BAC

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Capítulo 30

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Capítulo 30

Llevaba horas repasando el código, horas trabajando en la más absoluta soledad. Sus compañeros habían ido abandonando la oficina a medida que avanzaba la tarde. No entendía que se les había podido escapar. Pamela, la aplicación que debería predecir los nombres de las posibles víctimas de los BAC no acababa de funcionar, de ejercer su función de salvavidas. El programa ejecutaba las tareas programadas apropiadamente, conectaba con la página web www.bac.es, descargaba las estadísticas actualizadas de las votaciones. De la lista de nombres, descartaba personajes ficticios y que consideraban que no serían relevantes para los BAC, como actores, entrenadores o deportistas.

Una vez filtrada la información, descargaba el historial de delitos de una base de datos interna del Ministerio de Justicia y descartaba los encarcelados. Aquella tarea era rápida, el número de personajes cumpliendo condena no llegaba al uno por mil del total. De los nombres que pasaban el segundo filtro, buscaban las noticias relacionadas en diarios digitales y se les otorgaba un orden en función de lo mediático que fuese el personaje y sus presuntos delitos. Todo ello, parametrizado en función del tiempo y la antigüedad de los delitos, así como la accesibilidad de la persona. Finalmente, generaba un fichero ordenado por riesgo de ataque. Lo habían llamado MostHatedPeople.txt.

Álvaro había jugado con varios parámetros, cambiado las fechas, descartado por rangos de edad, pero no conseguía que la aplicación retornara los nombres de Zafra o Castro entre los primeros. Solo una vez había conseguido que aquellos nombres, los de las dos víctimas de los BAC apareciesen en la lista a la vez. Lo tenía registrado en sus notas. Las releyó atentamente intentando buscar un patrón. Castro aparecía en el puesto sesenta y ocho, mientras que Zafra ocupaba el ochenta y uno.

Pamela no estaba acertando. Todas sus esperanzas se diluían en el enésimo café largo que esperaba humeante sobre su mesa. Se levantó y se dispuso a andar por la sala, con las manos en los bolsillos delanteros y la cabeza gacha. Estaba cansado, su cabeza pesaba cincuenta o cien kilogramos, eso al menos le parecía. Hizo unos cuantos estiramientos para desentumecer sus músculos.

De repente alguien pronunció su nombre. Se giró, pero no acertó a ver de quien se trataba.

– ¿Álvaro? ¿Eres tú? – repitió de nuevo una voz femenina. – ¿Qué haces por aquí todavía?

Era Carmen, la agente de la brigada anti droga con quien había hablado por la mañana. Estaba en el pasillo, en la penumbra. Morena, con el pelo negro y ropa oscura. Costaba verla, y más, después de tantas horas delante de aquellos monitores. Sus ojos no lograban enfocar a aquella distancia.

– ¡Hola! Trabajando. Suelo quedarme hasta tarde cuando tengo mucho jaleo. ¿Y tú? ¿Qué haces en la oficina tan tarde? – contestó Álvaro acercándose a la puerta.

– Quiero ponerme al día con un caso bastante importante. Cosas de novata, supongo. – dijo Carmen.

– ¡Que aplicada! Estaba pensando en marcharme, ¿te apuntas a cenar? Algo rápido. – propuso Álvaro, dedicando una amplia sonrisa a Carmen.

– Ostras, lo siento, he salido hace un rato por chino y he cenado en la mesa, mientras repasaba los informes. Se ha hecho tarde, ¿encontrarás algo abierto? – preguntó Carmen.

– Tengo un McDonald’s camino a casa. Es de los que está abierto toda la noche. Pillaré algo. – explicó el inspector.

– Te acompaño un rato, si quieres. – dijo Carmen.

– Todavía tardaré unos minutos en cerrar todo esto, seguro que te esperan en casa. – dijo Álvaro, con la esperanza de oír una respuesta negativa a la pregunta que no había formulado.

– Sí, me esperan, pero no creo que se quejen. Son dos gatos. – respondió Carmen sonriendo. – ¿Y a ti, te espera alguien en casa?

Aquella respuesta le gustó. Ocultó su sonrisa y disimuló un pequeño suspiro girándose hacia los ordenadores.

– ¡Que va! Vivo solo. No me quieren ni los gatos. – contestó Álvaro, serio, pero sonriendo en su interior. – ¿Te quieres sentar y esperar aquí? Serán un par de minutos, de veras. Apago esto, pero antes quiero copiar una cosa.

– Vale. ¿Para seguir trabajando en casa? – dijo Carmen.

– Bueno, es una de las opciones que manejo. – dijo Álvaro.

El investigador se sentó frente al ordenador y tecleó a toda velocidad comandos en una consola Linux.

– ¿Y cómo va la investigación? ¿Algún sospechoso? He oído rumores, que tenéis un detenido en Barcelona. – se interesó Carmen, colocándose al lado de Álvaro.

Normalmente Álvaro necesitaba un espacio vital bastante amplio. No le gustaba que la gente se le acercase demasiado. Estaba experimentando una sensación extraña. Carmen, a la que acababa de conocer, no era percibida como una invasora de su zona de confort. Se sentía a gusto, seguro. Ejecutó un script para realizar una copia de seguridad de todo el trabajo del día en un FTP y se giró hacia ella.

– Pues no muy bien, para que engañarnos. Tenemos varios frentes abiertos, pero no hay un sospechoso claro. Esos cabrones son muy listos, no dejan pistas. Mañana tenemos una reunión para ponernos al día.  – contestó Álvaro. – Esto que ves es un programa para intentar buscar un patrón en las victimas que eligen las BAC.

Álvaro le mostraba la pantalla donde estaba desarrollando el algoritmo. Carmen miraba interesada, con los codos apoyados en la mesa y las palmas de sus manos en las mejillas. Sus enormes ojos marrones miraban con curiosidad lo que iba haciendo Álvaro. Sonreía con naturalidad.

– ¡Que buena idea! ¿Funciona? – dijo Carmen, que al ver el gesto de Álvaro intuyó la respuesta. – Bueno, no debe ser fácil. Imagino que debe procesar un montón de datos, manejar filtros, parámetros. Pero claro, la aplicación no es un miembro de las BAC, no conoces cual es la lógica detrás de los asesinatos, si la hay… Igual los matan porque no soportan como son o lo que han hecho.

– Si… - dijo Álvaro.

Pasaron unos segundos donde Álvaro reflexionó sobre lo que acababa de escuchar. Se le iluminó la mirada. Miró al techo.

– No tiene que existir una lógica. Simplemente una fijación. Puedes coger manía a alguien por un hecho aislado y sin saber por qué, no le permites cosas que a otros les pasas por alto… Hostias, le tengo que comentar esto al resto del equipo. Bueno ya estoy, ¿vamos? – dijo Álvaro.

– ¡Venga! – dijo Carmen cogiendo su bolso y una carpeta.

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