Barcelona

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LA CALLE DE LA CIUDAD

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Está en el corazón de la Barcelona administrativa, saliendo de la plaza de San Jaime; a la esquina se alza el ayuntamiento, la casa de la ciudad, con su frente decimonónico, neoclásico y más bien aburridillo, dando a la plaza, y el noble gótico de la fachada antigua, fluyendo por la angosta calle de la Ciudad. En la plaza estuvo, en tiempos, la iglesia de San Jaime, colindante con el ayuntamiento; cuando se vino abajo, a éste lo tuvieron que acicalar un poco y le inventaron una fachada; esto sucedió hace cosa de un siglo más o menos, cuando empezaron a circular los sellos de correos en Inglaterra, y es obra del arquitecto Mas. A derecha e izquierda de la puerta, como dándole guardia, aparecen el rey Jaime I el Conquistador y el concejal Fivaller, que cobró impuestos al rey Fernando; los esculpió el académico José Bover, muerto al nacer el Ku-klux-klan, mientras Alfredo Nobel inventaba la dinamita y Dostoievski escribía

Crimen y castigo; quiere decirse en el 1866. La calle de la Ciudad es recoleta y umbría, misteriosa y amable, aristocrática y civil; el calendario se paró sobre el San Rafael y los tres escudos que rematan el portalillo del ayuntamiento y, por el aire, igual que dos pájaros tristes y sin edad, revuelan las ánimas benditas de Santa Eulalia y San Severo, sus cuerpos presos bajo el dosel de piedra. La santa fue cincelada por el manresano Joan Flotats, en el siglo pasado; el santo es huérfano, de padre desconocido, y del XVI.

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