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Cinco errores » Quinto error: el miedo

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QUINTO ERROREL MIEDO

Vergüenza deberían sentir los periódicos y canales televisivos que no tuvieron la valentía de enseñar a sus lectores esas caricaturas. Estos intelectuales viven de la libertad de expresión, pero aceptan la censura. Esconden su mediocridad de opinión detrás de términos aparentemente nobles como responsabilidad y sensibilidad.

AYAAN HIRSI ALI, «El derecho a ofender».

Conferencia de Berlín, 2006

El miedo. De todas las cadenas con las que nos podemos esclavizar, la que nace del miedo es la más difícil de destruir. Si algo saben los totalitarismos de todo tipo es que aterrorizar a la ciudadanía es la manera más eficaz de paralizarla. Y al mismo tiempo, es el camino más rápido para conseguir su complicidad. Del nazismo al estalinismo, pasando por todas las ideologías del mal y terminando en el islamofascismo, todos han utilizado el miedo como método de persuasión y, por eso mismo, han matado de forma masiva e indiscriminada, para que el ciudadano de a pie se sintiera atrapado y vulnerable, situado en el centro de la diana. Convertir a la ciudadanía en objetivo probable es un método de dominio con muchos siglos de eficacia, y el yihadismo no hace sino llevarlo a la práctica con la tecnología avanzada del siglo XXI. Por eso, las bombas se ponen en los metros, los autobuses, los aviones, y por eso mismo un rascacielos en el centro de una gran ciudad se considera un objetivo excelente: porque no se trata solamente de matar a muchos, sino de asustar mucho a quienes no mueren. Y en el momento en que el ciudadano ya no es «daño colateral» de un conflicto sino el objetivo del atentado, entonces el terror impone su ley.

El resultado de este miedo atmosférico lo definió con precisión quirúrgica el semanario El Jueves, cuando en 2006, en plena oleada de protestas musulmanas contra el semanario danés Jyllands-Posten, que había publicado las famosas caricaturas de Mahoma, hizo una portada que decía «Íbamos a dibujar a Mahoma, pero nos hemos cagado». El miedo se había instalado hacía años en el subconsciente y… en el consciente colectivo, y la misma Europa que había conquistado el derecho a criticar, a reírse e incluso ofender al Dios cristiano, ahora se arrodillaba delante del Dios musulmán, como si hubiese vuelto a la Edad Media. Fue así como fueron recortando la libertad de expresión cuando se trataba de aplicar el sentido crítico, o el humor, o la parodia sobre el islam. Por la fuerza de la violencia, y con el miedo como aliado, el islam consiguió que, mediante sus actuaciones, la libertad de expresión estuviera autocensurada en las democracias, donde teóricamente estaba protegida. Y en los raros casos en los que la libertad ha triunfado, desde el Jyllands-Posten danés hasta el Charlie Hebdo francés, ya sabemos a qué nivel han llegado las amenazas, la violencia y los asesinatos.

No culpo a nadie de tener miedo. A menudo, cuando hablo de estos temas, la primera pregunta siempre es: «¿no tienes miedo?». Se considera normal que no hablemos del islam con libertad, que no digamos según qué, que nos pongamos la mordaza antes de hablar del tema, y no por respeto, ni por ignorancia, ni por pereza, sino sencillamente porque pueden matarnos. Por desgracia, este miedo individual es también un miedo colectivo, que arraiga en el corazón de las redacciones de los periódicos, en quienes editan los programas de televisión, en los libros publicados, en el humor de los que hacen sátira. ¿Podemos decir que Mahoma era un pedófilo, teniendo en cuenta que se casó con una niña de nueve años?

Es más, ¿podemos elevar crítica alguna respecto a Mahoma o a sus palabras o su pensamiento con total libertad? Sabemos perfectamente que no, y que antes de enfrentarnos a problemas de toda clase —manifestaciones en países musulmanes, iglesias quemadas, monjas y curas asesinados, boicots económicos, fetuas…—, antes de sufrir todo eso, preferimos volver a esconder la libertad de expresión en un cajón. No existe el quid pro quo en ningún sentido: persiguen a otras religiones en los países en los que mandan, pero nosotros debemos potenciar la visión más feudal de la suya; estudian y hacen proselitismo de textos racistas y xenófobos que tratan a los cruzados y a los judíos como escoria, pero nosotros debemos mantener un respeto riguroso; viven bajo códigos civiles y penales represores y contrarios a los derechos humanos, pero ellos exigen que les sean aplicados nuestros códigos democráticos. Y tienen razón. La democracia se basa, precisamente, en la igualdad, en no discriminar por raza, religión o tendencia sexual, y eso vale para todos. Pero la cuestión es que todo eso no vale cuando nos desplazamos a sus países. Y no obstante, parece que sea normal…

El miedo corta la libertad, rompe el dinamismo social, anula el pensamiento crítico, y es eso precisamente lo que buscan las ideologías totalitarias: que cada ciudadano sea el secuestrador de su propia libertad. Tantos años después de su publicación, el Terror y muerte del Tercer Reich de Bertolt Brecht regresa con toda su crudeza: cuando el terror se instala en el cerebro individual, en el comedor de casa, el totalitarismo ha vencido.

Por eso mismo es importante canalizar adecuadamente el miedo (que es una reacción inevitable) para que no implique capar nuestras libertades. Y no es fácil, porque todos tenemos en la retina la valentía de los dibujantes de Charlie Hebdo, que hicieron lo correcto, y ahora están muertos. La lección que debemos extraer de esos brutales asesinatos no es callar con la esperanza de que no vuelvan a matarnos. La lección es la contraria: dejar claro que su violencia y nuestro miedo no cambiarán nuestra civilización. Es decir, la reacción solo puede ser la de plantar cara. Es el gran mensaje del poema que escribió el pastor luterano alemán, ferviente luchador contra los nazis, Friedrich Gustav Emil Martin Niemöller:

Cuando los nazis persiguieron a los comunistas,

no levanté la voz.

Yo no era comunista.

Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,

no levanté la voz.

Yo no era socialdemócrata.

Cuando persiguieron a los sindicalistas,

no levanté la voz.

Yo no era sindicalista.

Cuando persiguieron a los judíos,

no protesté.

Yo no era judío.

Ahora me persiguen a mí.

Y no hay nadie que levante la voz.

Muchos serían los ejemplos que podría poner para ejemplificar cómo se ha instalado el miedo en nuestras sociedades y, poco a poco, ha ido erosionando la libertad de expresión. Desde la fetua contra Salman Rushdie, cuando decidimos esconderlo y no hacer nada al respecto, hasta los asesinatos de los dibujantes de Charlie Hebdo, pasando también por el asesinato del cineasta holandés Theo van Gogh, el proceso de erosión de la libertad de expresión no ha dejado de aumentar, y hay que decir de manera explícita que la mayor parte de los medios de comunicación, de los intelectuales y de los periodistas han decidido dar un paso atrás ante la amenaza del islam, a fin de evitar problemas. La cuestión es que cada paso atrás de la libertad es un paso adelante del totalitarismo.

Concluyo el capítulo tomando prestadas las palabras que Ayaan Hirsi Ali pronunció en Berlín, el 10 de febrero de 2006, cuando reclamó lo que ella denomina «el derecho a ofender». En esta magistral conferencia, Ayaan, que padece de por vida la amenaza de muerte, y que sin embargo nunca ha dejado de hablar claro, fustigó con dureza a los timoratos, los miedosos, los acomodados, a todos aquellos que prefieren callar, no comprometerse y desviar la mirada. Creo que no hace falta añadir nada más a lo que ella dijo:

Estoy aquí para defender el derecho a ofender.

Creo firmemente que este empeño vulnerable llamado democracia no puede existir sin libertad de expresión, sobre todo en los medios de comunicación. Los periodistas no deben renunciar al deber de hablar libremente, un derecho que se niega a las personas en otras partes del planeta. En mi opinión, el Jyllands-Posten hizo bien en publicar los dibujos de Mahoma y otros periódicos europeos hicieron bien en reproducirlos.

Repasemos este caso. El autor de un libro para niños sobre el profeta Mahoma no encontraba ilustraciones para su texto. Decía que los ilustradores se autocensuraban por miedo a las reacciones violentas de los musulmanes, para quienes está prohibido representar al profeta. El diario Jyllands-Posten decidió investigarlo. Creían (y con razón) que este tipo de autocensura tenía consecuencias importantes para la democracia. Como periodistas, tenían el deber de pedir y publicar los dibujos.

Vergüenza deberían sentir los periódicos y canales televisivos que no tuvieron la valentía de enseñar a sus lectores esas caricaturas. Estos intelectuales viven de la libertad de expresión, pero aceptan la censura. Esconden su mediocridad de opinión detrás de términos aparentemente nobles, como responsabilidad y sensibilidad.

Vergüenza deberían sentir los políticos que declararon en público que publicar y reproducir los dibujos era «innecesario», «insensible», «irrespetuoso» y que «estaba mal». Creo que el primer ministro de Dinamarca, Anders Fogh Rasmussen, actuó de manera adecuada cuando se negó a entrevistarse con representantes de los regímenes tiránicos que le pedían que limitase el poder de la prensa. Tendríamos que ofrecerle nuestro apoyo moral y material; es un ejemplo para todos los demás líderes europeos. Ojalá mi primer ministro tuviese la valentía de Rasmussen.

Vergüenza deberían sentir las empresas europeas en Oriente Próximo que han puesto anuncios que dicen «No somos daneses» o «No vendemos productos daneses». Eso es cobardía. Después de eso, el chocolate Nestlé no volverá a tener el mismo sabor, ¿a que no? Los estados miembros de la UE deberían compensar a las empresas danesas por los daños causados por los boicots. La libertad no es barata. Vale la pena pagar unos cuantos millones de euros por defender la libertad de expresión. Si nuestros gobiernos no ayudan a nuestros amigos escandinavos, confío en que los ciudadanos organicen una campaña de donaciones para las empresas danesas.

Nos han inundado de opiniones sobre el mal gusto y la falta de tacto de los dibujos; han recalcado que solo han servido para engendrar más violencia y discordia. Mucha gente se ha preguntado para qué han servido. Pues bien, la publicación de los dibujos confirmó que existe un miedo generalizado entre los autores, cineastas, dibujantes y periodistas que quieren describir, analizar o criticar los aspectos intolerantes del islam en toda Europa. También ha revelado la presencia de una minoría considerable en Europa que no entiende o que no acepta los mecanismos de la democracia liberal. Estas personas, muchas de las cuales tienen pasaporte europeo, han propugnado la censura, los boicots, la violencia y unas leyes nuevas que prohíben la islamofobia.

Los dibujos también han mostrado ante la opinión pública que hay países dispuestos a infringir la inmunidad diplomática por motivos de conveniencia política. Gobiernos perversos como el de Arabia Saudí organizan movimientos populares para boicotear la leche y los yogures daneses, cuando, en realidad, aplastarían sin piedad cualquier movimiento popular que luchase para obtener el derecho a voto.

Hoy estoy aquí para defender el derecho de ofender dentro de los límites que marca la ley. Y debéis de preguntaros: ¿por qué Berlín?, ¿y por que yo?

Berlín es un lugar importante en la historia de las luchas ideológicas sobre la libertad. Esta es la ciudad donde el muro mantenía a la gente dentro de los confines del Estado comunista. Fue la ciudad en la que se centró la lucha de las ideas. Los defensores de la sociedad abierta hablaban a las personas sobre los defectos del comunismo. Pero la obra de Marx era objeto de discusión en las universidades, en páginas de opinión de los periódicos y en las escuelas. Los disidentes que huyeron del Este podían escribir, hacer películas, dibujar y utilizar su creatividad para convencer a los ciudadanos de Occidente de que el comunismo no era ni por asomo el paraíso en la Tierra. A pesar de la censura brutal del Este y la autocensura de muchos occidentales que idealizaban y defendían el comunismo, al final se ganó la batalla.

Hoy, el reto al que se enfrenta la sociedad libre es el islamismo, una doctrina atribuida a un hombre llamado Mahoma Abdullah que vivió en el siglo VII y que es considerado el profeta. Muchos de sus seguidores son personas pacíficas; no todos los musulmanes son fanáticos, y quiero dejar muy claro que tienen perfecto derecho a ser fieles a sus creencias. Pero dentro del islam hay un movimiento intransigente que rechaza las libertades democráticas y pretende destruirlas. Estos islamistas intentan convencer a otros musulmanes sobre cuál es la mejor forma de vida. Pero cuando quienes se oponen al islamismo intentan denunciar las falacias ocultas en las enseñanzas de Mahoma, entonces se les acusa de blasfemos, socialmente irresponsables e incluso islamófobos o racistas. No se trata de raza, color, ni tradiciones. Se trata de un conflicto de ideas que va más allá de razas y fronteras.

¿Por qué yo? Yo soy una disidente, como los habitantes de la parte oriental de esta ciudad que huían a Occidente. Yo también he huido a Occidente. Nací en Somalia y crecí en Arabia Saudí y Kenia. Seguí con fidelidad las normas dictadas por el profeta Mahoma. Como los miles de personas que se han manifestado contra los dibujos daneses, pensaba que Mahoma era perfecto, la única fuente del bien, el único criterio para distinguir entre el bien y el mal. En 1989, cuando Jomeini ordenó que matasen a Salman Rushdie por insultar a Mahoma, pensé que tenía razón. Ahora ya no lo pienso.

Creo que el profeta se equivocó cuando se situó y situó sus ideas por encima de las críticas.

Creo que el profeta Mahoma se equivocó cuando dictó que las mujeres debían estar subordinadas a los hombres.

Creo que el profeta Mahoma se equivocó cuando decretó que se asesinase a los homosexuales.

Creo que el profeta Mahoma se equivocó cuando dijo que había que matar a los apóstatas.

Se equivocó cuando dijo que había que azotar y lapidar a las adúlteras, y cortar las manos a los ladrones.

Se equivocó cuando dijo que los que mueren en nombre de Alá serán recompensados con el paraíso.

Se equivocó cuando afirmó que se podía construir una sociedad justa basándose en sus ideas.

El profeta Mahoma dijo e hizo cosas buenas. Animaba a que la gente fuese caritativa con los demás. Pero pienso que también fue irrespetuoso e insensible hacia quienes no estaban de acuerdo con él. Opino que está bien hacer dibujos y películas sobre Mahoma. Es necesario escribir libros sobre él, para educar a los ciudadanos.

No quiero ofender al sentimiento religioso de nadie, pero no estoy dispuesta a someterme a la tiranía. Exigir que unas personas que no aceptan las enseñanzas de Mahoma se abstengan de hacer dibujos de él no es reclamar respeto, sino sumisión.

No soy la única disidente que hay en el islam. Hay más personas como yo aquí, en Occidente. Si no tienen guardaespaldas, viven con identidades falsas para protegerse. Y también hay otras personas que no se conforman: en Teherán, en Doha y en Riad, en Ammán y El Cairo, en Jartum y en Mogadiscio, en Lahore y en Kabul.

Los disidentes del islamismo, como los del comunismo, no tenemos bombas nucleares ni armas de ninguna clase. No contamos con el dinero del petróleo, como los saudíes. No quemamos embajadas ni banderas. Nos negamos a dejarnos arrastrar por un frenesí de violencia colectiva. Somos muy pocos y estamos demasiado dispersos para ser un colectivo. En Occidente, nuestra presencia electoral es prácticamente nula.

Lo único que tenemos son nuestras ideas; y lo único que pedimos es poder expresarlas.

Nuestros opositores utilizan la fuerza para hacernos callar. Utilizan la manipulación: aseguran que se sienten moralmente ofendidos. Dicen que tenemos un desequilibrio mental y que no se nos puede tomar en serio. Los defensores del comunismo también utilizaban esos métodos.

Berlín es una ciudad que anima al optimismo. El comunismo fracasó. El muro se derrumbó. Nuestra lucha puede parecer difícil y confusa, pero soy optimista y pienso que un día el muro virtual que separa a los amantes de la libertad de quienes sucumben a la seducción y a la seguridad de las ideas totalitarias también caerá.

El muro caerá…

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