Ballerina

Ballerina


ACTO II » 13

Página 16 de 41

13

Permanecieron abrazados durante toda la noche, sintiendo la respiración del otro. Los primeros rayos del día inundaban la habitación, oscura. Aleksei movió la mano para acariciar el rostro que tenía frente a él. Se sentía tan bien que le parecía un sueño; rozó su nariz con la de ella y exhaló un suspiro que removió a la bailarina. Kat emitió un gemido que provocó la sonrisa de él mientras ella abría los ojos.

—Eres preciosa —le susurró, rozando su mejilla con el dedo pulgar. La bailarina se acurrucó más junto a él, alargando su brazo para rozar el de él, aferrarse a Aleksei, rozando su piel, firme descubierta. Alzó la vista y se encontró con sus ojos verdes. Estaba guapísimo, con el pelo revuelto y las arrugas de haber dormido sobre la almohada en la misma postura toda la noche.

—¿Tienes tanta hambre como yo? —Aleksei curvó los labios con un brillo malicioso en los ojos y, entonces, ella se dio cuenta de que él pensaba en otra clase de hambre. Le dio un golpe seco en el brazo y quiso zafarse de sus brazos, pero no pudo. Solo consiguió que lo atrajese más a su cuerpo, sintiendo el deseo latir en sus venas. Aleksei posó sus labios sobre los de ella, cogió un mechón rubio de su cabello y lo enredó en un dedo. Sonreía sin dejar de besarla, buscando su lengua y recorriendo con ella el labio superior y el inferior. Kat gemía y ardía de impaciencia. Hasta ahora, se había conformado con los besos, los abrazos y las caricias de Aleksei, pero necesitaba cada vez más. Giró a Katerina y la tumbó boca arriba con él encima; deslizó la boca por el cuello al tiempo que bajaba las manos, entrelazadas con las suyas, agarrándose mutuamente con fuerza.

Aleksei la aplastaba contra el colchón, con lamidos sobre su cuello, que intercambiaba por besos suaves y lentos; se mecía contra ella a un ritmo cadencioso y una deliciosa fricción se ajustaba entre sus piernas. Kat no podía resistirse a los besos de Aleksei; se derretía con una sola mirada de él, era inevitable. Sentía que se licuaba bajo sus brazos, y los sollozos fervorosos se le escapaban mientras él emitía una risa que la irritaba.

—Si vamos a hacerlo, hazlo ya. —Aleksei se apoyó, entonces, con las manos en el colchón y observó a Kat con los ojos nublados y la mirada perdida. Entornó los ojos, pues quería asegurarse de si era ella la que hablaba, dominada por el deseo irrefrenable que él mismo sentía latirle en las sienes, o si estaba en plenas facultades y cien por cien segura de que realmente sabía lo que decía.

—¿Estás segura? —dijo el coreógrafo con voz ronca.

—Llevo tiempo ansiando esto, Alek. Por favor… —Encuadró su cara con las manos, se fijó bien en sus gestos, en sus ojos y, entonces, le dio un beso profundo y lento que la hizo arder aún más. Se deshizo de su camiseta hasta quitársela y observó su cuerpo tembloroso. Rozó con un dedo su pecho, y bajó hasta el abdomen sin perderse una sola expresión del rostro de Kat. ¡Dios, no había nada más perfecto en la vida! El pecho de Aleksei vibraba de tanta felicidad, de poder tener a aquella mujer entre sus manos y de poder reducirla a cenizas con un simple roce de sus dedos. Tomó aire de nuevo y le quitó el pantalón.

—Tan preciosa, tan perfecta… —le susurró Aleksei lamiendo su piel. Le sonrió, pero inmediatamente echó la cabeza hacia atrás cuando él le dio un beso en la parte baja del abdomen. A ella se le aceleró la respiración cuando le quitó el sujetador y cubrió su pecho con una mano. Sus caderas tenían vida propia; buscaba no dejar un solo resquicio de aire entre los dos, se movía contra las de Aleksei, que, en apenas un instante, se deshizo de su ropa. Ahora estaban en igualdad de condiciones, únicamente con la parte baja de la ropa interior.

Se quedaron un momento en silencio, con las respiraciones agitadas y sin apartar los ojos uno de otro. Con cuidado, le quitó las bragas de algodón amarillo y le acarició un pecho, posando sus labios sobre él. Ella arqueó la espalda, retorciéndose de deseo, con el corazón latiendo desbocado. Con una sonrisa ladina, fue bajando, dejando húmedos besos en su camino al interior de los muslos. Katerina estaba a punto de estallar, jamás había pensado que pudiera ser tan erótico el encuentro entre un hombre y una mujer. Ella jamás había sentido ese tipo de conexión; temblaba de miedo por sentir más que algo físico, por volver a sentir esa conexión latiéndole en el cuerpo. Aleksei se deshizo por fin de sus bóxer y se bajó de la cama un momento para rebuscar un condón en el pantalón que se había quitado. Al volver a mirarla con el paquete en la mano, sintió que debía explicarle por qué había llegado hasta allí.

—Yo…, verás, tenía esto… porque… —Las palabras se le quedaron atascadas en la garganta, lo que lo hizo sentir un completo imbécil.

Kat, simplemente, le sonrió y le extendió una mano para que volviese con ella. Subió de nuevo a la cama y se puso el condón ante la mirada ansiosa de ella. Volvió a repartir besos por todo su cuerpo, tratando de hacerla sentirse cómoda, relajada, confiada. Kat, simplemente, le sonrió y le extendió una mano para que volviese con ella. Subió de nuevo a la cama y se puso el condón ante la mirada ansiosa de ella. Volvió a repartir besos por todo su cuerpo, tratando de hacerla sentirse cómoda, relajada, confiada.

Con un movimiento lento y controlado fue adentrándose en ella. Se deslizó en su interior, despacio, y así, una vez tras otra, controlando centímetro a centímetro, observando los gestos que alteraban el rictus de Kat. Poco a poco, sintió que le costaba respirar, necesitaba que Aleksei siguiera balanceándose contra ella. La besó, entonces, en el rostro, el cuello, el pecho…, y se olvidó de su propio placer. Los movimientos se estaban convirtiendo en algo cada vez más rítmico y más rápido. Katerina se abrazaba a él, atrayéndolo a su pecho con devoción y verdadera pasión. Hundió la cara en el hueco de su cuello mientras el sudor les resbalaba la piel.

—Mi ballerina…, joder —susurró con tono grave él, sintiendo cómo ella se estremecía bajo su cuerpo y comenzaba a tensarse. Kat echó la cabeza hacia atrás y Aleksei tuvo que controlarse al verla con los ojos cerrados; pero ella quería mirarlo, quería ver sus ojos cuando el momento culminase. Jamás había sentido nada parecido, que alguien pudiera ser el todo para ella. Aleksei la besaba y bebía jadeos de placer de Katerina, que se volvían cada vez más fuertes en cada embestida.

—Dios, Alek —murmuró ella.

Era todo tan intenso que sentían cómo el corazón les explotaba. Aleksei hizo un poco más de presión antes de sentir cómo ella estallaba en un grito ensordecedor arqueando la espalda. Él se hundió más en ella, ocupándose de su propio éxtasis una vez que ella ya hubiese alcanzado su propia cima, y, en un par de embestidas más, su cuerpo se liberó. Exhausto, se derrumbó a su lado, intentando normalizar sus respiraciones. Kat buscaba volver a la realidad cuando se encontró envuelta de nuevo en sus brazos. La besó con ternura en un ósculo húmedo y tranquilo.

—Dime que estás bien, porque a mí me has subido al puto paraíso —le pidió él casi en un ruego divertido. Kat, con las mejillas aún arreboladas, lo miró y estalló en una carcajada limpia.

—Increíble. —Fue lo único que atinó a decir la bailarina, sonriendo encantada. Ambos disfrutaron abrazados, piel sobre piel, aspirando el olor del otro, sumergidos en un remanso de paz; se quedaron un rato en silencio mientras el amanecer les daba la bienvenida. Aleksei estaba convencido de que amaba a la mujer que yacía a su lado, y más seguro estaba de que nunca podría separarse de ella. Mientras, a Katerina los miedos la habían abandonado momentáneamente, pues en los brazos de Aleksei se sentía segura, protegida y confiada. No había nada que no pudiese lograr, a nadie contra el que no se pudiera enfrentar. Con Aleksei todo sería más sencillo.

—¿Vas a contarme qué sucedió ayer? —El cuerpo relajado de Katerina se tensó al escuchar la pregunta. Exhaló un gran suspiro y se dijo a sí misma que ya era hora de hacer uso de la supuesta fuerza que él le decía que tenía en su interior. Se sentó en la cama, se cubrió con la sábana y, tras colocarse un par de mechones rebeldes tras las orejas, fue completamente sincera.

—Lo que pasó es que tuve miedo. —Tragó saliva, incómoda, por estar manteniendo esa conversación desnuda. Sujetaba la sábana con miedo a que cayera, como si él no hubiese memorizado cada milímetro de su cuerpo. Aleksei colocó su mano sobre la de Kat, que descansaba junto a su pierna, y ella no tuvo más remedio que mirarlo a los ojos—. Un miedo estúpido que me paralizó.

—Bueno, todos los miedos lo son; estúpidos, quiero decir. Si fueran de otra manera, no serían miedos. Son irracionales y sinsentido, lo importante es vencerlos. —La sinceridad de Aleksei la desarmaba; ¿aué podía contestar a su respuesta? Después de todo, él llevaba razón: los miedos no servían más que para detenernos en nuestro camino y no permitirnos avanzar.

—«Lánzate y la red aparecerá», era la frase de Goethe preferida de mi madre. En la biografía de la emperatriz de Austria, a la que idolatró, aparece esa frase en diversas páginas. —Emuló una sonrisa al recordar el día en que había encontrado aquel libro. Era por entonces una niña que saltaba, imitándola, con un lazo blanco atado a su coleta, que le caía moviéndose en cada vuelta que daba. Estaba en la sala que hoy día era la habitación dedicada a la gran bailarina Valèrie Gisela Solokov. Parecía que sus padres, ya desde su nacimiento, predijeran su futuro al llamarla igual que el ballet que años después protagonizaría. Aquel luminoso día en el que Katerina no dejaba de danzar extendiendo sus brazos y viendo cómo su vestido blanco se alzaba en cada vuelta, su madre llegó por detrás y la agarró de las manos para acompañarla en las piruetas… «Bravo, Katerina. Serás una gran ballerina, tal y como lo es tu madre». Al cogerla en brazos, el diario se le cayó y Kat fijó la vista en el cuaderno granate que estaba en el suelo. Valeriè dejó un momento a su hija en el suelo para cogerlo y se quedó agachada junto a ella con el diario en su mano. «Un día, cuando tengas la edad adecuada para escribir, te regalaré un cuaderno como este, donde podrás expresar todos tus temores y lo que regocija tu espíritu, querida Katerina».

—Kat…

—He pensado en que un día te irás, volverás a tu vida exitosa y yo me quedaré en San Petersburgo, en algún lugar donde me encuentre con la gira, y estaré de nuevo sola, únicamente sintiéndome feliz en el escenario. —Sollozó, aún recelosa de compartir con él los sentimientos más íntimos que nunca compartía con nadie

—Eso no ocurrirá, mi vida. —La había llamado «mi vida» por primera vez, y su corazón estalló en el pecho. Le encantaba cómo sonaba en sus labios—. Tienes que confiar en mí, no voy a marcharme sin ti a ningún sitio. Nunca, ballerina.

Ella asintió, tragando saliva de nuevo para controlar las lágrimas que se le estaban acumulando en la garganta. Aleksei se sentó frente a ella con el pecho descubierto, sin ningún pudor, a diferencia de ella. Se inclinó sobre Kat y le dio un beso en la frente, antes de estrecharla en sus robustos brazos. Katerina se escondió en su regazo; quería creerle, necesitaba hacerlo, pero «nada es seguro al cien por cien en esta vida», pensó. Aleksei se tumbó con ella en la cama de nuevo, y compartieron besos y arrumacos hasta que ella volvió a dormirse. Tiempo después, la luz del sol era más que evidente en el cuarto. Kat apretó los ojos y se tapó con un brazo para alejar la luminosidad de su cara y, al hacerlo, notó que el otro lado de la cama estaba vacío. Poco a poco, abrió los ojos y comprobó que Aleksei había desaparecido. Lo buscó por la habitación, pero no quedaba rastro de él ni de su ropa. Se sentó en la cama un poco decepcionada, aunque eso cambió al mirar hacia el otro extremo de la almohada. Una flor edelweiss reposaba sobre ella, encima de una nota. Katerina cogió la flor y aspiró su aroma, aún fresco, con los ojos cerrados. Después, cogió la nota con dedos temblorosos, presa de la emoción por el detalle.

El roce de tu piel, tu sabor a inocencia e ingenuidad, tu cabeza sobre mi pecho, escuchando el latido de mi corazón…, son todos los miedos que he tenido desde que te vi por primera vez bailando en esa sala. Atraído como un imán, dancé contigo, sintiendo la aplastante conexión, esa que no permitiré que desaparezca jamás. Ballerina, tu alma jamás dejará de estar unida a la mía. Gracias por devolverme la esperanza, por volver a sentir y a creer en mí. Hay tantas cosas que quiero decirte, que necesito que sepas, Kat… Pero, por ahora, solo hay una. Te quiero, ballerina, no dejes de apoyar siempre tu cabeza sobre mi corazón.

Alek

Ir a la siguiente página

Report Page