Ballerina

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ACTO IV » 31

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A Katerina le afectó verlo más de lo que habría pensado. Se engañó un rato a sí misma pensando que era porque la había tomado por sorpresa, pero en realidad no era por eso. No era por eso por lo que sentía las palpitaciones de las venas a cada segundo, no era por eso por lo que el corazón estaba completamente desbocado y no era por eso por lo que sus ojos se iluminaron. Cuando Aleksei acabó de tocar, los clientes de la cafetería estallaron en aplausos y siguieron con sus conversaciones.

—Estaremos fuera —dijo Franz, llevándose a Anastasia con él, bastante reticente a dejar allí a Kat. Esta volvió su mirada hacia el piano, donde un cambiado Aleksei se levantó con una flor de edelweiss en la mano. Caminó hacia ella, al igual que Katerina se levantó como si aquel hilo mágico los estuviera atrayendo uno al otro. A dos escasos pasos se pararon, él le ofreció la flor y ella rozó un par de dedos con Aleksei. Kat apretó los labios dominando las lágrimas, no podía perder la compostura.

—Cada tarde toco en la cafetería y traigo una edelweiss conmigo, parece que se han convertido en mis flores preferidas. —Sonrió al explicarle el porqué de esa flor allí. Kat se la llevó a la nariz para aspirar su fragancia, cerrando los ojos un momento. Cuando los abrió de nuevo y se encontró con los ojos esmeralda de Aleksei, pensó que podía desfallecer al instante. Carraspeó y echó un paso atrás, tanta cercanía la estaba empezando a confundir. ¿Qué demonios hacía él allí? ¿Había dicho que tocaba en ese lugar cada tarde?

—Yo… gracias, aunque estoy algo confusa. —Fue lo único que acertó a decir. Aleksei le puso un mechón detrás de la oreja después de enroscarlo en su dedo un segundo. Kat sintió aquel gesto como algo íntimo que solían compartir en el pasado.

—Es normal. ¿Tienes tiempo para mí? —La pregunta le pareció absurda, ella sabía que siempre tendría tiempo para él. Asintió, y salieron de aquel lugar donde las notas de una canción muy especial se quedaron impregnadas en el ambiente.

Se encaminaron hacia el embarcadero sin ser muy conscientes de sus pasos, a ese lugar que era especial para los dos, pero, en vez de subirse a una barca, anduvieron por el embarcadero. Uno al lado de otro, con los brazos a cada lado del cuerpo, sentían la necesidad de rozarse con los dedos, los acercaban para alejarse sin remedio. Kat lo miraba de soslayo, sin querer concentrarse demasiado en él. Pero tampoco hacía falta, porque ahí estaba su olor, el olor a amor del que llegaba tan adentro que te hacía avanzar hacia delante, ese olor de sentirte viva, el olor a recuerdos bonitos que se tatuaron en su mente como la clave de sol que llevaba en su muñeca y que se había hecho junto a Colin hacía unos meses. Sí era cierto que lo notaba cambiado, diferente, más delgado y con el pelo más corto que la última vez que se vieron, pero seguía siendo el hombre que se había colado en sus venas y se había quedado a vivir ahí para siempre.

Aleksei temblaba, como hacía tiempo no le ocurría. Por fin, el hilo había dejado de estirarse para volver a unirlos. Se mordía el labio inferior, nervioso, sabiendo que iba a provocar un cataclismo en su vida, pero había llegado la hora. La miraba de reojo y no podía estar más orgulloso de ella. A través de los medios de comunicación, estaba al día de sus logros. Se había convertido en una estrella, conquistaba al público. Pero, mientras caminaba junto a él, se dio cuenta de que estaba cambiada, era feliz, sin estar subida a unas puntas con la melodía de un compositor que hubiese muerto hace años. Allí estaba ella, su pequeña ballerina, la mujer que más había amado, a la que abandonó por amarla demasiado.

Katerina miraba al lago de vez en cuando para evitar el contacto con sus ojos, que de vez en cuando la buscaban. Aleksei se metió las manos en los bolillos para evitar la tentación de tocarla, pues ni siquiera sabía si él estaba preparado para ello.

—Estás muy guapa, ya no brillas solo en el escenario. —Se decidió a decir por fin, mirándola como solía hacerlo. El silencio se hizo más denso, ella no entendía por qué jugaba con ella como lo había hecho un año antes, diciéndole que la quería y que su destino era estar juntos, justo antes de abandonarla.

Se miraron y el tiempo se detuvo, ellos dos se pararon sin dejar de observarse, como si quisieran reconocerse de nuevo. Aleksei agarró por la muñeca a Kat, notando el latir de sus venas en sus dedos, la deslizó por su mano y entrelazó los dedos de la bailarina a los de él, uniéndolos con firmeza. Y, como si necesitara dejar caer la losa que lleva a cuestas tanto tiempo, inspiró antes de hablar.

—Estoy enfermo, Kat. —No había en el mundo dos palabras que pudieran abrir el suelo a los pies de ella como aquellas dos: «estoy enfermo». Se quedó clavada en el sitio, mirando a los ojos a Aleksei mientras sentía cómo se ahogaba. Ni siquiera fue consciente de que estaba llorando hasta que él dio un paso más hacia ella y le limpió la humedad de la cara con los pulgares.

—¿Qué…? —musitó ella, balanceando la cabeza con el ceño fruncido. Él le sonrió dulcemente, afirmando en esa mirada llena de calma que no había nada que hacer, que, por mucho que pelease, el fin estaba cerca y que su vida se estaba apagando. Y, a pesar de todo, parecía estar tranquilo, en paz.

—Ven. —Tiró de ella y se sentaron sobre la hierba, apoyados en uno de los árboles centenarios del lugar. Aun en shock, Katerina necesitaba el contacto, y no dudó en lanzarse a sus brazos y refugiarse en su pecho, donde lloró aferrada a él, a Alek, al hombre que lo significó todo para ella y que se le estaba escurriendo de las manos. Él permaneció abrazado a ella, recorriéndole la espalda con delicadeza, dejándole ese tiempo que ella necesitaba. Aspiraba su olor y se sentía de nuevo en casa. Joder, aquello era una maldita tortura, volver a su vida para dejarla devastada, ella no se lo merecía. Pero se había encontrado con Franz un día por el pueblo y no puedo engañarlo, pues ese era uno de los días complicados. En un café, le confesó todo lo sucedido, aunque no preguntó por Kat. El amigo de la bailarina le contó la pesadilla de Anastasia y, en poco tiempo, se hicieron amigos, después de lo mucho que Franz lo había odiado en el pasado. Se pasaron los números de teléfono y le dijo que Katerina iba a volver a Viena para estar con Anastasia, alentando su esperanza de volver a verla. Pero lo de encontrarse en la cafetería del Palacio fue pura casualidad, al menos para ellos dos. Franz era otra historia.

—Cuéntamelo todo, Alek —le rogó Kat cuando pudo calmar un poco los sollozos. Se irguió para mirarlo a los ojos, pero unió sus manos a las de él, que necesitaba un segundo antes de empezar a contarle toda su historia, esa que empezó poco después de la muerte de su padre, el funeral, y en los días posteriores, antes de ir a buscarla a Zúrich.

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