Ballerina

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ACTO III » 21

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Llegó al aeropuerto aún un tanto mareado y conmocionado. Marie lo estaba esperando; a lo lejos, vislumbró su cuerpo esbelto, con la melena rubia que le caía sobre los hombros. Al llegar hasta ella, observó que tenía unas marcadas ojeras y el brillo acuoso marcaba sus ojos.

—Dios, Alek. —Ese «Alek» ya no era el mismo desde que otros labios lo habían susurrado por primera vez. Dejó que lo abrazara y llorase en su pecho. Él se limitó a consolarla con un brazo, mientras el otro no soltaba la maleta. Comenzaron a caminar hacia la salida, en busca del coche de su exnovia y la persona a la que más creyó haber querido. ¿O de veras había sido real y Kat, un espejismo? La mano de Marie sobre la suya lo hacía sentirse incómodo, aunque no la retiraba; para ella era volver a casa, aunque para Aleksei aquella no podría ser nunca más la suya.

Durante el camino en coche, Marie no dejó de hablar, farfullando palabras que el cerebro de Aleksei no llegaba a procesar, debido a tanta velocidad, a la confusión, a no saber qué era lo que había tenido con Kat, a la que echaba tanto de menos que deseaba arrancarse el corazón y borrar todos los recuerdos que asomaban a su mente sin permiso. No había podido hablar con ella, explicarle lo sucedido, abrazarse a ella, ni llorarle.

—Antes de entrar quiero avisarte, amor. —Le causaba verdadero asco escuchar de nuevo esas palabras, que ahora solo le pertenecían a Kat; escuchar a Marie pronunciándolas le resultaba un sacrilegio. Se removió inquieto, pero esperó a que hablara—. No parece él, va a impresionarte. Si quieres, entro contigo. —Otra vez su mano estaba rozando la suya, pero esta vez se negó a ese consuelo. La retiró al instante y, sin mirarla a la cara, abrió la puerta.

La escena que lo aguardaba al otro lado era espeluznante. Aleksei nunca había visto a su padre enfermo, ni siquiera de un simple resfriado. En su cabeza vivía la imagen sana y sonriente del hombre de la casa. Jamás lo vio desfallecer, ni siquiera en los momentos de más apuro económico, de los que había sabido años más tarde. Verlo en aquella cama, tumbado, como si estuviera dormido, lo hizo sentirse vulnerable. Se acercó a la cama y tocó la mano del cuerpo inerte de su padre, que yacía con los ojos cerrados. La angustia le sobrevino y toda la incertidumbre que había vivido desde que Marie lo había llamado la noche anterior explotó de repente. Arrodillado junto a la cama de su padre, lloró con hipidos, en un llanto desesperado que anunciaba el posible triste final.

—Cariño… —La ternura de la voz de su madre tampoco pudo sacarlo de aquel trance. Había entrado en la habitación con Marie, pero esta prefirió cederles ese instante de intimidad. Situada al lado de su hijo, ese al que dejó ir para que cumpliera su sueño, a pesar del enorme dolor que aquello provocó en ella, y por el que peleó sin descanso trabajando a deshoras y casi arruinándose; era un amasijo de pena y dolor. Le acariciaba el cabello con cuidado y con mucha dulzura. Cuando Aleksei logró tranquilizarse, salieron de la habitación. Consiguieron andar hasta unas sillas cercanas y se tumbó en el regazo de su madre.

—A tu padre le habría encantado ver tu primer estreno como coreógrafo. —La voz de su madre se quebró al acabar la frase.

—Ayudante de coreografía, mamá —corrigió a su madre, para la que la cosa más mínima que Aleksei hiciera era motivo de orgullo. Pero ¿qué esperaba?, ¿acaso no se sienten así todos los padres? Se incorporó cuando pudo alejar un poco la pena que lo devastaba, y comenzó a indagar.

—¿Cómo sucedió, mamá?

—No lo sé bien, cielo. Tu padre salió de la panadería a la hora de siempre y no llegó a casa. La policía llegó más tarde y me dijo que estaba de camino a casa cuando un atracador salía de la tienda del señor Volkova, con la mala suerte de que disparó y de que tu padre estaba en medio. —Hicieron una pausa para tratar de buscar el aire que les faltaba y que llevaba ahogándolos desde el momento en que se habían enterado del incidente—. No supe a quién acudir y Marie había venido hacía dos días a casa, por lo que le avisé y estuvo conmigo todo el rato. Se ha portado tan bien con nosotros… —A su madre se le quebró la voz y no era de extrañar, dadas las circunstancias y lo que había vivido en pocas horas.

Las lágrimas vencieron a su madre, que lloraba aterrorizada por lo que acababa de decir, pues lo hacía real. Aleksei la abrazó y dejó que se desahogara con él. Una vez se serenó, volvió a sacar el tema de Marie para que el dolor no fuese tan real.

—Mamá, déjalo estar —le pidió su hijo, bastante agotado.

—Aleksei, cielo, Marie se ha portado muy bien con nosotros. Yo creo que se dio cuenta de su error y desea enmendarlo. Vamos, cariño, todo el mundo se merece una oportunidad. —Los ojos heredados de su madre, en los que se veía cada vez que se miraban, se iluminaron con esperanza al pensar en ellos dos—. Algún día yo ya no estaré y, entonces, ¿qué harás tú?, ¿te quedarás solo?

Él quiso decirle que no estaría solo porque siempre lo acompañaría el baile, el amor a la danza: su verdadera pasión. También deseó decirle que Marie solo era un recuerdo de un amor loco que los había envuelto como una melodía de Beethoven, con sonoridad, marcando su vida de todas las texturas y los colores de sus sinfonías, que lamentablemente desapareció con la rapidez con que una sonata termina.

—Mamá, por favor… —La mujer entendió claramente el mensaje y dejó de presionarlo, aunque en su fuero interno esa preocupación no se iba de su cabeza, en especial en aquellos días.

—Hola. —Marie llegó junto a ellos. La belleza, que otrora le pareció de un encanto exquisito, hoy se había desvanecido por completo. Desde hacía ya un tiempo, era otra belleza la que inundaba su mente, poblándola de recuerdos, una belleza más interior que lo tenía anonadado, aunque un molesto pinchazo lo hizo removerse al pensar en Kat.

—Voy un momento al lavabo —contestó la madre, celestina, que se había fijado un reto y no pararía hasta conseguirlo.

—Si quieres, te acompaño —contestó con rapidez Aleksei, temiéndose en una encerrona, pero su madre negó con la cabeza y, tras darle un beso, se levantó. Pasó por al lado de Marie, a la que miró cómplice, y otorgó otro caluroso beso en la mejilla.

Marie se quedó de pie, observando a su exnovio, que miraba el camino que su madre acababa de andar. Un paso tras otro fue acercándose hasta él y se sentó a su lado. Con poco valor depositó su mano sobre la suya. Dios santo, cuántas veces había añorado su calor, su cuerpo, que la incitaba a sentarse a horcajadas sobre él y a saborearlo como tantas veces había hecho en el pasado. Sin embargo, él ya no era aquella persona que había conocido en un concierto benéfico, lo que se les antojaba siglos atrás. Aleksei había cambiado, no era esa persona ciega que no había visto cómo ella se había ido alejando poco a poco hasta que se enredó en otros brazos.

—¿Cómo estás? —Apoyado con la cabeza en la pared, se mostraba cansado y muy perdido. Sus padres eran parte esencial en su vida, a pesar de la distancia que siempre los alejaba. Procuraba visitarlos con toda la frecuencia que su trabajo le permitía y, si no, las llamadas y los mensajes hacían de bálsamo. Habían aprendido, con el tiempo, a quererse en la distancia, a preocuparse y estar, aunque fuera muy lejos. Recibir la llamada de Marie, en la que lo informaba de la terrible escena, lo sobrecogió. Estaba hecho polvo. En su mente se mezclaban recuerdos con la chica de al lado; la presión de su madre para que volviese junto a un cascarón vacío para él; su padre, yacente, sin sonreírle como siempre; Kat, a miles de kilómetros, desviviéndose por un lesionado Franz… Chasqueó la lengua tapándose los ojos con las manos y negando con la cabeza.

Marie respetó su silencio y no insistió; se limitó a permanecer sentada a su lado, recogiendo las migajas de aquello que habían tenido y que aún flotaba en el denso aire. Ella se arrepentía mucho de haber mirado en dirección a Johannes, de haberse dejado llevar, de haberse dejado caer en la tentación. Pero, si se cae en ella, es que algo no funciona demasiado bien en tu actual relación, ¿no? Marie se decía eso a sí misma cada día; sin embargo, la culpa y los remordimientos no dejaron de perseguirla noche y día. Por eso, precisamente, su relación con su compañero músico se fue al traste, porque el fantasma de Aleksei estuvo entre ellos desde el minuto cero.

Lena, la madre del coreógrafo, regresó con la esperanza de verlos charlar animadamente o de al menos verlos mirarse, pero lo que se encontró no fue nada alentador. Aleksei se levantó, al verla llegar, para cederle su asiento, y él se dirigió a la salida del hospital, donde se estaba asfixiando. Se apoyó sobre una pared con los brazos cruzados, exasperado por no aclararse y encontrarse más confundido que nunca. Quizá no era el mejor momento, pero actuó movido por el dolor que lo embargaba.

***

—¿Alek? —Cerró los ojos con alivio, por un segundo, al escuchar su nombre en sus labios. Sonrió.

—Hola, ballerina —le respondió—. Creía que no me ibas a contestar.

—¿Por qué no iba a hacerlo?, ¿por el hecho de que desapareciste y no he vuelto a saber nada de mi novio? Porque sigues siéndolo, ¿o no? —Parecía insegura y nerviosa. Él resopló antes de contarle el motivo de su marcha.

—Desde la última vez que pensé en ti, o sea, hace un minuto, sí. Lo siento, Kat. —Ella se sintió algo asustada al oír el perdón en sus labios. ¿Qué había sucedido?—. Tuve que irme sin mirar atrás. Verás, a mi padre le dispararon ayer y...

Los malos pensamientos de Katerina, los celos infundados y el pánico por perderlo desaparecieron de golpe. De hecho, se sintió miserable por pensar que la había abandonado, que había sido una simple muesca más en su revolver de bailarín exitoso y seductor.

—Dios mío, Alek… —Y se derrumbó, con el teléfono pegado a su oreja, y lloró. Lloró mientras la voz de Kat intentaba reconfortarlo y hacerle sentir que estaba a su lado. Pero no lo estaba.

Se recompuso, enjugándose las lágrimas, que aún se derramaban de sus hinchados tristes ojos. Le explicó, algo más calmado, cómo la casualidad les había jodido la vida, haciendo que su padre pasase por aquel lugar a la maldita hora incorrecta. Le explicó que el proyectil entró por la parte posterior del cerebro y salió por la parte frontal. No había nada que hacer cuando llegaron los servicios de emergencia.

A Kat se le encogió el corazón. El silencio se instaló cómodamente entre ellos; a ella no le salían las palabras y él se había quedado sin ellas.

—Alek, mi amor…

Los sollozos iban subiendo de volumen hasta que un llanto sordo y desesperado estalló a través del aparato. Katerina aguantó estoicamente el dolor que consumía a Aleksei, el desconsuelo, que no tenía alivio en aquellos momentos. Él perdió la noción real del tiempo, un agudo dolor de garganta lo atravesaba mientras trataba de comprender por qué el destino había jugado las cartas de aquella manera, evitando que hubiera podido despedirse de su padre, haberle dicho una vez más cuánto lo quería, pues, aunque se dice aquello de «no hace falta decirlo, se sabe siempre», él lo necesitaba y ya no había nadie a quién decírselo.

—Alek… —Katerina se había encerrado en el baño después de decirle a Anastasia que debía contestar esa llamada, que distrajera a Sergey un rato. Ya habría momento para dar las explicaciones necesarias; en aquel momento el ballet era lo que menos importaba. Aquella revelación golpeó a la bailarina tan fuerte que se tambaleó. ¿Cómo la única cosa que siempre había amado carecía de importancia? ¿Cómo el amor la había transformado tanto? Solo quería estar en aquel frío hospital, abrazada al jersey de Aleksei, que olía a jabón y a hogar—. Estoy aquí, te conecto, mi amor.

Pero en esa circunstancia no podía corresponderla, no le salían las palabras «yo también», por más que las sintiera, que las llevara impregnadas en su piel. El dolor era tan intenso que no conseguía dejar de llorar. Sabía que su madre lo necesitaba en pie, de una pieza, robusto como el roble que siempre le decía que era. Aquella idea fue la que iluminó su mente y lo hizo levantarse del suelo del baño, donde se había tirado a llorar junto a Kat. Se limpió la cara con los dedos, inspirando hondo varias veces.

—Estaré incomunicado un tiempo, no me llames ni me mandes mensajes. Ahora no puedo, Kat. Yo… yo… no sé cómo andar. —Fue lo único que dijo Aleksei, con una voz irreconocible.

—Claro que sabes, eres un hombre fuerte y valiente y, aunque estés muerto de miedo, siento decirte que debes ser aún más fuerte por tu madre, por él. —El nudo de la garganta la atragantaba, gemía apretando los labios, conteniendo las lágrimas—. Te conecto. —Aleksei colgó, sin darle tiempo a responder, a quejarse de aquella decisión que él había tomado sin consultarla. Se supone que las relaciones van en dos direcciones, que uno de los dos no toma decisiones sin consultar al otro, que no te aparta cuando más lo necesitas. Katerina se quedó pasmada mirando el móvil. Se le quebró la voz y se llevó la mano libre a la frente. Necesitaba tanto su abrazo, su sonrisa, su entereza.

A Aleksei, a pesar de todo, se le dibujó una sonrisa al recordar la mágica forma que tenía ella de decirle que lo quería. Y, aunque sonara muy empalagoso, no podía evitar sentir que, cada vez que pensaba que no podía caberle más amor en el pecho por aquella tímida jovencita, de nuevo ahí estaba, estallándole en la cara, recorriéndole el pecho con el calor de saberse amado por la mujer que había entrado en su vida para cambiarla.

Katerina se quedó pasmada mirando el móvil. Unos golpes en la puerta del baño la sacaron del ensimismamiento, y se levantó al escuchar la voz angustiada de Anastasia, que no podía posponer el ensayo por más tiempo. Su amiga, al verla pálida, se preocupó pensando que había estado vomitando, presa de los nervios. Kat le contó lo que había pasado y tampoco salía de su asombro, pero le rogó que se recompusiera; el espectáculo debía continuar y ella era parte vital del mismo.

El ensayo fue un desastre ese día. Acudieron a ver a Franz más tarde y, a pesar de que trataban de fingir que todo estaba bien, era imposible. Su partenaire se lo notó, pero en aquellos días no podía estar para ella; necesitaba tiempo para él, para su recuperación y nada más. A miles de kilómetros, Aleksei se aferraba a su madre mientras enterraba a su padre, deseando que el tiempo diera marcha atrás hasta el momento exacto en que ese atracador había entrado en el establecimiento. Habría deseado estar junto a su padre, entretenerlo para que no saliese del trabajo antes de tiempo, y así evitar el trágico final.

Katerina se había quedado a oscuras, no podía llamarlo ni mandarle ningún mensaje; respetaba sus deseos, aunque lo que más ansiaba era estar junto a él en esos duros momentos. Era ella quien debía estar sosteniendo su mano, tocando su hombro mientras la tierra caía sobre el ataúd de su padre, pero la vida sigue su curso, el mundo continúa girando y las decisiones deben ser tomadas. Cada uno se encontraba en un punto del camino, lo que no sabían era que ese camino que se estaba trazando ante ellos se cimentaba sobre tierras movedizas, y quizá el amor no fuera lo suficiente. A veces no lo es.

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