BAC

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Capítulo 58

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Capítulo 58

Pasaban tres minutos de las doce del mediodía. Eva, Diego, Olga y Álvaro entraron en una apartada sala de la segunda planta de la comisaría. En ese orden. Pasaron en silencio y ocuparon las cuatro sillas libres que había dispuestas en un lado de la mesa. Frente a ellos, cuatro hombres. Cuando todos los ocupantes de la sala se tomaron asiento, el mayor de los presentes en la reunión tomó la palabra. Era Santamaría, secretario de Estado de Interior.

– Buenos días. – dijo Santamaría con voz amable.

– Buenas tardes. – respondieron los investigadores, casi a la vez.

Diego observó uno a uno a los hombres que tenía sentados frente a él. En el extremo más alejado de la mesa, frente a Álvaro, se hallaba su jefe, Pérez, quien pareció rehusar mirarlo. Le sorprendió. A la derecha de Pérez se hallaba Santamaría, el representante del gobierno, el hombre que le ponía nervioso con sus carraspeos. Al lado de Santamaría, justo frente a él, se hallaba un hombre al que no conocía, de semblante serio y mirada fría. Junto al desconocido, frente a Eva, su superior, Gracia, el responsable de la investigación de los BAC.

– Bueno, antes que nada, me gustaría presentaros a José María Ezquerro, intendente de la Ertzaintza, que tanto nos han ayudado en esta investigación. Todo y que Sabino y Ander no se encuentran aquí, ha querido acompañarnos en esta reunión. Señores, queremos felicitarles por el impresionante trabajo que habéis realizado. – dijo Santamaría, con sus manos entrelazadas sobre la mesa.

Diego notó que los gestos de Santamaría no eran naturales, eran fruto del ensayo, aprendidos tras largas horas de práctica. Era común entre los políticos. La frase con la que había finalizado la presentación era reveladora. Los estaban felicitando por un trabajo que teóricamente estaba inacabado. Con la mosca detrás de la oreja, buscó de nuevo los ojos de su jefe. Que Pérez volviese a apartar la mirada le confirmó que algo raro estaba ocurriendo.

– Gracias. – contestó Eva, diplomática. – Eso ha sonado extraño.

Eva también lo había notado, y, a juzgar por las expresiones faciales de Álvaro y Olga, ellos también.

– ¿El qué? – preguntó Santamaría con una falsa sonrisa en su demacrada cara.

– Su felicitación. Ha sonado un poco extraña, como cuando te dan la enhorabuena por tu excelente preparación para un puesto de trabajo, pero le dan el puesto a otro. Por favor, sin rodeos, ¿qué está pasando aquí? – preguntó Eva de forma directa.

Aquella comparación y lo directo de su pregunta sorprendió a los que se sentaban frente a los investigadores. Se miraron entre ellos, sin saber que decir, hasta que finalmente, Santamaría habló de nuevo.

– Está bien… sin rodeos. Gracias a su trabajo, hemos podido desactivar a los BAC y detener su carnicería. Damos por finalizado su trabajo… Como les he dicho, estamos muy orgullosos de todos ustedes, por el excelente trabajo realizado, por su compromiso y dedicación. – explicó Santamaría.

Diego analizó los gestos de las personas que tenían frente a él. Aquellos cruces de miradas tras la pregunta de Eva, la sensación de incomodidad, aquel oscuro silencio hasta que Santamaría tomó de nuevo la palabra, podía indicar que la decisión de dar por acabada la investigación no era consensuada. Pensó que tanto Gracia, como Pérez y Ezquerro no estaban de acuerdo con la decisión, por eso habían declinado la oportunidad de dar explicaciones. El secretario de Interior seguía enalteciendo el trabajo de todo el operativo policial desplegado esas dos semanas para lograr acabar con la mayor amenaza de la seguridad nacional desde los ataques del 11-M.

– …y, como les digo, me gustaría transmitirles el agradecimiento del presidente y el resto de componentes del gobierno. Todos nos iremos hoy a dormir más tranquilos sabiendo que ha desaparecido una amenaza como los BAC. Sabiendo que se ha desarticulado una banda terrorista, unos asesinos que… – continuaba Santamaría.

– Perdone que le interrumpa, pero no entiendo porque no se ha publicado ninguna noticia al respecto. Son más de las doce y todavía no se han hecho públicas las detenciones, no hay titulares en la prensa, ni ruedas de prensa. – dijo Álvaro, muy serio.

Santamaría aflojó su corbata, su característico carraspeo y el silencio que lo siguió pusieron en evidencia lo comprometido de aquella situación.

La tensión subía por momentos y parecía que el secretario de Interior no iba a recibir la ayuda de las personas que lo flanqueaban, pese a las miradas rogatorias que les lanzaba. Finalmente, decidió contestar.

– Señores, no ha sido una decisión fácil. Tras largas horas de discusiones, el gabinete de Interior, junto con el gabinete presidencial, han decidido que, de momento, no se van a hacer públicas las detenciones de los BAC. – dijo Santamaría.

– Pero… – trató de intervenir Olga.

– Dejen que termine, por favor. – interrumpió Santamaría. – Sabemos que, en un estado de derecho como el nuestro, con libertad de prensa, esta decisión puede parecer extraña, pero pensamos que es una situación excepcional, muy delicada. El país está sumido en una crisis económica y social sin precedentes, creemos que lo último que necesita la población es preocuparse por una banda terrorista. De este modo, damos por concluidas las investigaciones de los asesinatos, y, dado que disponemos de cuerpos especializados en terrorismo, ellos se encargarán de finalizar las investigaciones pertinentes. Depositaremos en ellos la responsabilidad de desarticular las células terroristas que sigan en activo.

Diego constató que las palabras de Santamaría no dejaban lugar a dudas. Estaban apartados del caso. Todos. Sin opción a protesta. No lo había dicho explícitamente, pero era así, de facto. Un discurso de agradecimiento era suficiente. Sin una explicación en condiciones, sin la aprobación de los cuerpos de seguridad implicados en la investigación, sin comunicar a la población las detenciones. Estado de derecho. Sonrió sin sonreír. Tuvo que hacer un verdadero esfuerzo por no discutir aquella decisión, más propia de una dictadura que de una democracia avanzada.

– Bueno, gracias por todo. – dijo Diego levantándose. – Ha sido un placer. Supongo que podemos irnos, ¿no? Por cierto, Ángel, llámame y me dices que hago a continuación. Espero órdenes.

– Emmm, sí, eso es todo, gracias de nuevo. Ha sido un honor trabajar con ustedes, de veras. – dijo Santamaría, claramente sobrepasado por la responsabilidad de comunicar aquella decisión del gobierno.

El secretario de Interior se puso en pie y dio la mano a los investigadores, uno a uno, gesto que fue imitado por Ezquerro, Gracia y Pérez.

En orden inverso al de entrada, los investigadores salieron de la sala, serios y cabizbajos, con el ceño fruncido.

– Olga, Diego, esperad un momento, tengo que hablar con vosotros. – dijo Pérez, con la voz algo quebrada.

Eva y Álvaro, a requerimiento de Gracia volvieron a entrar en la sala. Santamaría desapareció por el pasillo sin decir nada más, acompañado por Ezquerro, quien no había soltado una palabra durante la reunión.

– Dime. – dijo Diego, con los brazos cruzados y apoyado en la pared, sobre su hombro bueno.

Olga estaba a su lado, con la misma actitud. Pérez miró a sus dos inspectores y puso primero la mano derecha en el hombro de Olga, después su mano izquierda en el hombro de Diego.

– Yo no estaba de acuerdo con la decisión, ha venido desde arriba, muy arriba, como habéis podido escuchar. Tampoco podía hacer mucha presión, ya que estábamos, como decirlo… de prestado. El caso Valero es el único que estaba en nuestra jurisdicción y, aun así, los jueces los han agrupado en un caso único, pasando a ser competencia de la Policía Nacional. – explicó Pérez haciendo una breve pausa que aprovechó para retirar sus manos y meterlas en los bolsillos de su pantalón. – Sé que os jode… también me jode a mí, mucho, pero como os digo, no había nada que hacer. Lo siento.

– ¿Y ahora que va a pasar? – preguntó Olga. – ¿Quién sigue con los casos? ¿Eva y Álvaro?

– No. Solo sé que han formado una comisión especial para el seguimiento de la investigación donde no va a estar ninguno de los que ha investigadores que han participado en ella. Sí, es extraño, todos lo hemos dicho, pero así lo han decidido. – respondió Pérez.

Tenía la voz rasgada, estaba casi afónico. Diego pensó que su jefe había defendido su postura hasta el límite. Tenía que haber discutido mucho para acabar con las cuerdas vocales castigadas de aquella manera. Oyeron como Eva discutía con Gracia dentro de la sala, así que se alejaron y se quedaron hablando junto a la puerta de salida de la comisaría.

– ¿Qué piensas Diego? Estás demasiado callado… Habla. – dijo Pérez, preocupado por la forma en que Diego lo miraba.

– No sé…Hay algo extraño, a mí me huele raro. – respondió Diego encogiéndose de hombros.

– ¡Ya te digo! Igual es la forma de actuar en casos así, quien sabe… – añadió Olga.

– Sí, es raro de cojones, no sé si será lo normal pero raro, un rato… Bueno, he hablado con mis superiores y me han dado permiso para que os cojáis un par de semanas extra de vacaciones. Para que descanséis un poco. También han aprobado una gratificación por los servicios prestados, una compensación por la dedicación. Os lo merecéis, no hay duda. – dijo Pérez, intentando sonreír.

Olga miró a Diego y pensó en el viaje a Grecia, ese viaje que ya no harían, al menos juntos.

– Bueno, se agradece el detalle… Entonces, ¿ya está? ¿Eso es todo? ¿Nos vamos a nuestras casas? – insistió Olga.

– Si Olga, así es. Si queréis, volvemos juntos a Barcelona. – contestó Pérez.

Olga volvió a mirar a Diego. Sin esperar su respuesta, contestó de forma afirmativa.

– Entonces, acompáñame al hotel, recojo mis cosas y nos vamos, ¿no? – dijo Olga.

– Sí. – contestó Pérez. – ¿Y tú, Diego?

– Yo no sé qué voy a hacer… Igual me quedo esta noche por aquí. Necesito digerir todo esto. Gracias por el ofrecimiento, pero me quedo. – dijo Diego.

En ese momento, Eva y Álvaro se acercaban por el pasillo, a paso ligero, airados. Unos metros detrás, cabizbajo y con apariencia tranquila, los seguía Gracia.

– ¿Qué vais a hacer vosotros? ¿También tenéis vacaciones? – preguntó Eva, con algo de retintín en el tono y la respiración algo alterada.

– Sí, yo me vuelvo ahora a Barcelona. – dijo Olga mirando a Pérez.

– Adiós. Gracias por todo, ha sido un placer trabajar con vosotros. Hasta otra. – se despidió Gracia cuando pasó al lado del grupo, sin apenas detenerse.

Diego levantó su mano derecha a modo de despedida. Olga inclinó su cabeza. Eran conscientes que tampoco era culpa de Gracia.

– Pues eso, que me vuelvo a Barcelona con mi jefe. Aquí no hay nada que hacer. – dijo Olga retomando la conversación.

– Yo me quedo, al menos hoy. – respondió escuetamente Diego.

Esperaba que Eva se quedase también, necesitaba estar con ella, hablar de todo lo ocurrido.

– Sí, yo también me quedo unos días por aquí, a disfrutar de esas vacaciones extras que nos han dado. – preguntó Eva.

– Yo también me quedo. – dijo Álvaro. – Quiero visitar un par de sitios antes de volver a Madrid.

– Entonces, ¿quedamos para comer? – preguntó Eva a Diego y Álvaro.

También miró a Olga, quien a su vez se giró hacia Pérez, que se había apartado un poco y hablaba por teléfono.

– No, me voy, no quiero hacerlo esperar. – dijo Olga.

Olga se acercó a Diego y le dio dos besos seguidos de un fuerte abrazo. Repitió el gesto con Eva y Álvaro.

– Bueno, a Diego lo veré pronto, espero que sigamos en contacto. Ha sido un lujo trabajar con vosotros, he aprendido mucho. ¡Cuidaros! – dijo Olga dirigiéndose a Álvaro y Eva.

– Claro que si guapísima. Dalo por hecho. Tú también. – dijo Álvaro.

Eva simplemente sonrió y asintió con la cabeza. Olga se acercó a su jefe, que seguía enfrascado en una conversación telefónica y ambos salieron del edificio. Pérez, desde la puerta, se giró y se despidió desde la puerta sin dejar de hablar por teléfono.

– Bueno, entonces, ¿quedamos para comer? Yo tengo que pasar por mis cosas al despacho que me han prestado y en diez minutos estoy aquí. – dijo Álvaro.

– Yo recojo en dos minutos, te esperaré en la calle. – dijo Eva señalando la puerta.

– Lo mismo digo, nos vemos en la calle en unos minutos. – dijo Diego.

El inspector se dirigió a la sala donde estaban interrogandos a Ramón y recogió su móvil. Después se encamino al cuarto de baño. Todo aquello le había revuelto el estómago, literalmente. Sentado en la taza del váter, sacó el móvil de su bolsillo y se dispuso a leer algunos mensajes mientras hacia sus necesidades. La media hora de carga había dejado a su móvil con un escaso catorce por ciento de batería. Sorprendido, comprobó que el grupo de WhatsApp donde intercambiaban documentación y mensajes ya no estaba, había desaparecido. También los documentos de la carpeta compartida. Tampoco tenía acceso al servidor. Tenía que hablar con Álvaro, quizá sabía algo. Guardó el teléfono en el bolsillo delantero, y tras limpiarse y subirse la ropa, pulsó el botón de la cisterna. Aún tenía que recoger su libreta, que seguía en la sala de interrogatorios. Se lavó las manos, se refrescó la cara y se dirigió al otro extremo de la comisaría, donde se encontraba la sala en la que habían interrogado a Cele y Ramón. Cuando llegó a la puerta, dos policías nacionales de uniforme discutían con Eva.

– …se lo repito capitán, son órdenes. No puede llevarse ni el portátil ni la libreta. – le decía el más veterano de los policías.

Eva buscó a Diego con la mirada. La investigadora tenía la cara desencajada. Estaba visiblemente cabreada con la situación.

– Diego, no te molestes, no nos dejan llevarnos ningún material relacionado con la investigación. – dijo Eva, cogiendo a Diego del brazo y alejándose.

Acto seguido, frenó en seco y envió un par de mensajes de WhatsApp a su jefe, Gracia. Todo aquello le resultaba demasiado extraño.

– No me extraña lo más mínimo, han accedido a mi móvil y han desaparecido los documentos de la investigación. – dijo Diego.

Eva lo miró incrédula y trasteó en su móvil. Dejó de hacerlo y buscó de nuevo los ojos de su compañero.

– ¿Qué te he dicho? – dijo Diego. – Busquemos a Álvaro, él tiene que ser el responsable de todo esto…

Caminaron a toda prisa hasta la escalera que conducía a la planta superior, donde debía encontrarse Álvaro. Recorrieron uno a uno los despachos situados en el pasillo, bajo la atenta mirada de los agentes que estaban trabajando en aquella planta. Ni rastro de Álvaro. Se miraron, con el ceño fruncido. No entendían lo que estaba ocurriendo.

– ¿A quién buscan? ¿Les puedo ayudar? – preguntó una agente de uniforme.

– Al inspector Pons, el informático que estaba instalado en uno de estos despachos. ¿Lo ha visto? – preguntó Eva.

– Sí, ha estado recogiendo sus cosas y acaba de irse. – respondió la agente señalando al otro extremo del pasillo.

– ¡Gracias! – dijo Diego.

Diego echó a correr por el pasillo en búsqueda de las escaleras que conducían a la planta inferior. Eva lo seguía a poca distancia. Bajaron a toda velocidad. No veían a Álvaro. Se dirigió a la puerta principal y salió a la calle, con la respiración alterada.

Allí estaba Álvaro, apoyado en la pared, a la sombra, tranquilo, consultando algo en su móvil.

– ¡Álvaro! – gritó Eva.

El inspector se giró y les sonrió. Guardó el móvil en su bolsillo y puso las manos en los bolsillos de sus tejanos.

– ¿Qué pasa? – preguntó Álvaro extrañado, al ver que sus compañeros tenían la respiración alterada.

Eva y Diego se miraron. No entendían la calma de Álvaro.

– Explícanos que ha pasado con nuestros móviles, ¿es cosa tuya? – preguntó Eva.

– Si preguntas sobre quien ha borrado los documentos y conversaciones acerca de los BAC, no, no he sido yo. Ha sido mi equipo. Han recibido órdenes de arriba. Los míos también han desaparecido. – contestó Álvaro en tono conciliador.

– ¿Pero cómo han podido acceder a mi teléfono y borrar todo eso? – preguntó Diego.

– ¿Quieres los detalles técnicos o simplemente saber si se puede hacer? – replicó Álvaro con cierta ironía.

– Con lo segundo me basta… – dijo Diego.

– Está bien, pues sí, es factible. No tienes ni idea de lo que se puede llegar a hacer. La gente a menudo olvida que los Smartphones son ordenadores que además de otras cosas, te permiten hablar con otras personas. Acceder al contenido de un teléfono no es nada difícil, te lo aseguro. – respondió Álvaro.

– O sea, ¿un grupo de frikis ha accedido al contenido de mi teléfono y ha elegido lo que debían borrar? – preguntó Eva. – Eso significa que han tenido acceso a todo, que han visto lo que les ha dado la gana…

– No son frikis, son profesionales. Es su trabajo, saben perfectamente lo que hacen y respetan la confidencialidad y privacidad del resto de datos. No debes temer nada. – dijo Álvaro en un intento de defender a sus colegas.

– ¡Profesionales y una mierda! Confidencialidad, privacidad, ¡no me jodas! Me siento como si me hubiesen violado. No creas que tengo fotos mías desnuda, ni nada por el estilo, no es por eso, es por la indefensión, saber que pueden… – dijo Eva.

– Te entiendo perfectamente. Eva, a mí también me han borrado cosas. Sí, han podido leer nuestras conversaciones, nuestros contactos en redes sociales, ver nuestras fotos, saber a quienes hemos llamado y cuando... Es el protocolo, te lo aseguro. Me extraña que no os dijesen nada. No penséis que sois los únicos, se han revisado los móviles y las comunicaciones de casi doscientos agentes relacionados con la investigación, desde Mendoza hasta Vargas, pasando por Gracia o Pérez. – la interrumpió Álvaro sorprendido por el cabreo de Eva.

Diego los observaba en silencio. No estaba sorprendido por todo aquello, pero ahora comprendía porque su móvil hacía cosas raras de tanto en tanto. Habían sido monitorizados. El gran hermano vigilaba a los vigilantes. Se sintió raro, era una sensación desagradable. Sabía perfectamente que estas cosas ocurrían, a diario. Teléfonos pinchados, cuentas de correo electrónico hackeadas con fines policiales… Pero nunca había imaginado que le iba a pasar a él, y menos durante el transcurso de una investigación.

– Tal vez ha sido por lo de Ander. Que se haya encontrado una conexión entre los BAC y uno de los investigadores del caso puede haber hecho que nos investigasen a todos. Tampoco hay que alarmarse. – dijo Diego intentando calmar los ánimos.

Los móviles de los tres investigadores recibieron la notificación de un mensaje. Eva fue la primera en leerlo. Se miraron. Era Olga. Les pedía que pasaran a verla por el hotel. El mensaje era escueto, sin más explicaciones.

– ¿Qué querrá? – preguntó Diego.

– No sé, pero deberíamos ir. – respondió Eva, mientras contestaba a Olga.

Echaron a andar a paso ligero en dirección al hotel donde se encontraba alojada Olga. No debían ser más de diez minutos andando a paso normal. A aquel ritmo llegarían en ocho.

– La conozco, es algo importante. – dijo Diego.

– Tiene que serlo para haberlo enviado a los tres… Espero que no sean malas noticias, hoy no llevamos muy buen día que digamos. – dijo Álvaro resoplando.

A esa hora del día, el calor y la humedad eran prácticamente insoportables. Hicieron el trayecto buscando la sombra, como el resto de transeúntes. Diego notó como las gotas de sudor comenzaban a resbalar por su pecho y espalda. Cruzaron el último paso de peatones antes de llegar al hotel. Eran las doce y cuarenta tres minutos según marcaba el panel situado en la esquina, la temperatura era de treinta y tres grados.

Olga estaba esperándolos en la puerta del hotel, parecía tranquila.

– Hola, demos un paseo, os tengo que contar una cosa. – dijo Olga, que no estaba tan tranquila como quería aparentar.

Caminaron hasta un parque y buscaron la sombra en una de las esquinas. No había mucha gente, pero, de todas formas, Olga se aseguró que no había nadie cerca antes de comenzar a hablar.

– Chica, que misteriosa… ¿No te ibas con Pérez? – preguntó Eva.

– Sí, pero tenía que hablar con vosotros. – dijo Olga. – Pérez ha subido conmigo a la habitación, dos agentes han registrado mis cosas para comprobar que no tenía nada relacionado con la investigación. Además, me han desaparecido mensajes del móvil.

Olga miró a Álvaro, en busca de una respuesta.

– Sí, nos ha pasado a todos, a Eva y Diego incluso les han requisado la libreta con los apuntes. También se han quedado nuestros portátiles, nos han dicho que nos los devolverán en breve. – explicó el informático tratando de transmitir normalidad.

– De los registros en las habitaciones no sabíamos nada, primera noticia. – añadió Eva.

– ¿Y os han dado alguna explicación? – dijo Olga.

– Bueno, a veces se hace, para evitar filtraciones de información. No te preocupes, no es nada extraño. – continuó Álvaro.

– Si me preocupo, no os he contado algo… – dijo Olga, mirando uno a uno a sus compañeros. – Algo relacionado con la investigación.

Eva la miró sorprendida. No esperaba aquel comentario de Olga.

– Di… cuéntanos… ¿de qué se trata? – dijo Eva, dando un paso adelante para acercarse más a la inspectora.

– Pinyol se puso en contacto conmigo por WhatsApp, quería hablar. – dijo Olga.

– ¿Hablar? ¿De qué? – preguntó Eva.

– De los BAC. Por lo visto, había estado investigando por su cuenta. Ya sabéis que se ha filtrado poca información del caso, pero, aun así, Pinyol sabia cosas… – dijo Olga.

– ¿Qué tipo de cosas? – preguntó Diego.

– Que dos de los asesinos habían muerto después de ser detenidos. – dijo Olga.

– Leonor y Pedro, ¿habló de ellos? – preguntó Eva.

– Sí, incluso me dio detalles, como sus nombres. Me dijo que no iba a publicar nada, ya que seguía investigando por su cuenta. No le di mucha importancia, pensé que algún policía del caso podía haberle vendido la información. No es de extrañar. Pero me preocupé cuando vi que desaparecían cosas del móvil. – explicó Olga, nerviosa.

– ¿Cuándo hablaste con él? – preguntó Álvaro. – ¿Fue por teléfono?

– No, fue en persona, ayer por la noche. – contestó Olga. – ¿Por qué?

– Por saberlo, simple curiosidad. De todas formas, los jefes tendrán constancia de esa charla, ¿no? – dijo Álvaro.

– Bueno… Lo llamé desde un teléfono del hotel… – dijo Olga, con una sonrisa de medio lado.

– ¿Y dónde quedasteis? ¿En la habitación? – preguntó Eva, curiosa.

– No, era un poco tarde, nos fuimos a un bar musical. Hablamos apartados en un rincón del local. – explicó Olga. – Pensé que no era muy recomendable que me viesen hablando con él.

– Hiciste bien… ¿cómo puede haber averiguado ese hombre lo de los BAC muertos? – preguntó Diego.

– Según dejó entrever, por un contacto en Plus Ultra. – contestó Olga. – Por lo visto, está preparando otro libro.

– Joder, otra vez esa gente… – dijo Diego, pensativo. – ¿Qué más te dijo? ¿Te sacó algo de información?

– Creo que después de la segunda cerveza, Pinyol estaba más preocupado de meter que de sacar. – dijo Olga, irónica. – No sé si pensar que lo de quedar conmigo era una excusa para ligar…

– Está claro que le gustas, solo hay que ver la forma en la que te miraba cuando lo interrogamos. – dijo Eva. – Pero volviendo al tema, no deja de ser extraño, primero que se enterase de lo de Leonor y Pedro, después que no lo filtrase a la prensa, sería un pelotazo informativo. Por último, que no utilizase la información como moneda de cambio para obtener algo.

– Sí, es curioso. – añadió Diego. – Piénsalo, ¿estás segura de que no te dijo nada más?

Olga lo miró, en silencio. Intentó recordar la charla que mantuvo con el periodista. Inicialmente Pinyol se dedicó a hablar sobre los BAC, comentaron lo que había salido publicado en la prensa. Estuvieron media hora hablando de los asesinatos, Olga fue precavida, no dijo nada que no se hubiese publicado, estaba segura. Después, el ambiente fue más distendido, el periodista, algo achispado no dejó de piropearla. Recordó como había apoyado la mano en su rodilla y había subido hacia el muslo. Aquello la distrajo, pero no, no estaban hablando de nada relacionado con la investigación, sino de lo alta que estaba la música. No recordaba ningún momento comprometido en la conversación, y evidentemente no iba a contar a sus compañeros que Pinyol intentó besarla…

De repente, recordó una frase del periodista. Plus Ultra no descansa. Ten cuidado. Eso fue lo que le dijo durante la conversación.

– Me dijo que Plus Ultra no descansa y que tuviese cuidado. En ese momento no le presté demasiada atención, pero pensándolo bien, parece un aviso, ¿no creéis? – dijo Olga mirando a Diego.

– No sé, ese hombre tiene razón en muchas cosas, pero también parece un poco obsesionado con ese tema en concreto. – respondió Diego, quien notó la preocupación en la mirada de Olga.

Álvaro no dijo nada, tampoco Eva. Los dos permanecieron en silencio. Parecían pensativos, cansados. Agotados mentalmente por aquella cadena de acontecimientos.

– Da mal rollo. – dijo finalmente Eva con la mirada perdida. – Todo esto me da muy mal rollo.

Sacó un cigarrillo del paquete de tabaco. Era el último, así que se acercó a una papelera a tirarlo. De reojo, vio como alguien se movía en un banco cercano al sitio donde se encontraban. Era una madre que se levantaba a ayudar a levantarse a su hija, que se hallaba a unos metros, jugando con una pelota. Suspiró. Pensó que no era el momento de comenzar a tener miedo. Era una mujer valiente, aguerrida, segura de sí misma. Ser precavida no era sinónimo de tener miedo. Se repitió mentalmente aquella última frase y volvió con sus compañeros.

– … yo os recomiendo que no habléis de esto con nadie. Dejemos que pase un tiempo y veamos cómo transcurre todo. Lo más importante es que hemos detenido a los BAC, no seremos nosotros, serán otros agentes, pero habrá un seguimiento de los casos. – dijo Álvaro, atrayendo la atención de sus compañeros con su discurso. – Confiemos en nuestros superiores y en el gobierno, se supone que son más inteligentes que nosotros. Disfrutemos de esos días de vacaciones y de la paga extra.

– Evidentemente, podemos tener problemas si hablamos de los casos. Lo que has dicho suena bien, es un punto de vista optimista, pero no me tildéis de pesimista, nos va a costar olvidar todo esto. Llevamos demasiados días alerta, con la adrenalina a tope… Sigamos el consejo de Pinyol, seamos cautos. Los Plus Ultra parecen tener mucho poder, pero si pensamos en conspiraciones no podremos ni dormir por las noches. – dijo Diego.

– Pues vámonos a comer. Olga, ¿te quedas? – dijo Eva, intentando cambiar de tema.

– No, le dije a Pérez que necesitaba más tiempo, pero me vuelvo con él. Quedé en que le llamaría para avisarle cuando estuviese lista. – dijo Olga.

– Una cosa. – dijo Álvaro mirando su móvil. – Acabo de crear un grupo en Telegram. Olga y Diego, veo que lo tenéis instalado. Eva, instálatelo. Aún no lo han crackeado y tiene un nivel de encriptación mucho más potente que WhatsApp, cualquier cosa, comentémoslo por el grupo, pero no seáis muy explícitos.

– Vale. – dijo Eva.

– Por cierto, antes de que se me pase, lo último que me llegó al móvil sobre el caso es que los de balística habían identificado el arma que usaron para asesinar a Zafra. Estaba en casa de uno de los detenidos, un tal Agustín, de Santander. No me dio tiempo de enviároslo, supongo que os gustaría saberlo. – dijo Álvaro.

– Más me hubiese gustado que esto no acabase así. –  dijo Olga, seria.

Diego asintió, pero no dijo nada. Les estaba costando asimilar que los apartasen de aquella forma de la investigación. Se preguntaba si el error con Leonor y Pedro tendría algo que ver.

– Tienes razón Olga, pero pasemos página, se acabó. Ya no está en nuestras manos, no podemos hacer nada. – dijo Eva.

La capitán se acercó a Olga y le dio un fuerte abrazo acompañado de dos besos.

– Cuídate… – le dijo al susurrándole al oído Eva.

– Lo hare, tú también. – respondió Olga con mirada amistosa.

Álvaro se despidió de nuevo de ella y Diego también. Olga se alejó en dirección al hotel, con el teléfono pegado a su oreja, hablando con Pérez. Los tres investigadores se quedaron en silencio, observando como desaparecía.

– Señores, ¿dónde vamos? – preguntó Álvaro, intentando sonreír.

– Donde nos pongan bien de comer. – dijo Diego.

– Por cierto, ahora que no está Olga… He notado que estáis… como decirlo… ¿liados? No tenéis que ocultaros más, al menos, delante de mí. – dijo Álvaro, con la ceja levantada.

Eva y Diego se miraron, con cara de circunstancia. La investigadora negó con la cabeza, mientras Diego seguía con gesto indiferente.

– Esta vez no me equivoco… Tal vez no lo estabais cuando me gané aquella bronca, pero ahora sí. Lo disimuláis bastante bien, sois muy profesionales, pero esos roces, esas miraditas que os echáis a veces… – insistió Álvaro.

Eva no sabía que contestar. Sospechó que tal vez alguien del equipo de Álvaro había leído alguna conversación de WhatsApp con Diego y se lo había mencionado, pero no recordaba haber usado WhatsApp para hablar de temas personales. Al fin y al cabo, no estaban haciendo nada malo, así que miró a Diego, como buscando su aprobación para contestar al informático.

Diego también estaba esperando cruzar sus ojos con los de Eva. No quería ponerla en ningún compromiso. Ninguno de los dos tenía pareja, así que estar liados, como había dicho Álvaro, no hacía daño a nadie. Finalmente, las miradas de Eva y Diego se encontraron y miraron hacia Álvaro. Aquella mirada fue la confirmación, no necesitaba palabras.

– ¡Veis! – dijo Álvaro levantando el puño. – Soy tan bueno que lo detecté incluso antes de que pasara…

– Que mamón… – respondió Eva. – Pues la cagaste, pero bien, entonces no había nada.

– Lo presentí, había magia en el ambiente… – sonrió Álvaro, satisfecho.

Diego no dijo nada, permaneció en silencio, viendo como Álvaro disfrutaba del momento y como Eva, un tanto rabiosa, se ruborizaba.

Los tres investigadores se dirigieron al centro del pueblo. Buscaron un restaurante que no fuese una trampa para turistas, alejado de las calles principales. Llevaban casi media hora deambulando por la zona sin fortuna. Media hora donde Eva y Diego tuvieron que soportar las bromas de Álvaro sobre su relación. Diego decidió que en prefería eso a seguir divagando sobre conspiraciones y asesinatos. Al menos en ese momento, estaba deseando que llegase la tarde y volver a su habitación. Necesitaba llamar a su madre, hablar con ella, con sus amigos, a quienes tenía algo abandonados. Necesitaba pasar finalmente un rato a solas, tranquilo, ordenar sus pensamientos. Mientras él planificaba sus ratos de anhelada soledad, Álvaro y Eva se enfrascaban en una discusión más propia de adolescentes que de adultos responsables.

– ¡Buenas noches cari! ¡Buenos días preciosa…! Si estás babeando cuando hablas de “tu” Carmen. Al menos Diego y yo nos comportamos como personas civilizadas. – dijo Eva, entre risas.

– A mí no me importa demostrar mis sentimientos. – dijo Álvaro, sorprendido de haber pronunciado aquella frase y sentirlo de veras.

– Eres un inmaduro. – dijo Eva.

– Y tú una estirada. – respondió Álvaro. – ¡Diego!

– ¿Qué…? – contestó Diego, con cierta desgana.

No quería entrar en ese juego, no ahora, no tenía la cabeza para esas tonterías.

– Que entramos aquí, este tiene buena pinta… – le dijo Álvaro.

Diego se giró y comprobó que Eva y Álvaro estaban detenidos unos metros detrás de él, frente a la puerta de un restaurante pequeño. Retrocedió casi arrastrando los pies y se asomó a la puerta del establecimiento. No le pareció muy grande,  era algo antiguo, pero con casi todas las mesas ocupadas por personas que no tenían pinta de turistas. Parecía una buena elección.

Entraron al restaurante y preguntaron si tenían una mesa libre. Una camarera cogió unos manteles de papel y unos cubiertos de la barra y les pidió que la siguieran.

Sentados en una pequeña mesa, rodeados de gente y un rumor casi insoportable, pidieron las bebidas y los platos. La camarera se alejó a toda prisa y volvió con vino de la casa y agua fría. Álvaro giró una copa y vertió vino, dos dedos. Se la ofreció a Eva. La capitán, que recogía su rubia melena en una coleta, esperó a terminar y la cogió. Probó el vino. Lo encontró muy bueno. Con un gesto, invitó a Álvaro a llenar las otras dos copas.

– Un brindis. ¡Por la desaparición de los BAC! – propuso Eva levantando su copa.

Los tres investigadores chocaron sus copas con delicadeza y bebieron un trago. Diego vio la reacción de unos jóvenes que estaban sentados en la mesa situada a su derecha. El más cercano a Eva había escuchado la dedicatoria del brindis y comentaba con sus amigos mirando hacia ellos con cara de desprecio. Diego se giró y les sonrió con indiferencia, la mirada que recibió a cambio no fue muy amistosa.

– Vaya gilipollas. – farfulló el joven entre dientes, mientras sus amigos le obligaban a girarse.

Eva, de espaldas a la situación que acababa de suceder, seguía charlando con Álvaro. Diego no quiso explicar lo ocurrido, no quería jaleos. Aunque en los últimos años la profesión de policía ya no era tan mal vista, aún había gente que relacionaba policía con represión. Un error, un error que se repetía demasiado a menudo, según la opinión de Diego.

El inspector se acercó a Eva y Álvaro y les comentó que no hiciesen comentarios sobre los BAC. Trató de desviar la atención hablando de la situación política del país, conversación, que, sin saber cómo, acabo derivando en los planes de vacaciones.

– Pues yo quiero hablar con Carmen para… – dijo Álvaro.

El informático hizo una pausa al ver la cara de Eva aguantándose la risa.

– Sí, “mi” Carmen… – dijo Álvaro con retintín. – Voy a hablar con ella y la intentaré convencer para que se tome una semana de vacaciones y largarnos a algún sitio apartado.

– ¿Le darán vacaciones? ¿Cuánto lleva trabajando? – preguntó Diego.

– Muy poco, no llega al mes. Es un buen punto, igual no tiene ni derecho a coger vacaciones hasta navidad. Bueno, se lo propondré, a ver qué puede hacer. Así ya tiene una excusa si no quiere venir conmigo. – respondió Álvaro encogiéndose de hombros.

Diego apuró el último trago de su copa de vino y cortó otro pedazo del entrecot que se estaba comiendo. Lo paladeó mientras masticaba lentamente aquel manjar. Le pareció delicioso. Miró a los lados y vio que el restaurante comenzaba a vaciarse. Levantó la mano para llamar a la camarera.

– ¿Nos puedes traer media botella más? – preguntó Diego mostrando la copa de vino.

Segundos más tarde la camarera depositaba una jarra de vino en la mesa.

– ¿Y vosotros? ¿Tenéis planes para ir juntos de vacaciones? – preguntó Álvaro.

Eva miró a Diego, que estaba rellenando las copas. Diego levantó la mirada debido al silencio.

– Emm, pues no lo hemos hablado aún. – dijo Diego. – ¿Tienes ganas de ir conmigo a algún sitio?

– Me apetece ir a algún sitio con playa. Tomar el sol tranquilamente, darme un buen baño, nadar… – respondió Eva. – Conozco un sitio en Lanzarote, es precioso y no suele estar masificado.

– Si no está masificado, entonces será caro… En esta época del año estará todo abarrotado.  – añadió Álvaro.

– No me parece un mal plan. ¿Me dejarás ponerte la crema solar? – dijo con picardía Diego, guiñándole el ojo a Eva.

– Por supuesto… – respondió Eva, sonriendo. – Después miraré si puedo hacer la reserva.

Álvaro sonreía por el buen ambiente. Estaba a gusto con aquellos dos policías. Las asperezas iniciales y la desconfianza habían desaparecido. Que Diego y Eva bromearan sobre según qué temas con él, confirmaba que ellos también estaban cómodos en su compañía.

– ¿Nos podemos apuntar? – preguntó Álvaro.  – Bueno, contando con que Carmen pueda pillarse los días.

– Claro, ¿por qué no? – dijo Diego mirando a Eva.

– Por supuesto, así conocemos a tu Carmen. – dijo Eva. – Quiero verte babear con esa niña, asaltacunas.

– Pues lo hablo con ella después y te digo algo. – dijo Álvaro riéndose.

Eva les mostró fotos de las calas de Playa Blanca. Continuaron hablando sobre aquel enclave turístico y las actividades que se podían hacer en la zona. Media hora más tarde, con los estómagos llenos, los tres investigadores caminaron hasta la comisaría, lugar donde se despidieron amistosamente.

– Bueno Diego, cuídate. – dijo Álvaro dando un abrazo a su colega de investigación.

– Igualmente. – respondió Diego.

– Eva… – dijo Álvaro abrazándola y dándole dos besos. – Seguimos en contacto, esos planes para Lanzarote me gustan.

– ¡Claro que sí! – dijo Eva.

Álvaro echó a andar en dirección a su hotel. Sabía que esperaban dos agentes para efectuar el registro de rutina en su habitación. Aprovechó el trayecto para llamar a Carmen y explicarle que volvía esa misma noche a Madrid.

– … por cierto… ¿te apetece ir a Lanzarote? – dijo Álvaro, esperando una respuesta.

– Pues no he estado nunca en las islas Canarias… Claro que me gustaría. ¿Cuando? ¿Este fin de semana? – preguntó Carmen.

– Bueno, un fin de semana estaría bien… ¿no puedes pedirte unos días? – preguntó Álvaro.

– No lo sé, no creo que esté bien visto pedir vacaciones llevando menos de un mes en mi puesto. Se lo comentaré a mi superior, pero no creo que sea posible. – dijo un tanto triste Carmen. – Si es el fin de semana me apunto, los viernes acabo a las tres, así que se puede aprovechar el tiempo…

– Vale, te digo algo. He llegado al hotel, después te llamo. Un besote. – se despidió Álvaro.

No quiso presionarla. Tampoco le había comentado nada de que Diego y Eva también iban a estar en Lanzarote. Suspiró ilusionado. Carmen le había dicho que quería ir con él un fin de semana… Cuando subió las escaleras de la entrada del hotel vio como dos hombres trajeados se acercaban por detrás. El instinto le hizo ponerse en posición defensiva, acelerando el paso para alcanzar la entrada más rápido.

– ¡Inspector Pons! – dijo uno de los hombres.

Álvaro se giró. El hombre sacaba algo de su bolsillo. Se tranquilizó al ver que era una identificación.

– Comisario Barba. Policía Nacional. Este es mi compañero, el subinspector Sastre. Nos han dicho que tenemos que hacer un registro de su habitación. Supongo que está avisado. – dijo el más alto de los dos.

– Sí, ningún problema, pero cuando los he visto acercarse de esa manera… Vamos. – dijo Álvaro, sacando la llave de la habitación y entrando al hotel.

– Espero que comprenda que nosotros… – dijo el subinspector Sastre.

– No tienen que justificarse, hagan su trabajo. – le interrumpió Álvaro, serio.

Los tres hombres subieron por las escaleras hasta la segunda planta del hotel. Se cruzaron con dos parejas que reían escandalosamente frente a la puerta abierta de una habitación situada en el lado opuesto del pasillo. Al llegar frente a la puerta, Álvaro abrió su habitación y dejó pasar a los agentes.

– Adelante, todo suyo. – les invitó Álvaro.

El informático permaneció fuera de la habitación, observando como aquellos hombres registraban sus pertenencias. Eran metódicos. No dejaron ningún rincón de la habitación sin mirar ni pliegue de ropa sin palpar. Cogieron la Tablet que Álvaro tenia cargándose sobre la mesita de noche.

– Nos la tenemos que llevar. – avisó el comisario.

– Claro, ningún problema. ¿Cuándo me devolverán mis equipos? – preguntó Álvaro.

– En Madrid. Supongo que en un día o dos ya los podrá ir a recoger. Le avisarán. – respondió el comisario. – Listos, gracias.

Los dos hombres se dirigieron hacia la puerta. De detuvieron en el pasillo para despedirse de Álvaro.

– De nada, hasta otra. – dijo Álvaro viendo cómo se alejaban a toda prisa por el pasillo.

El inspector entró en la habitación y cerró la puerta por dentro. Miró a su alrededor. Todas sus pertenencias estaban revueltas sobre la cama, los cajones abiertos. No le importaba el desorden. No tardó más de cinco minutos en recoger de nuevo la ropa dentro de la amplia cómoda situada frente a la cama. Relajado, suspiró, se sentó en un lateral de la cama, se sacó el calzado y se dejó caer sobre el colchón. Decidió echarse una merecida siesta mientras programaba una alarma a las seis de la tarde. Pasarían a recogerle a las siete para llevarlo a la estación de Renfe. Volvería a Madrid en tren. Conectó el móvil al cargador y puso música. Enya. Le relajaba. Cerró los ojos y se dejó atrapar por el sueño.

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