BAC

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Capítulo 29

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Capítulo 29

Eva consultó su reloj. Apuntó la fecha y la hora en la parte superior de la hoja de su libreta. Las veintiuna horas y diecinueve minutos del lunes diecinueve de Julio. Solía ser metódica en sus notas, intentaba no dejar escapar ningún dato, por pequeño que fuese. Anotó la forma en la que iba vestido el hombre al que entrarían a interrogar en breve. Josep Pinyol. También describió la tranquilidad con la que esperaba dentro de la sala.

Dio un trago de agua y miró de nuevo su reloj. Esperaba a Diego. Habían acordado entrar juntos, ella por delante. No querían dejar nada al azar. Olga les había comentado la forma en la que le había mirado las piernas durante el primer interrogatorio. Eva se desabrochó un botón de la camisa. Odiaba hacer ese tipo de cosas, pero solían funcionar, sobre todo con hombres maduros y separados. Diego llevaría el peso del interrogatorio, ella haría las preguntas más evidentes, como si fuese nueva en la investigación o en el puesto. Tenían un objetivo claro, distraerlo hasta que entrase Olga. Entonces sacarían la artillería pesada. Preguntas sobre su relación con los BAC. El cuadro, aquel debía ser uno de los puntos clave. El cuadro y la financiación de la página web. Eva siguió repasando mentalmente el guion hasta que apareció Diego, con aire despistado.

– ¿Qué? ¿Vamos? – preguntó Diego, sonriendo.

– Venga. – contestó Eva secamente.

– ¡Esperad! – dijo Pérez, acercándose hasta ellos. – Acaban de llegarnos una información relevante. Arturo Toledo ha llamado para confirmar que compró el cuadro directamente a Zafra por veinte millones de pesetas en el año mil novecientos setenta y ocho.

– ¿Veinte millones por el cuadro de un artista casi desconocido? – preguntó Diego, intrigado.

– Sí, al menos, eso es lo que consta en los registros. Para que os hagáis una idea, un coche normal de aquella época costaba medio millón de pesetas  y la gente lo solía pagar en varios años, letra tras letra. – explicó Pérez. - Os hablo de un Seat 131 o un Simca 1200, gama media. Cuesta creer que alguien pagase ese dineral por el cuadro de un desconocido. Olga también ha averiguado que el tal Monfort es el Van Gogh español, según los expertos. No ganó mucho dinero con sus obras en vida, pero sus cuadros se cotizan bastante bien tras su muerte durante los primeros meses de lucha en la guerra civil. Cayó en el frente del Ebro, luchando en el bando republicano. Sus obras se revalorizaron tras la venta del cuadro Passeig a Can Margarit. Digamos que pasaron de venderse por decenas de miles de pesetas a millones.

– No nos extrañemos tanto, los pagos por obras de arte pueden ocultar una transferencia por otro concepto. Basta que alguien famoso compre un cuadro de un artista desconocido para que otros, simplemente por mimetismo quieran adquirir obras del mismo autor y hagan subir el precio de sus obras de forma inmediata. Lo que realmente me llama la atención es la conexión Zafra-Pinyol a través del cuadro. Va, hablemos de una vez con ese hombre a ver que nos cuenta. – dijo Eva.

Se dirigieron hacia la puerta de la sala donde estaba encerrado el periodista, con paso firme y mirada seria, concentrados. El Mosso d’Esquadra que custodiaba la entrada abrió la puerta y los dejó entrar. Pinyol los observó, tranquilo.

Eva, que iba delante, vio como el periodista se cruzó de brazos y la miró de arriba abajo, lentamente. No empleó tanto tiempo en Diego, al que miró a los ojos.

– Buenas noches, señor Pinyol. Inspector Diego González y capitán Eva Morales. Supongo que le han contado el motivo de su estancia aquí. – comenzó Diego.

– Buenas noches. ¿Estancia? – dijo Pinyol, irónico. –  Estoy retenido contra mi voluntad, eso se llama detención. ¿Puedo saber de qué se me acusa?

– De nada. De momento. Esta aquí por su posible relación con el asesinato de Roberto Zafra. – intervino Eva, atrayendo la atención de Pinyol.

– Necesitamos que nos aclare varios temas. Vamos al grano. – dijo Diego. – Sabemos que usted no ha podido perpetrar el asesinato, pero si orquestarlo o planearlo. Usted manipuló una conversación telefónica para que pareciese que Zafra le amenazaba. ¿Qué nos puede contar sobre eso?

El gesto de Pinyol se endureció, sus ojos se entornaron y se echó hacia atrás. Gesto defensivo, que tanto Diego como Eva anotaron en sus apuntes.

– Va, no es tan difícil. Díganos porqué manipuló la grabación para simular que Zafra lo amenazaba. – insistió Diego, sin dejar pensar a Pinyol. – Algún motivo tendría, ¿no?

– Está bien. Modifiqué la grabación para que Zafra quedara como lo que es… bueno, lo que era, como un cerdo. – dijo Pinyol, sin contemplaciones.

– ¿Con que intención exactamente? Tenga en cuenta que está detenido por presunta pertenencia a banda criminal. – dejó caer Diego, como si pidiese una barra de medio en la panadería de la esquina en lugar de estar acusando al periodista.

– ¿Banda criminal? ¿Cómo? No, no, no… Yo no tengo nada que ver con lo de Zafra. No le digo que me haya apenado, pero se equivocan si piensan que estoy relacionado con esos asesinatos. Esos BAC se han cargado a Julio Castro y a Roberto Zafra. – aclaró Pinyol. – ¿También me van a acusar del asesinato de Castro? Se equivocan de hombre.

– A ver, modifica una grabación para que parezca que Zafra le amenaza de muerte. También financia la publicación de una página web donde se piden votos para proponer la próxima víctima de las BAC. Lo de Castro es solo un detalle más, ¿no le parece? – dijo Eva en un tono bastante seco. – O una distracción; tal vez el objetivo siempre había sido Zafra y Castro una cortina de humo. Daños colaterales, como dicen ahora los militares, ¿no?

Pinyol observó a Eva. Diego apreció que su actitud hacia ella era diferente, más arrogante, no la miraba con el mismo respeto que a él.

– ¿Nunca ha visto una agente guapa en un interrogatorio? – preguntó Diego. – Sí, la capitán Morales además de una profesional excelente, es una mujer, y bella, como puede comprobar. ¿Le molesta que le interrogue una mujer? ¿Quiere hacer el favor de contestar y dejar de mirar a mi compañera? Por cierto, está al cargo de la investigación, toda una primicia... ¡Ah no, que está detenido y no podrá publicarlo!

Eva miró de reojo a Diego. Eso no estaba planeado y no le había gustado. Nada. Olga, desde la sala de grabación tampoco entendió aquella maniobra de Diego. Pérez suspiró, y puso su mano derecha en la frente mientras negaba con la cabeza.

– Que capullo… ¿Por qué ha soltado eso? – gritó Pérez, cabreado. – Olga, ¿te ha dicho algo a ti?

– No, qué va. – respondió Olga sin dejar de mirar a la pantalla.

Diego se levantó y se sirvió agua en un vaso. Dio un par de tragos y se sentó. Eva seguía en silencio, mirando a su compañero sin saber que decir.

– Pues he de reconocer que no, nunca había visto una policía tan guapa. Bueno, diría que hay un empate. La inspectora con la que hablé el otro día también era muy guapa, pero algo más simpática. – contestó el periodista, sin dejar de mirar a Eva. – Pensaba que eso solo ocurría en las películas americanas, pero acabo de comprobar en persona que no es así. Todos los días caen estereotipos…

Olga, en la sala de control miró de reojo al resto de personas. Aquel comentario le había gustado, no cabía duda.

– Bien, no está aquí como jurado de un concurso de Miss Universo, déjese de gilipolleces y comience a responder las preguntas. – dijo Eva, levantándose de la silla y apoyándose en la mesa, dejando su escote a la vista del detenido. – Grabación. Zafra. Necesitamos respuestas. Ya.

– Ya les he dicho que modifiqué la grabación, lo confieso, pero también les reitero que no tengo nada que ver con los asesinatos. – dijo Pinyol, más nervioso de lo habitual. – Lo de las páginas web tiene una explicación facilísima. Dinero y publicidad, saben que…

– Vamos por partes. La grabación. Cuando, porque y con qué objetivo. – interrumpió Eva, mientras anotaba en su libreta, sentada de nuevo.

– Hace años, muchos, cuando investigaba el origen de la fortuna de Zafra, el padre. Me llamó unas cuantas veces para advertirme y la cosa fue subiendo de tono. No quería que publicase la información sobre su familia, y me amenazó. A mí, a mi familia y a mis colaboradores. Evidentemente no me rendí a sus peticiones. Con la ayuda de un amigo intentamos que fragmentos de varias conversaciones pareciesen una sola. Lo guardaba en la recámara como prueba. – respondió Pinyol, algo más humilde.

– ¿Prueba? – preguntó Diego.

– Claro, como prueba incriminatoria de sus amenazas, si nos pasaba algo. – respondió Pinyol.

– ¿Quiere que creamos que un periodista de su talla ha cometido esa torpeza? No me joda. No hace falta ser ningún genio para detectar que esa grabación es un burdo montaje. – dijo Diego. – No cuela. Si tenía todas las grabaciones ¿para qué hacer esa chapuza? A no ser que fuese usted el que amenazaba a Roberto Zafra y él reaccionase… ¡Claro! Ahora lo veo… La parte que falta son sus amenazas a Zafra, ¿no?

Algo en la mirada de Pinyol cambió, así como su gesto al colocarse en la silla. Diego lo vio, Eva también. Olga, atenta en la sala de grabación, tomaba nota de las reacciones del periodista. Nicolau mascaba chicle ruidosamente a su lado, con el ceño fruncido. Pérez llevaba rato de pie, desgastando sus zapatos.

– ¿No han leído los documentos que les facilité? El padre de ese señor se hizo rico a costa del sufrimiento y el miedo de muchas familias del bando que perdió la guerra civil. Debe haber cientos de afectados por sus engaños. Pero eso genera mucho trabajo, investigar algo así, donde hay involucrada tanta gente, les da pereza. Es mejor coger un cabeza de turco y que pague por todos.  – dijo Pinyol, nervioso. – Este país es un nido de vagos, así nos va…

– Bueno, usted da por hecho que no hacemos nuestro trabajo, pero se equivoca. Hemos leído los informes de nuestros equipos de investigación y también los documentos que nos hizo llegar. Los Zafra no son corderitos, pero no trate de desviar la atención. Se ha puesto en el punto de mira usted solito. – explicó Eva.

– De momento, es usted la única persona relacionada con la familia Zafra que ha tenido enfrentamientos personales, incluso ha cruzado amenazas con ellos. Es usted el que se atreve a financiar una página web que no solo no condena lo que está ocurriendo, sino que hace negocio con el mercadeo de los nombres de las posibles víctimas. – acusó Diego.

– Están demostrando ser muy cortos de miras… Me lo han dicho hace un momento, ¿en serio creen que soy tan tonto? – replicó Pinyol.

– ¡Explíquese! – dijo Diego, cogiendo su bolígrafo entre las dos manos y colocándose con postura religiosa ante el detenido.

– Preferiría que contestara antes a las preguntas que le hemos formulado. – dijo Eva.

– Dejemos que hable. – replicó Diego.

Eva asintió con la cabeza, pero dedicó una dura mirada al periodista.

– Les explico. Lo de la página web ha sido una forma de conseguir publicidad gratuita y, de paso, recaudar una buena cantidad de dinero. Antes del cierre de la primera web, mi empresa ya estaba en contacto con los creadores. En cuestión de horas, contratamos un servidor mucho más potente y con una base de datos más grande en una empresa cuyos servidores están instalados en un paraíso informático. – explicaba Pinyol. – Esos chavales tuvieron una idea genial, que ha atraído cientos de miles de visitas de todo el mundo. ¿Saben que eso se traduce en miles de euros semanales? Esa es toda mi conexión con las BAC, si lo quieren considerar así, haber pagado un servicio de alojamiento de unas páginas web de votaciones en un servidor de Tokelau.

– Bueno, supongamos que es así… Dejemos la web de lado y prosigamos con los Zafra. Sabemos que esa familia comenzó a acumular riqueza al final de la guerra civil y usted lo ha demostrado, pero se le olvidó mencionar que su familia fue una de las afectadas. ¿No es así, señor Pujol? – dijo Eva, ganándose de nuevo la atención del periodista, pero esta vez por sus palabras.

– Me equivocaba. No son unos vagos, han hecho sus deberes… – respondió Pinyol con una sonrisa amarga pasados unos segundos.

– Sí, por supuesto. También conocemos su extraña fijación por recuperar un objeto concreto. Y que su familia recuperó algunas de sus propiedades gracias a las donaciones que realizó al partido que gobernaba en Cataluña. ¿Seguimos? – dijo Diego.

– Señor Pinyol, o Pujol, necesitamos una explicación para todo esto, como verá, lo tiene un poco crudo. – comentó Eva, colocándose el bolígrafo entre los labios.

Cuando oyó el verdadero apellido de su familia al periodista le brillaron los ojos de una forma especial. Diego, frente a él, observó todos sus movimientos y tomó nota mental de todos los detalles.

– ¿Puedo beber algo? Tengo sed. – preguntó Pinyol.

– ¡Por supuesto! – dijo Diego levantándose a llenar un vaso sin dejar de mirarlo ni un solo momento. – Aquí tiene.

En la sala de grabación, Olga llevaba rato mirando a su jefe. Esperaba un gesto, alguna indicación para que fuese a la sala, para participar en el interrogatorio como habían acordado media hora antes. Pero no, Pérez seguía observando y escuchando con suma atención lo que acontecía en la sala de interrogatorios. Suspiró profundamente y notó como su estómago emitía un rugido. Hacía horas que no probaba bocado. Demasiadas. Cogió su móvil y le envió un mensaje a uno de los agentes que estaban de servicio a esas horas. Le pidió que le acercara un sándwich vegetal y una Coca-Cola de la máquina de vending.

– Bueno, cuéntenos lo de las amenazas a Zafra, que tiene de especial ese cuadro y porque no publicó toda la información de la que disponía. – le pidió Eva. – Ah, y no olvide explicarnos también porque nos ocultó su pasado.

– No sé qué hora debe ser, pero yo tengo hambre. Como esto tiene pinta de ir para largo, mejor pidan unas pizzas.  – dijo Pinyol. – Para mí una pizza pequeña marinera y un par de Coca-Colas Zero, por favor.

Dicho esto, el periodista cruzó sus brazos esperando algún tipo de reacción en los investigadores que tenía frente a él. Eva miró a Diego y éste se encogió de hombros.

– Está bien, pidamos unas pizzas. Yo quiero otra marinera y una botella de agua grande, muy fría. – dijo Eva.  – ¿Y tú?

– Pues otra marinera y una Coca-Cola. – dijo Diego. – Voy a pedirlas.

– No hace falta, les estamos escuchando. – dijo Pérez, conectando la megafonía de la sala para que pudiesen oírle. – Ahora mismo las pedimos.

Desconectó el micrófono y le pidió a Nicolau que tomara nota al resto de agentes que estaban de servicio por motivo del interrogatorio y que hiciese el pedido.

– Para mí me pides una cuatro quesos pequeña y una cerveza sin alcohol, por favor. – dijo Pérez.

– Pues apunta otra marinera y otra cerveza sin alcohol. Había pedido a Ramírez que me sacara algo de la máquina expendedora, pero prefiero una pizza, la verdad. – dijo Olga, enviando un mensaje al agente para anular su pedido anterior.

– Bueno, ya tenemos la cena encargada. Ahora volvamos al punto donde nos habíamos quedado. – dijo Diego, poniendo sus brazos tras la nuca.

– Comenzaré por el último tema por el que me han preguntado, la razón por la que oculté mi pasado, si no les importa. – dijo Pinyol. – Es un tema doloroso. Como ya saben, mis abuelos tuvieron que huir del país bajo la amenaza fascista dejando atrás sus empresas, sus bienes y prácticamente todo su dinero. Se vieron obligados a comenzar de nuevo en otro país. Para evitar el temor que algún día aquellos fachas llamasen de nuevo a su puerta reclamando más dinero, consiguieron papeles con nuevas identidades y se instalaron en una ciudad pequeña del norte de Paris. Por suerte, la salud les acompañó y gracias a su trabajo pudieron rehacerse.

– A su trabajo y a los contactos que tenían en Paris, tampoco comenzaron desde cero, no me sea tan dramático. – replicó Diego. – Díganos como consiguieron llegar hasta Francia y la población donde estuvieron viviendo. También me gustaría saber porque no recuperaron la identidad cuando volvieron.

– Llegaron a Francia, más concretamente a Dreux, al norte de Paris, pagando una gran cantidad de dinero sobre todo a gentuza como Zafra, pero no fueron los únicos que cobraron. Dinero, joyas, obras de arte, cualquier cosa de valor servía para pagar la miopía de la policía del régimen franquista. Mucha gente pudo escapar así y cruzar sanos y salvos la frontera. – contestó Pinyol, cabizbajo. – Sobre recuperar el apellido de la familia, lo pensaron, pero lo dejaron pasar. Vivían con miedo a represalias. Verte obligado a exiliarte tras una guerra porque el bando al que apoyabas ha perdido no debe ser agradable.

– Entiendo. Dinero, joyas y obras de arte que su familia fue recuperando poco a poco tras su vuelta al país, ¿no es así? – preguntó Diego. – Aprovechando la influencia de sus amigos en la Generalitat. Es parecido a lo de Zafra, ¿no?

– No lo compare, por favor. Fue un acto de justicia. Algunas familias recuperaron bienes que fueron expropiados en nombre del régimen franquista y posteriormente adjudicados a dedo entre sus acólitos. – respondió Pinyol.

– ¡No me diga! A mí me resulta bastante parecido, exactamente lo mismo, abuso de poder, pero esta vez en la dirección que beneficiaba a su familia. – dijo Diego, tratando de aparentar calma. – ¿Conoce el significado de la palabra coherencia?

– Es su punto de vista, pero no me convencerá de lo contrario. – comentó Pinyol.

– Según nuestras fuentes, su familia recuperó su status gracias a la afinidad política con los gobernantes de la Generalitat. Bueno, eso, y las abundantes donaciones a Convergencia Democrática de Catalunya. – dijo Eva.

Pinyol la miró durante un momento a los ojos y reanudó su relato tras bajar la mirada hasta sus pechos.

– Como sabrán, durante la larga investigación que realizamos obtuvimos muchísima información de los negocios sucios perpetrados por algunas honorables familias tras la victoria de los nacionales. – comentó Pinyol. - No publiqué todo lo que recopilamos con la intención de escribir un libro sobre uno de los episodios más despreciables de la historia reciente de nuestro país. Está prácticamente acabado, tengo pensados algunos posibles títulos: Como hacerse rico robando a los vencidos, Robando a tus enemigos, La estafa nacional…

– Por favor, sáltese los títulos, creo que no nos interesa demasiado. – apremió Eva. – ¿Su familia fue favorecida gracias a las donaciones que había efectuado?

– No niego que eso ayudase… Fue realmente complicado, un proceso largo. – Pinyol hizo una pausa para captar la atención de los investigadores, reanudando el relato en un tono algo más bajo. – Durante aquella época tuve la oportunidad de hablar con una persona que ocupo un alto cargo, alguien que participó en las negociaciones donde se pactó la creación de las autonomías del estado español, en mil novecientos ochenta. Desde luego, esa información no está entre los documentos que les entregué. Haciendo un resumen simplista, lo que pasó es que el gobierno de la Generalitat llegó a un acuerdo con el gobierno de España. Digamos que acordaron que se devolverían parte de los bienes expropiados durante el régimen franquista a las familias de la alta burguesía catalana, a cambio de no presionar para obtener un concierto económico y fiscal como el que consiguió el gobierno autónomo vasco. – explicó Pinyol.

– ¿Y por qué nos lo cuenta? – preguntó Eva.

Eva miró a Diego con los ojos abiertos de par en par, atónita. No daba crédito a lo que acababa de escuchar. Pinyol la observaba en silencio, el periodista intentaba mantener la mirada, pero parecía no poder evitar bajar hacia sus pechos.

Diego continuó escribiendo en su libreta, intentando no expresar sorpresa. Por dentro le hervía la sangre. En plena crisis económica, en pleno proceso soberanista catalán, acababa de escuchar que los prohombres de Cataluña, los mismos que estaban dividiendo al pueblo catalán, habían realizado hacía años un pacto para beneficiar a unos cuantos, a sus amigos, en lugar de pensar en el bien colectivo de todo un pueblo. No le extrañaba, pero le dolía. ¿Cómo era posible que algo así hubiese permanecido oculto durante tantos años? ¿Sería cierto?

– Necesito ir al baño y de paso miro si ha llegado la cena. – avisó Diego. – Ahora seguimos, nos tiene que explicar todo eso con más detalle.

Pérez miró a Olga asombrado. Nicolau se excusó para ir a fumarse un cigarrillo. Las declaraciones de Pinyol, si se ajustaban a la verdad, eran un verdadero bombazo, a todos los niveles.

– Olga, ve a buscar a Diego y entra en la sala con ellos. Pinyol está consiguiendo llevar el interrogatorio por los cauces que le interesan. Nos está contando lo que quiere, no lo que le preguntamos. – dijo Pérez, cariacontecido.

– Ángel, ¿crees que lo que ha dicho puede ser verdad? Lo del pacto fiscal. ¡Joder! Con el lío que hay formado, ¿te imaginas que esto sale a la luz? – preguntó Olga.

– Sí, lo imagino, también me ha sorprendido, pero no tiene porqué ser cierto. – respondió Pérez rápidamente. – Las declaraciones son parte de una investigación, no tenemos permiso para hablar de esto fuera de las paredes de la comisaría. Olga, se nos puede caer el pelo. Tampoco sé que tiene que ver todo esto con los asesinatos que estamos investigando, la verdad.

Diego se encontraba en el lavabo, refrescándose la cara. Se secó con un par de toallitas desechables. Se miró al espejo y pensó en lo que Pinyol acababa de contarles. Alguien llamó a la puerta.

– Voy. ¡Un momento! – contestó Diego.

– Soy yo. – dijo Olga. – Tenemos que volver a la sala.

Diego salió del cuarto de baño, Olga lo esperaba en el pasillo, hablando por teléfono.

– Sí, eso es. Ya. Lo mismo pienso yo, pero habrá que verificarlo, ¿no? Es urgente, intenta mover hilos para averiguar algo esta misma noche. ¡Ja, ja, ja! ¿Estás loco? ¡Lo tienes claro! – Olga colgó el teléfono.

– ¿Qué? – preguntó Diego mirando con disimulo la pantalla del Smartphone de su compañera.

– Miravet. Me ha pedido Pérez que le llamara para que ponga a su equipo a investigar si lo que acaba de decir Pinyol tiene algo de sentido. – dijo Olga. – Miravet contactará con Álvaro directamente. Le hemos enviado mensajes, pero no contesta. Ah, y me ha pedido por enésima vez que salga a cenar con él.

– Que se joda, es un salido. ¿Qué piensas? Esto se está complicando a pasos agigantados. Debe de ser mentira, no me lo puedo creer…. – dijo Diego, negando con la cabeza.

– Hostias, no sé. – dijo Olga aproximándose a su compañero. – Pero desde luego, si es cierto, algunos cabrones han estado engañando a la sociedad durante demasiado tiempo.

Si todo esto de las BAC es una especie de venganza y están cargándose a los que salieron beneficiados… Cómo decirlo…

– ¿Qué lo tienen bien merecido? ¿Qué ya era hora de que se hiciese justicia? – preguntó Diego en voz baja, mirándola a los ojos.

– Diego, la clase política esta corrupta, no lo hemos descubierto ahora. Y por lo visto todo lo que gira alrededor del poder también. – respondió Olga. – Lo que quería decir es que todo tiene un límite, hasta la paciencia humana y tal vez alguien haya decidido no aguantar más.

– Ya… Es que es muy raro. ¿Por qué ahora? Joder, hace más de treinta años de todo lo ocurrido. ¿Quién espera todo ese tiempo? – se preguntó Diego, pensativo y frunciendo el ceño. – No. No puede ser. Castro no estaba relacionado con Zafra, eso lo tenemos casi confirmado. Me da la impresión que estamos tirando del hilo equivocado. Aquí debe haber varias madejas. Pinyol está destapando mierda, pero la que le interesa.

– ¿Qué quieres decir? – preguntó Olga.

– Que le estamos siguiendo el juego. A Pinyol le estamos patrocinando la campaña publicitaria de su libro. Este tipo se mueve por fama y dinero. Si de paso puede arrastrar al fango a sus enemigos, pues mejor. – afirmó Diego. – Espero no equivocarme.

– Ahora me he perdido… – dijo Olga – ¿A qué te refieres?

– Que Pinyol no tiene nada que ver con las BAC, creo que ha utilizado nuestras sospechas para ganar protagonismo. – dijo Diego, sonriente. – A ver, tú y Nicolau hablasteis con él a raíz de la conversación que mantuvo Sabino con el hermano de Zafra, ¿no? Fue Bernardo Zafra el primero que relacionó a Pinyol como enemigo de su familia.

– Sí, así es. – contestó Olga.

– Pinyol se presentó voluntariamente y nos pasó una serie de documentos. Se mostró como la víctima, ya que había sido amenazado por los Zafra… – dijo Diego.

– ¡Olga, Diego! ¡Al fin os encuentro! – los interrumpió Nicolau. – La cena ha llegado, ¿venís?

– Sí, ahora mismo vamos. Gracias por avisar, Martí. – respondió Olga, y susurrando le dijo a Diego. – Tenemos que ir. Después seguimos hablando.

Se dirigieron en silencio hasta el improvisado comedor. Habían abierto las pizzas sobre unas mesas y se habían sentado alrededor. Eran Pérez, Nicolau, Eva y dos agentes de uniforme.

– Bon profit! – dijo Olga, cogiendo un trozo de pizza.

– ¿Dónde estabais? – preguntó Pérez.

– En la planta de arriba, en el pasillo, hablando. – respondió Diego. – ¿Y Pinyol? ¿Le habéis llevado lo suyo?

– Sí, cuando llegó. – contestó Eva, mirando interesadamente a Diego y Olga.

– ¿Bueno, que pensáis de todo esto? – preguntó abiertamente Pérez.

Olga buscó a Diego con la mirada. Estaba limpiándose el aceite de la boca con una servilleta. Levantó una ceja y le hizo un gesto con la cabeza. Diego lo entendió al momento.

– Lo estaba comentando hace un momento con Olga. Creo que Pinyol no tiene nada que ver con las BAC, no está relacionado con los asesinatos. Es un tipo muy listo, diría que está utilizando todo esto para promocionar su libro. – dijo Diego, hablando mientras se tapaba la boca con la mano, ya que estaba masticando.

– No me jodas, ¿y cómo has llegado a esa conclusión? – dijo Nicolau.

– Más que una conclusión es una intuición. – respondió Diego. – Pinyol aparece en escena tras el asesinato de Zafra. Tiempo atrás, la familia Zafra lo identificó como uno de sus enemigos, por su famoso reportaje desmontando el mito del hombre hecho a sí mismo, el hombre de negocios salido de la nada, para presentar a un mafioso despreciable.

– Continúa, por favor. – dijo Eva, dando un trago de su vaso.

– Seguro que preparó la grabación después del anuncio del crimen de Zafra. Es un hombre al que le gusta la polémica, parece que le va la marcha. Bernardo Zafra lo identificó como una de las personas que podían estar implicadas en el asesinato de su hermano. Si realmente está preparando un libro donde revela todas las artimañas de los políticos, el hecho de haber estado detenido e interrogado por su presunta relación con los BAC lo pone en el centro de la atención pública. Le da un plus de protagonismo. – finalizó Diego.

– Publicidad gratuita. – apostilló Olga.

– ¿Y para qué iba a financiar los servidores de la página www.bac.es? – preguntó Pérez.

– Dinero. Lo ha dicho antes. Dinero y otro punto de contacto con los BAC, el tema de moda. Visibilidad. – concluyó Eva.

– Efectivamente. Hay una historia detrás de todo esto, es evidente. Rencor, mucho rencor por lo que le tocó vivir a su familia con el destierro tras la guerra civil. Ha sido paciente, de eso no hay duda. – dijo Diego. – Pero como os digo, pienso que no es más que un aprovechado.

– Entonces que hacemos, ¿lo soltamos? – dijo Nicolau.

– No, continuemos, a lo mejor estoy equivocado. Sigamos con el interrogatorio. Además, tenemos que averiguar qué pasa con el misterioso cuadro y también el tema Asúa. Hay algo oscuro en la relación entre Asúa y Pinyol. – dijo Diego.

– Tampoco olvidemos el tema de las amenazas y los emails. Recordad que Pinyol advertía a Zafra sobre que llegaba el día en que se iba a arrepentir de todo. – dijo Eva.

– Para mí, el contenido de ese email es otro indicativo que Pinyol no tiene nada que ver con la muerte de Zafra. Normalmente, cuando alguien quiere ver como otro se arrepiente, lo quiere ver vivo, sufriendo por sus actos. La muerte no es la solución, un rencoroso no desea la muerte inmediata del adversario, sino verlo hundido en la miseria, o muriendo suplicando perdón. – explicó Diego, cogiendo otro trozo de pizza y dándole un gran mordisco.

– Pues nada, cuando terminemos esta estupenda cena, continuamos con Pinyol. Démosle cuerda para que largue por esa boca. – dijo Eva.

– ¿Qué pensáis de esa mierda que ha contado…? Lo del pacto entre gobernantes para devolver los bienes a algunas familias. ¿Qué sentido tiene denunciar a los políticos que consiguieron que su familia recuperase sus bienes? – preguntó Nicolau, cambiando levemente de tema.

– Buena pregunta. No lo sé, es extraño y difícil de digerir. – dijo Diego, mirando al resto de comensales.

– ¿Venganza? – se aventuró a proponer Pérez. – Corregidme, pero no me suena que ninguno de los políticos que han llegado al poder tras el franquismo tuviese que abandonar el país después de la guerra civil.

– No te sigo. – dijo Eva. – Bueno, ni te sigo, ni puedo ayudarte a recordarlo, ni tan siquiera había nacido…

– Creo que Ángel se refiere a que es una forma de dejar en evidencia a los que se pudieron quedar aquí, ¿no? – dijo Olga.

– Sí, algo así. Todo y que ayudaron a los que volvieron, esa gente pudo quedarse y convivir con los que ganaron, los que hicieron que su familia tuviese que largarse. – dijo Pérez.

– Puede tener sentido. – concluyó Diego. – Pero suena maquiavélico, un tanto rebuscado.

– Bueno, yo ya estoy, no quiero más. Salgo a echar un cigarrillo y seguimos. – dijo Eva.

– Te acompaño. – dijo Nicolau.

Pérez recordó a Olga que acompañase a Eva y Diego en el resto del interrogatorio y se excusó.

Olga, aprovechando que los dos agentes volvieron a la sala de grabación con Pérez y se quedaba a solas con Diego, se aproximó a él. Diego supo en seguida que la conversación no iba a ser sobre la investigación.

– ¿Diego, vendrás a casa a dormir? – susurró Olga. – Ya no hace falta que paremos a comprar cena…

– No lo sé, a ver qué hora acabamos. – dijo Diego, guiñándole el ojo. – Estoy cansado, pero tranquila, hoy no se acaba el mundo.

Olga miró a su alrededor y alargó su mano derecha hasta la entrepierna de Diego, amasando su pene con disimulo. Se acercó aún más a él.

– Tengo ganas de esto. – dijo Olga al oído de Diego. – Este grandullón nunca está cansado…

Ella continuó acariciando su miembro por encima del pantalón. Diego observó que estaba excitada, sus pupilas marrones se dilataron y los pezones se irguieron tras la camiseta. Agarró la mano de Olga con suavidad y la separó de su pene casi erecto.

– Ahora no… ¡Para! Vamos a la sala. – susurró Diego, comprobando que nadie los viese.

El inspector aprovechó para acariciar su pecho derecho con la otra mano. Ella suspiró profundamente.

– Sí, que remedio… - dijo Olga segundos después, apartándose. – Un día tenemos que echar un polvo en la oficina…

Diego la miró. Aquella sonrisa pícara le indicó que lo decía en serio. Se acomodó el pantalón para disimular el bulto. Recogieron las cajas de las pizzas para tener una excusa de su tardanza y se dirigieron hacia la sala donde se encontraba el periodista Josep Pinyol.

Eva tardó un par de minutos en aparecer con Nicolau, ambos llegaron riéndose.

– ¡Que cachondo es este Martí! ¿Os ha contado lo del vidente que sale en la televisión, pregonando que los BAC van a acabar con toda la corrupción? ¡Martí, consigue el teléfono y lo llamamos para que nos ayude! Dice que sale con una taza de chocolate espeso y que ve los nombres de las futuras víctimas en las ondas del chocolate. Alucinante. – dijo Eva, sonriente.

– No, ¿pero de que os extrañáis? Cantamañanas y aprovechados que hacen negocio con este tipo de temas siempre los ha habido y los continuará habiendo. – dijo Diego. – Lo que no entiendo es que la gente llame.

– Cantamañanas y aprovechados aparte, la repercusión pública que están teniendo estos casos es brutal. – dijo Olga. – Estos crímenes han provocado movilizaciones en tiempo record. Sin ir más lejos, mirad las manifestaciones en Madrid y Barcelona esta mañana. Los organizadores han reconocido que se han visto sobrepasados por la asistencia masiva de gente. La lectura es fácil, la sociedad está harta de la corrupción en que vive inmerso el poder.

– Sí, pero hay un dato significativo. Cuando hay un acto terrorista, por ejemplo, los ciudadanos colaboran activamente con las fuerzas del orden, llaman alertando sobre movimientos sospechosos. – dijo Pérez, uniéndose a la conversación. – La sociedad es proactiva porque se ve amenazada.

– Pero no ha ocurrido igual con estos casos. – respondió Eva. - La reacción ha sido la contraria, solo tenéis que ver las manifestaciones de hoy. Miles de personas saliendo a la calle, gritando que ellos no temen a los BAC. La sociedad no ha identificado a los BAC como una amenaza, ya que están atacando a los poderosos, a los corruptos.

– ¿Y qué esperaban? – dijo Diego, encogiéndose de hombros.

– ¡Quién debe estar esperando es Pinyol! ¿Entramos antes de que se nos duerma? – dijo Eva.

– Tienes toda la razón, ya seguiremos hablando de esos temas. – dijo Pérez. – Podríamos estar horas charlando…

Olga abrió la puerta. Pinyol estaba con los brazos cruzados. Diego y Eva entraron tras de ella.

– Menos mal. ¡Pensaba que cenaríamos todos juntos! – dijo Pinyol, en todo jocoso. – Cenar solo es triste, y más en una comisaría.

– Pues ya está otra vez acompañado. A ver… - dijo Diego consultando sus notas. – Nos habíamos quedado en los presuntos acuerdos que facilitaron que algunas familias de la burguesía catalana recuperasen sus bienes. ¿Nos puede facilitar una lista?

– Está bien. Fueron muchas, piense que no solo recuperaron sus bienes los que tuvieron que emigrar, sino muchos de los que se quedaron aquí, aguantando la dictadura que los intentó despojar de su cultura y su lengua. Los Sardà, Molins, Ribera, Junyent, Sils, Martorell, Rius i Faix, Torrents, Casadesús…, como les digo, la lista es muy extensa, creo que había cerca de un centenar de familias, si no recuerdo mal. Debería consultar mis notas. – dijo Pinyol.

– Es igual, tampoco viene al caso. – dijo Olga. –  No veo qué relación tiene eso con los BAC. Hemos comprobado que la familia de Castro no estuvo implicada en chanchullos como los que hizo Zafra, ni abandonó el país tras la guerra civil.

– Efectivamente, lo que descartaría la conexión catalana con las BAC. – apuntó Eva.

Diego la miró. Quizá no debían hacer ese tipo de comentarios delante del sospechoso. El reproche que le hizo Diego con la mirada fue suficiente, no necesitó palabras para hacérselo entender.

– Cuéntenos que pasa con el cuadro. El que le reclamaba a Zafra. – dijo Diego buscando entre sus notas. – Paissatge a Can Margarit de Monfort, Lluís Monfort, ¿es correcto?

La expresión de la cara de Pinyol se tornó triste, como si hubiese recordado un hecho que le afectara personalmente.

– Es correcto. Y es otra larga historia… – comenzó Pinyol.

– Trate de resumirla. – le dijo Olga.

– Lo intento. A ver…Monfort. Por donde comienzo... – dijo Pinyol. – Mi abuelo materno, poco después de casarse con mi abuela marchó una larga temporada a Cuba para cuidar de los negocios familiares de ultramar, como los llamaba él. Lluís Monfort era amigo de mi abuela desde que eran muy jóvenes. Monfort solía a ir a tomar café a su casa, formaba parte del círculo de amigos artistas de mi abuela.

– Perdone que le interrumpa, pero ¿puede concretar un poco? ¿Hace falta que nos cuente la historia de su familia? – interrumpió Olga en su papel de tocapelotas oficial.

– Les tengo que poner en antecedentes para que entiendan la importancia de ese cuadro para mi madre. ¿Sigo? – respondió Pinyol, sin perder la calma.

El silencio de los tres investigadores sirvió de confirmación para que el periodista continuara su explicación.

– Pues como les decía, Monfort era un habitual de las reuniones en casa de mi abuela. Nadie sospechaba que aquellas visitas tendrían un final inesperado… – continuó Pinyol. – Una tarde de verano, la reunión se alargó hasta la cena, los cafés se enlazaron con las copas y tras varias horas de charla y juegos de mesa, los invitados fueron abandonando la casa. Todos menos Monfort…

– A ver si adivino como acaba esto… El pintor bohemio se fugó con la burguesa y se marcharon a vivir a un barrio de artistas de alguna ciudad europea. – dijo Olga.

– No… Tuvieron una aventura amorosa que duró solamente aquel verano y el fruto de aquellos tórridos encuentros se llamó Joana Pidelaserra. Mi madre. – finalizó Pinyol, apoyando sus codos en la mesa.

– ¿Fue sietemesina? – dijo Eva.

– Bueno, algo así le contaría mi abuela a mi abuelo, no sé cómo pudieron ocultar aquello… o si simplemente lo aceptó sin más. Esa misma pregunta me la he hecho yo bastantes veces. – respondió Pinyol tratando de sonreír. – Solo sé que Monfort pintó un cuadro rememorando el paisaje de la casa de verano de mi familia materna, Can Margarit. Se lo regaló a mi abuela cuando la visitó en su casa en Barcelona tras el nacimiento de mi madre. Dieciséis años después mi abuela se lo regaló a mi madre en su puesta de largo. Era el único lazo que tenía con su verdadero padre.

– Y usted con su verdadero abuelo… – intervino Diego, que no paraba de tomar notas.

– Sí, así es. De hecho, mi madre tenía pensado regalarme el cuadro, según me dijo desde que era un niño. Cuando seas mayor será tuyo, no se cansaba de repetírmelo. – comentó Pinyol.

– Pero llegó la guerra civil, sus padres tuvieron que marcharse y deshacerse del cuadro. – dijo Olga.

– No exactamente. Después de muchas gestiones contactaron con Zafra para que les facilitase la salida del país. Mis padres cometieron el error de reunirse con él en nuestra casa. Mientras negociaban el precio a pagar por salir del país y cómo hacerlo, Zafra debió notar que mi madre miraba aquel cuadro con atención especial. El muy cabrón se encaprichó de él, todo y que le ofrecieron más dinero u otras obras de arte, no cedió y fue parte de su salvoconducto. – dijo Pinyol, algo cabreado.

– Y como no pudo recuperarlo, ha urdido un plan para cargarse al heredero de Zafra… – argumentó Olga.

– No, ya les he dicho que mi relación con los BAC es meramente comercial. He visto el filón e intento sacar provecho. – respondió Pinyol.

– Pues va a tener que explicar esto delante de un juez. Obstrucción a la justicia, falsificación de pruebas, apología del terrorismo. Los cargos son graves, puede costarle la cárcel. – dijo Diego.

– ¿En serio? ¿Creen que me pueden acusar de algo? No creo que ningún juez admita a trámite una denuncia por esos cargos. ¿Obstrucción? Me presenté voluntariamente e incluso les facilité información. ¿Esas son las pruebas falsas a las que se refiere? – preguntó Pinyol, sin perder la calma.

– No, me refería a la grabación modificada. – dijo Diego, jugueteando con el bolígrafo en su mano derecha.

– Eso no puedo negarlo. – contestó el periodista, girando su cabeza hacia la cámara situada a su derecha. – Confieso que modifiqué las grabaciones de algunas conversaciones telefónicas con Roberto Zafra para hacer ver que me amenazaba. De hecho, solo eliminé las partes donde yo le amenazaba a él. Zafra era muy temperamental y entraba al trapo, era fácil hacerle saltar.

Sus amenazas eran reales, pero creo que reaccionaba así con cualquiera que le llevase la contraria. Pero están pasando por alto las amenazas y persecuciones a los que me tenían sometido sus secuaces. He tenido que irme a vivir a otro lugar con mi familia para evitar el acoso de esos nazis, esos perros de presa amaestrados, por no decir los torpes ataques informáticos a los servidores de mis empresas, mensajes, pintadas... Tengo denuncias, pruebas, fotos y personas que pueden atestiguar todo eso. Al final quedaría absuelto, ¿no creen? También han hablado de apología del terrorismo, eso me lo tienen que explicar mejor.

– Bueno, como le digo, eso debería valorarlo un juez, no es nuestro trabajo… – respondió Diego. – Cuando hablaba de apología del terrorismo me refería al soporte económico que una de sus empresas da a una página web donde se permite votar a la gente para elegir a la próxima víctima de los BAC. Se está fomentando que esos criminales intenten asesinar a las personas más votadas. Usted lo ve como una inversión, pero la justicia puede interpretarlo de otro modo. Estamos ante los límites de la libertad de expresión, ¿no cree?

– Todo tiene sus matices, depende del lado donde te encuentres. – dijo Pinyol, con una sonrisa un tanto irónica en su bronceado rostro.

Diego apuntó algo en su libreta con trazos rápidos y la cerró. Cogió su móvil, se levantó y escribió un mensaje a Pérez. El texto era corto y contundente. Pérez le pidió que saliesen de la sala, para poder hablar.

– Eva, Olga, acompañadme fuera, por favor. – dijo Diego a sus compañeras.

Olga y Eva se miraron entre ellas. Pinyol observó a los tres investigadores, curioso. Abrieron la puerta y abandonaron la sala en dirección a la sala de grabación donde los esperaban Pérez y Nicolau.

– ¿Qué pensáis? – preguntó Pérez abiertamente.

– Lo veníamos comentando. Pienso como Diego, me sorprendería que Pinyol tuviese algo que ver con los asesinatos. – dijo Eva.

Olga no dijo nada, simplemente se cruzó de brazos y asintió con la cabeza.

– Mierda… – dijo Pérez. – Hemos estado malgastando el tiempo. ¡Joder!

– Ángel, monta una reunión para mañana. Deberíamos asistir todos, Sabino, Álvaro, Gracia y hasta Santamaría si quiere apuntarse. Tenemos que darle otro enfoque a la investigación. Estamos dando palos de ciego. Como decía Olga esta tarde, paremos y demos un paso atrás que nos permita avanzar en la dirección correcta. No podemos seguir así. Es muy frustrante. – concluyó Eva.

– De acuerdo. Nicolau, pide una orden al juez. Que Pinyol sea acusado de obstrucción a la justicia o de apología del terrorismo. No podemos permitir que se vaya de rositas. Lo que ha liado por un puto cuadro, la avaricia y el afán de protagonismo. ¡Joder, tenía la esperanza que la pista fuese buena! – dijo Pérez. – Marcharos a descansar un poco. Os mandaré un mensaje con la hora de la reunión. Os lo habéis merecido.

– De acuerdo, tú mandas. – dijo Olga, contenta, evitando la sonrisa que intentaba emerger de sus labios.

Miró a Diego de soslayo, ya quedaba menos…

– ¿Diego, quieres que compartamos un taxi? – preguntó Eva.

– Muchas gracias, de verdad, pero ya se había ofrecido Olga a llevarme, además, no te pilla de camino. – contestó Diego.

– Bueno, pues recojo mis cosas y me voy. Estoy cansada. Me daré una buena ducha y a dormir. – dijo Eva. – Hasta mañana, que descanséis.

– ¡Espera, no te vayas! Tienes la maleta en mi coche. – dijo Olga a Eva, que se alejaba.

Olga conocía aquel tipo de trucos. Dejar un objeto para poder llamar después y tener una excusa para volver a verse. O tal vez Eva quería comprobar si había dejado a Diego en su casa. En fin, prefería no averiguarlo.

Tras recoger sus cosas, los tres investigadores bajaron al parking, Olga se ofreció a dejar a Eva en una parada de taxis cercana a la comisaría. Cinco minutos más tarde, a las veintitrés horas, doce minutos, Eva tomaba un taxi en dirección al Hotel Arts. Sola.

Eva intentó dejar de pensar en los casos. Había meditado la posibilidad de invitar a Diego a subir a tomar algo a su habitación. La negativa del inspector desmontó su plan.

– ¡Mañana! – se dijo a sí misma, sonriendo. – Mañana lo intento de nuevo.

Mientras tanto, un coche amarillo se dirigía a Castelldefels. Era un trayecto de casi cuarenta y cinco minutos, pero Olga estaba exultante, radiante, como si se acabase de levantar. Una energía que surgía de su interior borró cualquier rastro de cansancio.

– …entonces, ¿soltarán a Pinyol esta noche o lo retendrán hasta mañana? Curioso personaje, ese periodista, la verdad… – decía Diego.

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