Battlefield

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—Solo promételo, Kenna —insistí. Al fin bajó las defensas.

—¡Está bien! —dijo obstinada—. Pero ¡serás parte de mi huelga! De lo contrario, serás tú la que termine envuelta en cinta adhesiva por dos semanas, hasta que me pidas frutas y verduras.

—¡Bien! Es un trato —dijo Freya.

Todo intenta llegar a un balance adecuado.

Cuando el timbre sonó, todos se dispersaron en cualquier dirección. Fue la hora de almuerzo más dramática que alguna vez pude haber presenciado. Liam tomó mis cosas y nos encaminamos a algún lugar.

—¿Realmente estaban discutiendo por las papas refritas? —preguntó, riéndose.

—Han pasado discutiendo por eso durante más de tres meses. Por lo menos, hoy llegaron a un acuerdo.

—Espero que no haya sangre de por medio —dijo él.

—¿Qué te ha parecido el almuerzo? —pregunté. Evité decir o pensar algo acerca de Jane, quien estuvo callada en toda la dramática conversación, mirando con el ceño fruncido a cada una de mis amigas.

—Fue grandioso. —Sonrió.

—¿Has visto cómo se han juntado tus amigas con mis amigos? Eso fue…

—¿Extraño? —Ambos reímos—. Algo así. Me agrada la idea de tenerte cerca, no desde el otro extremo, sin podernos hablar.

—A mí también me agrada —dije guardado algunas cosas en el casillero.

—Entonces… —Se mantuvo en silencio varios segundos.

Agarró mi mano izquierda, la miró como si buscara algo en ella. Yo solo suspiré.

—¿Entonces…?

—Aria Bennett. —«¡Oh!, ¿está a punto de decirlo?», me pregunté—. ¿Quisieras pasar a la segunda página y ser mi novia?

Lo había dicho, finalmente lo había dicho.

—Liam… yo…

 

 

 

«¿Tu…?», había empezado a decir, pero me había quedado sin palabras. Cerré los puños con tanta fuerza que podía sentir mis uñas clavarse en la carne. Lo miré a los ojos, aturdida.

No sabía qué me sucedía, no sabía qué pensar o qué hacer. Un frío recorrió mi espalda, tan lentamente, que por un instante pensé que nunca acabaría. Las manos me habían empezado a sudar, era como si estuviera en frente de miles de personas. Pensé que, de hecho, había estado en frente de cientos de personas, muchas veces, en recitales, presentaciones, o lo que fuera, y el pánico disminuía siempre después de la tercera o cuarta presentación. Creí tenerlo dominado, pero había otras veces en que la presión era por completo distinta. Entonces, me sentí como si estuviera en un gran escenario, pero solo él viéndome desde una de las sillas del teatro. ¿Qué estaría pensado de mí en aquel momento?

Escuché mi respiración y me detuve a pensar: «¿Qué digo?».

Su rostro se mostraba ansioso y yo estaba entrando en pánico. Mis nervios habían aumentado en un mil por ciento. Relajé las manos, pero sin haber procesado bien la información, salí de ahí corriendo.

Fue un momento tan borroso. ¿Realmente lo había dejado ahí, de pie, con la palabra en la boca? Era sentir el mismo pánico escénico que experimenté la primera vez que estuve en un recital. Todos me observaban desde sus asientos, yo miré la multitud y apreté las manos con fuerza, enseguida la música empezó a sonar; la luz que iluminaba desde la cabina de sonido me cegó por completo. Había olvidado los pasos y mi corazón se aceleró. Sin pensarlo, había salido corriendo. 

Avancé por los pasillos, el único sonido que escuchaba era el de mis pies chocando contra el suelo. Entonces, cuando llegué al baño de mujeres, maldije en silencio. Mis manos temblaban tanto que creí que me desmayaría, como lo hacía cuando cargaba mucha presión o, peor aún, vomitaría.

«Liam Forest me ha pedido que sea su novia y yo lo dejé ahí, sin ninguna respuesta», pensé en ese instante.

Me miré en el espejo, tenía el rostro pálido y los ojos húmedos. Escuché la puerta del baño abrirse y vi a dos chicas entrar. Intenté no tener contacto visual con ellas, pero no puedo evitarlo.

—¡Dinos que eres la nueva novia de Liam Forest! —dijeron ambas.

¿Cómo podrías decirles que entré en pánico? Sonaba ridículo, mi estómago estaba revuelto y mi corazón latía a mil por hora. Suspiré con fuerza. Sentía el calor quemarme las orejas.

—Freya, Kenna. —Suspiré de nuevo, sentí que el aire me quemaba los pulmones—. Lo he echado todo a perder.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Kenna, quien me miraba desde el otro extremo con un gesto inusual. Parecía estar enojada o estresada, no lo sabía, tan solo entendía que era por lo que había dicho.

—No sé, entré en pánico y lo he dejado con la palabra en la boca.

En ese momento, recibí puro palabrerío de parte de ambas chicas, hasta que Kenna dijo que resolvería el problema. No sabía de qué forma, pero juró que lo haría.

 

Evité a Liam en todos los lugares donde caminaba, hasta que pasaron las horas y Kenna me obligó a salir de mi hábitat, de mi área segura. Había entrado a mi habitación, tirando la puerta, con el rostro serio y la mirada dura.

Era Kenna, ella siempre conseguía lo que quería. Éramos semejantes en ese aspecto, nada más que ella lo conseguía de una forma violenta. Yo, por otro lado, actuaba sabiamente. Éramos semejantes, pero contrarias. 

—Debemos arreglar el desastre que has hecho —dijo y me sacó de la habitación, llevándome a su auto. Condujo hasta llevarme a un lugar conocido.

La piel se me erizó. Me detuve a mirar por el espejo y ella me obligó a bajarme. Respiré hondo y abrí la puerta. Una ola de frío me recibió, pensándolo mucho bajé.

Caminé hacia el gran quiosco con los dedos entrecruzados. Miré hacia la gran pintura que Liam me había mostrado una vez. Unos pocos minutos después, vi una silueta caminar hacia el sitio. Kenna me había abandonado en aquel lugar y supuse que no lo había hecho por nada.

Vi a Liam subir las pequeñas escaleras que permitían ingresar al quiosco. Él me miró fijo y supuse que no entendía el por qué mi reacción. Permanecimos callados unos instantes, que parecieron ser horas eternas, mientras el frío de la noche acompañaba los nervios que a ambos nos invadían. A pesar de que el aire era ligero, sentía que no lograba atravesar mis fosas nasales, así que respiré por la boca.

La piel se me erizó de tal forma que pensé nunca volvería a la normalidad. Pensé en la posibilidad de que, esta vez, fuera él quien abandonara el lugar y yo me quedara ahí, de pie, observándolo irse; pero no fue así. Él permaneció quieto, con un leve movimiento en las manos, supe que estaba tenso, que tal vez estaban pasando miles de cosas por su cabeza a cada segundo.

Sentí la carga en mis hombros, era semejante a llevar un bulto lleno de rocas pesadas. Él suspiró con fuerza, no sabía si debía hablar primero o dejarlo preguntar qué había sido lo que sucedió horas atrás.

De esas dos posibilidades, solo la primera era aceptable. Recordé lo que Freya había dicho entre tantos regaños:

—¡Maldición, Aria! Es Liam Forest. El chico más popular de toda la preparatoria. ¿Realmente le has hecho tal cosa? ―Era como escucharla gritarme lo mismo.

Cerré los ojos, mientras el silencio que nos hundía a los dos parecía ser eterno. A pesar de que alrededor del parque había gritos, sonrisas y llantos de niños, una persona hablando y un viejo hombre tocando el violín en uno de los postes de luz del parque, todo desapareció.

Quise escuchar su voz primero, complacerme con ella, pero era como si toda la conexión se hubiera roto en tan solo unas horas. Como si, a pesar de tener más de tres meses de conocernos, fuéramos completos extraños. Lo sentí tan pesado, tan agridulce, tan ridículo y repentino, tanto, que me pregunte si debía hacer algo para remediar aquel hecho o dejarlo todo como estaba.

Pero, me arriesgué a no perder lo que empezábamos a tener. No entonces.

Caminé hacia él, a un paso normal, aunque lo sentía a cámara lenta. Tragué saliva, y sin haberlo pensado tanto, abrí mi boca y dejé salir unas palabras.

—Liam… —Él respiró y pensé que le pesaba tanto decir mi nombre, que no podía creer que estaba a punto de decirlo.

—Aria Bennett.

—Necesitaba… pedirte perdón, por haberte… —No logré decirlo, no logré pronunciarlo, no logré pedir una disculpa sin que se me quebraba la voz.

La realidad es que nunca fui buena pidiendo disculpas. Cuando cometía un error tan solo me acercaba y abrazaba a mi hermano, a mi madre, mi padre o a DJ, pero no lograba solicitar una disculpa como una persona normal; me costaba pronunciarlo. Siempre llegué a pensar que no era necesario pronunciar las palabras mágicas para ser perdonado, sino demostrar que realmente querías que te perdonaran.

Siempre lo creí de esa forma; el verlo ahí, el no poder pronunciar las palabras mágicas, era incómodo para mí. 

—¿Qué es lo que te asusta? —preguntó él. Impresionada, me di cuenta de que tenía razón. Estaba asustada, pero aún no sabía por qué razón.

Entonces, escuché la voz de mi hermano en mi cabeza, decir: «No eres egoísta, solo tienes miedo de perder esta conexión conmigo y lo entiendo». Escuché también a mi padre: «Supongo que es difícil alejarte de una persona que realmente quieres».

—¡Aria! —gritó Liam, agarrándome de las manos con fuerza. No pude evitar las lágrimas y empecé a llorar. Él me miró directo a los ojos y su rostro cambió por completo—. ¿Qué sucede? —Respiré hondo y sentí el agua salada de mis lágrimas mojar mis labios.

—Liam, tengo miedo de perderte. —Me mira como si lo que estuviera diciendo fuera una locura

—¿Perderme?

—No puedo llegar a pensar que podamos ser algo perfecto y luego que sea arruinado por irme lejos o desaparecer de tu vida para siempre. Soy como una gitana, ando en diferentes lugares y no me es permitido querer a alguien, por miedo a perderlo para siempre.

—Pero eso no pasará conmigo… —empezó a decir; supe que no entendía la gravedad del asunto.

—Liam, no puedo aceptarlo. No puedo estar contigo y pensar que al siguiente día tendrías que olvidarte de mí, que luego de unos años vuelva a verte con hijos y otra mujer. Siempre que me gustaba alguien pensaba en eso, en lo doloroso que debía ser. Sería como haber perdido a un ser querido.

Sonaba ridícula por un momento, pero al siguiente sonaba desesperada.

—Aria, eso no sucederá, yo me encargaré de eso.

—No —aseguré exaltada, con los ojos hinchados—. No puedes prometer tal cosa. No puedes. Es una promesa que te obligaría a romper tarde o temprano.

—Aria, no se trata del futuro, se trata de lo que yo siento por ti, hoy. No mañana, ni ayer. ¿No quieres pensar «algún día lo intenté y no me arrepiento»? ¿No quieres pensar «fui feliz por un segundo en mi vida y valió la pena»?  No puedes castigarte de esa forma, es muy cruel. —Puso sus manos sobre mis mejillas y acercó su frente a la mía—. ¿No quieres? —Aspiré su aliento, olía a chicle de menta.

Cerré los ojos y pensé que, quizá, tenía razón; si esperaba que la marea se calmara era posible que nunca llegara probar su cálida agua, sin embargo, el riesgo de ahogarme siempre estaba presente.

Sin preverlo, sentí sus labios tocar suavemente los míos. La carne de estos era suave, placentera e inigualable. Por un segundo, sentí el mundo detenerse, cambiar de rumbo y marea.

«Liam Forest ha probado mis labios», pensé.

Hizo un leve movimiento y sus manos se enterraron en mi cabello, no pude evitar rodearle el cuello con mis brazos, sentí la presión de su mano derecha apretarme contra él, hasta casi alzarme. Ansié su aroma a perfume de hombre, jabón y gel. Me pregunté si era normal sentir tantas sensaciones, con tanta intensidad. Era como una caída desde de un quinto piso hasta una enorme colcha de plumas, suave y sedosa. Podría quedarme ahí por mucho tiempo.

Entonces, él separó sus labios de los míos. Lo miré aturdida, con una serie de pensamientos transitando por mi cabeza.

—¿Entonces, Aria Bennett…? —Estaba ansioso, quería una respuesta y yo aún me sentía en las nubes.

—Solo quiero que me prometas algo —dije, tratando de convencerme de lo que estaba a punto de decir.

—¿Qué cosa?

—Prométeme que nunca me detendrás. —Él sonrió y me regaló otro beso.

—Te prometo nunca detenerte.

Así, un diez de abril, me convertí en la novia de Liam Forest, el chico más popular de la preparatoria. Una fecha que nunca podría olvidar.

 

Al día siguiente, no podía creerlo. Cada que lo veía me daba un beso en los labios o en la frente. Todas las chicas nos miraban cuando pasábamos con las manos juntas. Supongo que de alguna forma, Liam se había dado cuenta de que estaba nerviosa y había dicho:

—Soy el chico más feliz del universo.

Todo había sido terrorífico. No sabía por qué, tal vez porque él era mi primer novio, pero, después todo fue muy confortante. Fui capaz de sentir su protección a cada paso que dábamos, cuando tomaba mi mano, cuando me miraba, cuando hablaba con los otros chicos.

Mike se había acercado un momento y me miró alegre. Supuse que estaba de acuerdo con nuestra relación.

—Pues, bien. —Esbozó una enorme sonrisa, con esos enormes labios de salmón, luego mostró el periódico escolar—. Ya es oficial, toda la preparatoria lo sabe —agregó, manteniendo la portada principal en alto. Me miró con curiosidad, yo solo trataba de no ocultarme detrás de Liam.

—¿Quién ha dado la noticia? —preguntó Liam, enterándose de lo rápido que corría la información.

— Kenna. Ella se encargó de la foto de la portada —dijo Mike.

Torcí los ojos. ¿Kenna había hecho tal cosa? Mike volvió a verme, bajando el periódico y acercándose más a mí.

—Eres como mi cuñada, debes saberlo de antemano. —Y sin esperarlo, me abrazó. Fue un momento incómodo, pero satisfactorio. Me sentí aceptada en su campo de batalla.

Por otro lado, mi hermano se enteró gracias a Kenna, ella le había contado todo. Ese día en la tarde, me había recogido y yo supuse que no lo había hecho solo porque quería tener un momento de hermano y hermana.

—Supongo que te has enterado —le dije y él se carcajeó.

—¿Pensaste que nunca me enteraría? —Supuse que mi hermano tenía el ojo puesto en mí.

Bueno, la verdad es que no importaba, ¿o sí? Tan solo me relajé.

—Es Liam Forest, el chico más popular de la preparatoria, y mi hermanita sale con él. Me hace recordar cuando conocí a Alinee. 

«¿Alinee?», me había preguntado.

Oh, claro, la chica de la cual mi hermano estuvo enamorado, o todavía lo estaba. Ella era menor que él, adicta a las fotografías, muy reservada. Él era muy activo y el más popular.

—Es una versión más moderna, supongo —agregó.

—Pues, espero que lo hagas oficial el día del campestre.

«¿Campestre? ¡Oh! El campestre», recordé.

James había invitado a Liam al campestre, esa cosa donde los empleados de papá llevaban a sus familias a actividades recreativas, de un fin de semana completo.

James le llama campestre, yo le llamo retiro, papá recreación, DJ campamento y mamá: descanso de ama de casa. Irónico. Pero eso no era lo importante, lo importante era que faltaban pocos días y James estaba emocionado. ¿Por qué razón? No importaba, sola sabía que debía hablarles a mis padres sobre Liam Forest.

Liam Forest.

Tan solo pensar en ese nombre era como un fuerte y complaciente respiro. Mi perspectiva de todo había cambiado en tan solo en unas horas, ahora sonreía todo el tiempo y podía asegurar que nunca me había sentido tan feliz. Podía ser una bipolar, aunque supuse que todas las chicas habían pasado por una situación similar: miedo, pánico, alegría, satisfacción y, al fin, seguridad y amor por esa persona.

Bueno, al final empecé a entender lo que quiso decir con: «No se trata del futuro, se trata de lo que yo siento por ti, hoy».

 

 

 

—¡Estúpida camisa! —dije en voz alta, fastidiada.

—¿Se ha revelado en tu contra? —preguntó mi madre, entrando a mi habitación.

—¡Madre, no empieces! —Caminó hacia mi cama, sentándose en el borde.

Todo en mi habitación estaba hecho un desastre. Tenía ropa regada por doquier, todos los zapatos desordenados en el piso, y mi madre solo reía en silencio.

—¿Sabes? —empezó a decir—, cuando conocí a tu padre él era un friki. Era muy reservado y siempre pasaba pegado a una computadora, creando programas que solo Dios sabe para qué eran. Yo, por otro lado, solo era una chica popular, cabeza hueca, que vivía solo por la danza y andaba con los chicos más estúpidos que alguna vez podrías conocer.

—Créeme conozco muchos —le dije, empacando algunas pertenencias y ordenando un poco el desorden.

—Bueno, recuerdo que conocí a tu padre en un recital; él estaba a cargo del sonido y, a pesar de que no era tan apuesto como todos los chicos populares, era guapo a su modo. De alguna forma, me empecé a fijar en él, en el chico guapo adicto a las computadoras y a los videojuegos. —Sin dejarla terminar, la interrumpí

—Madre, ¿a qué viene todo esto? —Ella sonrió.

Mi madre tenía esa peculiar sonrisa que solo James había heredado. Tenía esa magia encantadora que podía llamar la atención de quien quisiera; supuse que eso había sido lo que más le gustó a mi padre.

—Aria, me enamoré de tu padre porque él entendía mi mundo hueco. Yo estaba perdida en la popularidad, pero él rescató lo mejor de mí cuando tuve mi primera lesión, la cual me dejó fuera de los mayores recitales de Ballet. Sentía que estaba perdida, creo que nunca te he contado tal cosa, pero es una forma de recordarme cómo me enamoré de él. —Puso ese rostro pensativo que siempre me conducía a la curiosidad.

—Madre, ¿ya lo sabes, cierto? —Ella me miró con una sonrisa de lado a lado. Se puso en pie y salió de la habitación.

—Date prisa, nos vamos dentro de veinte minutos.

—Puedo lograrlo en veinte minutos —dije.

Mi madre era una gran bailarina. Mi padre siempre había sido enérgico y friki a su vez, pero no sabía ese lado de la historia. A pesar de que mi madre perdió la capacidad de bailar de nuevo, porque tuvo una lesión grave años atrás, ella me transmitió esa pasión. Creo que se alegraba al verme ir en la misma dirección en la que ella algún día se dirigió. Pero, supuse que habría sido mejor que no me contara la historia, ya que pasaría todo el tiempo pensando que sabía lo de Liam.

Después de veinte minutos, los preparativos estaban listos. Había organizado todo y era hora de irnos. Me encontraba muy nerviosa. Vi a pocos metros a James hablando con Liam, que al fin había llegado. Entonces, las manos empezaron a sudarme. Mi madre me vio a la distancia y sonrió como si se complaciera de verme en esta situación.

Sin esperarlo, DJ corrió, empujándome por detrás y haciendo que perdiera el equilibrio.

—¡DJ! —grité, mientras él se subía a la camioneta.

Liam volvió a verme, mientras yo intentaba levantarme. Sonreí de manera forzada, mi padre salió de la casa y me vio limpiándome la ropa.

—¡Ese es el espíritu! —Lo miré seria—. Hija, sé que el chico que está allá es tu novio. Estoy feliz por ti —me susurró, poniendo su brazo alrededor de mis hombros. Abrí los ojos, impresionada, mientras entreabría la boca y él se aleja unos metros.

—¡Padre! Se supone que soy yo quien se los tiene que decir.

—Bueno, peor es nada… —gritó él, casi llegando a la camioneta.

Mi papá le extendió la mano a Liam y le dio un abrazo, con una gran sonrisa. Liam rio, pero ¿qué le dijo?

James caminó hacia donde estaba, mientras cargaba mis cosas. Sonrió con tanta naturalidad que me pregunté qué otras cosas le habría dicho a nuestros padres.

—Le has contado —asumí.

—Yo no lo he hecho, lo ha hecho DJ. —Sus ojos verdes se veían ansiosos. Esbozó una sonrisa muy conocida.

—¿Ah? ¿Y él cómo se enteró? —pregunté, frunciendo el ceño.

—Yo le conté.

—Eso no es justo, James.

―¿Quién ha dicho que la vida es justa? —Lo miré molesta, pero él caminó con una sonrisa hacia la puerta de la casa.

Todos subimos a la camioneta; yo me encontraba en una posición incómoda. Todos sabían que Liam era mi novio, pero Liam no sabía que estaban enterados. Él había pasado los últimos días pensando en cómo sería todo y si él les agradaría como yo le agrade a su familia, pero lo que no sabía era que ya hasta le tenían un ridículo sobrenombre: Liam, el arrasador.

—¿Por qué le han llamado así? —le había preguntado a DJ, cuando me detuve para pedirle una explicación antes de subir a la camioneta.

—Porque es jugador de fútbol y arrasa con todo, inclusive contigo —respondió él; yo había puesto los ojos en blanco. ¿Qué podía ser peor, que mis padres ya supieran que era mi novio o que le llamaran «Liam, el arrasador» porque pudo llegar hasta mí?

Bueno, eso no importaba en ese momento. Papá iba conduciendo, las miradas de DJ y de James estaban encima de mí, y yo podía sentir el calor de Liam manar de él, a pesar del viento que entraba por las ventanas del auto.

El recorrido no era tan largo, en menos de una hora nos encontrábamos en un gran hotel. Papá era muy delicado con los campestres o retiros —o como se les dijera—, a pesar de que le daba bono a sus empleados, organizaba este tipo de eventos en los que se relacionan. El hotel era una especie de socio, pues compraba muchos de los productos tecnológicos avanzados que la empresa de papá ofrecía, así que era como una especie de intercambio o agradecimiento.

Todos bajamos de la camioneta, el primero fue DJ, quien gritó emocionado.

—¡Hermosa tierra! —Se arrodilló, poniendo las manos sobre esta.

—¡Levántate, DJ! —le dije, dándole un leve golpe en la cabeza.

Nos dirigimos hacia la parte de atrás, a buscar nuestras pertenencias.

El día estaba hermoso, perfecto para el fútbol. Aunque, antes de llegar a esa parte papá reunió a todas las familias en un gran campo verde. Eran demasiadas, quizá podían llenar el hotel completo. Entre ellas estaba la familia de Kenna.

La miré correr hacia a mí y gritarme como loca.

—¡¿Dónde está la chica de las zapatillas?!

—¿Por qué le dirán así? —preguntó Liam, quien se asomó detrás de mi espalda.

—¡Liam! —Ella caminó hacia él y lo abrazó, saludándolo. Yo sonreí.

Las familias van a sus respectivas habitaciones, pero en mi caso y el de Kenna, pedimos habitaciones para ambas. Me sorprendí de lo que mi hermano le ofreció a Liam.

—¡Vamos, cuñado! Compartamos habitación. —No pude evitar no sorprenderme, ¿realmente le propuso tal cosa? Bueno, al menos compartían una misma pasión, eso era bueno, supuse.

Traté de evadir la parte en la que él se quería despedir de mí con un beso en los labios; entendió que no me sentía muy cómoda con las miradas de mis padres, mis hermanos y Kenna encima, así que tan solo depositó un beso en mi frente.

—Ay, ¡rayos! Cuándo será el día que dejen de ser tan ridículos —dijo Kenna, con esa voz chillona que hacía que quisiera cerrarle el pico

—El día que sepas mantener la boca cerrada —respondí, alejándome de ellos y caminando hasta el ascensor—. Nos vemos luego —le dije a mis padres.

La tarde pasó muy rápido. Al cabo de unas pocas horas, los hombres estaban en la cancha de futbol. Kenna y yo estábamos sentadas en las bancas, viéndolos hacer los grupos. Entre ellos estaban Liam y James. Mi curiosidad aumentó y tuve ganas de verlos jugar como un equipo, a pesar de que no supiera nada de fútbol estaba segura de que serían un gran equipo.

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