Ballerina

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ACTO III » 23

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Entrar en casa, una vez acabó toda la parafernalia del funeral, produjo a Aleksei la misma sensación que sentirse golpeado. Cada rincón de la casa olía a él; mirase donde mirase lo veía, con su amplia sonrisa y la esperanza en sus ojos puestos en él, siempre. El armario, con toda su ropa, sus libros sobre pintura; la vieja radio, donde escuchaba las noticias a diario, resistiéndose a comprarse una nueva porque «aquellos objetos tenían alma» y, al igual que nadie podía despojarse de la suya, él tampoco podía hacerlo.

—Cariño, échate un rato —le dijo su madre, tocándole la espalda. Si alguien debía acostarse, era ella, que tenía peor aspecto que un zombi. Se dio la vuelta y besó su frente arrugada. No quería abrazarse a ella o lloraría de nuevo. Lo curioso del llanto era la compuerta: una vez abierta no era sencillo volver a cerrarla. Finalmente la convenció y su madre se recostó en la cama con un batido de calmantes y pastillas que le ayudasen a conciliar el sueño, pues dormir se iba a convertir en un pasatiempo.

—Alek… —Marie llevaba una taza de café en la mano, que le ofreció a su expareja, a la que miraba como al principio de su relación: con la mirada repleta de ilusiones. El bailarín rechazó el café, había tenido bastante de eso por una temporada. Como estimulante había hecho su trabajo a la perfección, pero por un tiempo no pensaba volver a probarlo. Le recordaba a la muerte, al olor del tanatorio, al frío, a las miradas de pena y el dolor en estado puro. Marie se sentó en el sofá cerca de él, sin atreverse a arrimarse aún más por miedo a sentir el rechazo.

—Necesitas descanso. —De nuevo le decían qué debía hacer, cómo se debía sentir, y estaba empezando a hartarse. Se removió incómodo, echó la cabeza hacia atrás y exhaló un suspiro. Ella entendió que no debía ir por ahí su conversación, así que se lanzó a la piscina sin saber que estaba vacía de agua—. Te echo de menos.

Aleksei se tapó la cara en un intento de evadirse de la realidad; quizá, al retirar las manos de la cara, ella ya no estaría allí y sería un simple delirio promovido por los últimos días. Marie tocó su muslo para hacerlo real; él se removió y se levantó del sofá, donde no soportaba estar.

—Para, Marie —le rogó. Ella se puso en pie y lo abrazó por detrás, pegando su mejilla a la ancha espalda del que creía el amor de su vida.

—Lo siento, Alek, lo siento tanto. No sé cómo me pudo pasar, estoy tan arrepentida. Mi amor, yo te quiero, nunca quise hacerte daño, lo juro. Tú eres toda mi vida. —Y la bofetada llegó, en forma de palabras que dolían y se clavaban en el alma como diminutos alfileres. Se ahogaba, con Marie pegada a él cual koala, con las palabras que hubiera deseado escuchar tiempo atrás, no entonces. Se despegó de ella y anduvo unos pasos por el salón hasta que pudo mirarla a los ojos, que brillaban con la emoción contenida, con el deseo de conseguir su sueño, con la incertidumbre y la esperanza en el fondo de ellos.

—Basta, Marie. No hablemos de esto, ya es inútil.

—No, no lo es —le respondió, corriendo hacia él. Lo cogió de las manos y a la desesperada siguió rogando—. Podemos solucionarlo. Yo puedo pedirme una excedencia en la orquesta y viajar contigo a donde tengas que ir. Mi carrera no importa, ese fue uno de mis mayores fallos.

—¿Y no lo fue él? —La saña se desprendía en cada una de sus palabras. Recordar todo aquello era absurdo, pero ella era la que había empezado. Marie se alejó unos pasos hacia atrás, con la vista fija en el suelo.

—Ya te he dicho que fue un error, lo sé. Te echo mucho de menos, tanto que no sé seguir sin ti. —Se mordió el labio, reteniendo las lágrimas, que estaban a punto de brotar. El nudo en la garganta le impidió continuar, necesitó unos segundos para serenarse antes de seguir suplicando algo que ya estaba roto—. Podemos empezar de cero, volver a ser Marie y Aleksei, la pareja de la que todo el mundo hablaba, la que todos admiraban

—¿Es eso lo que echas de menos?, ¿nuestra imagen pública? Porque en todo ese discurso de ruego sinsentido no estoy escuchando ningún sentimiento verdadero al que pueda aferrarme para al menos replantearme algo. —Su mente era un hervidero en aquellos días, esa charla era lo que menos necesitaba.

—No, no, no, te lo estoy diciendo, Alek. ¡Te quiero! Estoy aquí, siempre he estado aquí. Somos humanos, cometemos errores, pero tú siempre has sabido perdonarlos. No me creo que ya no que quieras. —¿Quererla?, por supuesto que lo hacía; habían sido años de demasiadas cosas que vivieron juntos y que los hizo crecer. Pero ya no era la mujer que ocupaba su corazón, por mucho que ella se empeñara.

—Claro que te quiero, Marie. —Una llama de ilusión se encendió en los ojos dorados para desvanecerse al siguiente segundo—. Pero ya no deseo compartir mi vida contigo en ese sentido.

—Hay otra mujer —dijo ella, aunque sonó como si se lo dijera a sí misma para autoconvencerse de una realidad que iba a destrozarla viva.

—La hay. —De bruces, la realidad.

—¿Es mejor que yo? ¿También es música o es una de esas bailarinas espigadas anoréxicas? —La rabia flotó al verse rechazada.

—No voy a hablarte de ella, no tiene nada que ver contigo, déjala fuera de esto. La realidad que te empeñas en no ver es que tú me abandonaste por otra persona, te enamoraste de otro, no atendiste a mis ruegos cuando los hice, cometiste un grave error. No hay nada más miserable que arrastrarse por alguien que no te quiere igual que tú lo haces, y yo lo hice. —Marie estalló en llanto, ese que trataba de contener con la mano sobre la boca. Se tiró al suelo desolada, con ganas de dejarse allí, sin importarle tener que humillarse, pues se dio cuenta de que lo amaba, aunque ya era tarde. Aleksei se odió por haber provocado esa situación, pero ella necesitaba escuchar la verdad, esa que un día había caído sobre él y lo había destrozado por completo. Se agachó junto a ella y la abrazó. No era tan despiadado como para dejarla humillarse de esa forma. Lo que le dijo, que seguía queriéndola, era cierto, y verla así le dolía. Marie lloró en su pecho, sintiendo la pena más grande caer sobre ella. Mantenía la esperanza de volver a mirarse cómo lo hacían, de ser ella la que provocaba su risa, por la que daría la vida si fuera necesario. En el fondo, supo que su actitud había sido miserable con él. Después de dejarlo, tuvo su lesión y no se preocupó por él; estaba sumida en la absurda nube del amor o del deseo, pues reconocer lo que tuvo con Johannes no era fácil.

—Y ahora, ¿eres feliz?—le preguntó, despegándose de su pecho, con los ojos clavados en él. Se distanció de su cercanía, que la estaba matando. Estar cerca de alguien a quien amas y no te corresponde era de las peores cosas que podían sentirse.

—No quiero hacerte daño, Marie, de veras.

—Necesito escucharlo para saber que es real y no un mal sueño.

—Si me vieras con ella, lo entenderías; si me vieras cómo soy al estar con ella… Mi risa, mi mirada, que la necesito a ella para ser… —Y aquello fue el remate final, el aguijón definitivo, la bofetada de realidad que lo hizo cierto. Con el poco orgullo que le quedaba, se levantó y, tras limpiarse el rostro, cogió el bolso.

—Quisiera decirte que te deseo lo mejor, pero no puedo —soltó sin mirarlo—. Y a pesar de todo, estaré aquí para apoyarte siempre. Perdí mi oportunidad, dejé escapar al hombre de mi vida, ahora lo sé. —Y tras la confesión que la perseguía desde hacía meses, Marie clavó sus tacones en el suelo, uno detrás de otro, camino a la salida. Aleksei por fin pudo despedirse de su historia con ella, en esa conversación de dejar el alma en carne viva, esa que nunca habían tenido. Rompió con ello, se despidió de la que una vez creyó el amor de su vida para empezar a perdonar y olvidar.

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