Ballerina

Ballerina


ACTO III » 22

Página 27 de 42

2

2

Aleksei, Kat y ¿un futuro? Desde que había hablado con él el día anterior, su mente se había quedado en suspenso. La impactante noticia distaba mucho de lo que ella había imaginado. Tras acabar el ensayo, Anastasia le dijo que quería ir a ver a Franz, pero, entonces, no lo soportó más.

—¿Se puede saber qué pasa?

—¿Qué? —contestó su amiga, que se quedó helada con la chaqueta a medio poner.

—Llevas mirándome muy rara todo el ensayo, ¿qué es lo que pasa? No me he equivocado apenas y, que yo sepa, no tengo monos en la cara. —Su amiga se vio pillada in fraganti y, mordiéndose el labio, pensó a toda velocidad en una excusa que sonara plausible. Nada le vino con la rapidez que necesitaba—. Bueno, ¿vas a hablar o vamos a quedarnos aquí como dos idiotas?

—No es nada, de verdad. Vamos a ver a Franz, a ver si sigue tan inaguantable. —Pero Kat no se iba a dar por vencida: bloqueó la puerta mirándola con gesto serio.

—Va en serio, Nastia, ¿qué ha sucedido? —Y la presión pudo con ella.

—Vale, pesada. No quería decirte nada porque, al fin y al cabo, son chismes, pero tampoco quería que te enterases por otra persona y tuvieras que fingir que todo es paz y armonía. —Se giró para alcanzar el móvil, buscó en el historial de noticias y, con algo de miedo, le mostró la imagen. Aleksei aparecía abrazado a una mujer rubia que, según decía el portal de cotilleos, era su expareja. Aquella era Marie, la mujer que enamoró al que se suponía era su novio y con la que vivió un romance apasionado y de película, a juzgar por los titulares. Allí era donde había ido a parar, adonde había huido sin dejar siquiera una nota. El corazón de Kat se rompió; de hecho, perdió el equilibrio un momento pensando que se iba a caer, por eso no respondía a sus llamadas ni a sus mensajes. Kat creyó, en un primer instante, que irse corriendo con Franz había despertado unos celos extraños en él, aunque era todo demasiado bizarro. ¡Por Dios, Franz era su hermano! Cuando Aleksei la llamó, se quedó petrificada. Por fin daba señales de vida, estaba dispuesta a guerrear, a pelearse con él y decirle de todo menos aquello de «te conecto». Al escuchar la versión de los hechos, se sintió miserable por desconfiar, pero es que sus actos no dejaban rastro de duda.

Y tras esa llamada, la inquietud se fue alejando, a pesar de saber que ella pululaba a su alrededor. Muchas veces fantaseaba con él, con una vida juntos, de gira, en la distancia, en la casa de su madre… Le preocupaba saber que se conocían poco, aunque la implicación emocional fuera bestial. Le daba, incluso, cierto pavor saber que ella no era ni sería su primera vez en muchas cosas que él ya había experimentado. No sería ese alguien especial de la primera vez, pero podría serlo de la última vez: la última a la que besaría, la última con la que se ilusionaría, la última con la haría el amor, la última con la que estaría en la casa de Viena, frente a la chimenea, en un amasijo de piel y amor…

Pero el germen de la duda es tan poderoso que avanza poco a poco sin que uno se dé cuenta. Y Katerina no conseguía quitarse de la cabeza la imagen de aquella mujer, de Marie. En las fotos del artículo de aquel portal de cotilleos, la vio y, aunque para ella era esa mujer despiadada y sin sentimientos que había abandonado a Alek, se la veía con una mirada sincera, alta, rubia, con unos ojos enormes y dorados; la boca, pintada con aquel pintalabios rojo fuego con el que cualquier mujer se sentiría muy segura de sí misma. No soltaba a Aleksei en ningún momento, y aquello le partió el alma antes de saber lo ocurrido. Sintió que la había engañado, que había jugado con sus sentimientos y su inexperiencia. Y, aunque ya supiera que ella simplemente estaba allí para ¿apoyarlo?, no dejaba de pensar en ella como competencia. ¿Competir con alguien con el que has compartido los años más importantes de tu vida? Con todo lo que dieron de sí, con todas las cosas maravillosas que hicieron por primera vez, con la cantidad de recuerdos que almacenarían…. ¿cómo podía ella competir contra años de piel y verdad?

Hasta ese día no la había visto en ninguna fotografía, no se había molestado en ir a buscarla. Hasta ese día. Cuando llegó a casa, se lanzó al ordenador, tecleó el nombre de ella en el buscador y, de pronto, millones de páginas hablaban de su relación idílica, de la pareja perfecta, de la viva imagen del amor. Marie, con el pelo siempre cuidadosamente peinado, con el maquillaje exacto, incluso cuando los pillaban desprevenidos; con esos ojos dorados, ocultos a veces tras unas gafas de pasta; con ese cuerpo perfecto, con sus pechos grandes, a diferencia de ella; con una boca siempre de rojo, y con unas uñas perfectas que deslumbraban diferentes tonalidades. Katerina indagó en muchas páginas, y se hacía daño ella sola, sin necesidad de saber qué estaba ocurriendo realmente a kilómetros de su habitación. Odió a esa mujer, por ser lo que ella no podía ser debido a su profesión, por colgarse del brazo de Aleksei en esa foto, por haber recibido la sonrisa calurosa que ella misma había recibido de él, por haber intercambiado fluidos con el hombre que ella amaba: sencillamente por haber llegado antes que ella. Y sintió dolor, uno muy intenso, que la llamada de teléfono desde el hospital apaciguó, pero que no eliminó. Kat maldijo a esa mujer, maldijo la mala suerte que había corrido el padre de Aleksei y maldijo el momento en el que ella lo llamó para estar a su lado consolándolo y cuidándolo, porque esa tarea le correspondía únicamente a ella.

Después, llegó la impotencia y el desear estar alejada de la caótica gira que comenzaría en dos semanas. No pudo más y lloró, con dolor, con rabia, con pena, y se ahogó en su propio llanto. Encogió las rodillas y se abrazó a sí misma tras cerrar de golpe el portátil que le abría el agujero del pecho. Por fin había visto la cara a Marie; seguía ahí, al lado de él, más que nunca. Sollozó hecha un ovillo en la cama y se durmió con los hipidos de fondo hasta que no le quedó más por llorar, y finalmente el sueño la venció, aunque poblado de pesadillas en las que Aleksei ni siquiera la miraba al volver a encontrarse, en las que Marie sonreía triunfal, colgada del brazo de la persona que lo había ayudado a dar pasos adelante y a salir del cascarón en el que se estaba ocultando.

***

Si algo animó esos días a Kat fue la buena evolución de Franz. Anastasia y ella pasaban a verlo siempre que los ensayos y las representaciones se lo permitían. La extenuación era el paraíso comparado a cómo se sentía cada noche al llegar a casa. Su padre la había dejado un poco en paz al ver el éxito de cada función. Los periódicos y las revistas con más repercusión no dejaban de hacer reportajes sobre el ballet y la magnífica actuación de la prima ballerina. Sin embargo, todo eso poco le importaba a ella; su corazón no estaba en la danza, a la que creía amaría por encima de todas las cosas. No dejaba de pensar en Aleksei ni en su sufrimiento, ni en los duros momentos que atravesaban. Su padre había fallecido. No hubo una despedida, una última sonrisa o un último beso. Preparándose para ensayar, tres días después de aquella primera llamada telefónica, tras su misteriosa desaparición, fue el momento en el que pensó que no podía haber nada peor que aquello. Como tantas veces en su vida, Kat se equivocaba.

Los días pasaron sin una sola llamada de Aleksei o tan siquiera un mensaje, como le había pedido. Lo cumplió, como le había dicho, y ella solo pudo saber de él a través de los medios de comunicación, que se hicieron eco de la triste noticia. Aleksei, saliendo del tanatorio con su madre; Aleksei, tras unos cristales oscuros; Aleksei, en el cementerio, sosteniéndose en Marie. Y así llegó el día en el que la gira comenzaba. El señor Ivanov no los acompañaba, lo que era un pequeño alivio para Katerina, que, durante unas semanas, se sentiría libre de nuevo: un minúsculo respiro.

—Kat, tienes que llamarlo, no puedes seguir así —le decía su amiga día tras día, llegando a agobiarla.

—Te he dicho cientos de veces que me dijo que necesitaba un tiempo y es lo que estoy haciendo, dárselo. —Y no entendía por qué, pero lo estaba cumpliendo. Una parte de su cerebro no comprendía la sumisión con la que había aceptado el ruego estúpido de una persona incapaz de pensar con lucidez en esos momentos. Muchas veces, el impulso de llamarlo la vencía, y se lanzaba al móvil, buscando en la agenda su nombre, hasta que recordaba las fotos con Marie. No era solo respeto hacia una decisión unilateral; era rabia, impotencia, incomprensión. Y era duda, esa que no la mataba, pero que tampoco la dejaba respirar.

Se despidieron de Franz, que seguía ingresado, pues la recuperación era lenta y soporífera para el pobre chico, que estaba harto de aquellas cuatro paredes blancas. Cogieron después el avión que los llevaría a la primera ciudad rusa de la gira internacional. Katerina iba sumida en sus pensamientos, los mismos que no dejaban de taladrar su mente cada segundo del día. En el vuelo, las azafatas los reconocieron y les pidieron fotos y autógrafos, que, aunque no le apetecían, con una sonrisa fingida aceptó. Al ir al baño, vio a un par de asistentes de vuelo charlando con una revista de la prensa rosa, donde se especulaba sobre la reconciliación del exitoso bailarín y la violinista. Sin saber bien cómo ni por qué, la relación que tenía, o había tenido, con Aleksei se estaba esfumando como si hubiera sido un paréntesis.

Y de golpe el avión se le hizo pequeño. Necesitaba escapar, huir, lanzarse en paracaídas, pero sentirse a salvo, segura. Se encerró en el baño y se llevó una mano al pecho, boqueando en busca del oxígeno, que no llegaba su cerebro ni a sus pulmones. Dio golpes en la puerta para que la ayudasen antes de encontrarla muerta por asfixia; para una nueva estrella rutilante no hubiera sido lo mejor. Una azafata la llamó, golpeando también la puerta y pidiéndole que la abriese. Desde el suelo, consiguió abrirla, pero seguía ahogándose. La azafata se arrodilló y le explicó que se trataba de un ataque de pánico; le rogó que se calmara, mientras le ofrecía una bolsa para respirar en ella. ¿Cómo podía pedirle que se calmara cuando el amor de su vida volvía a los brazos de la otra? ¿Cómo demonios se vencían los ataques de pánico cuando no estaba segura ni del aire que respiraba? Anastasia llegó hasta ella, al ver que tardaba en regresar y al oír a la azafata pedir calma a una chica.

El incidente del avión se ocultó a la prensa y, cuando llegaron a su destino y fueron recibidos por la prensa internacional, nadie dijo nada. El ataque de pánico jamás había existido y la sonrisa en la cara de Katerina regresó.

Después de aquel día, se hizo una experta en las falsas sonrisas; en ocultar, bajo capas de indiferencia, que no le afectaba el mundo exterior; en mostrarse invencible y feliz. Si Kat hubiese sabido que todas aquellas poses iban a ser vistas por la persona que las había desencadenado y que alimentaban la duda en él, jamás lo hubiera hecho. Los malentendidos, a veces, pasan factura y los suyos acumulaban una importante suma en su cuenta.

Ir a la siguiente página

Report Page