Ballerina

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ACTO III » 20

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Kat se quedó clavada en el sitio, era incapaz de mover un solo músculo. Sergey pasó por su lado corriendo hacia Anastasia, se arrodilló ante ella, apoyando sus manos en las rodillas, y trató de focalizar su mirada. Al ver que no lo conseguía, se sentó a su lado y la abrazó, llevándosela consigo. Anastasia descargó en su pecho todo el dolor que le había provocado aquello que la tenía tan compungida. El coreógrafo miró a Kat, que seguía inmóvil, mirando al suelo, como si se encontrase en shock. Hizo una señal a uno de los bailarines que se había incorporado hace poco, y fue hacia ella. Se quedó parada delante de ella, sin rozarla ni hablarle; simplemente respetaba su espacio, queriendo expresarle que era su compañero y que él entendía esa palabra tan bien como ella. Pasado un minuto, agarró una mano, luego otra, y las apresó fuertemente. Finalmente, Kat alzó la vista y vio a Colin, uno de los últimos bailarines que había pasado a formar parte de la compañía. Apenas se habían dirigido la palabra, ella se encontraba ensimismada en representar a la perfección el papel de cisne, y después sucedió toda la historia con Aleksei. Sin embargo, él sí que sabía quién era ella, sin duda; admiraba su trabajo, su coraje y, a veces, lo entristecía ver cómo la trataba su tirano padre.

—Alza la cabeza. —Katerina la meneó, reaccionando, y se encontró con la mirada limpia de su compañero—. Eso es. Y ahora, vamos. —Tiró de ella, soltándose de una mano, pero aferrado a la otra. Caminó hacia donde estaba Anastasia con Sergey y la sentó al lado de su amiga. Se giró y, con los ojos surcados por el llanto, se lanzó a sus brazos hipando y pronunciando el nombre de Franz constantemente. Por Dios, se temía lo peor, pero no era una situación de vida o muerte; ¿qué diantres podría haber resultado fatal?

—Anastasia, cálmate, estás aterrorizando a Kat —dijo Sergey, acariciando la espalda de la bailarina, que asintió con la cabeza y se separó de su mejor amiga.

—Lo siento —Kat consiguió hablar con un hilo de voz tras reunir la fuerza que echaba en falta.

—¿Qué ha pasado? —Antes de que pudieran responderle, el doctor que atendía a su amigo salió buscando a los familiares de Franz Jacobsen. De un salto, se pusieron en pie y acudieron raudos al encuentro con el médico.

—Su amigo se encuentra fuera de peligro, esto es lo primero que deseo que sepan. Al parecer, vieron a una enfermera correr y le preguntaron por su amigo, a lo que ella contestó, muy desafortunadamente, que estaba muy grave. Sin embargo, ha sido todo una confusión, ya que tenemos a otro paciente con el mismo nombre, y se refería a ese otro. Lamento el error y el susto que de ello ha derivado. —Anastasia exhaló un gran suspiro de alivio y se llevó la mano al pecho mientras cerraba los ojos. Por unos momentos, había sentido cómo uno de sus mejores amigos y la persona más importante de su vida se estaba alejando de ella para siempre. Nunca antes había sentido un dolor tan profundo, tan intenso, como cuando tuvo aquella lesión en el tendón peroneo, y con agujas muy finas trataban de rebajar la inflamación moviéndola por dentro en varias direcciones. Aquello había sido una pesadilla que debía vivir a diario entre tres y cuatro veces para poder volver a subirse al escenario.

—Gracias por la aclaración, doctor —musitó Sergey, aún con el rostro visiblemente consternado.

—En cuanto a su amigo, ha sufrido una lesión en los músculos isquiotibiales, que, como bien saben, juegan un papel importante en la extensión del muslo sobre la cadera y en la flexión de la pierna sobre el muslo. Por ello, el paciente no podía moverse, ya que el dolor es tremendo al flexionar la pierna. Por ahora, le hemos aplicado hielo durante veinte minutos, con descanso, en intervalos de diez minutos. Necesitará fisioterapia y reposo absoluto los primeros días, con reposo relativo, al menos, las siguientes tres semanas. En las siguientes horas vamos a observarlo y, según vaya avanzando la lesión, procederemos a ponerle un vendaje elástico con elevación de la extremidad. —Todos los allí presentes se quedaron mudos al escuchar la lesión de Franz, la cual suponía el final del ballet para él. Adiós a la gira, esa en la que con tanto ahínco había trabajado durante meses. A Kat se le encogió el corazón al pensar cómo se encontraría. Buscó la mano de Anastasia y la asió con fuerza.

—¿Podemos pasar a verlo? —preguntó Sergey, que parecía el más fuerte del grupo.

—Me gustaría que descansara algo esta noche, pues estaba muy alterado, y tuvimos que ponerle un calmante. De esta manera, su cuerpo estará relajado y el tratamiento hará más efecto. Vengan mañana y podrán verlo, buenas noches. —Le dieron las gracias al médico, que se retiró a seguir con su guardia mientras los bailarines no se movían y trataban de procesar la información vertida por el doctor.

—Vamos, chicas. —Sergey tiró de la dos, agarrándolas por los hombros. Se sentaron de nuevo en la silla y exhalaron largos suspiros. Kat pensó en Aleksei y en cuánto deseaba que estuviera junto a ella. Se levantó de golpe pensando en él, en que no se había girado para siquiera comunicarle su angustia con una mirada. Anastasia también se puso en pie y cogió la mano de su amiga, y se encaminaron a la salida con su buen amigo detrás.

En el trayecto a casa, llamó a Aleksei repetidas veces; sin embargo, en ninguna de ellas hubo suerte. Revisó su teléfono móvil en más de un millar de ocasiones y no había nada, ni mensajes ni llamadas telefónicas. Un nudo de preocupación se instaló en su pecho y le impidió respirar con facilidad. Llegó a su casa y, tras pedirle a Nastia que la recogiese al día siguiente para ir al hospital, se despidió de ella y de Sergey, y entró en su casa.

La casa estaba en silencio; la puerta del dormitorio de su padre estaba cerrada, por lo que debía de estar durmiendo hace rato. Al menos no la había agobiado con llamadas ni mensajes: había respetado ese momento difícil junto a su amigo.

Al menos algo ha salido bien.

Se recostó en su cama, aún con la ropa puesta, y pensó en todo lo sucedido aquella supuesta mágica noche. Recordó el estreno, los aplausos, el calor de la gente, a Franz sosteniéndola con un brillo especial en la mirada, para momentos después mirarla con dolor; a Aleksei, yendo en su rescate y en el de la obra, su conexión sobrenatural… La preocupación por Franz se mezclaba con los dulces instantes del éxito rotundo. Sin duda, aquella noche permanecería en su recuerdo con un sabor agridulce.

De nuevo su mente voló hasta él, al que no buscó. Katerina jamás había buscado a una persona que la quisiera, pues su única pasión había sido el ballet. Después de vivir la magia de tener una familia unida, que con una sola mirada se comunicaba y le hacían sentir que los sueños podían realizarse, sin importar la magnitud de los mismos, la danza se había convertido en la meta de su viaje. En cambio, Aleksei había aparecido una mañana y se convirtió en una nueva pasión que ansiaba, que deseaba tocar con la yema de sus dedos, aun con miedo a quemarse. Pero él supo ver dentro de ella y la guio en ese camino, enamorándola sin buscarlo a propósito. Y Kat se dio cuenta, en aquel preciso instante, de que todo se había precipitado de manera súbita; quizá no se habían dado cuenta, quizá las emociones les ardían tanto en el pecho que no los dejaban pensar con lógica.

Aleksei había desaparecido de un plumazo. Al día siguiente, siguió sin responder a sus llamadas ni a sus mensajes. En el teatro nadie sabía nada de él, ni siquiera Sergey se podía comunicar con él. Katerina estaba empezando a angustiarse. ¿Y si todo aquello había sido un simple reflejo, algo que ni siquiera podía acercarse a la definición de sueño etéreo? Abrió su bolso de camino al hospital y sacó dos fotos de aquellas que habían hecho en la casa de su madre. En una de ellas, aparecían ambos con las cabezas apoyadas una en el otro, sonriendo con un brillo mágico en sus ojos; la otra era una foto robada a Alek que ella le había hecho cuando estaba sentado a la orilla del río. En ella se veía a un hombre pensativo, reflexivo, con millones de cosas bullendo en su cabeza, con un gesto que la desconcertó y que quiso desechar inmediatamente. Lo llamó y él, en cuanto giró la cabeza, le sonrió como solo él sabía hacer, como solo él le paraba el corazón.

—¿Pasa algo? —Anastasia se fijó en las dos fotos, que sostenía entre sus manos, y en la tristeza que inundaba a Kat. Esta guardó con avidez las fotos, de nuevo, y fingió una sonrisa falsa. Posó la mano en la pierna de su amiga, y comenzaron a hablar del éxito del estreno al que debían enfrentarse aquella noche, de nuevo.

***

El ánimo de Franz, a la mañana siguiente de su accidente, era peor que aquella manida frase: «Estar de un humor de perros». Kat y Anastasia tuvieron paciencia infinita, pero no dejaba de gruñirles ni de gritarles hasta que consiguió que lo dejasen solo. Debían volver al ensayo, pues la gira no paraba a pesar de lo ocurrido. Ya había alguien sustituyéndolo, lo que le perforaba el alma. Katerina salía del centro hospitalario sumida en las lágrimas al ver a su querido amigo de aquella manera.

—Venga, Kat, ahora no te puedes venir abajo. Tenemos que estar ahí, para él, aunque sea un maldito dolor de cabeza. —Nastia llevaba razón, pero algo se le había enquistado y necesitaba expulsarlo. Le dijo que se había dejado en la habitación el teléfono, ese que no había dejado de mirar obsesivamente durante toda la visita. Anastasia quería esperarla, pero Kat sabía que no iba a ser cuestión de minutos. Al tener que ensayar, la animó a marcharse y le dijo que ella tomaría un taxi más tarde. Entonces, Anastasia comprendió que necesitaba un tiempo a solas con Franz: asintió y se encaminó a la salida.

La bailarina estaba segura de que no iba ser un paseo por las nubes enfrentarse de nuevo a Franz, pero debía hacerlo. Agarró el mango de la puerta y, tras insuflarse del coraje necesario, la abrió. Su amigo miró hacia la puerta y resopló al verla entrar otra vez.

—¿Y ahora qué coño quieres? —Kat se situó al lado izquierdo de la cama, tapando la luz que entraba por la ventana. Su móvil vibró: echó un vistazo rápido, con el corazón en la garganta, pero era su padre. Lo metió en el bolso, que había dejado en el sofá, y miró con dureza a Franz.

—Eres imbécil. —Franz se rio con amargura, frotándose los ojos, con la mirada fija en el techo. Entendía el reproche de su mejor amiga: en vez de haber llorado y haberse desahogado con las dos personas más importantes en su vida, las había maltratado, echándolas a patadas porque le dolía demasiado que lo vieran así.

—Márchate, Katerina. —Cuando la llamaba por su nombre completo, algo iba realmente mal, «jodidamente mal», como diría el hombre tumbado en la cama.

—«Toda mi vida ha sido una lucha por alcanzar un pequeño trozo del paraíso, y he tenido que enfrentarme al mundo entero en esa cruel batalla que me ha dejado marcada de imborrables cicatrices».

—No me jodas ahora con frases de tu adorada Sissi, Kat. Mejor vete, aquí no tienes nada que hacer —se lo dijo con tanta rabia que, de no llevar la coraza, le habría hecho mucho daño. Cogió su mano tras forcejear un poco, y lo agarró por la mejilla y el mentón, girándolo hacia ella.

—Si no te quisiera como lo hago, créeme que no estaría aquí soportando tus humillaciones, pero te conozco y sé que, cuando el dolor te ataca, reaccionas de esta manera. No me aparté de tu lado cuando tus padres murieron, no lo voy a hacer ahora. Ya deberías conocerme. —Soltó la mano de su cara, ya que tenía toda su atención. Llevó la otra mano a su pecho, aprovechando la pausa que había hecho él—. Te has enfrentado a dolores mucho más intensos y ahora, que la vida te pone en el camino un nuevo obstáculo, no vas a rendirte. Tú siempre has dicho que estás marcado de cicatrices, de las que no se ven a simple vista, pero también me has dicho cantidad de veces que esas mismas te han hecho fuerte, la persona que eres.

Las palabras de Kat eran ciertas, lo que no hacía que fueran menos dolorosas y le infligieran un agujero en el pecho, que se engrandecía por segundos. Pestañeó una, dos, tres veces, para apartar las lágrimas que llevaba reteniendo desde la noche anterior. Kat había estado en cada instante que Franz podía recordar: en lo bueno, en lo malo, en las borracheras, en los días que le rompían el corazón, en las duras pruebas y en cada duelo que le confesaba. Ya no era su hermana, era parte de su ser, y, cuando compartes el alma con alguien, debes ser completamente sincero, se lo debes.

—Estoy tan asustado, Kat… —musitó con la voz apenas audible. Katerina cerró los ojos e inspiró con fuerza. Al abrirlos de nuevo, le sonrió con ellos, se sentó en la cama con su amigo y besó la mano que se había llevado al pecho; con la otra le acarició el pelo, despeinado, acicalándolo como mejor pudo. Aquel gesto tan maternal fue el último trozo que se resquebrajó en el interior de Franz, que estalló en un torrente de lágrimas. Katerina permaneció a su lado, mesándole el cabello con dulzura, agarrando su mano pegada a su pecho.

—Estoy justo aquí, donde he estado siempre y donde siempre me encontrarás. —Con sus manos en el preciso lugar donde el corazón de Kat se hallaba, ahí era donde siempre había estado Franz, al igual que en el corazón de él se encontraba ella. Su partenaire se tapó los ojos con el antebrazo, llorando, maldiciendo, siendo espectador de cómo su suelo se estaba derrumbando en sus narices. Veinte minutos más tarde, una vez que logró serenarse, una tranquila Katerina consiguió apartarse de él.

—Kat —la llamó antes de abrir la puerta—, tú también estás ahí. —Ella le devolvió la sonrisa, sabiendo que era la mejor forma de Franz para disculparse, por su necio comportamiento. Y, a pesar de haberse mostrado fuerte, de haber sido la roca que él necesitaba en aquellos momentos, se ponía en su piel y comprendía su pánico. Para un bailarín, una lesión de aquella magnitud podía significar el final de su carrera. Tomó un taxi sumida en sus pensamientos, sin atender al monólogo del amable taxista. Se sintió morir en aquel vehículo, que la llevaba a cumplir su sueño, a ella sí, mientras el sueño de su hermano se iba desvaneciendo poco a poco.

***

—¡¿Dónde te has metido?!, llevo llamándote toda la mañana. ¿Cómo eres tan irresponsable? —Los gritos de su padre, nada más entrar en el teatro, no hicieron mella en ella. Siguió caminando con la cabeza alta mientras cientos de ojos no los perdían de vista. Katerina no se molestó en darle explicaciones y subió la escalera al ensayo con la estridente voz de su padre a la espalda—. ¡Katerina!

Entró en el vestuario y se puso la ropa adecuada para salir a dar lo mejor de sí misma. No pensaría en la ausencia de Aleksei, en su desaparición, que la estaba destrozando, en los sueños rotos de su mejor amigo ni en la presión de su padre. Saldría a hacerlo lo mejor posible, por Franz, porque al menos él se merecía eso.

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