Barcelona

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ESTRAMBOTE PARA SALUDAR A LA AFICIÓN

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Hasta aquí lo que se daba, señoras y señores. El amanuense, en este tranco final de su librillo, tiene la conciencia en paz y en sosiego el alma, ese castillo roquero leve como el soplo, pero que no se rinde jamás. El amanuense hizo lo que pudo y menos, sin duda, de lo que quiso hacer; si falló en su propósito, siempre le quedará el arbitrio de hacer suyo el verso de Jean de Ligendes, poeta muerto en 1616, mal año que se escribe con tristes letras de oro en el obituario del Parnaso: La culpa es de los dioses, que la hicieron tan bella.

Sí; aquí termina esta fotografía al minuto de Barcelona, este dibujo de retratista de café que bien lamenta no ser Rembrandt ni Velázquez. Su esbozo no tiene más pretensiones ni menos exigencias; tampoco aspira a más cosa — ni a menos — que a haber sabido ser un requiebro a la ciudad en la que nunca se sintió ni extraño ni transeúnte. El cor no parla, però endevina —suele decirse. Lo que al amanuense le acontece es que no sabe hablar todo lo mucho que en Barcelona adivinó; su único consuelo es la certeza de que donde hubo fuego, según quiso Virgilio, queda rescoldo.

 

Palma de Mallorca, 11 al 14 de enero de 1967 y 22 al 31 de marzo de 1970.

 

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