Ballerina

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ACTO II » 16

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Los minutos pasaban en el reloj de la mesilla, haciéndose eternos. Kat daba vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño. Vio, entonces, la cámara de Alek, que descansaba sobre la mesilla, y decidió ver las fotos que había hecho por la mañana. Instantáneas del río, el cielo, las flores, el prado y ella, ella, ella, ella… Miles de fotos eran únicamente de ella. Kat corriendo, cogiendo flores, saltando, sonriéndole, mirando al río. La puerta de la habitación, entornada, se abrió con lentitud, y un devastado Aleksei apareció en el umbral. Ella elevó la vista hacia él, observándose durante unos instantes, hasta que él se sentó en la cama junto a ella. Le pasó un brazo por los hombros y se acomodó; tomó la cámara de sus manos, vio un par de fotografías, y sonrió al recordar ese día.

—No entiendo por qué te has ido, Alek.

—Lo sé. —Acarició su brazo de arriba abajo, depositando lentos besos en su cabeza. El cansancio del día hizo mella en ella por fin, y se durmió en sus brazos.

Cuando Katerina se despertó al día siguiente, el frío del lado de Aleksei le hizo pensar que de nuevo se había marchado. Se desperezó, agarrándose la cabeza por el dolor que la taladraba. ¿Habría sido el vino de la noche anterior, al que no estaba acostumbrada, o el extraño comportamiento de él, que la hizo sentirse de nuevo insegura? Apenas había conseguido conciliar el sueño. Bajó al salón, aún poco iluminado, pero no había nadie; fue a la cocina creyendo que ya estaría allí desayunando…, pero ni rastro. Cogió su abrigo del perchero de la entrada y optó por salir a disfrutar de los primeros rayos del día. Nada más cerrar la puerta tras ella, se quedó petrificada al ver a Aleksei en la entrada del bosque. Caminó hacia él y se sentó en el tronco que llevaba años allí, y donde se había sentado muchas veces a escuchar historias de la mano de su padre. Al sentirla cerca, llevó su mano a la pierna de ella y la miró como lo hacía siempre; aquello la tranquilizó un poco. Por su mente habían volado muchas hipótesis. A lo mejor se estaba arrepintiendo de estar con ella, no se olvidaba de la diferencia de edad, de la exitosa violinista que había sido su novia durante años y a la que quizá echaría de menos…

—Me matan tus silencios y la forma en que me ignoraste anoche. Llevo desde ayer dándoles vueltas a muchas cosas. No dejo de repetirme que deseo que seas feliz, pero momentos como los de anoche son los que me hacen dudar si es lo que tú deseas. De veras lo deseo, hasta pienso que yo quiero ser feliz contigo, reír contigo y sonreírte; recibir tu sonrisa directa a mí, que me cojas de la mano y yo acariciar la tuya sin inseguridades que acaben con esa maldita tentación, y que soñar con que esto sea algo más. —Aleksei se dio cuenta de que él mismo había sido esta vez quien había provocado el miedo en ella. Se odió por ello y quiso enmendar el error inmediatamente. La rodeó con un brazo y con la otra buscó su mano para estrecharla con fuerza.

—Siento haberte hecho sentirte así, me odio ahora mismo por ello. También me siento como un auténtico gilipollas por la forma en que me comporté anoche, pero para mí es un tema muy delicado; no es fácil reconocer que tu sueño se desvanece un día y no te queda nada. Pero si hay algo que necesito que te grabes a fuego ahí —le dijo, señalándole la frente— es que te quiero, ballerina. Puede que alguna vez me comporte como un imbécil, como hice ayer, y te pido perdón de antemano. Pero no dudes nunca de que lo que siento por ti es real; está ahí y puedes sentirlo, puedes tocarlo, Kat. —Llevó su mano al pecho, donde su corazón latía desbocado cada vez que ella andaba cerca.

Y, entonces, la barrera que impedía a Katerina sentirse feliz, sentirse bien, se resquebrajó, y suspiró aliviada al escuchar a Aleksei, a esa persona que se había convertido en un pilar en su vida; el que la protegía, la cuidaba y, al parecer, la amaba tanto como ella a él. Se lanzó, entonces, a su regazo a besarlo.

—Menos mal que no se te dan bien las palabras —bromeó ella; no vuelvas a hacer eso de ayer, no me ignores, no dejes que el silencio reine entre nosotros. Estaba…, no, estoy aterrorizada, aunque sé que tú me vas a llevar de la mano, como haces siempre, y me vas a guiar para llegar a buen puerto. —Aleksei le dio un sonoro golpe en el culo y le sonrió de forma pícara, a lo que ella, sorprendida, abrió la boca antes de estallar en carcajadas—. Prefiero que me grites o que me cuentes qué es lo que te agobia antes de que dejes que el silencio sea la respuesta.

—Comprendido. —Desayunaron sentados en el tronco, en plena naturaleza, disfrutando de aquella paz que ese lugar desprendía. Los ojos esmeralda de Alek sostenían su mirada con un brillo especial y con una luz sincera. La observaba maravillado, jugueteando con una ardilla que se había acercado desde el bosque. Kat paseaba la vista de él al animalillo, que no tenía miedo del contacto humano y se dejaba acariciar por la bailarina. Media hora después, Alek volvió a ser el centro de atención para ella. Estaba sentada de nuevo sobre sus piernas, abrazada y con la cabeza apoyada sobre la de él.

—Hueles a avena. —Ella levantó la cabeza y lo miró perpleja.

—¿Avena? Creo que es lo menos romántico que me has dicho. —Él se rio, acercando su nariz al cuello de Kat.

—No te creas, me encantan los cereales de avena, así que, de hecho, es algo muy romántico. Hueles a algo que adoro. —Ella negó con la cabeza, con una mueca de amor absoluto por ese hombre que la tenía en brazos.

—Lo que tú digas. Quiero llevarte a un sitio precioso al que iba de pequeña, ¿te apetece? —le preguntó, bastante excitada por la idea que tenía en mente.

—Me apetece hacer todo lo que quieras, mi vida. —Aún se le sobrecogía el corazón cuando Alek la llamaba así. Se levantó de un salto y lo llevó hasta la casa, donde tardaron apenas quince minutos en cambiarse de ropa y salir de nuevo por la puerta, de camino al tren.

Cuarenta minutos más tarde, se apearon del tren y anduvieron movidos por la muchedumbre, que parecía que se dirigía al mismo lugar que ellos. Kat estaba emocionada de regresar a aquel escenario de película en el que había pasado muchas mañana soñando que era protagonista de su película preferida.

—¿Dónde me has traído?—le preguntó Alek ante la majestuosa vista de un palacio junto a un lago adyacente.

—Ya verás que te va a gustar. Es el palacio Leopoldskron, uno de los más hermosos de la región. Se construyó en 1731, y un arzobispo vivió aquí hasta que, en 1837, la familia propietaria lo vendió. Ha tenido diferentes dueños, incluso el rey Luis i de Baviera, ¿a que es emocionante? —Kat parecía una guía aportando datos a los turistas. Alek seguía sin entender por qué estaban allí, aunque aquel lugar le resultaba familiar—. Desgraciadamente, no está abierto al público, o sea que por dentro te lo vas a perder. —Él simuló que se le partía el corazón llevándose la mano al pecho con gesto amargo, y ella le dio un golpe apuntándolo con el dedo.

—Entonces, ¿por qué hemos venido? —Antes de llegar al camino que conducía al ahora hotel, un chico joven con uniforme los esperaba. Katerina lo saludó amablemente, y lo siguieron por donde los condujo. Llegaron a la terraza del hotel, visiblemente desierta, y el chico les dejó un poco de espacio.

—A mi madre le fascinaba este lugar. Fue escenario de nuestra película favorita, Sonrisas y lágrimas. No sé cuántas veces pudimos verla; de hecho, creo que el video se rayó de tantas veces que la vimos. En estos pueblos le tienen mucha estima a quien fue ella y, de hecho, veníamos muchas veces a disfrutar de las vistas, de las montañas, del lago…

—O sea, que tienes enchufe —bromeó él, quitándole importancia al peso de sus palabras. Kat afirmó con la cabeza, sonriendo, y miró al chico, que se acercó de nuevo a ellos. Abrió la verja y la sujetó hasta que la cruzaron. Bajaron unos escalones hacia el pequeño muelle, donde una barca esperaba atada. Alek la miró emocionado. Kat era un libro abierto de sentimientos y, aunque al principio le costaba confiar, cuando lo hacía, compartía cada mínimo recuerdo con él. Se subieron a la barca y él empezó a remar, llevándolos en un suave vaivén. La miraba embelesado; la bailarina tenía la mirada clavada en las montañas, que se encontraban a lo lejos, y una mezcla de añoranza y melancolía la atacó sin piedad. Miró, entonces, al lago y hundió un par de dedos en él, meciendo la mano lentamente. Sin darse cuenta entonó una de las canciones de la película, como años atrás había hecho con su madre muchas veces, y poco a poco aquel recuerdo fue aligerándole el alma.

Alek no supo cómo, pero la realidad seguía ahí, su realidad. Sin ningún atisbo de duda, podía confirmar que estaba enamorado de ella. Sintió cómo los pedazos de su corazón se habían unido de nuevo gracias a ella; le había devuelto la fe en la danza, lo había ayudado, sin ser consciente, a reconciliarse con su mundo y volvía a sentirse orgulloso de su trabajo, pero sobre todo le había devuelto la fe en la vida.

Se detuvieron en lo que consideraron era el medio del lago, pero era tan inmenso que seguramente ni siquiera estaban cerca. Aleksei se levantó despacio y, con cuidado, se sentó junto a Kat, y unieron sus manos. El paisaje no podía ser más idílico; con las montañas como testigo, el sol brillando en todo lo alto y el suave trinar de los pájaros, parecía que estuvieran en un cuento de hadas, de esos que Magda le solía contar antes de dormirse.

—Ven aquí. —Él tiró de ella, y ambos se tumbaron en la barca y admiraron el azul del cielo. La rodeó con su brazo y ella apoyó la cabeza en su pecho, mientras lo abrazaba por la cintura. Permanecieron unos instantes mecidos por su propio movimiento al tumbarse, hasta que la calma dominó la barca. Kat se volvió para ver a Alek, y su expresión sosegada la dejó sin aliento; se notaba que estaba disfrutando en aquel mágico lugar, tan especial para ella. Se apretó un poco más contra él, apoyando de nuevo su cabeza en su pecho, inspiró hondo y saboreó aquel instante que quedaría grabado en su memoria, como tantos otros que estaban viviendo juntos.

Aleksei pensaba que, si en la vida existían momentos perfectos, sin duda aquel debía llevarse la palma; en ese instante, la vida se le presentaba perfecta, sencilla, alegre, sin problemas que lo acuciaran… Nunca había sentido conexión con nadie como con ella; adoraba verla sonreír cuando danzaba, sentir que su felicidad reviviera la vida que había llevado de pequeña en aquella ciudad. Lo atraía como un imán, tenía un poder de magnetismo que provocaba que necesitara estar a su alrededor; disfrutaba de las horas que pasaban charlando, de los silencios que reinaban en el ambiente a veces, sin resultar nada incómodos.

—Ojala pudiéramos quedarnos así para siempre, sin tener que regresar al ballet, sin tener que volver a ser fuertes de nuevo… Únicamente siendo felices los dos juntos, en nuestra burbuja particular. —Él se rio, moviendo a Kat, que lo miró poco convencida de que la hubiera tomado en serio.

—No podemos escondernos del mundo ni enfrentarnos a la vida. Sé que a veces podemos creer que no es justa con nosotros, pero es que nunca lo es. No está diseñada para ser justa, simplemente está hecha para que la vivas, y solo tú decidirás cómo hacerlo, siendo un mero testigo o un actor principal. —Kat, que ahora tenía la barbilla apoyada en el pecho de él, lo miraba con los ojos tristes, y eso desarmó un poco a Aleksei. Se incorporó, llevándose con él a la joven, que se cobijaba en su pecho.

—Sé que tienes razón, a veces solamente deseo ser la Katerina de seis años que veía a sus padres quererse y que bailaba con ellos sin ninguna preocupación. No tener que enfrentarme a las miradas desdeñosas, a las envidias, no tener que ser la mejor y poder dejar de luchar constantemente… —Dejó escapar el aire que la ahogaba y apretó los labios con fuerza para no ponerse a llorar como la cría que había perdido un día a su madre, hecho que habría convertido aquello en el principio del fin.

—No soporto que la vida te pese tanto, mi vida; apenas estás empezando a vivir y no la disfrutas. Tienes tanta presión sobre tus hombros que no eres realmente tú. Comprendo a la perfección cuál es tu trabajo, pero debes dejar que te agobie un poco menos. —La agarró, entonces por los hombros, buscando sus ojos—. Quiero que seas siempre esta chica dulce y feliz, natural y espontánea, la que me ha ayudado a volver a creer en la vida, en que el destino existe, pues él te puso en mi camino cuando pensaba abandonar la danza. —A Kat se le iluminó la cara al sentir que ella era tan importante para Alek, y los ojos le brillaron de pura emoción contenida. Asintió y se reconoció en esa imagen que él describía, y el corazón se le resquebrajó. Odiaba ser esa persona; si él se había percatado de eso, ¿qué no pensarían los demás? Aleksei llevaba razón, y entendió que no podía continuar así. Le costara lo que le costara, lucharía por llevar a la superficie un poco más de aquella chica que sonreía con una flor edelweiss en su mano.

—Alek, no quiero ser esa persona nunca más, créeme. —Se lanzó a su boca, que necesitaba para calmarse. Se estremeció y notó cómo el nudo de la garganta le impedía seguir hablando.

—Tranquila, te tengo. Serás aquello que deseas ser, Kat; está en tu mano serlo. —Aleksei la besó, esta vez con pura ternura y sentimiento; era una sensación maravillosa que la transportaba, en el tiempo y en el espacio, a aquel primer beso que le había dado y que había sido el comienzo de muchos que lo siguieron. Kat jamás se había sentido tan amada, tan deseada ni tan protegida, pero, además, nunca había sentido tanto coraje en su interior como para enfrentarse a un batallón o al mismísimo infierno.

***

Katerina despertó un nuevo día abrazada a Alek. El día anterior había sido otra que una ensoñación compartida con él. Después del paseo en barca, comieron en el hotel, donde los agasajaron inmediatamente. A veces no era tan malo que supieran quién era Valeriè Solokov o Aleksei Ivanov, al que también admiraban. Varios amantes del ballet se acercaron a ellos cuando lo vieron comer en el salón con ella, y Kat supo que nunca podría sentirse más orgullosa de él que en aquel instante. Lo veía feliz, orgulloso, hablando de su trabajo y de su trayectoria. Alek la miraba de hito en hito, buscando su conformidad a ignorarla durante ese lapso de tiempo. Finalmente, les pidió algo de privacidad para poder almorzar con su novia, y los fans regresaron a sus mesas.

—Deberías haberles dicho que eres una gran promesa del ballet y que en breve vas a estrenar siendo la primera bailarina —dijo él, untando mantequilla en un trozo de pan, concentrado en la tarea. Ella lo miró sin estar convencida de lo que acababa de decir. Aún no era consciente de la importancia de su papel en la compañía; de hecho, si se paraba a pensarlo, se sentía muy abrumada, por lo que desechaba esa idea de su mente con inmediatez.

Por la tarde, pasearon por el centro del pueblo, donde había un mercado artesanal con productos de la tierra y flores, en el que estuvieron más de media hora, hasta que Kat se decantó por unas rosas amarillas.

—Qué raro que aquí no tengan tus flores predilectas. —Se asombró, algo decepcionado, Alek, que quiso regalarle esas flores que tanto le gustaban.

—Se les habrán acabado, por aquí son muy conocidas; pero también me encantan las rosas. —Le sonrió, aspirando el olor de las flores que portaba en la mano—. ¿Sabes que, cuándo era un bebé, mi madre colgaba edelweiss sobre mi cuna? —le dijo, mientras paseaban por el mercado. Él se giró para mirarla, a la vez que ella le contaba cómo su padre cortaba las flores del invernadero y se las llevaba a su madre, que dejaba unas pocas en un jarrón y un par de ellas en la cuna de Kat.

Aleksei posaba sus labios sobre el pelo de Kat a cada paso en el camino, agarrándola por la cintura muy fuerte. En un momento dado, ella vio un fiaker, los coches de caballos que recorrían el casco antiguo de la ciudad, y le comentó que le hubiese encantado montarse en uno desde niña, pero que fue algo que, simplemente, nunca sucedió. Cuando ya se disponían a regresar a casa, pasaron cerca de unos fiaker y, tras pasarlos, Aleksei se detuvo y soltó a Kat. Ella se dio la vuelta sin entender por qué se había parado. Al ver que se encontraba al lado de uno de esos carruajes, se encendió su mirada, pues comprendió que nuevamente iba a cumplir un sueño más. Se subieron al carruaje y, abrazados, dieron un paseo por el casco antiguo, mientras el cochero les iba explicando cada detalle de los lugares que recorrían.

—Gracias por crear nuevos recuerdos que nunca podré olvidar. —Apretó la mano que estaba unida a la de Alek y le sonrió; a él se le escapó una risita con la mirada tierna. ¿Cómo se podría querer tanto a alguien en tan poco tiempo? No se reconocía en aquel Aleksei, enamorado hasta el tuétano; sin embargo, jamás se había sentido tan pleno, tan tranquilo y tan orgulloso de compartir su vida con alguien como Kat.

Entrada la noche, llegaron a casa, justo a tiempo de cenar con Max y Magda, a los que no veían demasiado. Kat se sentía un poco culpable por ello, aunque ellos lo entendían a la perfección. Bastante cansada, subió a la habitación restregándose los ojos. Nada más entrar, sin embargo, los abrió de par en par, y se quedó petrificada en la puerta. Aleksei, que iba tras ella, apareció después. Caminó hasta ella y, abrazándola desde atrás, dejó besos en su pelo y los meció a ambos con un cadencioso ritmo.

—¿Cómo lo has hecho? —No podía apartar su vista del cabecero de forja de la cama, de donde colgaban brillantes luces redondas de colores. Cerca de la ventana, además, una fila de velas iluminaba la estancia.

—¿Te gusta? —preguntó él, aún esperando una respuesta. Kat se dio la vuelta para tenerlo de frente, rodeó su cuello con ambas manos y lo sujetó por la nuca.

—Cuando creo que ya no puedes crear otro momento más mágico, vas y lo haces. —A Katerina le brillaban los ojos de auténtica emoción. Alek le había demostrado tanto en tan poco tiempo que la abrumaba y, aunque la inseguridad seguía ahí, el amor hacia ese hombre se iba colando poco a poco en su corazón, llenando todos los huecos vacíos—. Te conecto —le dijo a un Alek que la miró con el ceño fruncido sin entenderla—. ¿Qué mejor forma de decirte que te quiero haciendo alusión a la mágica conexión que nos unió desde ese primer día que me tuviste en tus brazos en el ensayo? Te quiero nos queda pequeño, Alek; te conecto es lo justo para nosotros. —Él se rio atrayéndola a su cuerpo.

—Nosotros somos mucho más, pequeña ballerina. No lo olvides nunca.

Y, tras una noche que podía describirse como mágica, Katerina se había despertado en los brazos de Alek. Sentía el calor que emanaba él y su respiración haciéndole cosquillas en el cuello. Abrió los ojos y, despacio, se dio la vuelta para tenerlo de frente. Lo observó dormir y sintió una punzada al reconocer, una vez más, que era guapísimo, y que cientos de mujeres habrían fantaseado con tenerlo así, como estaba con ella. Se acurrucó sobre su pecho desnudo y él la apretó contra él instintivamente, lo que provocó una risa breve en ella.

—Buenos días —susurró él, con ella pegada a su cuerpo. Kat ronroneó, suscitando un interés en ver si ella estaba tan excitada como él.

Por enésima vez, la ruborizó al susurrarle palabras que ella consideraba sucias, pero que, sin embargo, eran directas y honestas. A él le encantaba provocar ese color en sus mejillas y disfrutaba avergonzándola, aunque ella le respondía apasionadamente a cada envite que él le dirigía. No podía estar más orgulloso del cambio tan tremendo que estaba experimentando.

Los días habían transcurrido en un suspiro y, cuando se quisieron dar cuenta, ya era momento de volver. Esa mañana amanecieron más tarde de lo habitual, pues no querían ponerle fin a nada de lo que se había creado en esa mágica semana. Las piernas se buscaron frenéticamente y se enroscaron entre ellas. El olor de Alek envolvía a Kat mientras sonreía. Adormilada la mente, su cuerpo reaccionó a su encuentro. Él movía sus labios, fundiéndose en uno de esos besos largos, lentos y perezosos. Se fueron moviendo despacio, de forma instintiva, y el cuerpo de Kat quedó bajo el suyo. Las piernas de ella se enroscaron en la cadera de él, que buscaba unir sus manos a las de ella. Esa mañana, Aleksei se sentía muy posesivo, con urgencia de estar con ella: quizá un poco precipitado por la pronta marcha y no poder estar de nuevo así con su dulce Kat. Entrelazaron finalmente sus manos y las acomodaron por encima de la cabeza de la bailarina, sin dejar de besarse armónicamente.

Los labios de Aleksei se perdieron por el cuello de Kat, deslizándose por el pecho hasta llegar al estómago, donde se recreó, unos segundos antes de subir de nuevo por el mismo camino, para acabar en la boca de ella.

—Ballerina, ballerina. —Y entró en ella tras musitar aquella palabra que con tanto cariño ella había recibido desde el primer momento. La dejó sin respiración, embistiéndola de manera profunda y deliciosa, sin nada entre ambos, lo que aumentaba las sensaciones. Kat se deshizo de la fuerza de sus manos, pues necesitaba poder tocarlo, abrazarlo, besarlo… Se aferró a su espalda, agarrándose a ella todo lo que el sudor goteante le permitía. Kat se sentía desmadejada, demasiado excitada y con una urgente necesidad de explotar. Le clavó los dientes en un hombro, y provocó un gruñido en Aleksei, que, indomable, comenzó a moverse más rápido, rudo y fuerte. Sus respiraciones se entremezclaron sin saber quién respiraba antes que el otro. Kat necesitaba algo; no sabía qué era ni la intensidad con la que lo ansiaba, solo era un nudo de sensaciones a punto de romperse.

—Alek… —susurró en un gemido, disfrutando de la forma en la que se movía, en cómo su boca no abandonaba la suya, en cómo su nariz rozaba su cuello, aspirando los residuos del olor a avena que tanto adoraba. El placer arrasó a Kat, que se aferró aún más a él, sin dejar un mísero milímetro de espacio entre ambos—. Pero ¿qué…?

Aun sintiendo las oleadas del orgasmo, Aleksei salió de ella para darle la vuelta y la puso debajo de él, antes de volver a introducirse en su interior tan fuerte que, de nuevo, la respiración se les cortó. Kat se aferraba a las sábanas, perdida en el placer, que volvía a arrasarla sin piedad, mientras él buscaba sus manos para agarrarse a ella como si Kat fuera esa cuerda a la que sujetarse antes de caer en el abismo.

—¡Joder, mi vida! —Y aun sin saber que sería capaz, un nuevo orgasmo se unió a la réplica del anterior, y devastó a una Kat sudorosa y perdida en la neblina del más absoluto de los placeres. Aleksei se tumbó sobre ella, tratando de acompasar la respiración, le dio besos por el cuello, la espalda, los hombros… Una vez que ambos consiguieron calmarse, rodó en el colchón y se situó junto a ella, que permanecía con los ojos cerrados—. Me he descontrolado un poco, lo siento.

Kat, sonrojada por lo que acababa de suceder, no sentía lo más mínimo ese descontrol del que Aleksei hablaba. Se sonrió, abrió los ojos y se encontró con los suyos. Buscó la mano de él, apoyada sobre el colchón y, tras darle un beso suave, le guiñó un ojo.

—Puedes descontrolarte así las veces que quieras. —Él no pudo evitar reírse echando la cabeza hacia atrás.

—Te confieso que nunca antes lo he hecho sin condón y, aunque reconozco que ha sido una imprudencia por mi parte, me ha encantado poder sentirte, no solamente a nivel físico. Ha sido increíble, Kat. —Ella se puso algo colorada pensando en lo que habían hecho, aunque la regla debía bajarle en pocos días, por lo que no habría de qué preocuparse.

Entendía a lo que se refería él, como si hacerlo sin nada entre ambos supusiera algo más que dos personas que se sentían atraídas y tenían sexo, como si fueran dos personas enamoradas y comprometidas una con otra.

—Mi amor, me alegra ser tu primera vez en algo —bromeó ella, tras sentarse a horcajadas sobre él, sintiendo el calor de su pecho. Acunó su cara entre las manos y la acarició, antes de darle un beso.

—Esta no ha sido la primera —confesó, y confundió a Kat—. Has sido la primera en llevarme a un bosque, la primera a la que le he confesado mis miedos, la primera con la que he sentido esta conexión tan especial, la primera con la que he paseado en barca, la primera a la que le he escrito una nota que confesara lo terriblemente enamorado que estoy de ella aún a riesgo de parecer ñoño, la primera… —Pero no pudo seguir, pues ella se apoderó de sus labios, que continuaban diciendo cosas románticas hasta que de nuevo el ambiente se llenó de sensualidad y los dos bailarines se dejaron llevar por ella.

Retrasaron la partida lo más que pudieron, hasta que el tren se iba a marchar sin ellos. Katerina se despidió de Magda y de Max entre abrazos y lágrimas, sin saber cuándo volverían a verse. En el camino al tren, Aleksei no dejaba de darle besos en el pelo y de aferrarse a su mano, consolándola así, pues sabía lo duro que era para ella dejar aquel lugar. Ella asentía, sabiendo que debía ser fuerte, aunque volver a enfrentarse a todo ese mundo sórdido y feo del ballet amilanaba su ánimo por momentos. Ya en el tren, sonó su teléfono móvil; era su padre. Durante la semana había querido ponerse en contacto con ella, pero lo evitó hábilmente hablando con su primo Andrey. Inspiró antes de descolgar, ya que presentía que estaría furioso.

—Hola, papá.

—¿¿¿Hola??? ¿¿¿Cómo tienes la poca vergüenza de decirme: «Hola, papá»??? No he conseguido hablar contigo en toda la semana, no me has dicho que el ballet hizo un descanso y ¿dónde demonios te encuentras?, porque sé que en casa no has estado. —El tono de su padre exudaba auténtica rabia, pero ya no le afectaba tanto.

—Has estado informado por parte de Andrey, sabías que estaba bien. Y sí, he estado en casa, en mi verdadero hogar —le confesó, sintiéndose valiente por primera vez.

—¡Pero no me dejaste hablar contigo! ¿Y qué es eso de tu verdadero…? —El silencio del señor Solokov le hizo entender que había averiguado dónde había estado—. ¿Cómo te has atrevido a ir allí? Creía que había quedado claro que esa ya no es tu casa, mucho menos tu hogar. —Su padre respiraba casi rugiendo. No toleraba la actitud rebelde de Katerina. Debía atarla en corto o este tipo de cosas sucederían, fuera de su control.

—Papá, mi hogar es la casa donde vivimos con mamá, lo sabes perfectamente. Esta semana ha sido la mejor en años; no vas a quitarme ese recuerdo, al igual que no puedes deshacerte de esa casa si no es con mi consentimiento. Nos vemos pronto, en tu casa. —Y sin dejarle tiempo a réplica, le colgó, con las manos temblando. Aleksei había permanecido en silencio, escuchando la dureza de las palabras de Kat, admirando su valentía; se sentía realmente orgulloso de ella. Le cogió las manos, temblorosas, y se las apretó con fuerza con la sonrisa en la cara. Ella exhaló el aire contenido en la conversación. Todavía no se creía que había sido capaz de enfrentarse a su padre, y por primera vez sentía que era solo el principio.

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