Barcelona

Barcelona


EL PARQUE DE LA CIUDADELA

Página 16 de 41

EL PARQUE DE LA CIUDADELA

Picasso, allá por los años 1894 o 96, hizo dos dibujos del parque de la Ciudadela, uno de la cascada y otro del lago; éste representa una señorita de sombrilla mirando para los cisnes que navegan en paz y majestuosos. El parque de la Ciudadela se alza en los mismos terrenos sobre los que Felipe V mandó levantarla, después de arruinar el barrio de la Ribera; la propiedad clama por su dueño — se dice en derecho romano — y este rincón barcelonés, al cabo del tiempo, volvió al redil de Barcelona para el mejor solaz de sus habitantes. El parque de la Ciudadela nació bajo la batuta del maestro de obras José Fontseré y es siete años más joven que Picasso. En el parque — y entre otras cosas, que no en todas hemos de paramos — se aloja el museo de Arte Moderno, hace equilibrios la Dama del paraguas en su fuente, respiran las airosas bestias del zoo y silba la cascada de Gaudí, curiosa y muy académica obra anterior al Gaudí que todos entendemos como tal y que, probablemente, no es de Gaudí, sino de Fontseré. El cuartel del Arsenal, heredado de la derruida ciudadela, no llegó a ser palacio real —aunque se pensó que lo fuera—, se sintió museo durante algunos años, tuvo como inquilino al parlamento catalán de 1932 a 1939 y volvió de nuevo a ser museo, aunque bien sabe Dios que no es para eso para lo que mejor pudiera servir. En el museo de Arte Moderno padecen de reuma los cuadros de Mariano Fortuny y de Martí Alsina, de Benet Mercadé y de Masriera, de Vayreda y de Mas y Fontdevila, de Baixeras y de Galwey, de Casas y de Rusiñol, de Canals y de Joaquín Sunyer, de Nonell, de Xavier Nogués, de Llimona, de Anglada Camarasa y de todos cuantos pintores y escultores (Ciará, Gargallo, Manolo Hugué...) tuvieron algo que decir, con el pincel o con el cincel, en el Principado y desde hace más o menos un siglo a esta parte; la contribución de los no catalanes — Regoyos, Sorolla, Zuloaga, Solana— es menos cuantiosa, claro es, y no pasa de significativa.

La Dama del paraguas (y del polisón) es muy airosa y distinguida, muy femenina y coqueta; el agua mana del varillaje de su paraguas y la dama no se moja de verdadero milagro: para eso va de paraguas. En el parque de la Ciudadela hay muchos bustos de escritores y poetas; el ambiente es propicio y la verdad es que parecen como encontrarse a gusto. Los voluntarios catalanes que lucharon al lado de los franceses en la guerra Europea están inmortalizados en bronce por Clará, en una estatua que representa un hombre en cueros y con los brazos en alto; la estatua es muy solemne y heroica, muy declamatoria y literaria, pero de buen trazo. El general Prim, que fue quien devolvió la Ciudadela a Barcelona, tiene también su estatua, que es ya la segunda; la primitiva era obra de Puigjaner y la derribaron las turbas —con injusticia e insensatez evidentes — durante la guerra civil; el amanuense siempre pensó que en España falta una oficina orientadora de las masas enardecidas, que sería la encargada de evitar errores; la gente, cuando se harta, empieza a romper cosas, y en esta oficina que el amanuense preconiza, el iconoclasta recibiría cumplida información: derribe usted esa estatua, que es antipática y representa a un pelma o a un explota dor; no toque a esta otra, que tiene mérito y está dedicada a una buena persona, etc. La nueva estatua del general Prim es réplica de la anterior y obra de Federico Marés.

El zoo es el primero de España, lo que tampoco es decir demasiado, y no recuerda a un presidio, lo que ya es bastante; en el zoo barcelonés los animales parecen sanos y no excesivamente tristes ni aburridos. Los niños, los fotógrafos y los xarnegos suelen pasarlo muy bien en esta esquina de la ciudad.

El lago tiene una islilla, a la que algunos dicen de los Álamos, rodeada de esfinges de las que mana el agua; al islote puede llegarse por un pontezuelo de madera y todo el paraje es muy romántico y poético. La cascada monumental es quizá excesivamente monumental y aparatosa; Gaudí no tuvo demasiada parte en ella, era aún estudiante de arquitectura e hizo sólo lo que Fontseré le permitió: la rocalla sobre la que se vierte el agua y algún pequeño detalle decorativo. La Venus del arco grande es obra de Venancio Vallmitjana y de excelente trazo. La triunfal cuadriga de Apolo que remata el conjunto se debe a Rosendo Nobas y es muy del gusto de su tiempo. Vista por un joven de hoy, es casi del estilo al que dicen camp. Los gustos suelen ser más inseguros y movedizos ante la escultura que ante las demás artes.

Ir a la siguiente página

Report Page