotas y más anécdotas, convirtiéndolo todo en risas. Lea me preguntó más acerca de mí, entonces yo respondí lo mismo de siempre: que vivía por la danza y evadía todo lo demás. Ella compartió conmigo algunas técnicas importantes, en poco rato ya me había dicho que podía ayudarme a mejorar si yo lo quería. Liam me miraba con curiosidad, estaba segura que pensaba: «Ella algún día será tu suegra». Escalofriante, pero placentero.

Después de un gran rato compartiendo intereses, los padres nos dejaron solos, junto con Maraya. Ella se sentó a mi lado y me habló despacio. Liam había ido a buscar algo a la cocina.

—Aria —empezó a decir—, realmente espero que consideres a mi hermano.

Su persistencia me hacía querer preguntarle muchas cosas, pero lo más que pude llegar a decir fue:

—¿Por qué? —Ella me miró seriamente.

—Son muchas cosas. A pesar de que mi hermano sea el más popular, sé que ninguna chica de la preparatoria le corresponde, ellas solo piensan en qué pueden obtener de él. Tú, sin embargo, siento que no lo ves como algo de obtener, sino como alguien a quien amar.

—¿Crees que soy la indicada?

—Eres la indicada y ansío ser tu cuñada. Sé que eres muy diferente a mí, a todas las chicas de la preparatoria, pero ser diferente es mejor que ser igual a todas, porque de ellas ya sabes todo, pero las personas diferentes pueden sorprenderte.

—Entonces… —Maraya se puso en pie y se retiró.

—Es toda tuya —dijo.

Escuché sus pies pisar con fuerza las escaleras.

—¿Qué te ha dicho? —preguntó Liam, dándome una copa con helado de vainilla, semillas picadas, frutas y chocolate derretido por encima.

—Nada, cosas de chicas. —Él sonrió y yo cogí la cuchara que me ofrecía.

—Mi hermana y sus misterios.

—Pensé que no le agradaría —dije mientras probaba el postre.

—Ella… No le agradan las chicas que son como ella, pero adora a las que son diferentes, como a las frikis. Irónico, ¿no?

—¿Me estás diciendo friki? —Soltamos una carcajada—. Demasiado irónico. —Liam puso una película, de la que no vi ni un solo pedazo.

Me había quedado dormida a los pocos minutos de haber empezado. Era muy tarde y estaba cansada. Necesitaba un baño y una buena cama, pero como no fue así, me había recostado en el hombro de Liam y él lo había alzado para abrazarme; ahí fue cuando me quedé dormida.

Al día siguiente, me había despertado muy paranoica, sin saber qué había sucedido.

—Bella durmiente… —Vi el rostro de Liam iluminado por la luz del día.

Podía oler el delicioso aroma del café recién hecho, y panqueques en el sartén listos para ser servidos. Me puse en pie y lo miré con una sonrisa extraña.

—¿En serio me quedé dormida aquí? —pregunté. Liam tenía puesta una camiseta gris que usaba para entrenar. Supuse que se había levantado temprano.

—Creo que estabas muy cansada, preferí llevarte a mi habitación, pero estaba seguro de que te despertaría y que actuarías muy desorientada al despertar. Entonces, te dejé en el sofá cama y cuidé de ti toda la noche.

—¡Oh! Liam, no debiste haber hecho tal cosa. Me hubieras despertado para irme a mi casa.

—¿Y hacer qué ahí? Le mandé un mensaje de tu celular a tu hermano y él dijo que no había problema. ¿Te molesta?

—Al contrario, estoy agradecida, si no hubieras mandado ese mensaje mis padres me hubieran ahorcado. —Dudé un segundo—. Aunque no lo creo.

Caminé hacia él y le di un beso en la mejilla.

—Buenos días.

—Buenos días —me susurró en el oído. Me di cuenta de que no estaba en un sueño, que era la realidad, pues mi piel se había erizado.

Escuché una voz decir desde arriba.

—Y así comienza un gran romance. —Era Maraya, quien iba bajando las escaleras.

El desayuno fue simplemente perfecto. Él mismo lo había preparado para toda la familia, y podía decir que cocinaba exquisito. Cuando todos estábamos desayunando, vi el reloj y supe que debía salir corriendo de ahí. Debía cambiarme de ropa para ir a la preparatoria, pero había un problema: mi casa estaba a quince minutos, si iba llegaría tarde. Cuando menos me lo esperaba, Maraya me había ofreció algo de ropa.

Avergonzada lo acepté; use algo que me identificara. Algo que Maraya quizá nunca usaría.

Unos minutos después, ya estaba lista para irme. Sin duda, Maraya, yo y Liam nos fuimos juntos. Liam conducía, Maraya iba atrás y yo adelante, junto con él (solo porque ella me lo había exigido). Cuando llegamos a la preparatoria, todos me miraban como si fuera un bicho raro. Entonces, Mike se acercó a Liam e hicieron un saludo de hombres, para después dirigirse a mí.

—Entonces, ¿ya eres parte de la familia? —preguntó, vi que Jane se acercaba a paso firme.

—Pues… —empecé a decir, pero Maraya contestó por mí.

—Está en proceso, ya por lo menos dio un gran paso anoche. No seas insistente, Mike.

—¡Oye! Recuerda que sigo siendo tu hermano mayor

—¡Oh, vaya, Señor! Qué bendición me has dado —dijo Maraya, sarcástica.

—Supongo que almorzarás con nosotros —habló Mike, mirándome. No pude evitar pensar en Kenna.

—No creo que pueda. —Dudé por un segundo.

—Bueno, puedes traer a tus amigas, no es problema —dijo Liam, mientras Maraya y Mike asentían.

—Me encanta convivir con freaks… Sin ofender —dijo Mike.

—Para nada, creo que ya estoy acostumbrada. —Encogí los hombros.

A la hora del almuerzo se unieron tres mesas largas. Kenna y Melanie no podían creer que estaban sentadas con los más populares, mientras que Kaya y Freya ya estaban ligando con otros dos amigos de Liam. Pude sentir la malas vibras de Jane hacia nosotras o, mejor dicho, hacia a mí, pero intenté ignorarlo.

—Pues, bien, he pensado durante más de tres meses hacer una huelga, pienso que deberían dar comida saludable —dijo Kenna; Freya la miró irritada.

—¡A nadie le interesa si las papas están refritas, Kenna! —Kaya se carcajeó, al igual que Mike y Maraya.

—¡Esto es un tanto ridículo! —dijo Melanie.

—Yo pienso —empecé a decir— que es importante que haya comida saludable, pero que no se quiten las papas refritas que tanto ama Freya.

—Podrías hacer la huelga, pero sin que quiten la comida actual —dijo Maraya.

La conversación acerca de las papas fritas era ridícula, siempre lo había pensado de esa forma. Aun así, Kenna insistía en el cambio de las papas por las verduras y frutas. Sin embargo, Freya amaba sus papas refritas, a pesar de ser una porrista y tener gran cuerpo. Una vez había dicho que era porque su madre nunca la dejaba comer esas cosas y que solo en la preparatoria podía comerlas, por lo que no quería que eso cambiase. 

—¡Bien! He estado pensado mucho en los últimos meses y haré la dicha huelga pronto.

—¡Yo estoy contigo! —dijo Mike, que se levantó de un salto y alzó la mano para chocarla contra la de Kenna. Ella se puso en pie y chocó su mano.

—Al menos alguien me entiende.

—No eliminarás mis papas refritas con una huelga —insistió Freya.

—¡Kenna! Debes prometer que no harás huelga para quitar la comida actual, solo para promover más alimentos saludables —dijo Kaya.

—¡No molestes, no tiene sentido! —dijo Kenna—. ¿Sabes cuántas personas sufren de obesidad por estas papas refritas?

—Sea lo que sea, Kenna, no lo harás. Debes prometérselo a Freya —dije; Kenna se negó.

—No.

—¡Te prometo que si no lo prometes te envolveré en cinta adhesiva, te meteré en el baño y te dejaré encerrada ahí por dos semanas, hasta que me supliques que te traiga papas refritas! —amenazó Freya, poniéndose de pie. Todos se echaron a reír, inclusive Liam, quien profería carcajadas por la ridícula conversación que estábamos teniendo. Kenna se puso en pie.

—Nunca lo harías —susurró amenazante.

—Lo haría si haces huelga por mis papas refritas. —Ambas se encontraban frente a frente, mirándose con ojos punzantes.

—Bien, supongo que saldremos heridos aquí, solo por las papas refritas —dijo Melanie.

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