Ballerina

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ACTO IV » 32

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Lena estaba podando unos matojos del jardín, ese que tendría que cuidar sola a partir de entonces. Cuando el padre de Aleksei estaba vivo, se pasaban las horas muertas plantando flores, cortando malas ramas…, disfrutando del jardín de la casa que habían construido con sus propias manos. Su hijo había empezado a continuar las tareas que solía realizar su padre; de alguna forma quería sustituirlo, y eso era imposible.

—Cariño, no hace falta que salgas aquí con el frío que hace —le regañó su madre dulcemente, mientras echaba el abono sobre la tierra fértil. Él sonrió y le acercó la pequeña pala—. ¿Aleksei? ¿Hijo? —El corazón de Lena palpitaba con fuerza atronadora. En milésimas de segundos, cayó al suelo, con el grito de su madre, que se lanzó a sostenerlo—. ¡Dios mío, no! —Su hijo se llevaba la mano al pecho y se removía intranquilo.

—Mamá…, no sé… —No entendía qué demonios le ocurría, había sentido un leve mareo y una fuerte opresión en el pecho que le impedía respirar.

—¡Tranquilo, cariño! Voy a llamar una ambulancia, tranquilo, sshh, sshh. —Lena corrió al interior de la casa, agarró el teléfono y volvió a salir al encuentro de su hijo, que yacía en el suelo. Quince minutos más tarde, era trasladado al hospital. La sala de espera traía recuerdos más que aciagos a Lena. Se paseaba de un lado a otro con el tic tac del reloj de la pared, que la perseguía. Marie, que llegó tan rápido como la llamó, permanecía, no obstante, sentada en una de las sillas, repiqueteando el suelo con su zapato de tacón. Pasó una hora, otra hora. Los nervios y la angustia consumían a las dos mujeres, que tenían en común el amor por el mismo hombre.

—¿Familiares del señor Ivanov? —Marie miró a Lena, a la que agarró de la mano, y se encaminó hasta el doctor—. Acompáñenme, por favor. —Siguieron al médico hasta su despacho, se sentaron frente a él y escucharon la terrible noticia que nadie esperaba—. El señor Ivanov ha sufrido un fuerte desvanecimiento, seguramente debido al estrés de los últimos días. Sin embargo, he preferido hablar aquí, pues hemos descubierto algo en los estudios que le hemos realizado. —Lena y Marie contuvieron la respiración, aferrándose tanto la una a la otra que los nudillos se emblanquecieron—. Hemos detectado anomalías en sus análisis, datos poco alentadores que nos llevan a creer que el señor Ivanov padece leucemia, aunque tenemos que confirmarlo.

El corazón se detuvo en el pecho de su madre; acababa de perder a su marido y ahora su hijo estaba enfermo de cáncer. No podía ser cierto, era una pesadilla. Los ojos se le inundaron de lágrimas y se tapó la cara, llorando fuertemente. Marie la abrazó y lloró al mismo tiempo, pero en unos segundos trataron de recomponerse para seguir escuchando al médico.

—Debemos hacerle varias pruebas, entre ellas una punción medular, para llegar al diagnóstico definitivo y barajar las distintas opciones de tratamiento. Ahora, si lo desean, pueden ir a verlo. —Lena se levantó como pudo, más empujada por Marie que por otra cosa. Entraron a su habitación cuando aún dormía; su madre se abrazó a él llorando, pues sentía que la posibilidad de perderlo no era algo tan descabellado. Media hora más tarde, algo más recompuestas, estuvieron presentes mientras el médico informaba a Aleksei sobre los nuevos hallazgos y la pauta que tendrían que seguir.

Los ojos se le humedecieron y, aunque quiso ser una roca delante de su madre, no pudo evitarlo. Lloró abrazado a ella, asustado, aterrorizado; acababa de perder a su padre y su futuro se desvanecía, la vida se le escapaba. Su madre sollozaba, aún sin poder dar crédito a la fatídica noticia, y Marie se acercó, por el otro lado, a su cama. Dudó en tocarlo; hizo ademán de rozar su pelo, una, dos veces, hasta que él tiró de su brazo y se fundieron en un abrazo de a tres.

Pasaron los días; días de analíticas, de pruebas; días de hospital y de angustia, a la espera de los resultados. Entonces, llegaron, y no fueron nada halagüeños. Los médicos les explicaron que Aleksei padecía una leucemia linfoblástica aguda. Debía someterse a quimioterapia para inducir a la remisión de la enfermedad y, si era posible, recibir un trasplante alogénico de médula ósea. Cuando el médico salió de la habitación, Aleksei ya había tomado una decisión.

—Me marcho —dijo a su madre, que estaba a solas con él—. No me mires así, mamá, necesito hablar con Kat y pensar qué voy a hacer.

—¿Cómo que pensar qué vas a hacer? Está claro lo que hay que hacer, los médicos han sido muy claros, cariño. Tienes que cumplir a rajatabla el tratamiento que digan.

—Mamá, tengo que verla y necesito pensar con claridad, pero lejos de aquí, lejos de vuestra compasión, de vuestro dolor, de ese pensamiento en el que ya me habéis enterrado. Por favor… —le rogó a su madre con las mejillas húmedas. Ella apretó los dientes y, con la mandíbula tensa, le dijo que lo comprendía, pero que no la abandonase como había hecho su padre. Se abrazaron de nuevo llorando, preguntándose por qué ellos, por qué la vida era tan injusta y los trataba así.

Dos días después, Aleksei viajó hasta Zúrich.

Katerina escuchó atenta a Aleksei mientras le explicaba cómo se había enterado de su enfermedad, entretanto él no dejaba de tragar saliva aguantando las lágrimas. Dolor y extenuación eran los dos sentimientos que veía Kat en su mirada. Ella quería sonreírle, decirle que ella era fuerte y podía serlo por los dos, que lo sostenía; pero ¿a quién quería engañar?, estaba a punto de derrumbarse.

—El resto de la historia ya la conoces. —Una pequeña sonrisa asomó a sus ojos mientras observaba sus manos, unidas. El dolor de los recuerdos de Zúrich hizo daño a Kat, que desenlazó sus dedos. Se encogió sobre las rodillas y, sin mirarlo, le rebatió la frase.

—No, solo sé que fuiste a Zúrich a hacerme el amor y a dejarme creer que estabas con Marie. No mencionaste ninguna enfermedad y me dejaste. —Se levantó, enfadada más con la dichosa enfermedad que con él—. No se le dice a alguien que la quieres y que un día estaréis juntos porque es cosa del destino cuando se tiene una maldita enfermedad. —La rabia hablaba por boca de Kat. Una parte quería aovillarse en su regazo, como un instante antes, llorar de nuevo en su pecho, decirle que la vida sin él no era suficiente, que lo quería como el primer día, que la maldita conexión seguía ahí y quería rogarle que la llevase a la casa donde se habían amado y conocido para no salir nunca más de allí.

Pero, en ese momento, la parte que estaba haciendo acto de presencia ―y vaya acto― era la rabia y el dolor. Aleksei se puso de pie, fue paciente y esperó a que ella echase fuera todo lo que le hacía daño.

—Y, ahora, apareces de pronto, en el que es mi hogar, tocando el piano con una maldita flor y una canción, ¿y ya está? Me sueltas la bomba de tu enfermedad, me miras con esos ojos, me abrazas y eres… eres el Alek de siempre, y yo no puedo. ¡No puedo, joder! —Estaba furiosa; ella, que no solía decir nada peor que «maldita sea», estaba fuera de sí. Lloraba sin dejar de gritarle, odiándolo por haber aparecido de nuevo.

—Sshh, tranquila, estoy aquí —le dijo Aleksei, apretando su mano con suavidad. Se había acercado a ella sin reparar en él, pues la marea de pensamientos que cruzaba su mente no le dejó ver más allá. Ella alzó la vista y clavó los ojos en él, lo que le golpeó el corazón.

—Dios, Alek, tú no… —La estrechó en sus brazos mientras ella se tapaba la cara con ambas manos, llorando. Minutos después, volvió a mirarlo y le acarició la cara con sus manos. Entonces, se dio cuenta de que aún no se habían besado, pero, antes de hacerlo, él la separó para verle mejor la cara.

—Esa noche fui a decirte cuánto te quería, pero tú, en vez de escucharme, me acusaste de estar con otra, cuando me habían dado la peor noticia del mundo. Me dejé llevar por los celos absurdos por tu compañero Colin, y después me dijiste que no podías perdonarme, que los recuerdos que habíamos creado juntos ya no brillaban, ni tampoco tú. Y eso es algo que tampoco yo podía perdonarme. ¿Qué habría pasado si te lo hubiese dicho?: tú habrías abandonado tu carrera para cuidarme a mí, para pasarte horas enteras en una habitación de hospital, esperando pruebas, soportando los terribles efectos de la quimio, y entonces sí que todo se habría roto entre nosotros. —La voz se le quebró al recordar los meses infernales que había tenido que atravesar de la mano de su madre, a la que había quitado años de vida.

—Pero esa era mi decisión, Alek; no tenías derecho a decidir por los dos. Cuando imagino por lo que debiste de haber pasado, mi amor, yo… —Pero fue incapaz de seguir. Se puso de puntillas y le dio un beso dulce en los labios, sujetándole el rostro para besarlo. Aunque aún latía la furia en su interior y temblaba, presa de la emoción, lo besó con dulzura. Aleksei la rodeó por la cintura y accedió a su beso, introduciendo la lengua en su boca, y volvió a sentirse en casa, sintiendo el gran amor que los unía y que, a pesar del año separados, no había mermado un ápice. Se separaron para respirar, pues las emociones eran demasiado intensas. Apoyó la frente en la cabeza de Kat, sintiendo su aliento caliente en su pecho. Cerraron los ojos y dejaron que las lágrimas resbalasen por su rostro una vez más.

—Lo peor ha pasado, mi vida. —Kat elevó la vista a los ojos de Aleksei, que derretían su corazón más que el cambio climático lo hacía con los polos, y esperó—. Tras los meses infernales de los ciclos de quimioterapia, alcancé la remisión completa de la enfermedad y, tras más pruebas y numerosos fármacos, mi médico me pautó un tratamiento de mantenimiento que debo completar, al menos, hasta alcanzar los dos años. En poco tiempo me espera una nueva revisión y, créeme, tengo más miedo de ese resultado que de la propia muerte. —Ella lo abrazó, tratando de alejar todo ese dolor por el que había tenido que atravesar, aunque aquello era prácticamente imposible.

Se calmaron, tras largo tiempo abrazados, y regresaron a la salida del palacio, donde sus amigos deberían estar. Katerina miró su móvil al llegar allí y vio un mensaje de Anastasia, que le decía que se marchaban al hotel donde se alojaba Franz, pero que esperaba noticias suyas pronto. Él condujo en su coche, camino a la casa de Kat, con ella apoyada sobre su brazo derecho. Al llegar al interior de la casa, Max y Magda les dieron una calurosa bienvenida antes de encerrarse en la habitación de Kat.

Aleksei besó a Kat y ella profundizó el beso separando los labios. El deseo que le provocaba Alek seguía latente en sus venas, pero esa vez sentía algo diferente, era algo más que desesperación.

—Sshh, Kat, cálmate. —Se aferraba a la nuca de Aleksei capturando sus labios.

—Bésame, Alek. —Él la besó sin contenerse. Katerina se subió a su regazo y se sentó a horcajadas sobre él. Temblaba de pura excitación mezclada con el miedo a perderlo para siempre; no era algo que siquiera pudiese plantearse. Él lo notaba, pero no quería detenerse a hablarlo; ya habría más momentos para ello. Ahora se necesitaban uno al otro más que nunca, y poco tenían que ver encuentros pasados, pues era como si se estuvieran conociendo en ese preciso instante.

Katerina llevó las manos hasta el pantalón y él comenzó a desabotonar la camisa de ella. Ambos se sentían torpes, como si tuvieran manos de gelatina y actuaran descoordinados. Aleksei le dio la vuelta y la tumbó sobre la cama y, tras deshacerse de la blusa, se inclinó buscando su piel, utilizando los labios y la lengua. Ella, por su parte, consiguió desabrocharle el pantalón, pero él la retuvo. La necesitaba mucho, pero ansiaba besarla, recorrerla con los labios, antes de perderse dentro de ella. Kat tiró de él para acercarlo a su boca y mordió sus labios con pasión.

—Tranquila, ballerina. —Aleksei hundió el rostro en su cuello y bajó por la garganta, el abdomen y se deshizo del pantalón de ella. De rodillas en la cama, se quitó el jersey, y ambos quedaron en ropa interior. La piel de Kat le supo a magia, a paseos por el bosque, a compases de tres por cuarto, a sueños cumplidos, a edelweiss, a esperanza. Ella corcoveaba sumida en el placer que le aportaban los labios de Alek. Como pudo, se quitó el sujetador, y él hizo lo propio con la ropa interior que les quedaba por eliminar.

—Alek —pronunció, mientras sus respiraciones se mezclaban antes de entrar en ella.

Se besaron de nuevo, con él dentro de ella, fusionándose en una sola alma, restando importancia al resto del mundo, a los problemas que deberían enfrentar, al dolor, al miedo, a la angustia… Katerina se mordía el labio reprimiéndose para no gritar, queriendo retener y alargar ese momento. Tiró de su pelo para tener de nuevo acceso a sus labios, que le besaban el cuello y se lo lamían con delicia. Aleksei también sentía que estaba a punto de explotar dentro de ella, notando su calor, mientras no cesaba de acariciarle la espalda, los brazos, besándola cuando le exigía que sus labios se encontrasen.

—Mi vida… —Kat sentía que su corazón se podía romper cada vez que la llamaba así. Cada beso que le daba Alek, cada caricia la estremecían y, por mucho que no quisiera pensar en todo lo que él le había confesado, se adueñaba de ella sin poder evitarlo. Comenzó a llorar convulsionándose; él se detuvo un momento y la miró. Le acarició la frente, le retiró un mechón de pelo y le limpió las lágrimas con delicadeza—. Ballerina. —Ella se volvió a estremecer, exhaló, acariciando los labios de Alek con su aliento, y de nuevo la besó. Sus cuerpos, uniéndose, fusionados en un solo corazón, le hicieron sentir que nada, ni siquiera la muerte, sería capaz de apartarlo de aquella mujer. Se aferró a ella, la abrazó como si quisiera borrar todo el dolor que sin querer le había infligido al hablarle del jodido cáncer, y en apenas dos segundos el orgasmo los derribó. Kat gemía en el oído de él mientras la piel se le tensaba y calentaba. Sintieron cómo volvía a ellos, después de haber cobrado vida propia y de haber actuado por su cuenta.

—Alek —le susurró tiempo después—, ¿cuándo sabrás los resultados de la próxima revisión? —Él, incómodo por tener que volver a hablar del tema, no le contestó—. Alek, aunque te hagas el dormido, sé que no lo estás. —Esperó un rato, disfrutando de tenerlo al lado, pero un pinchazo en la boca del estómago la atacó como un funesto vaticinio. Verlo con los ojos cerrados, tan plácidamente, la inquietaba—. ¿Quieres decir que te rendirás? Si el resultado de esa prueba no es bueno, ¿no lucharás más? —Aguardó de nuevo que el silencio le respondiera, pero esa vez lo hizo él.

—Kat… —contestó con voz lastimera.

—No, no me digas «Kat». Por favor, respóndeme. —Se irguió, sentándose sin dejar de observarlo. Él la miró y se preparó para romperle el corazón.

—Mis heridas se cierran al estar contigo; ya lo hicieron una vez y han vuelto a hacerlo. Nunca tendré tiempo suficiente para agradecerte que te abrieras a mí, que me dejaras entrar, que me permitieras ser el primero de muchas veces. Pero, mi vida, no quiero vivir en un hospital, siendo dependiente y arruinándote la vida a ti, entre otras personas. —Las lágrimas resbalaban por el rostro de Kat, que podía escuchar cómo se iba rompiendo su corazón poco a poco—. No llores. —Se irguió también, y un brazo la rodeó y la llevó a su torso, donde ella se hundió.

—No puedes rendirte, no puedes dejar de luchar, Alek; yo te necesito a mi lado para que me veas actuar en los escenarios, para que me cantes bajito en la cama, para que un día me veas andar camino al altar donde me estarás esperando, para ver nacer a nuestros hijos… —Se detuvo un instante para coger aire y mirarlo en la oscuridad, donde apenas percibía sus gestos, pero los sentía con el corazón—. No creas que voy a dejar que te rindas; si esa prueba sale mal, lucharemos. No voy a consentir que hayas aparecido de nuevo en mi vida para destrozarla.

—Estoy cansado. —Ella sabía que no se refería a ese momento, sino a su batalla contra la enfermedad. Por el momento no iba a presionarlo más, esperaría al resultado de la prueba y, entonces, volvería a la carga.

—Te quiero, Alek.

—Lo sé, ballerina, lo sé.

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