Barcelona

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EL MODERNISMO

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EL MODERNISMO

Los estilos se salvan como pueden, cada uno de ellos como puede, y quizás uno de los caminos más eficaces que pudieran encontrar para no hundirse sea el de la natural incorporación a la vida de su tiempo: la moda femenina y masculina; los juegos y las herramientas; la decoración de los hogares, los templos, los teatros y los comercios, etc. Por la senda contraria, se cae en el olvido o en los museos, que suelen ser, con no poca frecuencia, el archivo sin fondo de múltiples y sucesivos olvidos. Los museos están, probablemente, bien —eso no hemos de discutirlo ahora—, pero caer en los museos a destiempo o antes de tiempo puede ser síntoma de anemia. El "Modem Style" está vivo en Barcelona —en la arquitectura, en la escultura, en la decoración— porque Barcelona lo asimiló y lo hizo suyo; los años peligrosos ya pasaron y, a estas alturas, es probable que sobreviva durante algunas generaciones. El espíritu dels Quatre Gats y de los carteles de Ramón Casas para anunciar el anís del Mono asoma todavía—¡y que sea por muchos años!—a no pocas portadas comerciales barcelonesas. El modernismo es el producto de una Barcelona contradictoria, próspera y revuelta al tiempo, y refleja, en materiales en principio innobles (el yeso, la piedra artificial, el ladrillo, el vidrio), unos estamentos sociales muy delimitados y sólidos. Las tiendas modernistas brindan al comprador una inicial garantía: la del mucho tiempo que llevan con las puertas abiertas a la parroquia. Si para muestra basta un botón, vaya un ejemplo: los mejores marrons glacés del mundo se despachan en una confitería modernista del paseo de Gracia, acera de los impares; es fácil de encontrar.

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