Ballerina

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ACTO IV » 29

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Tras más de cuatrocientos estrenos a sus espaldas, Katerina se disponía a subir al escenario del Metropolitan Opera House para representar su papel de Julieta. Pertenecía al American Ballet Theatre, una de las compañías destacadas del siglo veinte y la más importante de Estados Unidos. Vestida con una falda larga de tul con brillantes que, con sus movimientos, iluminaban el escenario y el maillot blanco, posó sus manos en la cintura, unos segundos antes de hacer un par de inspiraciones y expiraciones, sonriendo.

—Señorita Solokov, estamos listos. —Los nudillos en la puerta y la frase que le decían cada noche antes de comenzar el ballet formaban ya parte de su ritual. Ella asintió con la cabeza, se miró al espejo una vez más y se dio la vuelta para subir la escalera. Se encontró con Colin tras el telón, le apretó la mano con la suya y, tras guiñarle un ojo, se fue hasta su posición.

Los primeros acordes de la obra Romeo y Julieta sonaron. Cerró los ojos un segundo, recordó a su madre y se alegró de haber seguido su ejemplo, de haber luchado por sus sueños. El telón se abrió y comenzó el primer acto. Una plaza de Verona, a principios de siglo dieciséis, al amanecer. Romeo se encontraba con sus amigos, quienes trataban de rescatarlo de su melancólico estado de ánimo. Teobaldo vio que Romeo buscaba pelea con él, y así se renovaba el rencor entre las familias Montesco y Capuleto.

Colin estaba esplendoroso; al igual que Kat, se movía grácilmente, representando a la perfección al hombre enamorado que prefiere la muerte antes que vivir sin el amor de su vida. En el segundo acto, Katerina aparecía en la casa de los Capuleto, en plena preparación para un baile. Julieta jugaba con su nodriza, quien trataba de hacerle entender que ya no era una niña. La felicidad, que pensaba solo experimentaría al bailar, quedó un día atrás cuando también consiguió serlo fuera del escenario, junto a Aleksei. La bailarina inspiró profundamente, alzó la vista hacia los focos, que la cegaban y le impedían ver al público asistente, y, tras dar el primer paso, la sensación de libertad inundó su cuerpo. Katerina Solokov brillaba.

—Has estado estupenda, como siempre.

—Tú también, querido Romeo —respondió Kat a Colin mientras se iba quitando las horquillas del pelo en su camerino. Él se había deshecho de su traje y se había desmaquillado. Se sentó tras ella, cansado, pues esa semana habían hecho más de dos representaciones, y el cansancio se iba acumulando.

—«Ojos, mirad por última vez. Brazos, dad vuestro último abrazo. Y labios, que sois puertas del aliento, sellad con un último beso». —Ella sonreía cada noche al escuchar a Colin recitar frases de Romeo y Julieta mientras se deshacía del espíritu de Julieta.

Cada tarde, llegaba al teatro junto a Colin, pero se separaban para prepararse. Cada uno tenía su propio ritual y sus propios tiempos: él releía fragmentos de la obra que representaba, hacía ejercicios de yoga, que destensaban sus músculos, y visualizaba cada paso que debía ejecutar; ella, por el contrario, se encerraba en su camerino a releer fragmentos del diario de su madre, lo que la hacía estar un poco más cerca de ella. Después, necesitaba conectar con Julieta; en ocasiones tardaba menos en hacerlo, pero, sin duda, conectar con el personaje llevaba su tiempo.

—Este Shakespeare era todo un mago de las palabras, cada vez me gusta más leerlo. —Llamaron a la puerta y Colin, de un salto, fue a abrir. Cogió las copas y la botella que un técnico le traía y, después de agradecérselo, se giró hacia su amiga y compañera.

—¿Qué haces? —le preguntó, con las horquillas en la mano.

—Celebrar, como se merece, el éxito de esta noche y de todas las noches anteriores. Que te aplaudan más de treinta y cinco minutos significará algo, ¿no? —bromeó, mientras servía el champán en las copas. Le pasó la copa a Kat, que la recibió con una reverencia. Chocaron ambas y brindaron por la felicidad que sentían cada día, por la gran oportunidad que estaban viviendo y por poder disfrutar de ello juntos.

Una hora más tarde, salían del teatro entre vítores y aplausos de los seguidores acérrimos del ballet, que esperaban en la puerta hasta que los bailarines salieran. Se hacían fotos, sonreían y agradecían las muestras de cariño. Colin y ella se metían en el taxi y se abrazaban, rendidos ante la magia que llenaba sus vidas.

***

—Creo que esto no es buena idea —le dijo Kat a Colin, que no dejaba de aplaudir.

—¿Qué? —respondió distraído, emocionado por el espectáculo que estaban viendo. Estaban de camino a subirse a un crucero con cena por el río Hudson para poder ver los fuegos artificiales del cuatro de julio. De pronto, le pareció algo demasiado íntimo y romántico, lo último que sentía por Colin.

—¡Colin, atiéndeme! —Tiró de la manga de la camisa de su amigo y se encontró con su sonrisa. Amaba la música por sobre todas las cosas, ya fuera clásica, rock, pop, funky… Un grupo callejero estaba bailando break dance y él imitaba algunos movimientos, intercalándolo con aplausos.

—A ver, qué mosca te ha picado ahora. —Se cruzó de brazos, irritado por dejar de disfrutar del espectáculo. Ella se encogió de hombros, volvió a andar y dejó atrás a Colin—. Kat, espera. —Aceleró el paso y la agarró por la mano para girarla—. Perdona, no quería contestarte con ese tono, pero es que te conozco y con solo mirarte sé qué se cruza por tu mente. —Quizá él tuviera razón y ella se preocupaba en exceso por todo. A veces, deseaba ser como Colin y vivir el día a día sin más preocupaciones que la comida que iba a elegir.

—No sé, Colin, es que irnos de crucero para ver los fuegos artificiales del cuatro de julio se me antoja demasiado romántico, y nosotros no tenemos ese tipo de relación —recalcó el «ese», subiendo el tono de manera tan encantadora que Colin no pudo evitar reírse. La atrajo hacia él sin parar de sonreír y le creó una sensación incómoda, pues sentía que se estaba riendo a su costa

—Ay, Kat, qué cosas tienes. —Se removió, retenida bajo su abrazo, pues se estaba empezando a enfadar—. Nosotros no conectamos a ese nivel, eso lo sabemos los dos. Besarte a ti sería como besar a mi hermana Lynn. Nosotros estamos más allá de eso. —Y con esa frase la dejó pensando durante toda la noche. Se subieron al barco y cenaron rodeados de parejas que cenaban haciendo manitas, comiendo del tenedor del otro y suspirando amor.

Los fuegos artificiales comenzaron rozando la medianoche. Iluminaron el cielo de millones de colores, y a Katerina se le olvidó que estaba rodeada de parejas amorosas que se cogían de la mano y se besaban sin descanso entre cohete y cohete. Cuando acabaron, regresaron al puerto y, tras desembarcar, Colin la rodeó con un brazo, dejó un beso por encima de su oreja y caminaron en esa postura tan cómoda.

—Has estado muy callada toda la noche. ¿Estás molesta por algo? —Siguieron en silencio de camino al apartamento. Colin interpretó esa inexistente respuesta como un sí, pues ya se sabe que «quien calla otorga».

Entraron en el apartamento acompañados del absoluto silencio. Katerina sacó el móvil del bolso y respondió a un mensaje de su padre, que se interesaba por ella y por cómo iban las cosas en el ballet. Sentada sobre una pierna en el sofá, mantuvo una breve conversación con él, mientras Colin se quitaba la camiseta para lanzarla sobre la butaca junto a la ventana.

—Kat… Katerina, ¿qué pasa? —Alzó la vista y vio su pecho desnudo, con los músculos, que se marcaban fácilmente. Entonces, la bailarina pensó en lo cómodo y sencillo que sería sentir algo por él, por su compañero de trabajo y la persona que más la había entendido en ese último año. Sobre eso había estado reflexionando toda la noche: sobre cómo hacer que la cabeza le enviara señales al corazón para que su vida estuviera completa.

—Nada.

—Por nada no te conviertes en muda. —Se acercó hasta ella y se sentó cerca. Nada, ni un mísero cortocircuito; no sentía nada por el chico que era atractivo y por el que todas las bailarinas de la compañía suspiraban.

—He estado pensando en nosotros

—¿Hay un nosotros? —preguntó, asombrado, echándose hacia atrás y ladeando la cabeza.

—En lo fácil que sería que nos enamorásemos; ya vivimos juntos y en el trabajo nos compenetramos a la perfección.

—¿Tú quieres intentar algo? —le dijo, sin saber cómo reaccionar.

—No, no es eso. Lo que digo es que sería fácil, natural, casi familiar, ¿no crees? —Colin se cruzó los brazos en el pecho y revisó todos los rasgos de su cara, intentando adivinar si se trataba de una broma pesada.

—Esto es por lo que te dije en la calle antes de subir al barco, ¿a que sí? ¿Pero tú te estás oyendo? «Algo casi familiar»: romanticismo en estado puro, ¿eh? —bromeó él, subiendo la piernas al sofá.

—Sería una solución… —comentó despacio.

—¿Una solución a qué? Porque, si lo que necesitas es acostarte con un tío, puedo ocuparme de buscarte alguno que te merezca; lo haría por ti, porque eres mi amiga gemela. —Ella lo miró frunciendo el ceño y elevando las manos en señal de pregunta—. Ya sabes, igual que hay alma gemela en los rollos de pareja, también los hay de amistad. Y tú eres la mía. Kat, por ti haría lo que fuese por que te encontrases bien, feliz y disfrutaras de la vida. Si tuviera que pelearme con tíos el doble de grandes que yo, lo haría, pero… joder, tocarte un solo pelo románticamente me produce náuseas.

—Vaya, gracias. —Ella le lanzó un cojín, ofendida, aunque sus comentarios le habían provocado una risotada que contagió a Colin.

—No es eso, estás muy buena y todo eso, pero no eres para mí ni yo soy para ti. Cierra los ojos e imagina que te beso, ¿qué sientes? —Ella lo hizo y, por la cara de desagrado que había puesto, se respondió a sí misma.

—Tienes razón, es solo que parece que encajamos. Te miro y sé lo que estás pensando, sé cuando estás triste o nostálgico, cuando te enfadas o si estás demasiado agotado. Solo nos falta la parte del amor —dijo, más para autoconvencerse que para contestarle.

—El amor no se puede tratar así, no es algo sencillo y cómodo. Son subidas y bajadas, es sentir un cosquilleo al ver a la otra persona, es desear besarlo y abrazarte a él como un osito panda, ¿no? —Katerina se rio por lo del oso y le tiró el otro cojín, asintiendo. Colin tenía razón, a veces, cuando hablaba, sentenciaba, y le daba un poco de miedo. Pero cada sentencia que pronunciaba era cierta. El amor no era lo que sentía por él, el amor era lo que había llegado a sentir por Aleksei; era rememorar los momentos que habían compartido y sentir asomar la sonrisa a sus labios; era imaginar que volvía a verlo y sentir las mariposas revolotear en su estómago; era rozarse los labios con los dedos, recordar sus besos y estremecerse con los ojos cerrados; era recordar sus últimas palabras y que una sensación agridulce le recorriera el cuerpo. «Estamos unidos por la conexión, por eso decir te quiero siempre te fue insuficiente, y por eso sentías que te conecto lo definía como se merece. El hilo de la conexión está atado a tu meñique desde el primer día que bailamos juntos en la sala de ensayo, siendo unos completos desconocidos y, si no crees en el destino, no importa, porque ataré ese hilo a tu dedo y no dejaré que se rompa. Nunca». Pero, llegados a ese punto, ella ya no creía en el destino, en hilos ni en conexiones. No llegó a asimilar sus palabras, no entendía por qué le había dicho que no permitiría que dejase de creer en ellos cuando había desaparecido de su vida para no regresar jamás.

Su móvil sonó y dio un respingo sobresaltada. No podía ser su padre, había hablado con él hacía un rato. Al ver en la pantalla el nombre de Franz, se extrañó, dada la hora, pero le dio al botón de «aceptar», alegre.

—Kat, tienes que volver.

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