Barcelona

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"EL PUNTO MÁS ALTO DE LA ANTIGUA BARCELONA"

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"EL PUNTO MÁS ALTO DE LA ANTIGUA BARCELONA"

Por detrás de la catedral, mismo donde la silenciosa y umbría calle del Paradís dobla en ángulo recto, hay una losa que señala "el punto más alto de la antigua Barcelona". A la antigua Barcelona, antes se le llamaba barrio de la catedral —y antes aún, Mons Taber— y ahora se le dice barrio gótico, que queda más culto y turístico. El barrio gótico empezó por ser ibérico, continuó en romano, siguió en godo, fue musulmán, pasó a carolingio y, entreverado de judío, tuvo su apogeo histórico con los doce condes de Barcelona, los trece reyes de Aragón pertenecientes a la casa de Barcelona y los cuatro Trastámaras; a principios del siglo XVI la historia volvió grupas a estas ilustres piedras y el barrio ya no levantó cabeza hasta cuatrocientos años más tarde. Los judíos se instalaron en Barcelona en tiempos de los romanos, en el Call, donde llegaron a rezar en dos sinagogas; en su cementerio se encontró una sortija de oro con la palabra Astruga, quizá nombre de mujer y quizá deseo de bienaventuranza; Estruch, Estruga y Estrugo son apellidos hoy frecuentes, y bona o mala astrugància o astrugança vale por buena o mala suerte, aunque astrugància astrugança no puedan caminar solas; astruguea significó buena suerte.

Para Cicerón, la historia es testimonio del tiempo, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida y reflejo de la antigüedad; también es, con harta frecuencia, sarta de despropósitos, nómina de minúsculas venganzas, inventario de caprichos, centón de rapiñas y monótono y aburrido vocerío.

La romana Pia Favencia Barcino desbordó el Mons Taber —fundado frente a la autóctona Laye— y, quizás en el siglo IV y escarmentada de cobrar candela, se fortificó; novecientos años andando, Jaime I levantó sus murallas y los cristianos —que propendían al ahorro— apoyaron sus casas en los recios muros que un día fueron romanos e imperiales; así, con esa especie de casual vendaje que les pusieron, se conservaron hasta que en parte fueron destapados y aireados. Paños de estas murallas quedan ahora en las calles de Murallas Romanas y de Tapinería, en la casa Canonja y en las plazas Nueva y de Berenguer el Grande, con la estatua ecuestre del conde, obra de José Llimona, en su jardín en el que los pájaros cantan en los cipreses y verdea el mirto de la sabiduría.

Los paganos —que es nombre de catequesis y de significado difícil e impreciso— levantaron en el Paradís el mayor templo de la ciudad, que se cambió más tarde por un jardín deleitoso y, a lo que parece, paradisíaco. En el codo que forma la calle del Paradís, una vieja rueda de molino incrustada en el pavimento marca el punto más elevado de la ciudad de entonces. En ese preciso lugar —y en un caserón gótico, penumbroso y cargado de historia, que guarda tres columnas del templo de Augusto que la gente prefiere llamar de Hércules — tiene ahora su sede el Centro Excursionista de Cataluña, benemérita institución a la que tanto debe la cultura de este país. Por la calle que dobla se llega a la plaza de San Jaime, encrucijada de las dos principales vías de los romanos: Cardo, que ahora se llama calle de la Ciudad hacia un lado y del Obispo hacia el otro, y Decumano, que ahora es Call para arriba y Libretería para abajo. Cardo, en latín, puede significar límite o senda; también fue el nombre de una ciudad de la España ulterior, pero ésta cae muy lejos de Cataluña. Decimanus o decumanus se le decía al cobrador del diezmo y al soldado de la legión décima. La ibérica Laye del Montjuic, que acuñó en su moneda la misteriosa palabra Layesken, que no se sabe lo que significa, se fue encogiendo ante la romana Barcino del Mons Taber, nombres acerca de los que hay más dudas que certezas. Sobre Taber no se hacen ni conjeturas; puede que sea mejor así. La leyenda de que Barcelona fue la barca nona que envió Hércules en socorro de Troya no pasa de ser una bella licencia poética; su etimología púnica es infundada, y el querer derivar su nombre del de Amílcar Barca, está bien como broma heroica, pero tampoco puede admitirse. Barcino es quizá producto de un prefijo átono prerromano, relativamente frecuente en la península: Barca, Barceda, Barcela, Barcella, Bárcena, Bárcenas, Barcenilla, Barcia, Bárcina, Bárzena, son topónimos de cuna tan incierta como vetusta; hay quien supone que bajo ellos laten muy bucólicas nociones: henil, gavilla de cereal, choza, establo, nava. Sea lo que fuere, lo que sí puede asegurarse es que el nombre de Barcelona no es de la semana pasada.

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