Bambi

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Apéndice

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No

Apéndice

La época

Cambios en EuropaFélix Salten nació en 1869, dos años después de que el tratado de 1867 configurase, un poco artificialmente acaso, los confines del llamado imperio austrohúngaro. La derrota de Austria frente a Alemania, finalizada con la Paz de Praga de agosto de 1866, significó la eliminación de Austria del proyecto prusiano y la hegemonía de Bismarck (1815-1898), llamado el «Canciller de Hierro», que durante veinte años había de regir solapadamente los destinos de Europa. Su victoria sobre Francia en 1871 no hizo sino confirmar su alternativa. Y así, como ha dicho Pierre Renouvin, de 1871 a 1890 todos los ojos estaban vueltos hacia Bismarck.

El imperio austrohúngaroEntre tanto, el imperio austrohúngaro se vio sometido a una reorganización. Frente a la solución federalista, propugnada por los pueblos de Bohemia-Moravia (checos, polacos y eslavos del sur), prevaleció la solución dualista propuesta por la nobleza húngara, cuyo sueño, un tanto vago, era restablecer el antiguo reino de Hungría. De este modo, aunque los húngaros propiamente dichos constituían poco más de la tercera parte de la población, frente a los eslovacos, rumanos, servios y croatas, acabaron imponiendo sus puntos de vista por su cohesión, su hábito de gobierno y la influencia que ejercían sobre las masas campesinas, casi dobles en número, pero mucho menos evolucionadas. Finalmente, en 1867 se firmó un tratado por el que el imperio se dividía en dos estados soberanos: Cisleithania y Transleithania. (El nombre procedía del río Leitha, afluente del Danubio y frontera natural entre ambos estados.) El primero correspondía a la zona de Austria, con el título de imperio, y el segundo, a la de Hungría, con el nombre de reino. Cada estado conservaba su propio parlamento, pero el monarca era común a ambos (Francisco José, que era, pues, emperador de Austria y rey de Hungría), así como los ministerios de Asuntos Exteriores, de Guerra y de Hacienda. Del mismo modo, se reunían delegaciones de ambos parlamentos cuando había que tratar asuntos de interés común o tomar medidas económicas y financieras de importancia para los dos estados.

La configuración del imperioLa configuración del imperio en el concierto europeo se redondeó con el Tratado de Berlín de 1878, que cedió al imperio austrohúngaro Herzegovina y Bosnia. (Esta medida provocó el descontento entre los nacionalistas servios, y fue precisamente en una ciudad de Bosnia, Sarajevo, donde ocurriría el atentado que desató la Primera Guerra Mundial, aunque venía incubándose tiempo atrás.) Austria-Hungría constituyó con Alemania e Italia la «Triple Alianza»El precario equilibrio europeo, para contrarrestar la «Triple Entente», formada por Francia, Rusia y Gran Bretaña. Europa quedaba así dividida en dos bloques, cuyo equilibrio duró lo que duraron los entendimientos tácitos entre las potencias rivales. Cuando la disputa por las colonias y el comercio internacional se combinara en dosis adecuadas con las reivindicaciones de independencia y emancipación de algunos de los pueblos sojuzgados, sólo faltaría la chispa que hiciera estallar los intereses encontrados sometidos a presión. En este caso, la chispa fue el asesinato del príncipe heredero de Austria, Francisco Femando. Si la gota colmó el vaso, fue porque el vaso estaba lleno. Ya la baronesa de Suttner, en el epílogo a su novela ¡Abajo las armas!, publicada en 1889, hablaba de «la inmensa guerra europea que nos amenaza».

Prosperidad y revesesPero, antes de llegar a la explosión final, el Imperio conoció días de prosperidad entreverados con reveses. A raíz de la reorganización de los estados, a principios de los años setenta, el Imperio experimentó un desenvolvimiento económico considerable. Si bien es cierto que aún predominaba la población agrícola, la industria se desarrolló con rapidez: se fundaron numerosos bancos, se incrementaron las líneas de ferrocarril, y las ciudades se embellecieron con nuevos edificios. Por desgracia este primer impulso no duró mucho, a consecuencia de un crac bursátil ocurrido poco después de la brillante exposición internacional de Viena de 1873. De los 141 bancos quebraron 96, arrastrando la industria en su caída. Fue una época particularmente dura, de paro y miseria, con abundantes huelgas y disturbios reprimidos por el ejército. Fue, en consecuencia, un período propicio para el crecimiento del proletariado urbano y para que aumentara el auge y credibilidad de las doctrinas socialistas. La industrialización volvió a reanudarse a principios de la década de los ochenta, pero el retraso con respecto a Alemania y los países occidentales era inevitable. Por lo demás, todavía en 1910 el campesinado representaba las dos terceras partes de la población.

Deterioro progresivoProgresivamente la burguesía rural fue ganando terreno frente a la nobleza, al tiempo que se agudizaba el problema de las nacionalidades, siempre latente y nunca resuelto, y se planteaba el de la liberalización del estado. Estas cuestiones dividían a los grupos políticos, sobre todo en la zona de Austria, donde se fraccionaron en numerosos partidos con la consiguiente inestabilidad ministerial. En la zona de Hungría la vida era más tranquila y la nobleza seguía conservando su preponderancia, aunque también los grupos independentistas planteaban serios conflictos: en 1905, las ideas que propugnaban un ejército húngaro autónomo, sumadas a las presiones de los distintos nacionalismos, condujeron a una huelga fiscal y de reclutas, que estuvo a punto de dar al traste con el compromiso de 1867. La crisis fue conjurada mediante un curioso chantaje: el gobierno imperial amenazó con implantar el sufragio universal, cosa que las minorías dirigentes tampoco deseaban, y ante oferta tan generosa cedieron. En cualquier caso, pese a la creciente prosperidad económica, al prestigio imperial, al poder del ejército, a la influencia de la Iglesia y al desarrollo cultural[1], el terreno de la discordia estaba perfectamente abonado cuando, el 28 de junio de 1914La chispa, el estudiante servio Princip disparó contra el archiduque Francisco Femando y su esposa. Austria declaró la guerra a Servia, pretextando que sus actividades incitaban a la rebelión a los eslavos del sur y atentaban contra la integridad del Imperio austrohúngaro.

La guerra de 1914Con la guerra de 1914 acabó definitivamente el siglo XIX. En lo sucesivo ya nada sería igual. La guerra sembró de muertos Europa, arrasó los campos e hizo aparecer el fantasma del hambre. El escritor alemán Ernst Jünger, en su novela Tempestades de acero, la ha descrito con una frialdad y una objetividad estremecedoras. En las ciudades de Austria y Bohemia las cosechas se redujeron a la tercera parte, el coste de la vida en cuatro años se multiplicó por seis y el entusiasmo bélico desapareció. La muerte de Francisco José a finales de 1916 y la subida al trono de su sobrino Carlos, liberal y deseoso de firmar la paz, hubieran podido apaciguar las cosas, pero los alemanes de Austria se lo impidieron y todo empezó a empeorar. Las huelgas se sucedieron hasta en el ejército, los nacionalismos separatistas fueron apoyados por las potencias de la «Entente», las masas populares adoptaron una actitud revolucionaria a base de huelgas, motines y agrupaciones de obreros y soldados. El final de la guerraAl final de la guerra el imperio estaba desmembrado: «El consejo nacional de Praga decidió la creación del Estado checoslovaco; el de Agram anunció la unión de los eslavos del sur a Servia; Hungría proclamó su plena independencia; en Viena, los diputados de los países alemanes en el Reichsrat (Consejo de Estado) se constituyeron en Asamblea Nacional y proclamaron la República de Austria, el 12 de noviembre, después de que el emperador hubiera puesto sus poderes a disposición del pueblo» (P. Guillén). El imperio austrohúngaro ya sólo existiría en las películas de Berlanga. De él no quedarían más que los «trasnochados oropeles» que un personaje de La inmortalidad del cangrejo, de S. R. Santerbás, ha resumido así: «Los valses, las polcas, la familia Strauss, los niños cantores de Viena, el Bello Danubio Azul (que no era bello ni azul), el señor Radetzky, la Musikvereinsaal, las palmadas a compás y las bromitas a destiempo.»

La treguaLa Primera Guerra Mundial había cambiado la faz de Europa. Pero la paz sólo fue una tregua, pues estaban puestas ya las bases para la Segunda. José Fontana cuenta que «en la noche del 13 al 14 de octubre de 1918, los británicos lanzaron un ataque con gases contra las tropas alemanas en Werwick, cerca de Ypres, y el cabo Adolf Hitler perdió temporalmente la visión a consecuencia de ello». Y añade: «¿Qué habría sucedido si Hitler se hubiera encontrado en un lugar en el que los gases pudieran haberlo matado? [… ] ¿Habría estallado entonces la Segunda Guerra Mundial? [… ] Tales lucubraciones nacen de la ignorancia acerca de los factores que rigen la evolución de las sociedades.» En el caso de Austria, convertida en reciente República y despojada bruscamente de su pasado, era previsible su inclinación a girar en la órbita alemana. Sólo diez años después de haber fijado las fronteras y haber votado la Constitución de 1920, aparecieron abiertamente los nacionalsocialistas austríacos, con su antisemitismo y su violenta reivindicación de la unión (Anschluss) con AlemaniaLa irresistible ascensión de Hitler. Si a esto añadimos la inflación de 1922, que paralizó el comercio, la crisis mundial de 1929-1930, el clima de inseguridad y recelos con que se vio la irresistible ascensión de Hitler, el asesinato del canciller Dollfuss por los nazis en julio de 1934, las divisiones internas y la labor de zapa y desintegración realizada por la Alemania hitleriana, tendremos algunos de los escalones que propiciaron la invasión de Austria por Hitler en marzo de 1938. Austria se convirtió en una provincia del Reich hasta el final de la guerra. Félix Salten, judío de nacimiento, había salido de Austria el mismo año 1938, no se sabe si por necesidad o por prudencia. Murió poco después de acabada la guerra, y ya no pudo ver cómo Austria rehacía su unidad política después de 1945.

El autor

Nacimiento y familiaSiegmund Salzmann, el futuro Félix Salten, nació en Budapest el 6 de septiembre de 1869. Nacido en el «reino de Hungría» y trasladado con menos de un mes al «imperio de Austria», puede decirse que vivió el nacimiento, dilatación y ruina del imperio austrohúngaro. Su padre, Philipp Salzmann, era de Miskolcz, un lugar donde la mayor parte de los habitantes eran judíos. Los antepasados de Salten habían sido todos rabinos, pero su padre rompió la ininterrumpida cadena haciéndose ingeniero. Descubrió un yacimiento de carbón y, creyendo que aquello era una mina —y nunca mejor dicho—, compró la parte del resto de los socios. Pronto resultó que la mina sólo consistía en una delgada capa de carbón, y Philipp Salzmann se arruinó y aún dejó deudas, que en parte tendría que pagar su hijo. Su madre, Marie Moskovic, aunque más inteligente y práctica que su padre, jamás le llevó la contraria, quizá porque, aunque él vivía en las nubes, la amaba con el amor romántico y devoto de los trovadores.

Primeros estudios y aficionesEl pequeño Siegmund llegó, pues, a Viena cuando apenas tenía un mes. Asistió a la escuela primaria de Währing. Aunque era el único niño judío de la clase, le permitían asistir a las clases de religión, y llegó a mostrar gran interés por las historias bíblicas de milagros. (Su padre, con el espíritu tolerante de la época o su desprecio por las pequeñeces de la vida, no se preocupaba de si sus hijos daban clase de religión o no.) También le gustaba la música. Con siete u ocho años, se detenía a escuchar a los músicos callejeros o entraba a las iglesias para oír los sonoros acordes del órgano. Su primo Josef Lamberg, nueve o diez años mayor que él, le introdujo en el conocimiento de la música clásica.

El niño judíoEstando en el instituto de enseñanza media Hernals, Siegmund se sintió claramente judío, abandonó el Hernals y se matriculó en el instituto de Vasa, donde la mitad del alumnado era judío. Allí tuvo un enfrentamiento con el profesor de latín y, al llegar a tercero, hubo de abandonar el instituto. Por entonces sus padres habían sido desahuciados y deambulaban de hotel en hotel. Según cuenta el propio Salten, en aquellos duros días sólo la lectura de los clásicos le mantenía en pie. A los dieciséis años entró a trabajar en una compañía de seguros, gracias a un pariente lejano que estaba de director en ella. Los ingresos estables de Siegmund posibilitaron la adquisición de una vivienda, que puso fin a los vagabundeos de la familia.

El pseudónimoSin embargo, tampoco Siegmund debía de ser hombre de seguros. Pronto perdió el empleo, pero empezó a escribir y consiguió vivir de los cuentos que escribía. También su hermano Ignaz hacía versos, e incluso era considerado el genio de la familia. Siegmund, para evitar halagos inútiles y confrontaciones molestas, adoptó el pseudónimo de Félix Salten. Cuando sus padres se enteraron de que Félix Salten era el propio Siegmund Salzmann, ya llevaba varias cosas publicadas.

El café GriensteidlEl café Griensteidl era el centro de reunión de los jóvenes literatos vieneses. En torno a Hermann Bahr se reunía lo más granado de la literatura de la época. Allí estaban, entre otros, Schnitzler, Hofmannstahl y Beer-Hofmann, que moriría el mismo año que Salten. Estos jóvenes desarrollaron una literatura surgida del encuentro entre el naturalismo y el impresionismo, con predominio del sentimiento y de la psicología. Sólo Salten conservó siempre la clarividencia del crítico. El, que había empezado como cuentista y poeta, se convertiría en crítico teatral, con artículos que habían de sorprender por la minuciosidad y exactitud de sus análisis. A pesar de su juventud, estaba muy bien pagado, y él respondía consiguiendo noticias de primera página para su periódico de Viena, viajando al extranjero para conocer de cerca a los protagonistas de los acontecimientos relevantes o consiguiendo entrevistas oportunas en el justo momento en que los personajes estaban en candelero. No es de extrañar que los enemigos surgieran en sus propias filas y entre los de su misma profesión. Karl Kraus, el principal satírico de Viena, se ensañó con Salten, que en una ocasión contestó a sus pullas con un par de bofetadas.

«Tribuna Libre»Desde julio de 1890, el círculo formado en torno a Hermann Bahr se convirtió en una asociación literaria llamada «Tribuna Libre». Programaron el estreno de dos obras de Maeterlinck, El intruso y Los ciegos, en el teatro Rudolfheimer, pero a Salten se le olvidó presentar las obras a la censura previa y la representación fue prohibida. Como suele ocurrir en estos casos, la intervención policial sirvió de propaganda para el grupo.

Periodismo y amoresEntre 1890 y 1902 colaboraba en diversos periódicos con artículos de crítica teatral y otros temas de actualidad. Salten debía multiplicarse, pues seguía manteniendo a su familia. A pesar de no estar mal pagado, su situación económica pasó por momentos de gran estrechez y penuria. Para colmo, en 1901 estrenó una obra en el teatro de Viena, que fue vapuleada por la crítica y constituyó un estruendoso fracaso. Por esta época se vio envuelto también en líos amorosos con una moza desprejuiciada y una sirvienta, cuyo saldo final se cifró en dos hijos naturales, deudas por valor de 60. 000 coronas de oro y dos poemas a la criada que fue la madre de su segundo hijo[2].

La bodaDe esta vida desordenada vino a sacarle Ottilie Metzl, una actriz del Teatro Nacional de Viena, cuya voz siempre le había cautivado. En la época de su fracaso teatral ella estuvo a su lado, así como su futuro cuñado, Richard Metzl. Ottilie era un año mayor que él. Se casaron en 1902 y tuvieron dos hijos: Paul, nacido en 1903, y Anna Katherina, un año después.

El periodista famosoDe 1902 hasta la primera Guerra Mundial, Salten escribió en varios periódicos. Su fama como periodista empezó a crecer a raíz de la publicación de un artículo necrológico sobre Zola, el 30 de septiembre de 1902. En esta primera época de su matrimonio estaba de folletinista en el periódico Zeit, y cuatro años después era redactor jefe del Berliner Zeitung y del Morgenpost. Viajó a Inglaterra como corresponsal alemán, y conoció a los políticos británicos David Lloyd George y Winston Churchill. En 1906, con motivo del terremoto de San Francisco, Salten escribió un artículo lleno de fantasía, que imprimió por su cuenta, ya que no había tiempo para incluirlo en el periódico. Al comienzo de la guerra era redactor jefe del Fremdenblatt (diario del extranjero), lo que le eximió del servicio militar. Salten cambió el formato del periódico y sacó un suplemento dominical en color. Todos los redactores intentaron disuadirle de aquella descabellada idea, pues era el único periódico que leía el emperador y no convenía andarse con frívolas innovaciones. Pero Francisco José I quedó encantado. Durante la guerra escribió unos tres mil artículos, a una media de dos artículos diarios. Desde las columnas de la Neue Freie Presse (Nueva Prensa Libre), el diario vienés de mayor difusión, Salten siguió ejerciendo su influencia sobre la vida intelectual y cultural vienesa.

La época cumbre de su vidaFue ésta la época cumbre de su vida. De 1925 a 1934 fue presidente del Club PEN de Austria. Como presidente, organizó el gran Congreso de Viena de 1929. Tenía entonces sesenta años, y su cumpleaños fue celebrado por todo lo alto. Numerosos poetas y críticos nacionales y extranjeros le felicitaron. La ciudad de Viena le nombró ciudadano de honor. Se sentía feliz y eufórico. Por estas fechas escribía en su diario: «A esta edad se habla del umbral de la vejez. ¡Qué estupidez! No me siento acabado en absoluto. Juego al tenis, este año he hecho una docena de escaladas a la montaña, nado como un pez y me gustan más que nunca las chicas jóvenes y bonitas. Soy un amante apasionado de este hermoso mundo.» Ese mismo año hizo un viaje a América, y su hija —actriz como su madre— se casó con Hans Rehman, también actor.

Los disgustosLos disgustos empezaron en 1937. Su hijo murió en un accidente de coche. Un año después ocurría la invasión de Austria. Salten, judío de nacimiento, salió de Viena en prevención de mayores males. Ayudado por la embajada americana, consiguió salvar buena parte de sus objetos de valor. Su hija ya era ciudadana suiza y pudo establecerse en Zürich en 1939.

El fin de la guerra y el de Salten«Odio a Viena tanto como la he amado», decía Félix Salten, sin poder olvidarse de su Viena querida. Ya todo fue muy rápido. En 1942 murió su mujer. Todavía tuvo tiempo de ver el final de la terrible guerra europea. Las primeras emisiones de radio desde Austria le hicieron llorar como un niño. Seguía echando de menos a su patria. Pero ya no volvería a Viena. Una pulmonía complicó irreversiblemente la enfermedad que venía padeciendo últimamente, y murió el 8 de octubre de 1945, el mismo año que Frank Werfel y Richard Beer-Hofmann. Tenía setenta y seis años.

La obra

FuturiblesA la hora de analizar la obra de un escritor como Salten, es fácil dejarse tentar por los futuribles. Por ejemplo, ¿cómo hubiera sido la obra de Salten de no haberse dedicado tan de lleno al periodismo? Sabemos que Bambi nació de un modo un tanto ocasional, sin pretensiones. (Quizá por eso sea una obra a la vez tan sencilla y tan poderosa.) El éxito de Bambi en Norteamérica, popularizado por los dibujos animados de Walt Disney, le convirtió de la noche a la mañana en «escritor de animales». Varios de los libros posteriores sobre animales, principalmente los de la época de Zürich, los escribió por encargo[3]. Y se nota. Carecen de esa emoción contenida, de esa gravedad sin concesiones que posee Bambi. En cualquier caso, no dejan de tener aciertos parciales, lo que atestigua su capacidad creadora, su amor a la naturaleza y su humanidad.

El periódico y la literaturaPese a su ingente labor periodística, no pasaba año sin que Salten escribiese una pieza de teatro o una novela. (Un leve repaso a su bibliografía bastará para mostrar su enorme actividad literaria.) Pero Salten vivía del periódico, no de la literatura, y aparte de que le gustaba mantener su posición en la opinión pública, siquiera a través del efímero artículo periodístico, no podía prescindir de una fuente de ingresos segura. Salten nunca fue ahorrador, y después de los años de estrecheces gozaba un poco infantilmente regalando a su mujer un frasquito de perfume o comprándose un bastón. Afortunadamente su mujer era buena administradora y tenía buen juicio literario. Siguiendo razonablemente su consejo, amuebló la casa con gusto, la llenó de objetos de arte y elaboró su obra literaria, desde sus novelas históricas a los cuentos de animales.

Las historias de animalesLas historias de animales ocupan un espacio importante —en calidad, si no en cantidad— dentro de la obra de Félix Salten. Amante de los animales como era, tenía como mínimo dos perros y un gato, se pasaba muchas horas entretenido con ellos y le gustaba trabajar acariciándolos. También era cazador. Mal cazador, porque le gustaba más examinar el comportamiento de los animales que disparar. Observación y respeto: dos cualidades que Félix Salten pedía al escritor de libros de animales. Para serlo de verdad, decía, «es necesario no sólo tener talento —cosa más frecuente de lo que se cree—, sino ser un hombre completo, para así poder amar y entender a los animales. El narrador ha de permitir que su historia se desarrolle como algo natural a partir de la esencia más profunda, de la peculiaridad más oculta y de los hábitos más característicos de los animales… El escritor de libros de animales debe tener auténtica pureza de corazón. Humildad y respeto ante la existencia, ante el carácter y ante el alma de la criatura: no lo olvidéis. Si falta ese respeto, la historia de animales del más importante literato se convertirá en una chapuza sin alma». En Bambi cumplió a la perfección esas reglas.

El nacimiento de BambiBambi, como el corzo, nació en estado de gracia. Salten la escribió casi por casualidad; pero su sencillez, su ausencia de pretensiones, la convirtieron en una pequeña obra maestra deliciosa. Sin embargo, la primera edición, publicada en 1924, pasó casi desapercibida. Cinco años después volvió a tentar fortuna con otra historia de animales en el bosque, Historia de quince liebres«Historia de quince liebres» (1929). Si Bambi es la «historia de una vida del bosque», Quince liebres es la historia de otras vidas y elementos del mismo bosque. De hecho aparecen rápidamente Falina y Bambi, las liebres son testigos de la muerte de Gobo, y a una de ellas —como a Gobo y más tarde a la Gurri de Los hijos de Bambi— también se la lleva El, sólo que la liebre muere de melancolía. Quince liebres hace hincapié en el clasismo que reina en el mundo animal, del que suelen ser siempre víctimas las liebres. Una vez hay un tímido gesto de protesta por parte de Brinco: «¡Ah, si nosotros, las liebres, los corzos y todos los oprimidos nos uniéramos; si todos los perseguidos hiciéramos causa común…!» (cap. 21).

«Buena compañía»Buena compañía es una colección de cuentos de animales, de 1930. En la carta-prólogo dirigida a Galsworthy dice: «Si ningún hombre fuera capaz de torturar a un animal, nadie soportaría ver sufrir a los niños, ni que se cometieran injusticias.» Al año siguiente escribió la Novela de un parque zoológico,«Novela de un parque zoológico» un alegato contra todos los parques zoológicos del mundo. El último capítulo, titulado «Como en la noche», es eso, un coro de animales gritando en la noche: «¿Cuánto durará el cautiverio? ¿Qué hemos hecho para sufrir tanto? ¿Por qué estamos aquí? ¿Para qué nos tienen encerrados?…»

«Florián, el caballo del emperador»De 1933 es Florián, el caballo del emperador, quien, como su dueño, participa de los destinos de la monarquía, es decir, de su caída y acabamiento. Salten alude a estos hechos con un poco de melancolía, pero sosegadamente y sin rencor. Dos años después publicó otra serie de «Historias de animales», titulada Hermanos pequeños,«Hermanos pequeños» en cuyo prólogo escribe: «El animal vive con el corazón muy apegado a la naturaleza o a Dios, sin saber nada de ninguno de los dos. El hombre que busque al animal será introducido por él en una humanidad más pura.»

Los últimos libros de animales fueron escritos durante la Segunda Guerra Mundial. Renni«Renni» (1941) es la historia de un perro buscador de heridos durante la guerra, aunque la anécdota es casi un pretexto para mostramos los diferentes métodos de educación de los perros y sus resultados, todo ello en un ambiente emotivamente cercano como era el mundo de la guerra. Y aunque Kurt Riedmüller afirma que Salten no toma postura contra la guerra, lo cierto es que la condena varias veces, siquiera sea de un modo general: «La guerra es una gran desgracia. No la hay mayor» (cap. XIX). «La guerra deja a todas sus víctimas maltrechas de cuerpo, alma o mente, o de las tres cosas juntas» (cap. XXII). «La guerra desaloja del corazón toda espiritualidad; las tritura hasta convertirlas en una especie de somnolencia; hace que se llegue, sin ninguna emoción, a apremiar las más terribles destrucciones, y se está capacitado para observar la ruina sin demostrar mayores sentimientos» (cap. XXIX). Véase también el coloquio de los perros Renni, Héctor y Orejas Largas del capítulo XXIII, etc. El problema de esta novela es que está lastrada por una excesiva carga doctrinal y moralizante, que enturbia el buen fluir del relato.

El «Bambi» de DisneyEn 1942 realizó Walt Disney la película de dibujos animados Bambi, quizá no tan buena como en su día se pregonó, pero sin duda no tan mala como, siguiendo el vaivén de las modas intelectuales, se ha supuesto. En cualquier caso significó un trampolín para Salten, que de la noche a la mañana fue conocido como el «escritor de animales» por excelencia. Aprovechando el éxito, Salten escribió otros cuatro libros másOtros cuatro libros más: La juventud de la ardilla Perri (1942), que tiene además un contenido autobiográfico: en el lamento del árbol caído expresa su tristeza por la muerte de su hijo Paul. Pequeño mundo (1944), donde pone de manifiesto un profundo amor por todos los seres vivos y hace una apología de la amistad animal, en la que «puede uno confiar más que en la de muchos hombres». Si a veces «resulta difícil ganarse la confianza de un animal», dice, «nos lo merecemos por nuestras crueldades y atrocidades». Finalmente, tanto en El gatito Djibi (1945) como en Los hijos de Bambi (1945), Salten da más protagonismo al hombre, y en general puede decirse que estos últimos libros adolecen de doctrinarismo en detrimento de la sencillez y poesía del relato.

ArgumentoSi exceptuamos la incursión realizada por Salten un año antes con El perro de Florencia, Bambi fue su primera historia de animales, la más granada y en cierto modo la que sirvió de paradigma. El argumento es de sobra conocido. La historia comienza cuando Bambi viene al mundo. Como todo corzo, como todo hombre, nace en estado de inocencia. Pronto el aprendizaje de la vida —que al principio es una fuente de sorpresas maravillosas, donde juegan un papel decisivo el movimiento, la luz y el color— le enseña a través de reticencias, de misterios, de sustos, que el sol puede ser peligroso, la hierba funesta, y que vivir es aprender a sobrevivir en un medio esencialmente hostil. El lector asiste, conmovido y fascinado, a ese cambio progresivo de la mirada de Bambi. Primero es el aprendizaje de la soledad y luego la experiencia del sufrimiento y de la muerte. Al final, los ojos reflexivos, melancólicos, de Bambi nos recuerdan una vez más que los únicos paraísos son los perdidos.

El punto de vistaUno de los hallazgos más valiosos de este libro es el punto de vista. El relato está narrado en tercera persona, convencionalmente, pero el lector percibe en seguida que la narración discurre bajo el punto de vista de los animales. Y es aquí donde reside la tremenda ambigüedad y belleza de la historia. Es posible que, desde nuestra óptica, las apreciaciones y juicios de valor de los corzos, y en general de los animales del bosque, carezcan de fundamento y objetividad; pero, desde la suya, no pueden ser más objetivos y reales. La visión de El (el hombre) a través de aspectos parciales, de pequeñas parcelas de experiencia, ofrece un juego de pluriperspectivismo literarioUn juego filosófico terrible delicioso y filosóficamente terrible. El es todopoderoso hasta que se demuestra que también puede morir. Y entonces el viejo corzo da a entender que «hay otro por encima de todos, de nosotros y de El» (pág. 183). Una lectura laberíntica, borgiana, podría acumular preguntas hasta el infinito: ¿Qué es el hombre para el corzo? ¿Qué es el hombre para el hombre? ¿Qué es el Otro para el hombre? ¿Qué es el Otro para el Otro? ¿Qué es…? E inversamente. Borges, siempre Borges, lo ha expuesto magistralmente en un soneto al ajedrez: las piezas se pelean sin saber que están movidas por la mano del jugador. Sólo que…

… también el jugador es prisionero

(la sentencia es de Omar) de otro tablero

de negras noches y de blancos días.

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.

¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza

de polvo y tiempo y sueño y agonías?

Subsentidos y dobles lecturasEn toda historia de animales sin duda es fácil dejarse llevar por los subsentidos y las dobles lecturas. En Bambi es demasiado evidente para olvidarlo. Bambi acaba convirtiéndose en una meditación, suave y melancólica, sobre la radical soledad del ser ante la vida y sobre todo ante la muerte. «El hombre es un ser-para-la-muerte», escribió Heidegger. «En la hora que se me acerca estamos solos», dice el viejo corzo. La condición de corzo en el bosque viene a ser un trasunto de la condición de hombre en el mundo. El aprendizaje de Bambi ha consistido en saber estar solo y morir solo… También ha sido un acierto notable el haber elegido un corzo de protagonista, para subrayar más la indefensión y desvalimiento del ser. «Nosotros no matamos a nadie», dice la madre de Bambi (pág. 16). Bambi, como el lebrato Brinco, «pertenecía ahora y siempre a la raza de los indefensos, de los perseguidos, la raza de los siempre acosados» (Historia de quince liebres, 6). «Todos nos amenazan, todos nos persiguen —añade una liebre—. En cambio nosotros no perseguimos a nadie…» (Ib., 3). «Pertenecemos a una de las muy escasas y nobles razas que andan por este mundo sin la sombra de un remordimiento en el alma. Nosotros jamás hemos hecho padecer a ningún ser viviente. Sólo los ciervos y los corzos pueden comparársenos» (Ib., 15). Como se ve, el horizonte conceptual de Bambi y de Quince liebres es el mismo.

EstructuraY, sin embargo, esta historia, que así expuesta parece tan trascendente y aburrida, aparece contada de una forma poética y apacible. La estructura del libro es lineal. El relato avanza al ritmo de las estaciones, se baña en la luz de la primavera, se contrae con la fría blancura del invierno, se estremece con las detonaciones perturbadoras de la bota enemiga. El clima conseguido en el momento de la cacería es de una eficacia literaria asombrosa. Una vez más el punto de vistaLos ojos de Bambi juega un papel decisivo. Hasta las metáforas dependen de los ojos que miran la realidad. Durante «la primera infancia de Bambi», el corzo pequeño se maravilla de todo, tiene que aprender incluso los matices de vocabulario cuando se trata del tiempo («llegó a la conclusión de que pronto no era lo mismo que en seguida», etc., pág. 15). Las preguntas por la «infamia» y el «prado» son sencillamente deliciosas. Esos ojos, todavía inocentes e inexpertos, le hacen definir a la mariposa como «una flor que vuela» o al saltamontes como «un trocito de hierba que salta». Metáforas que en otro contexto podrían ser tal vez un poco cursis, aquí son encantadoras.

El paraíso imposibleLos personajes obedecen al subtítulo del libro: «Una vida del bosque». Es decir, son los habitantes del bosque. Y no ha sido éste el menor acierto de Salten. Es fácil dejarse llevar por la tentación de crear un bosque paradisíaco, donde los animales vivan en estado de inocencia original hasta que la serpiente humana lo enturbie todo con su presencia agresora. Salten, en cambio, no ha escatimado la conducta de animales rapaces y depredadores, que en el invierno, en medio del frío y del hambre, descubren su ferocidad. La «paz de la naturaleza», parece decir Salten, es un sueño. Como había escrito en su Historia de quince liebres, «quien está hambriento no tiene conciencia».

Un eco de la paz universalY, sin embargo, hay un eco de ese deseo de paz universal, que acaso Salten conociera a través de la Biblia familiar. La corza Marena, la única que cree en la remota posibilidad de un entendimiento con El, en que «algún día vendrá a vivir con nosotros y se hará pacífico como nosotros, jugaremos con él, todo el bosque será feliz y nos reconciliaremos» (pág. 82; cf. 146), está glosando sin saberlo el tema bíblico de la paz universal. También allí se habla de que «la vaca pacerá con la osa, y las crías de ambas se echarán juntas, y el león, como el buey, comerá paja» (Isaías 11, 7). Sólo que en Bambi el breve optimismo de Marena es interrumpido por los brutales disparos de El

Los personajesPor lo demás, los personajes, en su individualidad, están dibujados de mano maestra, incluso tienen cada uno su peculiar psicología: las liebres, las ardillas, el autillo, el zorro, los corzos y sus parientes, los ciervos. El hombre, como suele suceder en las historias de animales, está visto como un elemento hostil y perturbador. Sin embargo, no se habla tanto de lo peligroso y dañino que es, cuanto de su omnipotencia, de su absoluta distancia: es el ser que rige los destinos del bosque, y contra el que es imposible luchar. Su figura adquiere así tonalidades metafísicas, hasta que la experiencia de su muerte demuestra que no es tan omnipotente como se cree.

Corzos, ciervos y plantasUn bello capítulo es aquel en que Bambi divisa a un ciervo y lucha con sus deseos de hablarle (cap. 13): la timidez y ancestrales malentendidos no permiten derribar la barrera de la incomunicación, y ambos se alejan con un tácito «¡qué lástima!» Otros personajes del bosque son las plantas, que en Bambi sólo están representadas en el breve capítulo de las hojas secas, pero que en Los hijos de Bambi tendrían mayor protagonismo. Este capitulito, de corte romántico[4], bellísima transición del otoño al invierno, es notable por la ironía de la inversión: mientras todos nos preguntamos qué habrá arriba, ellas se preguntan qué habrá abajo, en el suelo, el cementerio de las hojas secas.

«Los hijos de Bambi»Veinte años después publicó Salten Los hijos de Bambi. Se notan los años y la diferencia de tratamiento. Bambi se ha vuelto más hablador, pedagógico y sentencioso que su padre. En general todos los animales se han vuelto un poco más eruditos. La lechuza llega a decir «O tempora, o mores!» y «Después de mí el diluvio». Las estaciones del año, que en Bambi veíamos dibujadas a través de un rasgo suavísimo, de un matiz anotado pasajeramente, aquí son definidas con mayor lujo de conceptos. Hasta las metáforas de los corzos infantiles se han tomado un poco ampulosas: «La nieve es blanca como las margaritas y cae del cielo. Pero no es suave ni dulce como las margaritas, sino cortante como uñas. Primero cae poco a poco, lentamente, como las hojas en otoño, y después cae cada vez con más rapidez» (cap. I), etc. Ciertos animales que en Bambi sólo estaban esbozados —las luciérnagas, el erizo—, aquí están más desarrollados, y aparecen otros nuevos, como la garza. También se da cabida a las conversaciones de las plantas y los árboles, que en Bambi sólo estaban apuntadas en el bellísimo coloquio de las hojas secas. El empieza a diversificarse perdiendo su misterio: hay un El bueno (el guardabosques) y un El malo (los cazadores furtivos). También aparece un El joven. La novela se cierra con un pensamiento de Falina: «Tal es el destino de todos los padres: ser abandonados por sus hijos», muy parecido a otro expresado en Quince liebres: «Por una cosa o por otra… los hijos se nos van. Llega un día en que no necesitan de nosotros.»

Una pequeña obra maestraNinguna de las historias de animales de Salten (salvo en ocasiones Quince liebres) volvió a tener la belleza, la poesía y la eficacia de Bambi. La sencillez, la mesura, la economía de medios, la inteligente dosificación del aprendizaje de Bambi hacen de esta novela una pequeña obra maestra, emotiva, pero no ternurista; melancólica, pero no sentimental. La creación del viejo corzo, tan contenido, tan severo, tan parco en exteriorizar sus sentimientos, es de una fuerza literaria excepcional. Siempre le recordaremos diciendo: «¿No sabes estar solo?», o yéndose a morir en soledad, mientras le dice a Bambi con una nostalgia y una serenidad infinitas: «Adiós, hijo mío. Te he querido mucho.»

Emilio PASCUAL

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