Ballerina

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ACTO I » 4

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Katerina no fue la primera en llegar ese día al Teatro de la Ópera Kolobov Novaya. Aleksei llegó a la hora habitual en la que ella solía ya estar ensayando, pero, tras la noche anterior con los amigos, se había quedado dormida. Franz y Anastasia habían estado desvariando bastante tras tomarse unas cuantas cervezas; ella había sido la única cuerda del grupo, pero ese día, por la mañana, sonreía al recordar lo bien que lo habían pasado aquellos tres…

La noche anterior

—Buen trabajo, Franz, hasta mañana. —Kat le dio un beso en la mejilla al bailarín, pero este la agarró del brazo antes de seguir caminando.

—De eso nada, esta noche te vienes con nosotros. —Y antes de poder replicarle, ya se encontraba atrapada en los brazos de Anastasia, camino a la salida.

—Pero yo no puedo; id sin mí, chicos. —Franz y Nastia hacían oídos sordos a sus quejas y la llevaron a rastras al bar de al lado del teatro.

—Katerina. —La voz de su padre fue lo único que los detuvo en seco, aunque sus amigos no se separaron de ella—. ¿Estás lista para irnos a casa?

—No, no lo está, señor. Esta noche se queda con nosotros; no se preocupe, yo mismo me encargaré de devolverla sana y salva a casa. —El señor Solokov asesinó con la mirada al amigo de su hija, pero este no se amilanó. Kat no sabía qué hacer, pues sus amigos no la soltaban; incluso se sentía más fuerte—. Vamos, Kat. —Las tres promesas del ballet clásico siguieron su camino y, aunque la solista de la compañía miró de reojo a su padre, no se atrevió a decir nada.

Unas horas más tarde, seguían en el bar, riéndose y bromeando entre cervezas. Anastasia no había parado de hablar maravillas del nuevo coreógrafo, estaba fascinada por él y eso que, simplemente, lo habían visto un rato por la mañana. Franz se burlaba de su «enamoramiento», y Katerina disfrutaba viéndolos pelearse.

—Chicos, ya es tarde, deberíamos marcharnos.

—Venga, Kat, estamos relajándonos. —Chocó su vaso con el de ella, y puso los ojos en blanco.

—¿Creéis que tendrá pareja? Al parecer, hace poco ha roto su relación con la violinista austríaca Marie Hofbauer.

—Increíble, Anastasia, ¿ahora lees las revistas de cotilleos? —Ambos comenzaron una guerra dialéctica sobre la moralidad de esas publicaciones, pero Franz acabó cediendo cuando vio que a ella lo único que le interesaba era saber si tenía alguna posibilidad con él. El nuevo coreógrafo era una personalidad bastante importante en su país, y los medios sabían todo sobre su vida y la de sus allegados.

—Puedes estar tranquila, que no tiene pareja. —Sergey los sorprendió con su respuesta. Se giraron los tres, y una resplandeciente Anastasia brindó con su cerveza por ello—. ¿Puedo? —Señaló el asiento libre junto a Kat y se sentó en cuanto Franz le dio el visto bueno. Katerina no había vuelto a hablar con él a solas desde aquel día en que había insistido en que debía relajarse.

Glavpivmag era una cervecería típica del centro de la ciudad. Con techos altos de madera, las paredes estaban llenas de fotos de cervezas de todas las clases, así como de la familia que había fundado el local hacía siglos. Solían tener música en directo un par de días a la semana y aquella noche era una de ellas. Franz se levantó y tiró de Nastia para ir a la barra a pedir más bebida. Kat vio que se habían dado cuenta de la frialdad con la que se trataban aquellos dos y suspiró resignada ante lo inevitable.

—Siento si el otro día te incomodó lo que te dije, pero, Kat, quiero ser sincero contigo y no quiero que pases por lo que yo he vivido.

—Lo sé, Sergey. Perdóname tú a mí por ser tan estúpida y no ver cuándo un amigo me tiende su mano. —Él asintió, con una mueca divertida que rompió la tensión creada.

La música comenzó a sonar y los gritos y silbidos de los jóvenes congregados ante el escenario pasaron a ser lo único que podía escucharse. Sergey se levantó, le ofreció la mano a Kat, que la recibió sonriendo, y pronto se unieron a Franz y a una Anastasia que bailaba entregada, canturreando las letras. Aquel tipo de música no era el favorito de Kat, pero de vez en cuando acudían a ese lugar a desestresarse, sin importarles demasiado si el grupo tocaba rock, folk o lo que fuese. Cantaron canciones de éxitos de otros grupos y bailaron como si no fueran tres bailarines de danza clásica, con unos horarios muy establecidos y una exigencia casi marcial. Sergey acabó por abandonarlos al rozar la madrugada. Un par de horas más tarde, volvieron al coche de Franz, que seguía peleándose con Anastasia por la calidad musical del grupo, las canciones que habían tocado y la historia de la música rock a lo largo de los años. Kat los observó en silencio sin dar la razón ni a uno ni a otra, mas divirtiéndose con las pullas que se lanzaban. Y así transcurrió la noche, la de tres amigos que, muy de cuando en cuando, eran simplemente tres jóvenes sin presiones ni preocupaciones sobre el futuro. Solo tres amigos que se divertían, como se suponía debían hacer en su juventud.

Kat subió a la sala de ensayo, pero ralentizó sus pasos al escuchar la música de El Danubio azul, proveniente de ese lugar, donde a esa hora jamás había nadie. La puerta estaba entornada; con delicadeza, la abrió y se encontró al nuevo coreógrafo y amor platónico de su amiga, bailando. Maravillada y casi cegada por sus pasos, entró sin hacer ruido, se quedó observando en el vano de la puerta hasta que él reparó en ella.

—¿Katerina? —El coreógrafo estaba de espaldas a ella, con la ropa de ballet oscura, mirándola a través del espejo; el pecho le subía y le bajaba aún de forma acelerada. La música resonaba través de los altavoces y, sin saber muy bien por qué, ella se acercó hasta él, que se dio la vuelta mirándola extrañado, pues no sabía qué quería hacer.

Katerina le sonrió y, tras hacerle una reverencia, comenzó a dar giros hacia un lado; se paró a hacer varios fouettés, giraba sobre sí misma manteniéndose sobre una pierna, seguido de varios echappés. La prima ballerina saltaba desde el suelo, pareciendo un ser ingrávido en el aire, suspendida por un momento antes de aterrizar. Aleksei la observaba, dejándola hacer su solo y contemplándola absolutamente maravillado. No sabía nada de los bailarines de la compañía, simplemente que era el Ballet Imperial Ruso, y eso siempre eran palabras mayores. Por lo que había podido presenciar el día anterior, eran auténticos prodigios de la danza, aunque Katerina era algo fuera de lo común. Ahora pas de chat saltando muy a la ligera y hacia los lados rápidamente de un pie al otro, con las rodillas dobladas y las caderas volteadas; como la danza de los cuatro cisnes, con los brazos entrelazados, de la obra que estrenarían en cinco semanas. Avanzó hacia él en un par de piruetas hasta que Aleksei la detuvo, posando sus manos en la cintura de ella. Katerina lo miró a sus ojos verdes, que estaban más vivos que nunca. En ese momento, ella se dio cuenta de que era tan apasionado por el ballet como ella; ambos lo llevaban en el alma. Emocionada ante las sensaciones que estaba sintiendo, se dejó llevar por su experiencia y sabiduría. Caminaron hacia el espejo, giró a la bailarina en el promenade mientras Kat se mantenía en una sola punta y Aleksei giraba a su alrededor. Ella ejecutaba pirouttes sobre una sola pierna con el coreógrafo estabilizándola para acabar levantándola en el aire de forma elegante, unidos por las manos en la cintura de ella.

Sentía el aliento de Aleksei en su cuello. La sostenía fuertemente con sus brazos, de los cuales era difícil escapar, al parecer. Pero enseguida la razón acudió a la mente de Kat, quien bajó los pies y se separó de él, y de nuevo hizo otra reverencia al coreógrafo, que correspondió con el mismo gesto. Fue a por una toalla para la bailarina, pero ella ya estaba buscando una en su bolsa, que había dejado en el suelo al entrar. Aleksei la cogió, entonces, para sí mismo y, mientras eliminaba el sudor de su cuerpo, contemplaba a una Katerina risueña que evitaba el contacto con él.

—Disculpe, no he podido evitarlo. La música clásica me embriaga. —Por fin se atrevió a mirarlo a los ojos con aquella ternura que lo descolocaba. Él sonrió y pasó por alto el trato de usted. En unas horas, llegaría el resto de la compañía y no deseaba comenzar una guerra con ella, pues por seguro se daría.

—Te comprendo a la perfección. Cuando pisas el escenario, no creo que pueda describirse. Recuerdo aquella vez en el Royal Albert Hall de Londres, entonces lo supe. —Dejó la toalla en el suelo y se acercó a Kat, que lo miraba por primera vez con admiración—. Lo sientes, aquí dentro —dijo, llevándose la mano al pecho—; es ahí donde quieres estar, más que en cualquier otro lugar, porque es ahí donde eres feliz.

Katerina sentía cómo le robaban el aire de los pulmones. Aleksei había descrito sus sentimientos a la perfección; solo bailando era feliz, el resto del tiempo sobrevivía. El coreógrafo seguía sonriéndole, lo que provocaba que una sonrisa estúpida se instalara en su cara; no podía controlarlo. Carraspeó y volvió a su bolsa a dejar la toalla, ya empapada en sudor.

—No sabía que ibas a estar aquí tan temprano, yo vengo todos los días. —¿Acaso era una información que él necesitase conocer? En cuanto salió de su boca, se arrepintió de tratarlo con familiaridad, ya que ella misma le había exigido que no volviese a tocarla ni mucho menos a tutearla. A esas alturas, ya debía de pensar que estaba loca.

—Está bien saberlo —respondió él, cambiando los CDs para preparar el ensayo. La miró de reojo y vio que se dibujaba una tímida sonrisa en su cara.

—Oh, buenos días, Aleksei. —Tanya entró en la sala, deshaciéndose de la chaqueta de lana mientras miraba con picardía al coreógrafo—. ¿Te importa si me quedo a ensayar?

El bailarín, que no quería pecar de antipático, y era —como quien dice— su primer día con ellos, le contestó amablemente que podía hacerlo si así lo deseaba. La chica sonrió maliciosa y se puso las zapatillas de ballet en un abrir y cerrar de ojos. Katerina se sentía incómoda allí, así que optó por recoger sus cosas y marcharse. Quizás Irina ya hubiera llegado y podrían charlar un rato sobre los chicos o hablar del ballet que estrenarían en breve con ella como solista.

—Bueno, luego nos vemos. —Con la bolsa al hombro, se dio la vuelta hacia la puerta, pero la voz de Aleksei la detuvo.

—¡Espera! Pensaba que quizá querrías que ensayásemos un poco tu solo del Acto iv. —De alguna forma, había conseguido la conexión con ella desde que habían bailado juntos el día anterior por primera vez, y ese día había vuelto a suceder en la danza de El Danubio azul. Necesitaba seguir sintiéndola, pues lo hacía experimentar unos sentimientos que creía ya olvidados tras la traición de Marie, su exnovia.

—No, no se preocupe. Puede ayudar a Tanya, que estoy segura de que lo necesita más que yo. —La segunda bailarina la miró con rabia volteando la cabeza, enfadada, pero aquello no le preocupó lo más mínimo, pues su objetivo estaba conseguido. Iba a pasar al menos dos horas completas con Aleksei, su próximo objetivo, y ella no pararía hasta conseguirlo.

—Recuérdame una vez más por qué nos dedicamos a esto. —Anastasia siempre pedía lo mismo a Katerina cada vez que le salía una nueva ampolla en los pies. No lo decía totalmente en serio, aunque a juzgar por las muecas que hacía parecía que estaba harta de todo aquello.

—Vamos, el ensayo comienza en cinco minutos, ¿quieres que te ayude?

—Ya está, listo. —Acabó de vendarse las ampollas y se puso las puntas—. Y tú, ¿no has venido hoy antes para ensayar?

—Sí, pero he parado un poco antes. —Kat no quiso explicarle el episodio con el nuevo coreógrafo, su forma de lanzarse hacia él cuando lo vio bailando, las ganas irrefrenables de sentir de nuevo esa conexión extraña junto a él. Franz llegó por detrás y alzó a su compañera de baile en el aire; Kat, de forma innata, estiró los brazos ágilmente con la postura de bailarina. Era algo que hacía sin darse cuenta, algo que llevaba dentro y le salía sin hacer el mínimo esfuerzo.

—¡Caray! Esa es mi chica. —Ella se rio mientras una entusiasta Anastasia daba saltitos aplaudiendo. Un par de compañeras más se giraron y aplaudieron a la vez. Katerina hizo una reverencia y se abrazó a Franz. La conexión aún no había vuelto, pero al menos su amigo estaba poniendo todo de su parte y los momentos tensos del día anterior se habían esfumado.

—Ya están Los Osos Amorosos en escena —comentó Tanya con un par de las compañeras que le seguían el hilo continuamente, y estas se rieron por lo bajito. A Kat le molestaba aquella actitud sobremanera, aunque reconocía que era una de las mejores bailarinas de la compañía. Por algo era su sustituta, pero la envidia y el rencor le impedían ser excelente. Franz a veces entraba en su juego, en especial cuando atacaba a sus amigas; sin embargo, ese día no se molestó ni en mirarla. Cogió a Kat de la mano y entró dando giros en la sala de ensayo con Anastasia detrás.

Sergey estaba conversando con el nuevo coreógrafo, que aparentaba estar sumamente concentrado. La compañía al completo entró en la sala. Se dividieron por grupos: mientras unos practicaban en la barra, otros se preparaban para su número, y ellos se quedaron en un rincón a observar a los bailarines que debían actuar en ese momento. Katerina pensaba que eran imaginaciones suyas, pero el señor Ivanov buscaba su mirada de vez en cuando y no apartaba la vista de Franz. Fue entonces cuando su turno llegó. Franz y Kat estaban completamente concentrados en los movimientos y, de veras, trataron de volver a ser los que eran, pero, por más que lo intentaron, ellos sabían que no llegaban a ello. Aún con la respiración acelerada, se miraron con la verdad en sus ojos mientras sus compañeros estallaron en aplausos. Ambos los agradecieron asintiendo con la cabeza, e incluso los coreógrafos les dieron la enhorabuena.

Su trabajo siempre fue duro; se resumía en constancia, sacrificio, compromiso y entrega. Ella siempre había soñado con llegar a ser la prima ballerina de una compañía, y eso conllevaba una serie de requisitos. Era la primera que llegaba a ensayar, cerca del alba, y era además la última en marcharse de allí. A veces, con Franz, que se quedaba a ensayar con ella; otras veces sola. Desde muy pequeña asumió que tener amigos iba a ser un lujo, en especial entre la gente del mundo del ballet. Aceptó que no iba ser una joven como las demás, preocupadas por citas amorosas y por la ropa que debían llevar a ellas. Y no siempre fue fácil, además sin una madre que aplacara un poco el férreo carácter de su padre, que no la dejaba respirar. Kat contenía la respiración cuando danzaba, pero no sabía cómo hacerlo cuando volvía a posar los pies en la tierra.

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