Barcelona

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CRISTÓBAL COLÓN EN SU CUCAÑA

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Los escultores acostumbran representar a Cristóbal Colón subido en su cucaña y señalando con un dedo algún punto cardinal: el norte de la estrella Polar, el sur del moro, el este genovés, el oeste por donde anduvo con sus carabelas; esto de las costumbres de la escultura es algo que no está todavía bien estudiado, se conoce que no es tan mollar como parece a primera vista. A Cristóbal Colón, sus contemporáneos le untaron de grasa la cucaña, puede que para que se deslomara contra el empedrado y no pudiera alcanzar el chorizo del premio, pero el arquitecto don Cayetano Buigas Munravá, que algunos escriben Buhigas Munrabá (y allá cada hijo de vecino con sus ortografías), prefirió ponerlo encima del todo y muy seriecito y tieso y bien colocado; el amanuense cree que don Cayetano hizo bien porque Cristóbal Colón, a su juicio, se lo merece. A pesar de la lata que dan a veces los americanos, la aventura de Cristóbal Colón fue muy meritoria y arriesgada y todo el mundo lo pregona; de otra parte, Colón tampoco se inventó a los americanos, sino que se limitó a descubrirles su escenario. Además la gente sabe quién es, mientras que a la mayoría de los señores representados en las estatuas no los conoce ni su padre. Don Cayetano remató su columna — de cincuenta metros de altura, de hierro fundido y con basamento de piedra — y puso encima a Cristóbal Colón cuando Picasso era todavía un niño que no había hecho la primera comunión, se sublevaba el brigadier Villacampa y venían al mundo el rey Alfonso XIII y el pintor Solana. Por la tripa de la columna sube un ascensor hasta todo lo alto; la panorámica que puede verse desde arriba es muy hermosa: la ciudad, el puerto, Montjuic, el conjunto de las Atarazanas en toda su integridad, y las gentes que caminan pegadas a la tierra, pequeñitas, apresuradas y negras como hormigas.

El monumento a Cristóbal Colón está en la puerta de la Paz; esta puerta se abrió sobre la Rambla hace ya más de cien años, mientras Narváez gobernaba el país a patadas y bajo el lema ¡aquí no rechista ni Dios! Enfrente quedan las aguas, con sus golondrinas de transporte y sus gaviotas de ambas calidades: de carne y hueso y pluma las más antiguas, y también de transporte —como las golondrinas — las más nuevas; a levante se alzan la antigua fundición de cañones y el gobierno militar, que es copia reciente — y no muy afortunada — de la Lonja, y a poniente lucen las Atarazanas con su noble y bien medido sosiego.

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