Ballerina

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ACTO III » 25

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Cuando Aleksei tenía veinte años, se enamoró por primera vez, de verdad. Antes de eso, había flirteado con algunas compañeras de clase sin llegar realmente a nada. Para ser hombre, según dictan los mandatos de la sociedad, era un tipo extraño: no andaba corriendo juergas, de una mujer a otra, sin importarle sus nombres. Aleksei siempre fue muy disciplinado en todos los aspectos de su vida; quizá haber entrado en una de las academias más prestigiosas del país lo hubiera influido. No era extraño que las chicas murmuraran a su paso y se sonrojaran con una mirada del bailarín; sin embargo, él estaba más preocupado en hacer bien el grand jête. No fue hasta la veintena que cayó en las redes del amor. La chica era una de las bailarinas de intercambio, que procedía de un país vecino; se había incorporado a su grupo para estar en su academia dos semanas. ¿Quién puede afirmar que se necesita un largo período de tiempo para enamorarse? ¿Acaso no puedes enamorarte en un intercambio de miradas, en un baile?

La joven bailarina era pelirroja, con pecas y ojos claros como los suyos, y por aquel entonces, más atrevida que el propio Aleksei. Fue ella quien se le acercó a invitarlo a bailar en una de las clases de baile contemporáneo y, desde ese momento, se hicieron inseparables, dentro y fuera de la academia. Los catorce días que estuvieron juntos fueron los más increíbles para él; con ella aprendió el significado de las miradas, los tibios roces, el amor en mayúsculas, el sexo… Pero al igual que llegó, en silencio y sosegado, se marchó. La chica debía regresar a su casa a continuar trabajando en su academia y, aunque Aleksei le había prometido amor eterno y seguir en contacto, fue todo en vano. Arabella, su primer amor, le pidió quedarse con el bonito momento que ambos habían decidido compartir. Nada más.

Después de ella tuvo escarceos, romances fugaces y relaciones de piel, hasta que llegó Marie y se enamoró nuevamente. Con ella volvió a sentirse como aquella primera vez con Arabella, convencido de que era el amor de su vida, lo que se denomina alma gemela. Por eso, su traición con Johannes fue tan dura de asumir que lo abrió en canal y le dejó una marca. Su lesión tuvo lugar poco después y lo dejó bastante hundido. Por eso, trabajar como coreógrafo secundario, en una de las compañías de ballet más importantes del mundo, fue un soplo de aire fresco. Y Kat, su pequeña y dulce Kat, lo hechizó al primer roce y, desde que la mágica conexión los unió, nada fue igual. Las cosquillas en el estómago, su olor a avena, la sonoridad de su risa…: todo en ella le gustaba. Por eso, aquella forma de responderle a su «te quiero» lo frustró. Con ella debía tener pies de plomo, asegurarse de que pisaba tierra firme en cada paso. El tiempo que habían pasado separados había sembrado muchas dudas en ambos, pero Aleksei creía firmemente que todo volvería a su cauce estando juntos. Ahora, dudaba.

—¿Qué has querido decir con «ahora lo sé»? ¿Dudas de que te quiero, Kat? —Ella suspiró, asustada por esa conversación que tendría lugar en algún momento. Desnuda bajo las sábanas, se sentía vulnerable, así que se tapó con ella hasta la barbilla y se mordió el cachete por dentro—. Mírame.

—Las últimas semanas me lo han hecho dudar un poco, a decir verdad. Tú has estado tan distante… —Aleksei refunfuñó. Se levantó de la cama, se puso la ropa interior y el pantalón, y se sentó de nuevo en el borde de la cama.

—Mi padre murió, Kat. No he estado de paseo. —Ella se sintió mal por lo que le había dicho, pero tenía que sacarlo de dentro, le estaba haciendo demasiado daño.

—Lo sé. —Se sentó en la cama, también cubierta por la fina sábana, mientras una tormenta en toda regla seguía cayendo sobre Zúrich.

—No, no lo sabes, Katerina —explotó Aleksei, aferrándose a las sábanas con fuerza—. No sabes una puta mierda, porque cuando tu madre falleció eras una cría y no la viste morirse —le espetó, mirándola con frialdad—. No viste a tu padre desgañitarse llorando, aferrado a tu madre, porque se iba el amor de su existencia y todo por lo que vivía. No lo entiendes porque tú no has sentido cómo te cavaban un agujero profundo en el pecho y lo vaciaban de todos los sentimientos que te ligaban a ella. No puedes comprenderlo porque no has sentido que la vida se te iba con ella cuando la enterraban bajo tierra y ya nunca más verías su sonrisa, ni charlarías con ella ni disfrutarías viéndola simplemente andar. ¡Tú no sabes nada!

Aleksei se levantó de la cama, se puso el jersey y tiró de la chaqueta, que quedó abandonada en la butaca de la habitación. Salió dando un portazo y dejó a Kat sintiéndose una verdadera porquería. Se encogió agarrándose a las rodillas, pensó en la pesadilla por la que había atravesado, pero apenas la había dejado explicarse. No podía acusarla sin escucharla. Ella había estado para él, solo que él no había querido estar con ella.

De madrugada regresó, arrastrando los pies, lo que hizo creer a Kat que estaba borracho y debía lidiar nuevamente con una conversación para lo que no estaba preparada. Lo que vino fue peor.

—Lo siento —murmuró él, sin atreverse a mirarla a la cara tras su reacción. Katerina, enfundada en su pijama de invierno, seguía sentada en la cama, abrazada a las rodillas, mirando por la ventana. Aleksei estaba empapado, goteando agua a raudales, que creaba un charco en el suelo. Ella no lo miró; le había hablado de malas maneras, estaba pagando su dolor con ella. Entendió que estaba molesta y con motivos. Fue al baño a quitarse la ropa húmeda, se dio una ducha caliente, y salió de nuevo a la habitación hostil.

Al salir del baño, se encontró a Kat de pie, junto a la ventana. Había encendido una luz; ya no iluminaban la habitación, únicamente, los rayos, que no cesaban.

—Si no sé por lo que has pasado, es porque tú me has alejado; no fui yo la que tomé esa decisión. No me culpes de algo que ni siquiera fue elección mía —le echó en cara ella.

—Tienes razón. Necesitaba espacio, tiempo… no sé qué coño necesitaba. Y te juro que era lo que quería, pero al mismo tiempo esperaba que tú estuvieses ahí de alguna forma, que me mandases un mensaje, algo… ni una triste llamada. —Aquello le dolió a Kat.

—Perdona por no saltarme tus deseos. Creía que no querías que estuviera a tu lado, te apoyara, que no querías saber nada de mí. —Su voz era dura y directa. Cruzada de brazos, le mantenía la mirada.

—Ese es tu puto problema, Katerina: que siempre piensas lo peor de ti misma, siempre crees que la gente te abandona; y esas son tus mierdas, Kat, no las mías. ¿Acaso no se te ocurrió consolar a tu novio, aunque no pudieras estar a su lado físicamente? No sé, Kat, ¡algo, joder! —Las lágrimas le escocían en los ojos, pero no iba a darle el gusto de ver cómo lloraba. Rebuscó en su móvil el arma de contraataque y se lo pasó, estampándoselo en la palma de la mano—. ¿Qué coño es esto?

—No parecía que te hiciera mucha falta. ¿Es eso verdad? ¿Has vuelto con ella? —Aleksei la miraba alucinado. ¿Cómo podía pensar que había vuelto con Marie después de haberse acostado con ella?

—Joder, ¿es en serio? ¿Crees que estoy jugando a dos bandas?, ¿que te estoy engañando? Por Dios, Kat, nos hemos acostado hace unas horas. ¿Es ese el concepto que tienes de mí? —Pero ella no sabía qué pensar. Las revistas aseguraban que se habían comprometido y que se casarían en los próximos meses.

—¡¿Y qué se supone que tenía que creer?! Me dijiste que te dejara un tiempo, Alek, que no podías…, pero bien que podías con ella, ¿no? Después de todo, es mucho mejor que yo; ella sí que puede entenderte, ¿verdad? ¿Te divertiste siendo el coreógrafo del que se enamoraba la estúpida de la insegura bailarina, huérfana de madre, a la que su padre odia? Y cuando te aburriste de ella, volviste a los brazos de la adúltera de tu exnovia. Felicidades, Aleksei, porque lo has hecho genial. —La miraba con fijeza, perplejo ante las barbaridades que le acababa de soltar, sin ningún filtro de por medio. Katerina no acertaba a saber de dónde demonios salía tanta rabia, pero ya no había marcha atrás; solo podía ir hacia delante, pasase lo que pasase.

—¿Esperas que te diga que tienes razón?, ¿qué tú solamente fuiste el bálsamo para recuperarme de lo que me hizo? ¿Quieres saber lo que ha pasado entre ella y yo este tiempo o prefieres creerte tu mierda de mentira? —El corazón de Kat se estaba rompiendo en pedazos; la saña con la que se estaban hablando no podría borrarse por mucho que quisieran.

—Yo solo hablo de lo que veo; está ahí, en las fotografías, en tu risa, en tu mano, que agarra la suya, en tus labios sobre su pelo… —Se le quebró la voz, cargada de lágrimas, a punto de deshacerse.

—No puedo creerlo, sencillamente es demasiado. —Hizo ademán de darse la vuelta, pero volvió a mirarla—. ¿Después de todo lo que hemos sentido, de lo que hemos vivido? ¿En serio, Kat? —La contemplaba con impotencia. Ella lo miraba altiva, muy segura de que su teoría era la correcta, y él había sido tan despreciable que la había engañado a la mínima. Si pensaba eso de él, quizá no merecía la pena seguir dándose contra un muro de inseguridad y miedos que no le pertenecían. Su indiferencia pudo con él; suspiró, sintiendo el dolor salir de su cuerpo lentamente, aunque de poco sirvió, pues permanecía allí. Se dirigió hacia la puerta, la abrió y se cerró. Katerina pudo escuchar los pasos de él al alejarse. Y, entonces, las lágrimas surcaron su rostro, sin compasión, con sollozos fuertes y gemidos que le provocaban una brecha en el alma. ¿Cómo demonios habían pasado de hacer el amor a acabar hablándose de esa manera tan sórdida?

Kat fue hasta la puerta, depositó ambas manos y se dejó caer contra ella. Sentía cómo le ardían los ojos, se odiaba por sentirse vulnerable e idiota, destrozada, decepcionada… Dejó que el llanto fluyera y que su cuero se convulsionase hasta que se tumbó en el suelo, en posición fetal. Trataba de taparse la boca para reprimir los violentos sollozos que no dejaban de escaparse, traicioneros. ¿Cómo podía haberse desencadenado la misma tormenta del exterior en aquella habitación?

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