BAC

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Capítulo 16

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Capítulo 16

Olga escuchó un sonido familiar. Había recibido un mensaje de Pérez a las seis menos cinco de la mañana. Pero aquella notificación sonora no la había despertado, llevaba rato levantada, releyendo el dossier de Castro y los resultados de la autopsia. Esperaba encontrar algo en el informe, algún detalle que hubiesen pasado por alto.

Bostezó y estiró los brazos por encima de su cabeza. Preparaba la reunión donde se iba a poner en común toda la información relevante del nuevo crimen. Apostaba que las pruebas de balística serían determinantes, las que los conducirían hasta los asesinos. Hasta ahora los BAC parecían fantasmas. Habían cometido dos crímenes y los investigadores no sabían ni por dónde empezar la investigación, no tenían pista alguna de que pretendían ni porque lo hacían, mucho menos, quien había detrás de todo aquello.

Suspiró al leer el mensaje. Habían interrogado a tres sospechosos el día posterior al primer crimen. Ya estaban en libertad, aunque mantendrían la vigilancia. Sus superiores no se atrevían a suspender el seguimiento de los únicos sospechosos que habían encontrado. En parte, lo comprendía. Hacía poco más de un año, mientras realizaban el seguimiento de dos células yihadistas en Rubí y Terrassa, la falta de efectivos y una decisión errónea provocaron que unos presuntos terroristas quedasen sin vigilancia. El resultado fue catastrófico, catorce personas muertas y cerca de setenta heridos en un atentado suicida en una estación de cercanías de la periferia de Barcelona. Desde aquel día, los mandos se lo pensaban dos veces antes de retirar la vigilancia de algún sospechoso de delitos de sangre.

Disponer de una lista de personas a las cuales interrogar sobre los casos le hizo sentirse mucho más animada. Descolgó el teléfono fijo y realizó una llamada a la comisaría. Tres minutos más tarde le confirmaban que a las diez de la mañana tendrían a Josep Pinyol en las oficinas. El periodista había accedido de forma voluntaria para declarar sobre el caso Zafra.

Un rato más tarde abandonó la lectura de los documentos y se colocó un pantalón corto de deporte y un top para salir a correr. Tras ajustarse las deportivas y el soporte del teléfono en el brazo derecho, cerró la puerta de su casa y comenzó a calentar, trotando calle abajo. Se había propuesto participar en una media maratón en septiembre, por lo que, siempre que el trabajo y la salud se lo permitían, salía a correr por la mañana. Según su plan de entrenamiento, hoy le tocaba correr cinco kilómetros, o sea, una media hora a ritmo normal.

Olga trataba de ser organizada y constante, tanto en su vida privada como en la profesional. Iba planificando su jornada mientras corría. Normalmente, el ejercicio matutino le ayudaba a ordenar sus ideas. Pero hoy no era así, llevaba unos días algo descontrolada, y sabía cuál era la causa. No, no eran los asesinatos, era su relación con Diego. Procuraba no pensar en él, pero era algo recurrente, reaparecía cada vez que intentaba concentrarse.

Si todo iba acorde a sus planes, llegaría a la oficina sobre las ocho de la mañana. Habían pospuesto la reunión a las doce del mediodía, así que tendría tiempo suficiente para preparar la entrevista con el periodista. No necesitaría más de media hora para buscar algo de información sobre Pinyol, era un reconocido periodista que solía realizar trabajos de investigación.

Pasó corriendo junto a un grupo de jóvenes, que seguramente volvían a sus casas tras una larga noche de fiesta. La risa de uno de ellos le recordó a Diego. Ahí estaba de nuevo, otra interrupción. Le costaba reconocerlo. Era una persona independiente, con estudios y una carrera profesional de futuro, pero daba igual, aquello le podía pasar a cualquiera. No dependía de la clase social, el status económico o la edad. Simplemente, estaba colgada por Diego y su cerebro, aunque seguía trabajando como siempre, experimentaba interrupciones que la distraían durante unos segundos. Le molestaba, como profesional que era, que cuando intentaba concentrarse en el trabajo, surgía Diego, el amante, no el compañero. Colgada, pero no enamorada, no quería subir ese escalón. Intentó auto convencerse.

Comenzó a sudar. La temperatura era bastante alta a pesar que aún no eran las siete de la mañana. Consultó su reloj, la gráfica del ritmo cardiaco era normal. Dieciocho minutos más tarde, estaba de vuelta a casa según lo que había planeado. Tras los estiramientos de rigor, tomó un zumo de naranja embotellado para recuperar vitaminas y azúcares. Poco después, ya duchada, se preparó unas tostadas con mantequilla. Recogió la cocina, hizo la cama y metió toda la documentación junto con el portátil en un bolso estilo bandolera.

Eran casi las siete y media cuando dejaba atrás la urbanización de Castelldefels para tomar la autovía C-32 dirección norte. A esas horas de un domingo de verano, el tráfico era casi inexistente. Condujo casi en solitario hasta que llegó a la altura de Sant Boi de Llobregat. Puso en marcha la radio y cambió la emisora tan pronto escuchó aquella melódica canción. No soportaba a Alex Ubago, The Cranberries y su Zombie le hicieron cantar, animada. Circuló por la Ronda Litoral a una velocidad inusualmente baja. Las obras habían convertido aquella vía rápida en un único carril. Se encontraba a unos cinco kilómetros de su destino cuando decidió llamar a la comisaría.

– Hola, bon día, Martí. Sí, soy Olga. – dijo, hablando con el inspector Nicolau. – Necesito que me ayudes con un tema. Vale. Esta mañana, sobre las diez tenemos que hablar con un periodista, Josep Pinyol. Sí, el mismo, el de los reportajes escandalosos. Pérez estará fuera hasta las once y me ha pedido que me acompañes. ¿Ya te lo han dicho? Perfecto entonces. Sí, en la sala pequeña. Necesito que busques la ficha policial de Pinyol, y, si te da tiempo, un pequeño resumen de su vida y milagros. Sí, antes de las nueve. Pídeles a los demás que te echen una mano si hace falta, es un poco urgente. ¡Joder!, ¿Cómo te iba a avisar antes si me has dicho que acabas de llegar? Sí, yo estoy de camino, pero he pillado tráfico y aún tardare unos diez minutos. Va, no te agobies, que no tardo casi nada. Después bajamos y te invito a un café. Si… gracias… ¡Hasta ahora!

Veinte minutos más tarde, una Olga más nerviosa de lo habitual entraba casi corriendo en la oficina, donde había una actividad inusual para ser domingo.

– ¡Joder con el puto tráfico! Entre semana, imposible entrar por la gente que viene a trabajar, y los fines de semana por las obras. No me libro ni un domingo a primera hora de la mañana, ¡es increíble! – protestó Olga al llegar a su mesa.

Olga sacó el portátil y lo puso en marcha. Se giró hacia un compañero.

– Carles, bon día, ¿sabes dónde para Martí? – preguntó la inspectora.

– Bon día guapa, la última vez que lo he visto iba al departamento de informática. – señaló con el dedo en dirección al techo su vecino. – Por cierto, han retrasado la reunión del caso Zafra a las doce. Parece que aún quedan resultados por recibir. Lo que sí ha llegado es el dossier de Zafra. Menudo personaje, ochenta páginas, casi un libro.

– Sí, ya sé que han retrasado la reunión, pero gracias de todas formas. – contestó Olga, algo más calmada.

En ese preciso instante, Nicolau entró por la puerta con lo que parecía un paquete de folios bajo su brazo derecho. Se acercó a Olga, que detectó su procedencia en las décimas de segundo que tardó en oler el aliento de su compañero.

– Hola Martí, ¿esto es para mí? Por cierto, a ver cuándo dejas de fumar, ¿sabes que esa mierda va a acabar contigo? ¿No? – le dijo Olga a Nicolau.

Olga usó el tono dulce pero serio de una hija que echa la bronca a su padre, con esa mezcla de dureza y cariño que evita una mala contestación. Nicolau cogió aire y lanzó un pequeño bufido.

– Sí, ya me lo has repetido muchas veces. Venga, no perdamos tiempo, que tenemos que leer el dossier. Menudo ladrillo, ¿lo has visto? – contestó Nicolau, obviando el último comentario de Olga y entregándole los papeles. – Aquí van dos copias del dossier de Zafra, más lo que hemos podido encontrar de Pinyol. Cuando quieras nos vamos hacia la sala y lo comentamos.

Olga sentía un aprecio especial por aquel hombre. En cierto modo, le recordaba a su padre. Cuando entró en la brigada, Martí Nicolau fue su primer compañero, su mentor, el que cuidó de ella y le trató como a un igual, como a uno más del grupo. El ambiente que se respiraba en la comisaría era bastante machista, un campo de nabos, como repetían algunos de sus compañeros, orgullosos. En los últimos seis años, el porcentaje de mujeres que se habían incorporado al cuerpo había aumentado, Olga ya no se sentía tan sola.

– Tiempo hay, antes tomemos un café. Te lo he prometido antes... – respondió Olga, cogiendo su monedero del bolso.

Un café, dos cigarrillos y diecisiete minutos más tarde, Nicolau acompañaba a Olga a la sala donde iban a hablar con Pinyol. Durante la pausa en la cafetería, el veterano inspector informó a Olga de los problemas que había experimentado Pinyol tras la muerte de Roberto Zafra. Un supuesto grupo de neonazis había hecho varias pintadas en la puerta de su casa el sábado por la tarde, horas después del asesinato de Zafra, cuando aún no se había hecho pública la causa de su muerte. También eran sospechosos de haber usado mail bombing e intentar hackear los servidores informáticos de su empresa, donde se gestionaba la información de dos agencias de periodismo independiente llamadas PeriodismeLliure y su homóloga en castellano, PeriodismoLibre. Por lo visto, el periodista aún no había interpuesto ninguna denuncia.

Nicolau se excusó con su compañera. Tenía que pasar a recoger otros documentos y quedó en avisarla en cuanto llegase el periodista. Olga se sentó y abrió el portátil. Cogió los papeles que le había entregado su compañero y comenzó a leer el historial policial del periodista. Alguna multa de tráfico, denuncias y querellas, cosas típicas de miembros de su gremio. Le llamó la atención un nombre que se repetía varias veces en la amplia lista de querellas. Se trataba del director de uno de los periódicos de más tirada a nivel nacional, Fernando Asúa. También aparecían algunas denuncias realizadas por miembros de la familia Zafra.

Pinyol había comenzado su carrera profesional dando la predicción del tiempo en una emisora de radio local, con el tiempo, pasó por varios periódicos de tirada nacional. A lo largo de los años, Pinyol se había forjado fama de periodista objetivo, de los que no se dejan comprar ni se callan, eso hizo que se fuese cerrando puertas. Finalmente, comenzó a trabajar de forma independiente, incluso para canales de noticias extranjeros, como la CNN. Había ganado varios premios de periodismo y era socio fundador de dos empresas de periodismo independiente, las que alojaban la información en los servidores que habían intentado hackear. Padre de dos hijos, pero separado desde hacía cuatro años, parecía un ciudadano de los que denominaría normales. Olga continuó con la lectura del dossier hasta que Nicolau la llamó al móvil avisándole que estaba yendo con el periodista hacia la sala.

Miró el reloj de la oficina. Eran las diez menos diez, un poco antes de lo acordado. Olga se levantó y fue a esperar al periodista en el exterior de la sala. Según los estudios, eso generaba confianza a las personas ya que no se sentían culpables al entrar a un recinto cerrado en compañía de policías. Quería empezar con buen pie, Olga tenía la esperanza que aquel hombre aportase alguna pista sobre el caso. Lo vio acercarse con Nicolau. No se lo imaginaba así, de hecho, no se había molestado ni en buscar su apariencia en Google. Ella esperaba a un señor bajito con barba canosa, gafas de pasta y pelo desaliñado. El señor Pinyol parecía sacado de un anuncio de colonia para mujer, un playboy bronceado cercano a los cincuenta, de piel morena y pelo castaño adornado por algunas canas. Vestía un pantalón tejano beige, mocasines claros, camisa color crema con los dos primeros botones cuidadosamente desabrochados y las mangas largas remangadas hasta el antebrazo. En su mano izquierda portaba una gruesa carpeta.

Olga se adelantó para presentarse y darle las gracias por haber acudido un domingo.

– ¡Que remedio! Encantado de conocerla, inspectora. – respondió Pinyol, luciendo una sonrisa perfecta, blanca y luminosa. – ¿Podía negarme?

Olga analizó sus gestos y su mirada. Aquellos ojos marrones no expresaban cordialidad. Le invitó a pasar a la sala con un gesto de su mano.

Pinyol dejó la carpeta sobre la mesa y se sentó en una silla, recostado sobre el respaldo y una pierna cruzada sobre la otra. Esperó a que Nicolau acercara una silla a la mesa y que Olga se sentara frente a él.

– Y bien… ¿qué es lo que quieren? – inquirió el periodista, mientras cruzaba también sus brazos y levantaba la cabeza, orgulloso.

– Le hemos hecho venir en relación al asesinato de Roberto Zafra. – respondió Olga, acercándose a la mesa y colocando los codos sobre ella mientras miraba a los ojos al periodista. – Nos consta que usted es una de las personas que tiene más conocimiento de los asuntos de la familia Zafra. Es posible que su investigación periodística contenga algún detalle que nos pueda ayudar a desenmascarar quien hay detrás de su asesinato.

La inspectora hizo una pausa en la que Pinyol no movió ni un músculo, el periodista se limitó a observar a Olga y Nicolau en la misma postura. Ella, consciente de la tensión, continúo.

– Según hemos podido leer, en su reportaje afirmaba que Zafra se aprovechó del régimen franquista y sus contactos para realizar negocios de dudosa catadura moral. Negocios que le reportaron unas ganancias que después supo invertir para multiplicar su fortuna. Durante todos esos años de negocios, llamémosles turbios, los Zafra se habrán ganado muchos enemigos. ¿Voy bien? – preguntó Olga.

La inspectora notaba que Pinyol seguía tenso, así que le hizo una pregunta directa para forzarlo a responder, a participar, aunque solo fuese un monosílabo. El lenguaje gestual del periodista indicaba que no estaba a gusto, que desconfiaba de ellos.

Olga pidió a Nicolau que fuese a buscar agua y vasos, así que el inspector salió de la sala. Sabía que su compañero volvería en unos cinco minutos, ya que aprovecharía el viaje para echar un cigarrillo. Reformuló la pregunta, mirando a los ojos de Pinyol. Esta vez sí obtuvo una respuesta.

– La familia Zafra está acostumbrada a ganar dinero fácil, por llamarlo de alguna manera. Sí, va bien, continúe por favor. – respondió Pinyol de forma escueta.

– Para ser sincera, no me gustaría convertir esto en un interrogatorio, ya le he dicho que nos está haciendo un favor y que necesitamos su ayuda, ¿cómo quiere que se lo pida? – replicó Olga, sin mostrar un ápice de nerviosismo. – ¿Puedo tutearle?

El periodista asintió con la cabeza, pero no cambio su postura. Olga volvió a intentar la conexión con el periodista.

– Me han comentado que fuiste objeto de amenazas y que atacaron a los servidores de tus empresas tras conocerse la muerte de Roberto Zafra. ¿Tienes idea de quién puede andar detrás de todo eso? – preguntó Olga, mientras buscaba algo entre los papeles que tenía frente a ella.

– No, pero apostaría que ha sido el grupo de neonazis que se encarga del trabajo sucio de los Zafra. Según los vecinos, esos animales entraron al portal, rompieron mi buzón e hicieron algunas pintadas en la puerta de entrada a mi piso. – respondió Pinyol sin inmutarse. – Digamos que estoy acostumbrado, me sabe mal por los vecinos.

– Le veo muy tranquilo para tener rondando a un grupo de matones por su domicilio. – comentó Olga.

– Bueno, eso es lo que ellos piensan. El piso donde estoy censado y, supuestamente viviendo, es una tapadera. Paso de vez en cuando por allí, pero no es donde resido normalmente. Hace años, un buen amigo me recomendó que hiciese eso para despistar a posibles agresores. ¿Sabe la cantidad de amenazas que recibí cuando publiqué el famoso artículo sobre los Zafra? – explicó Pinyol, que parecía comenzar a abrirse. – Por suerte, esa gentuza es un poco estúpida. Me refiero a los amigos de Roberto Zafra. No son muy inteligentes, la verdad, así que es bastante fácil despistarles. ¿Qué es lo que quiere saber exactamente?

– Me gustaría saber su opinión, que me dijera si piensa que alguno de los enemigos de los Zafra podría tener que ver algo con su asesinato. – le preguntó Olga, sin rodeos.

– Por eso he traído esto. Aquí tienen información que recopilé durante la investigación. Estuve casi dos años viajando y hablando con gente muy diversa, recorrí prácticamente todo el país. – explicó el periodista, dejando la gruesa carpeta sobre la mesa. – Aquí encontrarán mucho material. Hay datos que no me atreví a publicar, es información bastante sensible.

En ese momento, Nicolau volvió a la sala con una botella de agua fría y varios vasos de plástico que depositó sobre la mesa. Abrió la botella y sirvió agua, le ofreció el vaso al periodista.

– Muchas gracias. – dijo Pinyol y dio un sorbo.

– Bueno, al parecer hay mucha información. Muchas gracias. Martí, ¿puedes llevar esto a Miravet y que lo comiencen a revisar lo antes posible? – dijo Olga, empujando la carpeta hacia su compañero, que estaba a punto de sentarse.

Nicolau resopló mientras cogía el grueso pliego de papeles bajo su brazo derecho, musitó algo y abandonó la sala dando un portazo.

– Así que información sensible… – dijo Olga cruzando sus piernas.

La inspectora notó como los ojos de periodista se desviaban. La mirada lasciva del periodista hizo que las descruzara con disimulo. Los ojos de Pinyol seguían mirando en dirección a sus piernas, aunque solo podía ver los muslos.

– ¿Puedes hacerme un breve resumen? Cualquier información que nos puedas aportar será tratada con la máxima confidencialidad. – preguntó Olga.

– Eso espero. – dijo Pinyol, volviendo su mirada hacia los ojos de Olga. – Básicamente, mientras efectuábamos la investigación sobre los negocios de la familia Zafra… Hablo en plural ya que fue un trabajo de equipo, en el informe que os he entregado tenéis los nombres de mis colaboradores... Pues eso, investigando, descubrimos tramas para blanquear dinero, tráfico de influencias, drogas e incluso conexiones con mafias internacionales. Debido a la relevancia de algunos de los nombres que encontramos asociados a…

Nicolau irrumpió en la sala interrumpiendo de nuevo relato del periodista. Se sentó y le pidió a Pinyol que continuase.

– Como iba diciendo, encontramos conexiones con personajes de renombre. Políticos retirados, jueces, banqueros, algún miembro de la casa real…por poner tan solo algunos ejemplos. Teníamos demasiados frentes abiertos, llevábamos tanto tiempo investigando que al final decidimos centrarnos en la familia Zafra y dejar el resto a un lado. Remover toda la mierda que encontramos podría haber causado más problemas a todos los miembros del equipo, ¿saben? – Pinyol pareció ponerse algo nervioso en ese instante. – Además, aquello no tenía fin, era como ir tirando de un hilo, la madeja cada vez se hacía más gorda y como pueden imaginar, nos asustamos un poco. Aquello daba para una trilogía, como poco. Al fin y al cabo, lo que pretendíamos era hacer un trabajo de investigación basado en datos que nos habían proporcionado familiares de las víctimas de las primeras estafas que realizó Roberto Zafra, el padre. Considero que es la policía quien debería haber investigado aquellos delitos y no esperar a que unos periodistas levantasen la liebre.

– Ojalá tuviésemos el personal y los medios necesarios. – comentó serio Nicolau. – ¡Nosotros también hemos notado los recortes por la crisis!

– No creo que sean cuestión de recortes, es cuestión de interés. Y no lo digo por ustedes, sino por los que gobiernan. Son todos amigos, se tapan unos a otros. – añadió Pinyol.

Pinyol estaba lanzado, finalmente, así que Olga miró a Nicolau por un momento, debían dejarlo hablar.

– Siga por favor, perdone la interrupción. – le rogó Nicolau.

– No pasa nada, sigo pues... – dijo Pinyol. – Dejemos un momento de lado los intereses y las conexiones mafiosas, si les parece. Tengo grabaciones donde el difunto me amenaza de muerte, no solo a mí, sino a toda mi familia y a mis ayudantes. Después les haré llegar el fichero, voy a rogarles que lo escuchen.

A renglón seguido el periodista sacó un móvil de su bolsillo, subió el volumen y lo dejó sobre la mesa. Olga y Nicolau se acercaron a la mesa.

La grabación comenzó con el sonido de una llamada de teléfono y tras descolgar, se escuchó una conversación.

– Digui? Si soc jo, ¿Qui truca?  – decía Pinyol respondiendo a la llamada en catalán.

– Digui ni digui…, a mí me hablas en castellano, catallufo de mierda, soy Roberto Zafra, ¡alguien de quien no te vas a olvidar en tu puta vida, rata asquerosa! – se identificó Zafra en un tono no muy amistoso, casi gritando.

– A mí no me hable en ese tono, por favor. – respondía educadamente el periodista.

– Como publiques la mierda que estás escribiendo sobre mi familia, no te extrañe que un día te encuentren tirado en una cuneta, a ti o a tus ayudantes, o alguno de tus hijos, pedazo de cabrón. Te va a costar encontrar trabajo, ¿sabes? Todas esas falacias te pasarán factura. Si valoras en algo tu vida, deja de lado esa mierda y dedícate a escribir sobre otros temas, estaras más tranquilo. – prosiguió Zafra, claramente exaltado.

– No puedo tolerar esas amenazas ni ese tono, lo siento, pero le voy a colgar. No tengo porque aguantar todo esto… – respondió Pinyol.

– Avisado quedas, tú mismo, y como se te ocurra comentar la conversación con alguien lo negaré todo y encima te denunciare por acoso… – fue lo último que dijo Zafra, ya que la llamada se cortó.

Pinyol les explicó que Roberto Zafra intentó llamar dos veces más, que disponía del registro de llamadas y que, por suerte, no cumplió sus amenazas.

Olga le preguntó acerca de sus actividades anteriores que había mencionado Zafra en la conversación que acababan de oír. El periodista respondió que comenzó su carrera trabajando en la rama del deporte. Estuvo unos años trabajando para un diario deportivo de tirada nacional, centrado en el mundo del futbol, haciendo comentarios de los partidos.

– No, no cumplió sus amenazas, al menos no hubo daños físicos, o no tuvo ocasión. El artículo que se publicó finalmente fue… digamos… un resumen. Como pueden imaginar, omitimos muchísima información, pero ocasionó tanto revuelo que habría llamado la atención que nos ocurriese algo a alguno de los autores o a sus familiares. Fue ampliamente divulgado a nivel nacional, y también publicado en algunos medios extranjeros, incluso me hicieron entrevistas. En cualquier caso, yo me fui a vivir durante un tiempo fuera de España, con toda mi familia. Solo los más allegados sabían dónde estábamos. – concluyó Pinyol, dejando de hablar y guardándose el móvil en el bolsillo.

Se detuvo a observar a los dos policías, que permanecían en silencio, pensativos.

– ¿Y teniendo esta grabación no interpuso ninguna denuncia? – dijo Nicolau mientras se rascaba la barbilla y se ponía en pie. – Quizá prefirió esperar unos años y tomarse la justicia por su mano, ¿no? Tener que aguantar toda esa presión, las amenazas. ¿No será que toda aquella bilis retenida durante años ha quedado finalmente liberada? Le veo muy tranquilo, demasiado seguro de sí mismo, pero hay algo que no entiendo… ¿Cómo es posible que Zafra no actuara de ninguna forma? Es decir, no hace falta matar a alguien… Una paliza, coches destrozados, un chivatazo con droga de por medio…

El inspector miró hacia Olga buscando apoyo, ya que Pinyol permanecía impertérrito, casi sonriendo.

– ¿Denuncia? ¿Para qué? Zafra pasa, bueno… pasaba los fines de semana con los jueces que deberían juzgarlo y los mandos policiales o políticos que deberían evitar que esas cosas pasaran. Me refiero al padre, por supuesto, supongo que Roberto había heredado su rol. ¡Seguro que si digo varios nombres al azar acierto algunos de los participantes en la cacería! No le voy a negar que la noticia de su muerte me ha causado más placer que dolor, eso sería mentirles. Era una mala persona, pero no tengo nada que ver con lo que ha ocurrido. Y sí, me causo daños, pero no físicos, fue más sutil, intentó hundirme económicamente. En aquella época, yo vivía en un piso hipotecado. Curiosamente, al cabo de unos días de la publicación del artículo, el director del banco me llamó para renegociar la hipoteca. Había tenido algún retraso en unos pagos y además necesitaba ampliarla por temas personales. El banco se acogió a una cláusula del contrato que le permitía subir el tipo de interés en caso de impagos o retrasos, además de negarme la ampliación que necesitaba. Inmediatamente intuí por donde iban los tiros, me estaban apretando las tuercas. Puse el piso en venta y al cabo de unas semanas había liquidado la deuda. Me fui a vivir de alquiler. En cuanto al trabajo, también lo noté. Uno de sus amigos íntimos, Asúa, se encargó personalmente de que ni a mí, ni a mis colaboradores nos diesen trabajo en los medios de comunicación que controlaban. Lo que más me sorprendió es que los medios considerados de izquierdas también nos diesen de lado. Fueron unos meses jodidos, bueno… casi año y medio, pero tuve suerte, mucha suerte. Conté con el apoyo incondicional de un familiar, cuyos préstamos me ayudaron a fundar dos empresas. Tan solo unos meses después era yo el que estaba contratando a periodistas y encargándoles trabajos. Fundé dos agencias independientes, supongo que ya las conocen. A día de hoy funcionan bastante bien… – explicó Pinyol.

Olga miró un momento su móvil y se puso en pie junto a Nicolau, quien seguía mirando al periodista con las manos apoyadas en la mesa.

– ¿Nos disculpa un momento? – dijo Olga, haciendo un gesto a su compañero para que le acompañase.

El periodista asintió con un leve movimiento de cabeza y los ojos muy abiertos. Olga abrió la puerta y una vez fuera le explicó a Nicolau que acababan de recibir los informes preliminares de balística y de la autopsia. Eran casi las once de la mañana y debían leer los informes, tenían poco más de una hora. Nicolau marchó a buscar una copia impresa de cada informe y Olga entró de nuevo en la sala. Pinyol estaba ocupado con su Smartphone.

– Bueno, supongo que tendremos que leernos la documentación que nos ha pasado si queremos encontrar algún posible sospechoso… Creo que ya estamos. Le agradecemos la ayuda prestada. – dijo Olga.

– El placer ha sido mío, pero por favor, si encuentran algo gracias a los papeles que les he facilitado, les rogaría que no citen la fuente. Bastantes problemas me han ocasionado ya los Zafra. Por cierto, aquí tiene mi número de teléfono, por si necesita alguna cosa más. – respondió Pinyol, sonriendo como un galán de cine a la vez que se levantaba y se dirigía hacia la puerta.

Olga recogió la tarjeta que le entregó el periodista y le acompañó hasta la puerta principal de la comisaría. Una vez allí, se despidió con un apretón de manos. El periodista agarró su mano derecha con ambas manos y las soltó casi con una caricia. Dio media vuelta, pensativa y se dirigió a su mesa. Diego le había mandado hacía horas el “buenos días” de rigor por WhatsApp, pero esperaba su llamada. Nicolau la sacó de sus pensamientos, cuando llegó a su mesa y le entregó una copia de los informes. Le dio las gracias y comenzó a leérselos.

Ya en la calle, Josep Pinyol esperaba en la acera, mirando a ambos lados de la calle. Un coche se detuvo y el periodista entró en él, sonriente. Le dio dos besos a la mujer que conducía y se alejaron dialogando.

Desde el interior de un coche aparcado a una decena de metros, un par de sujetos observaban la escena. El conductor puso el coche en marcha y siguieron al periodista.

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