BAC

BAC


Capítulo 2

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Capítulo 2

Llegaron a la finca. En la puerta, una nube de periodistas y unidades móviles de cadenas de televisión y radio dificultaban el acceso a la puerta principal, donde un grupo de agentes de la policía nacional armados con zetas vigilaban impasibles a la multitud agolpada tras las vallas. Cualquier primicia en una noticia de aquel calibre era carnaza para muchos periodistas.

Atravesaron lentamente los escasos cincuenta metros que les separaban de la verja. Su avance se interrumpía cada vez que un periodista gráfico se colocaba frente a los vehículos para tomar una instantánea de sus ocupantes. Diego supuso que los paparazzi tendrían la esperanza de capturar el sufrimiento de algún familiar destrozado para ganarse alguna portada.

A nivel oficial, no se había desvelado la forma en la que había ocurrido la muerte del exministro en su residencia de Ibiza. El gabinete de prensa de la policía municipal de Ibiza, aconsejado por el ministerio del Interior, introdujo las palabras fallo cardiaco en el parte inicial como posible causa de la muerte. La intención del ministerio de Interior era mantener el secreto el máximo tiempo posible para no entorpecer la investigación.

Una vez dentro del recinto de la finca, los coches se encaminaron a la casa, situada a unos doscientos metros de la puerta principal.

– ¡Menuda chabola! – exclamó Álvaro, mientras soltaba un silbido.

La finca era espectacular, como pudieron admirar los investigadores a través de la ventanilla del coche. A ambos lados del camino que recorrían, frutales de varios tipos, plantados equidistantes formaban líneas que se perdían en la distancia. Diego reconoció cerezos, olivos, almendros y eucaliptos. Al final del camino adoquinado, un impresionante caserío aparecía sobre una pequeña colina. Aprovechó el trayecto para enviar un WhatsApp a Olga.

– Ya casi estamos, te llamo en cuanto tenga alguna novedad. – escribió Diego.

Los coches pararon frente a lo que parecía la entrada principal, Sabino y Eva bajaron del primer coche y los esperaron en la puerta.

Al bajar del coche, un perro policía, un precioso ejemplar de pastor alemán, se acercó a Diego, olisqueándolo a la par que movía la cola.

– Yaco, ¡no! Ven aquí. ¡Sit! – un guardia civil lo llamó para que volviese a su lado.

El perro obedeció, se sentó sobre sus patas traseras mientras jadeaba y seguía a Diego con la cabeza.

Cuando los cuatro investigadores se agruparon, Eva se identificó al policía que vigilaba la entrada, quien les dejó entrar sin hacer ninguna pregunta.

La casa era luminosa, con cristaleras y claraboyas que permitían que la luz natural penetrase hasta los más recónditos rincones.

Eva preguntó por el inspector Fabra a un policía de paisano que estaba sentado en una mesa improvisada, aporreando las teclas de un portátil. El agente le contestó que los estaban esperando en la estancia de la siguiente puerta a la derecha.

Al entrar, vieron un grupo de policías uniformados agrupados en torno a otro que impartía instrucciones.

–  Sobre las cinco de la tarde vendrá la jueza a realizar el levantamiento del cadáver, no tenemos mucho tiempo. Los enviados de Interior están a punto de llegar… – interrumpió la frase al ver que se acercaba un grupo de cuatro personas. – Bueno, imagino que ya están aquí. Son ustedes los que envía Interior, supongo.

El inspector se acercó a ellos y los saludó con un apretón de manos, uno a uno.

– Agustín Fabra, de la Policía Nacional en Ibiza. – se presentó el policía. – Bienvenidos, justo ahora les comunicaba a mis hombres que estaban a punto de llegar. La jueza Barrios vendrá sobre las cinco, así que disponen de poco más de una hora. El inspector Mendoza los acompañará a la escena del crimen, si necesitan cualquier cosa, no duden en pedirla, tienen prioridad absoluta.

Un hombre de paisano, no muy alto, con el pelo totalmente blanco, se acercó y se presentó apresuradamente.

– Soy Mendoza. Síganme, por aquí… – con paso rápido, Mendoza los guió por el largo pasillo hasta unas escaleras situadas al final, a mano derecha.

Bajaron hasta una estancia amplia, una especie de sótano con ventanales, reconvertido en salón de juegos. Diego calculó que el recinto tendría unos ciento cincuenta metros cuadrados. Había una barra en la parte derecha de la entrada, múltiples sofás agrupados alrededor de mesas de juego, y al fondo, junto a una enorme chimenea, futbolines y tres mesas de billar. No faltaba nada, disponía incluso de máquinas recreativas instaladas a lo largo de una de las paredes. Unos potentes focos halógenos alumbraban una de las mesas de billar, donde se vislumbraba un cuerpo inmóvil. Tres personas estaban trabajando a su alrededor. Era la brigada científica.

– Bueno, aquí tienen a la víctima. Estos son los expertos que envía Interior. – dijo Mendoza, dirigiéndose a los policías científicos mientras con un gesto de la mano, señalaba al cuarteto que le acompañaba.

– Buenas tardes. – intervino Eva. – ¿Alguna conclusión preliminar?

– Hola. Parece ser que Castro estaba solo, sentado en aquel sofá de allí, bebiendo y fumando. – dijo el que parecía más veterano, señalando con su mano hacia la izquierda.

Se trataba de la zona donde había un gran sofá de piel blanca con visibles salpicaduras de sangre, situado frente a un televisor de última generación de enormes dimensiones.

– Castro recibió un fuerte golpe en la cabeza con un objeto muy pesado que lo dejó inconsciente o tal vez lo mató, ese dato no lo sabremos hasta que se le practique la autopsia. – continuó con su explicación el científico. – A continuación, parece que lo arrastraron hasta la mesa de billar, donde le propinaron más golpes en la cabeza con bolas de billar, a juzgar por las heridas. Creemos que al menos hubo dos atacantes. Por lo visto, cogieron un taco de billar, lo rompieron y clavaron un fragmento en la nuca. El otro pedazo fue introducido por su ano, como si lo hubiesen empalado. Suponemos que Castro ya estaba muerto cuando lo hicieron.

– ¡Que bestias! ¡Joder! – exclamó Sabino con un gesto de asco, como si realmente estuviese visualizando la macabra escena.

– Castro tiene la camisa rasgada desde abajo y le han escrito la palabra corrupto en la espalda, usando como lápiz la puntera de un taco impregnado en su propia sangre. Justo debajo hay tres letras más: BAC. Aún no sabemos de qué se trata, si es un nombre, iniciales o una palabra incompleta. Si hablamos de pistas, aquí dentro no hemos encontrado nada, hay restos de pisadas en alguna de las alfombras, centenares de huellas por toda la zona. La víctima no presentaba signos de lucha. No sé si queréis añadir algo. – resumió el agente, apuntando con la barbilla a sus dos compañeros.

– Bueno, hay que tener en cuenta la posible hora del suceso. – agregó la mujer que tenía a su derecha, más joven y con un notable acento canario que Diego reconoció al instante. – La compañía eléctrica lleva días haciendo obras de mantenimiento en la zona y ampliando la potencia de los transformadores, por lo que han estado realizando cortes programados del suministro. Es más que probable que el asesinato fuese cometido durante uno de estos cortes de electricidad, concretamente, el que tuvo lugar ayer de siete a nueve de la tarde.

– Sí, habían realizado otro por la mañana, pero sabemos que a esa hora Castro estaba vivo, ya que mantuvo conversaciones telefónicas con su abogado y uno de sus hijos. Lo hemos comprobado. – apuntó Mendoza. – Lo que tenemos claro es que no quedaba ningún miembro del servicio en la finca. Algunos empleados están de vacaciones y el resto los había enviado Castro a sus casas. Desde que lo detuvieron y lo dejaron en libertad bajo fianza, cada vez pasaba más tiempo solo. Durante un tiempo, esta casa fue el centro de la sociedad ibicenca, se daban lujosas fiestas casi a diario, pero todo cambió cuando fue detenido. La gente bien no quería verse mezclada con Castro y le dieron de lado, lo trataban como a un apestado, se lo pueden imaginar...

– ¿Dispone la casa de cámaras de seguridad? – preguntó Eva.

– Afirmativo, tiene un sistema de grabación continua en el perímetro de la finca y cubriendo puntos como la puerta principal. También hay instaladas cámaras en zonas de paso, como escaleras o pasillos, pero no disponen de batería, así que en cuanto realizaron el corte del suministro, dejaron de grabar y volvieron a ponerse en marcha a las nueve y veintitrés minutos, algo más tarde de lo anunciado por la compañía. Hemos comprobado que tuvieron un pequeño retraso en la colocación de un transformador. – respondió Mendoza.

– Tenemos que aprovechar lo que queda de día para intentar averiguar todo lo posible. Álvaro, encárgate de revisar las grabaciones de los días anteriores, si era algo planeado debemos tener imágenes de los asesinos rondando por la finca. Busca también que encuentras sobre esas letras, BAC.  – dijo Eva con la mirada ausente.

La capitán hizo una breve pausa intentando asociar aquellas letras con algo. No recordaba ningún grupo terrorista con esas siglas. Suspiró y prosiguió dando órdenes.

– Mendoza, supongo que ya se habrá realizado un reconocimiento del perímetro. Aun así, vuelvan a hacerlo, que se encarguen otros agentes, en grupos de mínimo cuatro personas y perros policía. Tienen que haber entrado por algún sitio y esta finca es enorme. Deben existir vallas rotas, muros de fácil acceso o árboles que sirvan de escalera para saltar al otro lado. No quiero que dejen ni un milímetro por explorar. Me gustaría poder hablar con la persona que encontró el cuerpo sin vida, si es posible. – dijo Eva.

Mendoza asintió y se alejó unos metros. Cogió su móvil y preguntó dónde se encontraba Sara. Sara Amaya era la empleada que había encontrado a Castro.

– Okey, gracias, bien. Hasta luego. – dijo Mendoza colgando el teléfono y acercándose a Eva. – Estará aquí en una hora, más o menos. Está en su casa con tranquilizantes. Les avisaremos cuando llegue.

– Vale, gracias. Mientras tanto, nosotros necesitaremos un rato a solas para hablar. Por favor, hagan una pausa, dejen lo que están haciendo en esta zona y saquen muestras de otras zonas, les avisaremos en cuanto hayamos acabado. – dijo Eva, seria y mirando a su alrededor.

Eva sacó unos guantes de su bolso, se los colocó y se acercó al cadáver. Mendoza, Álvaro y los tres policías científicos se alejaron comentando algo sobre el sistema de vigilancia. Diego le pidió guantes a uno de los científicos, que le entrego dos pares, uno para Sabino y otro para él. Se los acercó a Sabino y a continuación se puso los suyos.

– BAC, be, a, ce, ¿qué coño será esto? – dijo Eva, inclinada sobre la espalda del cadáver.

Se sacó el guante derecho y cogió su móvil.

– Hola Anna, soy Eva. Necesito que busques información sobre unas siglas o una palabra, Bravo, Alfa, Charlie, si… BAC, sí, tal como suena, BAC. Si encuentras algo llámame, ¿vale? Gracias, hasta luego. – pidió Eva a su interlocutora.

Guardó el teléfono en su bolso, que había depositado antes en el suelo, a unos metros de la mesa de billar, en una zona que les habían señalado como limpia. Se colocó de nuevo el guante en su mano derecha y se giró hacia Diego y Sabino, que se habían acercado al muerto y comentaban la postura en la que estaba el cuerpo.

– Es un asesinato muy violento, parece un ajuste de cuentas. Pero según el dossier que nos entregaron, Castro no tenía ningún tipo de conexión con ninguna mafia. ¿Qué piensas, Diego? – preguntó Eva.

Diego se volvió hacia ella, sorprendido. Era la primera vez que Eva lo llamaba por su nombre y le miraba a la cara.

– Tal vez se trate de un encargo, asesinos profesionales contratados por alguno de los imputados a los que traicionó Castro. No podemos descartarlo. Personalmente creo que no se trata de terroristas... Debemos centrarnos en encontrar una pista, por pequeña que sea, ¿qué dices tú, Sabino? – contestó Diego, con calma.

– Que no parece premeditado. Es como si alguien hubiese descargado toda su rabia sobre él. Fijaos en la cantidad de golpes que le han dado en la cabeza. Es muy posible que siguiesen golpeándolo estando ya muerto. Parece algo personal, o han querido que lo parezca. Lo que me descoloca es el taco clavado en la nuca, por no mencionar el del culo. Esto podría demostrar que al menos dos personas diferentes están implicadas en el asesinato, pero podrían ser más. – comentó Sabino Muguruza con voz grave y gesto de desaprobación, intentando no mirar el cadáver.

Eva volvió a apartarse unos metros para volver a llamar por teléfono, esta vez a Álvaro.

– Hola Álvaro. Sí, estamos en la escena del crimen. – dijo Eva. – Oye, imagino que ya tendrás gente intentando averiguar que significa BAC por Twitter, Facebook y resto de redes sociales. Habla con la CIA y que hagan lo mismo con WhatsApp. Si… ya sé que necesitaremos permiso de Gracia, ahora mismo le llamo, tú comienza a mover hilos. Venga, hasta luego.

A continuación, marcó otro número y se alejó un poco más para que nadie pudiese escuchar la conversación. Diego y Sabino seguían trabajando en el escenario del crimen y gesticulando como si arrastrasen un cuerpo invisible desde el sofá al billar, le pareció divertido.

– Hola, soy yo, ¿puedes pasarme con Gracia? Sí, es urgente. – dijo Eva observando con atención a sus compañeros, mientras esperaba. – Buenas tardes señor. Sí, todo va bien. Llamaba para ver cómo va lo de la Interpol y la CIA. Sí, deberían ponerse en marcha lo antes posible. En cuanto tengan algo, por favor, pásenle los datos a Pons. Sí, eso es todo de momento. No, no tenemos ninguna pista aún, le mantendré informado, señor. Adiós.

Colgó y fue a guardar de nuevo el móvil en su bolso, mientras observaba de reojo a Diego. Lo encontraba terriblemente atractivo desde el primer día que lo vio en el gimnasio. Nunca hubiese imaginado que era agente de policía y mucho menos que iba a trabajar junto a él. La sensación de control y confianza en sí misma se veía amenazada con la presencia de aquel hombre, y eso le hacía sentirse frágil, indefensa, estaba incómoda. Ella prefería tener el control, siempre.

En ese momento, Mendoza entró en el salón junto con otra mujer de avanzada edad. Detrás de ellos una pequeña comitiva formada por dos policías de uniforme, un señor trajeado, dos enfermeros y los tres miembros de la policía científica que volvían a la escena del crimen. Se trataba de la jueza, que se disponía a realizar el levantamiento del cadáver.

– Buenas tardes, señores, siento interrumpir su trabajo, pero no podemos alargarlo más. Soy la jueza Manuela Barrios, del juzgado número dos de Palma de Mallorca. Los forenses están esperando en el laboratorio para realizar la autopsia, los familiares nos están presionando. – dijo Barrios sin ofrecer tiempo para más presentaciones.

Los enfermeros desplegaron una camilla y se dispusieron a abrir una bolsa de color gris oscuro con una cremallera. La extendieron en el suelo y tras ponerse unos guantes, se encaminaron hacia el cuerpo sin vida que yacía apoyado en la mesa de billar. Cuando incorporaron a Castro, los científicos hicieron infinidad de fotografías y tomaron unas cuantas muestras del pecho y la cara de Castro. A continuación, los enfermeros trasladaron el cuerpo a la bolsa y posteriormente subieron ésta a la camilla, con la ayuda de uno de los policías. Mientras tanto, la jueza dictaba en voz alta a su ayudante, solemnemente la fecha, hora y lugar de los hechos, dando fe de la muerte el doctor Ribas, uno de los miembros de la policía científica y dos testigos más, Mendoza y uno de los policías que lo acompañaba.

Para no entorpecer las labores de la jueza, Eva propuso a Mendoza y a sus compañeros realizar una pausa. Hacía un calor horrible, la humedad era altísima y a todos les pareció buena idea. Llamó por teléfono a Álvaro, al que comunicó que estarían reunidos en la planta superior, en una terraza en la parte de atrás de la casa, donde no daba el sol.

Con una botella de agua en la mano y una Coca-Cola en la otra, Diego seguía a Sabino, Eva y Mendoza, que los guiaba a la terraza. Una vez allí, esperaron a Álvaro para hacer un repaso de lo acontecido.

Álvaro llegó con novedades, al parecer tenían una pista sobre las siglas BAC. Un grupo usuarios españoles de WhatsApp, indignado acerca del nivel de corrupción en el país, había mantenido conversaciones sobre la necesidad de crear una especie de GAL para acabar con la corrupción. Álvaro pasó al resto de componentes del equipo una copia impresa del fragmento de la conversación y otra página donde constaban los teléfonos y datos de los miembros del grupo. También les comentó que tenían copia digital de aquellos documentos en el servidor.

– Diego, contacta inmediatamente con Pérez y que ordenen la detención de estos sujetos, están en vuestra jurisdicción. De forma urgente, por favor. – dijo Eva.

Diego preguntó por un lavabo y, después de parar un momento a orinar, se lavó las manos y aprovechó para refrescarse la cara. Entonces se dirigió a una sala cercana para hablar con Olga, su enlace en el caso, para que a su vez le transmitiese la información a su jefe.

El inspector repasó rápidamente la documentación que les acababa de proporcionar Álvaro. Clara y Carlos Marín eran hermanos, Gemma Cuenca era la pareja de Clara. Todos vivían en pueblos de la periferia de Barcelona. Los tres habían hecho comentarios en un grupo de WhatsApp sobre la formación de un grupo para ajusticiar a corruptos. Por el tipo de comentarios y la forma de escribir, Diego dedujo que se trataba de gente con un nivel cultural medio, tirando a alto. El tono de los mensajes, aunque no falto de energía y rabia, parecía más bien jocoso. Sin dudarlo un momento, descartó mentalmente que fuesen los autores del crimen, ni que tuvieran nada que ver, pero incluso así, obedeció la petición de Eva. Aquellos comentarios parecían algo puntual, motivados por la publicación en el grupo de un enlace con el enésimo caso de corrupción política que se había destapado.

– Un calentón así lo tiene cualquiera, si tuviésemos que detener a todos los que hayan proferido alguna amenaza a otra persona, la gente no cabría en las cárceles… – pensó Diego sonriendo, mientras marcaba el teléfono de Olga.

– ¡Hola churri! – bromeó cuando ella atendió su llamada. Sabía que no le hacían gracia esos apelativos cariñosos, pero él disfrutaba picándola.

– Oye, tenemos novedades. – continuó Diego, ya en un tono más serio. – Te estoy reenviando un email con dos documentos, una conversación de WhatsApp y los datos de los autores. Hay que procesar orden de detención urgente e interrogarlos, pero ya te adelanto que no son ellos.

– Vale, se lo traslado a Pérez ahora mismo, está en su despacho ¿Cómo ves el tema? – contestó Olga.

– Aún es pronto, de momento esto no hay por donde pillarlo. –  contestó Diego con sinceridad. – Como los de la científica o los forenses no encuentren alguna prueba sólida, no sé ni por donde vamos a comenzar.

Siguieron hablando durante unos minutos, sobre temas rutinarios, más que nada por sentirse juntos. Se despidió de Olga con la promesa de volver a hablar aquella misma noche.

Diego volvió a la terraza, donde el grupo seguía reunido. El inspector Mendoza ya no estaba allí. Los investigadores charlaban sobre las BAC. De los mensajes de WhatsApp, habían deducido el significado del acrónimo: Brigadas Anti-Corrupción.

– No son ellos. –  los interrumpió Diego mientras se sentaba.

Dio un trago a la Coca-Cola, ya caliente. Dejó la lata sobre la mesa y cuando levantó la vista, solo vio tres miradas inquisitivas en silencio.

– ¿Cómo lo sabes? – dijo Eva, intentando usar un tono mucho más suave que lo que dejaba entrever su mirada.

– Intuición, sentido común. No puedo asegurarlo al cien por cien, por supuesto. – contestó Diego. – Reflexionad. ¡Es un disparate! Un padre de familia, su hermana pequeña y la pareja de esta última. Todos con estudios superiores y un buen puesto de trabajo. ¿Veis a un grupo así confabulándose para asesinar a un político corrupto...? No es muy frecuente, la verdad, no dan el perfil de asesinos. Sé que no tenemos mucho por donde comenzar, pero no esperéis mucho de los interrogatorios de estos guasaperos. ¿Sabemos algo de los grupos que han estado peinando el perímetro de la finca?

– Veo un poco precipitado opinar sin tener datos. – dijo Álvaro, con mirada incrédula. – Prefiero esperar a ver que nos dicen.

Sabino, que había acompañado con movimientos de su cabeza cada frase de Diego, se puso en pie, estiró los brazos hacia el cielo, desperezándose.

– Estoy de acuerdo con Diego, pero por algo tendremos que empezar. Igual no son los autores materiales, pero quizás son miembros de la banda, o los líderes, nunca se sabe... – dijo Sabino. – Supongo que en unas horas tendremos una transcripción de las declaraciones de los supuestos fundadores de BAC, o con suerte, podremos ver los videos. Mientras tanto, prosigamos con…

Mendoza irrumpió casi corriendo en la terraza interrumpiendo a Sabino, que lo miró con cierto asombro.

– ¡Disculpen! Han encontrado un agujero el cercado de la finca y van a interrogar a algunos vecinos y trabajadores de la finca para averiguar si han visto algo sospechoso. Si lo desean, pueden acompañarme. – dijo Mendoza, con la respiración algo alterada. – Por cierto, en quince minutos llegará Sara Amaya, una unidad la trae de camino. Les he dicho que la hagan pasar al comedor y les avisen en cuanto lleguen.

– Perfecto, cuando volvamos habláis con ella. Vamos a ver el posible punto de entrada a la finca. – dijo Eva a sus compañeros.

Eva fue la primera en seguir a Mendoza, con gesto serio. El resto del grupo los acompañó en silencio. Mendoza continuaba con la explicación mientras se encaminaban al supuesto lugar por donde habían entrado los asesinos.

– Los perros han encontrado un rastro y es probable que la valla rota sea el punto en entrada. Por aquí… – les indicó con la mano Mendoza señalando la dirección que debían seguir. –  Es en la parte norte de la finca.

El calor, pese a la hora, era casi inaguantable. El litoral Mediterráneo, islas Baleares incluidas, sufría una ola de calor desde el fin de semana anterior, con altas temperaturas incluso de noche. Diego, situado en último lugar, unos metros por detrás, observaba a sus compañeros, en especial a Eva, que se estaba haciendo una coleta para apartar la melena rubia de su espalda. No le había gustado la forma en que lo había mirado Álvaro minutos atrás.

Llevaban andando más de cinco minutos, en silencio, atravesando por un sendero de grava situado entre los frutales. Avistaron junto a la valla un grupo de policías con un perro que se refugiaban en la sombra. Eran casi las siete de la tarde y el sol calentaba como si fuesen las cuatro. Cuando vieron al grupo que se acercaba encabezado por Mendoza, los agentes se acercaron a la valla.

– ¿Buenas tardes, que tenemos aquí? – dijo Mendoza con voz alegre, mientras buscaba alguna evidencia en la zona desde la distancia, consciente que no debía alterar las posibles pruebas.

– Hemos encontrado un trozo de valla que ha sido cortada recientemente. – explicó uno de los policías, con acento andaluz. – Como podrán apreciar, parece que se puede abrir un hueco lo suficientemente grande para que pase una persona adulta. Han intentado disimular el agujero colocando la valla en su posición original con unos alambres.

Además, tiene un arbusto seco delante, que tapa el corte parcialmente.

– ¡Ya tenemos por dónde empezar! – suspiró Sabino. – ¿Han encontrado algo más? Una huella, herramientas, no sé, ¡algo…!

– Viene de camino la científica, ya están avisados. – dijo Mendoza, con gesto altivo. – Estábamos esperando que lo viesen para poner unas vallas para delimitar la zona. En la parte de fuera ya están trabajando, como podrán comprobar.

Diego observó cómo dos agentes custodiaban la parte exterior del vallado. Habían colocado unas vallas amarillas para impedir el paso a los curiosos, que comenzaron a aparecer al notar el movimiento. Varios periodistas hicieron fotos al grupo de investigadores que se hallaba en el interior de la finca.

– ¡Perfecto! – exclamó Eva, alejándose y dando la espalda. – No duden en avisarnos si encuentran alguna pista clara. No perdamos el tiempo aquí, dejemos que los científicos procesen la zona. Volvamos a la casa, la persona que encontró el cuerpo de Castro debe estar allí.

Diego, en silencio, unos metros atrás, observaba el terreno. Desde luego, aquel parecía un buen sitio por el que entrar a la finca, con acceso desde un sendero paralelo poco transitado y un buen ángulo de visión del camino principal que llevaba hasta la finca.

El inspector felicitó al grupo de policías que había encontrado el agujero. Los investigadores dieron las gracias y siguieron a Mendoza camino a la casa. Diego se giró un par de veces para observar el agujero desde la distancia. Su móvil emitió un sonido y vibró al mismo tiempo. Era un mensaje de Olga.

– Salen a detener los sospechosos de Barcelona. – comentó Diego a sus compañeros tras leerlo. – En cuanto puedan nos ampliaran los detalles.

– Muy bien. Si no os importa, hablad vosotros con Sara Amaya, después nos reunimos los cuatro para poner en común lo que tengamos. – comentó Eva, dirigiéndose a Sabino y Diego.

Al llegar a la casa, tras pasar por el cuarto de baño para refrescarse, los dos investigadores encargados del interrogatorio se dirigieron al comedor, siguiendo las indicaciones de uno de los policías que se encontraron en el pasillo principal.

La casa era enorme, al final del pasillo de la planta baja, a mano derecha, se encontraba el comedor. Entraron en una amplia estancia de unos cincuenta metros cuadrados con cristaleras que daban al jardín. Unas cortinas venecianas color marfil impedían que el sol entrase por los ventanales. En una mesa situada cerca de la entrada, les esperaba una mujer acompañada por un par de policías de paisano. Los dos policías se retiraron y dejaron a Sara Amaya a solas con los investigadores.

Sara era una mujer de unos treinta y cinco años, menuda y delgada. Diego apreció al instante que estaba muy nerviosa a juzgar por la postura y los gestos que hacía al hablar. Estaba incómoda.

– Hola señorita Amaya. – le saludó Sabino, inclinándose para darle la mano. – Soy el inspector Sabino Muguruza. Este es mi compañero, el inspector Diego González. Tenemos entendido que usted encontró al señor Castro esta mañana. Nos gustaría hablar de los hechos, si no le importa.

– Claro, lo que necesiten. – contestó Sara, cabizbaja.

– ¿Puede contarnos lo ocurrido desde que llegó esta mañana a la finca? Suponemos que ya habrá tenido que repetir el relato unas cuantas veces en lo que va de día, pero piense que cualquier detalle puede ser clave para la resolución del crimen. – le indicó Diego, mientras ponía su Smartphone en modo grabadora. – Usted tranquila, respire hondo y comience cuando esté preparada. Repito, cuéntenos hasta el más mínimo detalle que recuerde.

– Vale. – dijo Sara tragando saliva y haciendo una breve pausa. – Llegué a la puerta de la finca como cada día, sobre las ocho de la mañana, bueno, realmente a las ocho y diez, hoy me había retrasado, era un poco más tarde… Verán, normalmente mi pareja me trae al trabajo y esta mañana se había dormido. Me dejó en la puerta y se marchó a trabajar. La puerta de la entrada estaba cerrada, así que tuve que abrir yo.

Diego permanecía impasible, observando cada movimiento de Sara, cada caída de ojos, como se apartaba el pelo de la cara mientras hablaba. Sabía que esos gestos sin aparente importancia podían ocultarse intentos de distracción o actos reflejos en caso de engaño. Tomaba notas en su libreta de tanto en tanto. Era consciente que aquello solía poner nerviosas a las personas que eran interrogadas.

– ¿Tiene usted llave? – intervino Sabino. – ¿Normalmente se encuentra esa puerta abierta o cerrada?

– Sí, tengo llave, y sobre la puerta, depende. Normalmente cuando llego está abierta… Si la señora Paquita, la encargada, llega antes, la deja abierta. – contestó Sara diligentemente. – Pero a veces está cerrada, depende si Paquita se para a comprar en el mercado o se entretiene hablando con algún vecino, así que no me extrañó que estuviese cerrada. Abrí la puerta principal y me dirigí a la finca por el camino. Entré por la puerta de entrada del servicio, la que está en el lateral de la casa.

Hizo un gesto señalando en dirección a la puerta.

– Si no le importa, mejor vayamos fuera y reconstruyamos sus pasos. – indicó Diego.

Cerró su libreta llena de garabatos y la dejó junto al borde de la mesa. Cogió el móvil para poder seguir grabando la conversación.

– Vale. – dijo Sara, levantándose. – ¿Puedo encenderme un cigarrillo? Estoy un poco nerviosa.

– Por supuesto, fume usted si quiere. Pero continúe con el relato. – respondió Sabino.

Salieron al jardín por una de las enormes cristaleras que flanqueaban el comedor. Una vez fuera, Sara encendió un cigarrillo y expulsó el humo mirando hacia arriba mientras se dirigían la puerta de servicio, situada en el mismo lateral de la casa, a unos veinte metros de distancia.

– Ésta es la puerta por la que suelo entrar. – dijo Sara, parándose delante y dando otra calada al cigarrillo.

Había dos agentes de uniforme junto a la puerta, vigilando que no se alteraran unos posibles rastros de huellas que la brigada científica había marcado en el suelo. Diego miró la puerta con detenimiento. Comprobó que no tenía cerradura, tan solo un pestillo en la parte de dentro. Sara apagó el cigarrillo casi entero en un cenicero de pie colocado para ese fin a unos metros de la puerta y volvió al lado de Diego.

Uno de los guardias, con guantes en sus manos, les abrió la puerta para dejarlos pasar y entró tras ellos. Les recordó que no debían tocar nada.

Pasaron a un distribuidor que conducía a la cocina y al almacén.

– ¿Sigo? – preguntó Sara.

– Sí, por favor. – le indicó Sabino, haciéndole un gesto para que pasara delante de ellos.

– Pues dejé mi bolso en el almacén. Tenemos un colgador para dejar nuestras cosas y un pequeño cuarto para cambiarnos, pero yo suelo venir cambiada de casa. – continuó explicando Sara.

El agente pasó delante de ellos, abrió la puerta del almacén y encendió la luz, aunque no era necesario, ya que entraba luz suficiente por una ventana situada en una de las paredes. Entraron al almacén y Sara señaló la percha y la puerta del fondo, donde estaba el cuarto que había mencionado.

– Después cerré la puerta y fui al cuarto de baño, a hacer mis necesidades… – dijo Sara, ruborizada, bajando los ojos avergonzada y señalando dirección al pasillo. – Cuando acabé, cogí los trastos de limpiar y me fui a hacer los cuartos de baño de la planta de arriba.

Sara hizo el ademán de dirigirse hacia la planta de arriba por unas escaleras situadas entre el almacén y la cocina. Sabino con un gesto le indicó que se detuviera.

– ¿Cuánto tiempo estuvo en la planta de arriba? ¿Escuchó usted algo raro? – intervino Sabino. – Creo que no es necesario de momento, no hace falta que subamos, continúe por favor.

– Bueno, ni vi ni escuché nada raro. Saben, cuando limpio pongo la radio, pero uso los auriculares, solo en un oído, por si me llaman. – explicó Sara. – Me gusta escuchar música mientras trabajo, se hace más ameno. Estuve una hora y media, supongo... En la planta de arriba hay dos lavabos y dos cuartos de baño completos, ¿los han visto? Son muy grandes y a los señores les gusta que estén bien limpios, así que lleva su tiempo dejarlos bien.

– O sea que serían aproximadamente las nueve y media cuando terminó los baños, ¿no? ¿Qué hizo a continuación? – preguntó Diego, que estaba empezando a impacientarse.

– Pues bajé a fumar un cigarro al mismo sitio donde hemos estado antes. Aproveché para hablar un rato por WhatsApp con mi novio y unas amigas. Después volví a coger los trastos de limpiar y me fui hacia la sala de juegos. Me extrañó que las persianas estuviesen bajadas, así que las subí. Son automáticas, ¿saben? Suben solas por la mañana y bajan solas por la noche. Como están de obras con la luz, pensé que igual había saltado el automático. – explicaba Sara.

Diego, atento, analizaba los gestos de la expresiva Sara. No notó nada raro. Tomó nota mental para que Álvaro comprobase los horarios con los mensajes que Sara había mencionado.

– Comencé a pasar el aspirador desde la entrada y al momento, vi algo raro, un bulto extraño sobre una de las mesas de billar. Dejé el aspirador y me acerqué. – dijo Sara, a quien se le comenzó a quebrar la voz. – Y vi al señor Julio allí, tumbado boca abajo… Enseguida noté que estaba muerto, había mucha sangre, no respiraba…

Sara rompió a llorar y Diego le tendió un pañuelo de papel mientras le subía la barbilla y la miraba a los ojos. Tenía unos ojos marrones grandes, muy expresivos.

– Sara, intente recordar. ¿Tocó usted algo? ¿Comprobó si Castro respiraba? – dijo Diego intentando tranquilizarla con sus manos sobre los hombros de Sara.

– Diría que no, pero estaba muy nerviosa… No sé, me puse a llorar y llamé a gritos a la señora Paquita. Como pensé que estaba sola, salí fuera, encendí un cigarro para intentar calmarme y llamé a mi novio para que avisara a la policía. Yo no tenía el número de teléfono y estaba asustada. En quince minutos o así llegó una patrulla y comenzaron a llamar a más gente y hacerme el mismo tipo de preguntas que me están haciendo ustedes ahora – respondió sollozando Sara a la vez que se apartaba de Diego. – El señor Julio tenía sus cosas, mal genio, pero no era mala gente, pobrecillo.

Y se puso a llorar otra vez. Se la veía realmente afectada. Diego sabía que esas reacciones eran difíciles de controlar o simular.

– Bueno, cálmese señorita Amaya. – le dijo Sabino, usando un tono de voz más dulce de lo habitual en él. - Muchas gracias por la información, creo que nos será muy útil. Creo que eso es todo de momento, ¿no?

Diego asintió con la cabeza a la respuesta de su compañero. Con un gesto indicó que podían volver a la calle. El agente cerró las puertas a medida que avanzaban.

Los inspectores dieron las gracias al agente y acompañaron a Sara hasta la entrada de la casa. Una vez allí se despidieron de Sara e indicaron a los policías de paisano que la llevaran a su casa.

Diego y Sabino se quedaron fuera. Sabino se encendió un cigarro mientras ambos seguían con la mirada al coche que llevaba a Sara de vuelta a su casa. El vehículo se alejó por el camino de salida de la finca lentamente, sin hacer apenas ruido.

Sabino llamó por teléfono a Álvaro para que confirmaran la versión de Sara y de su novio. La respuesta de Álvaro fue inmediata. Le contestó que ya lo habían hecho los policías que la habían interrogado aquella mañana, que todo estaba en orden.

– Menudo marrón nos ha caído… – dijo Sabino a Diego tras colgar, mientras expulsaba el humo lentamente. –  Y que calor que hace, ¡la hostia!

– Sí, tienes razón, en las dos cosas… – sonrió Diego con una mueca.

Diego aprovechó la pausa para responder a los WhatsApp de sus amigos, que organizaban la despedida de soltero de su amigo Ramón. La última propuesta de Rubén, que había sido elegido responsable. Fin de semana a Ibiza. Que original…

Aprovechó para llamar a Olga y ponerla al día de la charla con Sara. Fue una conversación breve y de carácter meramente profesional, dado que Sabino estaba cerca.

Cuando finalizó la llamada, los dos inspectores se dirigieron a la terraza donde les estaban esperando Álvaro y Eva. Tenían que poner en común todos los hallazgos sobre el caso y exponer teorías.

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