Ballerina

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ACTO II » 14

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Kat sonrió, mientras un nudo de emociones le presionaba el pecho. Tragaba saliva continuamente, tratando de mantener a raya las lágrimas que deseaban aflorar tras leer la nota de Aleksei. Tomó la flor de nuevo y olió su aroma, ese que le era tan familiar y la hacía sentirse en casa. Lloraba y reía entre lágrimas, acariciando las letras escritas de la mano del coreógrafo. «Te quiero», era lo que resonaba con fuerza en su mente, esas palabras que a ella le daba tanto miedo pronunciar. Notó que una presencia la observaba y, tras subir la cabeza, lo vio a él, en el vano de la puerta, escrutándola como si la viera por primera vez.

—¿Por qué te empeñas en hacerme llorar?

—Por lo mismo que tú te empeñas en hacerme soñar. —De nuevo, la dejó sin aliento. Katerina sonrió, exhalando un gran suspiro. Era consciente de que el miedo seguía ahí, latente, pero había tomado la decisión de disfrutar el presente. Deseaba que alguien la quisiera, que la mimasen, la cuidasen…

—No te imaginaba siendo tan empalagoso. —Aleksei fue hasta ella en un caminar que se le antojó lento. Se subió a la cama, gateó hasta ella y se postró frente a su cuerpo con una sonrisa curvada en sus labios. Atrapó el labio inferior de Kat entre sus dientes, enmarcando su cara con ambas manos. Siguió besándola sin descanso, sintiendo que aquello debería ser para siempre. Ella subió sus manos a los antebrazos de él y permitió que la besara, que poseyera su alma en cada roce y la llevase al éxtasis que despertaría cada terminación de su cuerpo.

—Por Dios, Kat, tenemos que salir de esta habitación, pero no sé cómo hacerlo. —Ella se sintió orgullosa de provocarle esos sentimientos al hombre que lo había conseguido todo en el mundo del baile, que tenía todo siempre bajo control y no dejaba nada a la improvisación. Se rio y se soltó de él para coger la flor, que volvió a oler, mirándolo a los ojos. Aleksei le dio un beso corto y la ayudó a bajarse de la cama para volver a meter algo de alimento en sus estómagos, que rugían cuando sus palpitaciones dejaban que otro sonido se colase en medio de los susurros y las caricias. Se puso la misma ropa del día anterior y bajó a la cocina de la mano de Aleksei.

Dieron los buenos días a Max y a Magda, que salieron una vez les hubieron dejado el desayuno preparado. El ama de llaves dio un par de apretones cariñosos a su pequeña; la mujer se sentía muy dichosa de volver a tenerla en casa. Desayunaron entre miradas y bromas de un Aleksei relajado y completamente loco por la bailarina. Kat intentaba estar igual de relajada, pero, después de leer las palabras «Te quiero» en la nota, sintió que le faltaba el aire. No porque no sintiera lo mismo que él, sino porque era la primera vez que iba a pronunciarlas. Era todo tan nuevo, tan extraño que temía equivocarse.

—¿No vas a decirme nada de la nota?, porque sé que la flor te ha encantado. —Le guiñó el ojo, travieso, al tiempo que le robaba un pedazo de fruta de su plato. Kat carraspeó y, sin mirarlo a los ojos, le contestó.

—Ya te expliqué que el edelweiss es muy especial para mí, así que sí, ha sido un bonito detalle.

—¿Bonito detalle? —Aleksei soltó el tenedor, mirándola con la ceja levantada, lo que provocó una risa en Kat, que se encogía de hombros, juguetona.

—¿Y qué te puedo decir de la nota? Es… preciosa. —Sus mejillas se cubrieron de rubor al recordar las palabras que le había dedicado. Aleksei se dio cuenta, en ese momento, de que aún no le había dicho las dos palabras importantes de la nota en vivo. Era el momento de cambiar eso. Se levantó, se acercó hasta ella y le ofreció la mano, que ella dudó en tomar. Rozó sus dedos con la mano de él antes de que se la agarrase con firmeza; aquel simple gesto provocó una inmensa felicidad en ambos. Aleksei, entonces, le rodeó la cintura con ambas manos y la acercó a su cincelado pecho.

—Yo no soy bueno expresándome; las palabras me aturullan y no sé bien cómo decir las cosas. Siempre se me ha dado mejor plasmarlo en un papel, pero voy a intentarlo, por ti. —Kat abrió la boca, asombrada. Cualquiera diría que no sabía expresarse, pues siempre tenía la palabra adecuada para llevarla al infinito—. Contigo, lo siento todo, lo tengo todo. Por supuesto que me he enamorado antes, pero nunca con esta fuerza arrasadora, sintiendo esta conexión, y mucho menos he sido antes tan cursi. —Aleksei sonrió, mirándola con sus ojos verdes, que resplandecían cada vez que la veía, y besó sus labios.

—¿Tú no tienes miedo? —le preguntó ella, aún golpeada por la fuerza de los sentimientos de él.

—¿Miedo? No, es más bien vértigo, inseguridad al no saber qué sientes tú por mí. Yo no tengo dudas, sé que te quiero, Kat. Te quiero y no me importa que hayan pasado una, dos semanas, como si nos hubiéramos conocido ayer; ¿qué más da? —La miró fijamente con esa mirada limpia, que derrochaba adoración por la mujer que tenía entre sus brazos.

—¿Tienes dudas después de lo que hicimos anoche? —Katerina se mostró entre ofendida e incrédula y una risa reverberó en el pecho de él.

—No estaría de más oírtelo decir. —Ella puso los ojos en blanco, asustada por decirlo en voz alta, por pronunciar esas palabras por primera vez en su vida, por la forma en la que la estaba presionando. ¡Dios, estaba aterrada! Aleksei la cogió por la barbilla, mirándola a los ojos, con la sonrisa en ellos. Y, aunque le parecía una locura, poco a poco el miedo se fue disipando. Solo necesitaba que la mirase a los ojos para que la paz y la calma llegasen hasta ella.

—«Nada requiere más fortaleza que permitirte la debilidad de amar a otra persona» —susurró las palabras de su gran heroína, acercando sus labios a los de él, con apenas unos centímetros de espacio entre ellos—. Alek, creo que te he querido desde que me elevaste el primer día en el ensayo y sentí tus manos sobre mí, cuando sentí esa misma conexión que dices. Alek, mi amor… —Acarició su mejilla con una mano, que él besó antes de que dejara de tocarlo—. Solo necesito que me mires para tener la certeza, conmigo, de ti, de que esto es real y de que verdad me está pasando; de saber y sentir que finalmente alguien me está cuidando, que me ama, a mí, a Kat. No a la bailarina profesional, no a la figura que represento en el ballet; a la chica de veintidós años, insegura y miedosa, la que siente terror a lanzarse sin red que la sujete, la que no sabe ya respirar otro aire que no sea el que tú respiras. —Con un hilo de voz, por fin, se quitó la coraza que llevaba hacía años, por miedo a ser herida, y le dijo lo que él le hacía sentir, lo que ella misma sentía.

El bailarín la acunó entre sus brazos y le acarició la espalda de arriba abajo. Kat respondió a su abrazo agarrándose a él como si le fuera la vida. Ella apoyó la cabeza en su pecho y sintió el latido de su corazón, que le aportaba paz y calma; se había convertido en su sonido favorito. Tras varios minutos, levantó la cabeza y lo miró a los ojos, con la sonrisa instalada en sus caras. Su pulso, acelerado por la cercanía, los martilleaba en las sienes. Kat posó su vista en los labios de él, no podía apartar los ojos de esos labios que había probado muchas veces y de los que no se cansaría nunca. Aleksei se lanzó a besarla de forma lenta, y le erizó la piel con cada roce. Pegaron sus cuerpos, fundiéndose en un abrazo delicado, dulce; cuanto más se besaban, más querían alargar ese contacto. Katerina necesitaba que acariciase toda su piel, que no dejara nunca de demostrarle lo mucho que le importaba. Y él…, él ardía en deseos de ser acariciado por ella. Si se hubiese tratado de otra persona, de otra mujer con experiencia, no lo habría dudado y ya la habría llevado de vuelta a la cama, a hacerle todo lo que se cruzaba por su mente y a pedirle explícitamente qué deseaba que ella le hiciese.

—Quizá podríamos emplear el tiempo en algo más que besarnos —le dijo Aleksei entre bromas, al separar sus labios, hinchados. Ella emitió de nuevo esa risa con ruidito al final y asintió con la cabeza, alejándose de él. Dejaron los utensilios del desayuno en el fregadero antes de que Max y Magda entrasen a recoger. Aleksei pensó que aquellos dos tenían un don y sabían exactamente en qué momento aparecer y en cuál desaparecer, como si los estuvieran espiando. Kat charló un poco con ellos, para despedirse poco después. El coreógrafo esperó a que acabasen de hablar, la cogió de la mano y salió de allí sin separarse de la mujer que lo había convertido en un auténtico moña. Entraron en el salón de la casa; Katerina se sentó en una butaca que recorrió con las yemas de los dedos, y volvió a sentir el contacto con ellas. Aleksei vio el piano, levantó la tapa y pulsó suavemente algunas teclas.

—Mi madre solía tocarlo, ella me enseñó a hacerlo. —Él se acomodó en el asiento frente al piano y comenzó a entonar una melodía que representaba mucho para ella. La acompañó de la letra, cantando bajito, lo que erizó el vello de Kat, que lo miraba fascinada. «Edelweiss, Edelweiss, todas las mañanas me saludas. Limpia y brillante, pareces feliz de encontrarte conmigo. Flor de la nieve, puedes florecer y crecer. Florece y crece por siempre». Katerina sonrió. Con el nudo de emociones en la garganta, fue hasta él y se sentó a su lado; posó sus manos sobre las de él mientras le susurraba «gracias», y Aleksei entendió que no solamente se refería la canción.

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