Ballerina

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ACTO II » 15

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El día comenzó a nublarse, aunque la temperatura acompañaba. Katerina estaba ansiosa por visitar de nuevo el bosque, como cuando era pequeña y se perdía por él junto a su madre. Se acabó de atar las botas de montaña y metió en la mochila agua y comida que Magda les había preparado para el paseo. Alek le dio la mano antes de caminar hacia el sendero que conducía hasta el bosque. El rumor del río los iba guiando mientras se adentraban en el paraíso de Kat. Según avanzaban, la sonrisa de ella se hacía más amplia, hasta el punto de que se soltó de la mano del bailarín y dio vueltas con los brazos extendidos. Parada frente a Alek, giraba con los ojos cerrados, aspirando el aire puro de las montañas, donde sus flores preferidas crecían. Volvió a abrir los ojos y se encontró con la mirada de él, que la observaba embobado. Ella sonrió y le ofreció la mano, que tomó encantado, para seguir andando. Llegaron hasta una pradera completamente verde, rodeada de frondosos árboles que convertían la estampa en un paisaje bucólico.

Aleksei no dejaba de sacarle fotografías a aquel lugar: a las flores, al cielo, que empezó a abrirse conforme fue avanzando el día; a Kat, corriendo por el prado, como si fuera una niña pequeña, con un pequeño ramillete de edelweiss en su mano… Después de comer, anduvieron un rato más hasta llegar al río, que aún en aquel tiempo estaba bastante frío. Se sentaron junto a él, pero sin atreverse a meter los pies. Kat rozó con los dedos el agua helada, sonriendo por estar de nuevo allí, y con Aleksei. «Clic». Una vez más, oyó aquel ruido y, al girarse, sonó de nuevo.

—No sabía que tu profesión frustrada era ser fotógrafo. —Él rio, asintiendo en señal de haber sido pillado. Permanecieron en silencio, con el correr del rumor del río, observando a los pececillos de colores que vivían en aquel río tan antiguo como el pequeño pueblecito. Alek seguía fotografiando cada instante que pasaba con Kat, como si quisiera recordarla en aquel estado de puro éxtasis.

Al atardecer, tras caminar un par de kilómetros más, regresaron a casa. Completamente agotados pero felices de haber disfrutado de aquel paisaje maravilloso y de estar juntos, dejaron las mochilas y Aleksei depositó la cámara sobre la mesilla de noche para poder ver las fotos más tarde. Mientras él se duchaba, la bailarina aprovechó para llamar a su primo y preguntar por su tío.

—¡Kat! ¡Qué alegría escuchar tu voz!

—Hola, Andrey, ¿cómo estáis?

—Bien, las cosas van mejorando. Mi padre, por suerte, está estable, y los médicos dicen que eso es muy buena señal. —Sintió un profundo alivio al oír que su tío mejoraba, aunque deseara poder estar allí, junto a su familia, esa que siempre se había preocupado por ella incluso en la distancia.

—Me alegro muchísimo, Andrey. Yo… habría querido, ya sabes…

—Tranquila, Kat, lo sé. Imagino que el estrés sigue siendo el mismo o peor, porque tu padre está insoportable por no estar allí controlando cada minucioso detalle del ballet. Dios, prima, no sé cómo lo soportas. —«Si tú supieras»…, pero jamás lo sabrían. No quería que odiaran a su tío por la disciplina tan estricta a la que era sometida la prima y sobrina a la que adoraban.

—No te preocupes, estoy bien. Ahora estamos en un descanso de una semana. Demasiada presión para todos los bailarines, aunque te agradecería que no comentaras nada. Mejor que mi padre no se entere o será capaz de venir a organizarlo todo.

—Sin problemas, Kat. ¿Estás disfrutando del descanso? Dime que sí. —Su primo no podía hacerse una idea de lo mucho que estaba disfrutando, cual adolescente con las hormonas revolucionadas.

—Sí, sí, todo es perfecto. Oye, Andrey, tengo que dejarte, pero, por favor, mantenme informada, ¿ok?

—Ya sabes que lo haré, querida prima. Estamos deseando que el ballet comience la gira y vengas por aquí. No te olvides de que te queremos; yo, sobre todo. —Kat se rio al recordar los veranos que habían compartido hacía años. Inspiró profundamente, pues la melancolía de esos días quiso apresarla.

—Yo sí que te quiero, adiós. —Colgó el teléfono, mirándolo por un instante con una sonrisa curvada en los labios.

—¿He de ponerme celoso? —Aleksei entró en la habitación con gotas de agua que caían del pelo sobre su pecho desnudo. Kat alzó la vista y lo vio con la toalla enroscada en la cintura, lo que le provocó un aleteo en el estómago. Sin ningún pudor, se levantó, dejó el móvil en la cama, y fue hasta él. Lo cogió por las mejillas y le dio un beso largo y dulce antes de mirarlo nuevamente con la sonrisa de estúpida enamorada.

Llegada la hora de la cena, se sentaron en la mesa de la cocina, uno al lado de otro, con las manos unidas. No dejaban de tocarse más que lo indispensable, como si necesitaran vivir con el roce de la piel del otro. Bebieron vino y degustaron una típica cena alemana que Magda les había preparado con todo el amor de una madre.

—Y tus padres, ¿dónde viven? —Quiso saber ella durante la cena.

—Viven en un pequeño pueblo de la estepa rusa. Son panaderos, los mejores del pueblo, debo decirte. Para ellos no fue nada fácil dejar ir a su hijo a miles kilómetros de distancia para que consiguiese su sueño. En ese sentido, los admiro, por no ser egoístas, por desear la felicidad de su hijo por encima de todo.

—Pero eso es lo que quieren todos los padres, Alek. —Lo miró con la ceja levantada, sin comprender a qué se refería.

—Eso se suele decir, pero no creo en ello firmemente. ¿Tú crees que para un padre es sencillo apartarse de un hijo al que verá apenas una vez al año?, sobre todo cuando lo que tu hijo persigue puede que jamás llegue a suceder. No sé, Kat, creo que no todos los padres serían capaces de algo así. —Se recostó en la silla, cruzándose de brazos, en espera de una respuesta que sabía no tardaría en llegar.

—También están los que empujan a sus hijos hasta el precipicio y los fuerzan al máximo, sin preocuparles si lloran de noche porque están asustados por el trabajo militar que deben realizar, sin consolarlos ni tener nunca una palabra cariñosa o, al menos, de aliento —estalló, descargando el dolor que la acompañaba. Aleksei la miró, comprendiendo a qué se refería, y asintió con la cabeza.

—Seguro que llegará el día en que esos padres reconozcan sus errores y lamenten haberse comportado así. —Katerina se removió inquieta en la silla.

—Y, entonces, ¿conociste a Nikolai así?

—Eso es; ellos me acogieron cuando me dieron la beca. Para mí, son mi segunda familia. —Katerina escuchaba atentamente, y se enamoraba un poco más de aquel hombre, de enorme éxito, con un corazón aún más grande.

—Debe de ser bonito sentirse así de amado en una familia. Yo me he sentido así en verano, cuando me iba a Krasnojarsk con mis tíos y mis primos. Parece mentira que sean familia de mi padre, pero con ellos siempre me he sentido en una verdadera familia, en esas que se gritan y se perdonan, que disfrutan jugando a juegos de mesa, haciendo trampas, y que se muestran tal y como son. Antes hablaba con mi primo Andrey. Su padre, mi tío Iván, tuvo un accidente, y por eso mi padre se fue allí. Hasta él se ha dado cuenta, en pocos días, de cómo es realmente mi padre; dice que está insoportable por no estar controlándome como de costumbre. —Ese pensamiento la agobió bastante, y se tensó entre las manos de él, que lo notó al instante.

—¿Qué te parece si cogemos una manta y salimos al jardín trasero? Desde que lo vi, cuando llegamos, he tenido ganas de pasar un rato allí contigo, bajo las estrellas. —Ella asintió, encantada, soñando con aquel momento, que nunca antes había vivido.

Se recogieron, y Aleksei se encargó de portar una gruesa manta gris que los cobijaría; Kat llevaba otra manta, sobre la que se tumbarían a observar el cielo estrellado de aquel pueblecito vienés. Un silencio sepulcral reinaba en la templada noche. Katerina extendió la manta, donde se tumbaron, y Aleksei abrigó a ambos con la otra, apoyándose sobre los brazos, flexionados bajo la cabeza. Kat se abrazó a su pecho y se tumbó sobre él. Estuvieron un rato en silencio bajo un manto de estrellas, algunas fugaces, a las que pidieron deseos, mientras los cobijaba en un sueño del que no deseaban despertar.

—Necesito confesarte algo. —Inspiró profundamente él antes de contarle el momento más duro que le había tocado vivir hasta ese día—. Poca gente sabe el verdadero motivo por el que me he retirado de los escenarios. No sé cómo he podido mantenerlo en secreto tanto tiempo, es un alivio.

—Se supone que lo has hecho porque ya estabas cansado de viajar y de hacer una obra tras otra sin disponer de apenas tiempo. —La biografía que su padre la había forzado a leerse era muy explícita y, aunque hubiese sido el mismo Aleksei quien le había contado su vida, ella ya tenía la sensación de sabérsela gracias al libro.

—Esa es la cortina de humo. Me lesioné, no como las otras veces. Esta vez el daño es irreparable y no puedo volver a esforzarme como bailarín profesional. Por eso Nikolai me animó a ser coreógrafo en vuestro ballet, aparte de que sería muy importante para mi currículum. Cuando me lo ofrecieron, me di cuenta de que podría dejar de pensar en ello; abandonaría la idea de marcharme, mochila al hombro, por el mundo a volver a saber quién soy; no me lamentaría noche y día… Vamos, que dejaría de ser un coñazo para los demás, porque fui una pesadilla en aquellos días. —Inconscientemente, la mano entrelazada a la suya se apretó. Kat deseaba poder borrarle todo ese dolor que estaba compartiendo con ella. Para un bailarín, una lesión tan grave era el final de su carrera. Nunca habría imaginado que sufriera de esa manera; él, que aparentaba ser el hombre feliz por excelencia, sin preocupaciones, que minimizaba los problemas… Pero era humano, al fin y al cabo, y también se rompía por dentro.

—Alek… —Se estremeció al escuchar el tono con el que había dicho su nombre. Lo último que buscaba era pena.

—No te apenes por mí. Estoy bien, ahora lo estoy. —El corazón le latió con fuerza, al mirar la mano por la que estaban unidos por encima de la manta. Ella se irguió para mirarlo desde arriba.

—Lo último que siento por ti es pena, créeme. Cuando algo así le sucede a un bailarín como tú, que ama su profesión más que su vida, debe hacerlo sentir que es el final de su vida, pero, mi amor, no lo es. —Alek no podía apartar los ojos de ella, su pecho le subía y bajaba muy deprisa, embargado por la emoción que contenían las palabras de Kat.

—Gracias, nunca antes lo había hablado, y creo que se me estaba enquistando.

—Ojalá hubiera estado a tu lado cuando sucedió, te habría ayudado a superar ese duro momento, a aliviar un poco ese dolor. —Aleksei carraspeó y separó su mano de la de ella. A menudo, la gente dice que es durante el sexo cuando uno se siente vulnerable, cuando te dejas ver desnudo y te entregas por completo. Sin embargo, para Aleksei, no era eso lo que lo hacía sentirse vulnerable; era el hecho de abrirse, de expresar sus miedos. Kat lo miró, extrañada al ver cómo apartaba la vista de ella y la instaba a recogerse para regresar a la casa. De pronto, notó que algo había cambiado en su actitud. Caminaron los metros que separaban el jardín de la puerta principal, sin hablarse o rozarse, lo que provocó una pequeña grieta en el corazón de Katerina. El bailarín dejó las mantas en el sillón del salón de la entrada y se giró hacia ella, que contenía el aliento al presentir que él iba a hablar.

—Sube a dormir, debes de estar cansada. Enseguida vuelvo. —Posó un tierno beso sobre su sien y lo siguiente que escuchó Kat fue la puerta de la entrada cerrarse. Así se quedó ella, sola en la entrada, después de haber compartido confidencias y de que él, por primera vez, le hubiera hablado de su verdadero problema, ese que lo había alejado de los escenarios de forma profesional.

Kat se quedó allí de pie un buen rato, esperando por si regresaba. Finalmente, aceptó que se había ido, quizá a airearse, a no pensar, a maltratarse solo… Asintió apenada, sabiendo que necesitaba algún momento solo, ese espacio que él siempre le daba a ella y respetaba.

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