BAC

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Capítulo 31

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Capítulo 31

Sus inesperados visitantes le habían explicado el motivo de su presencia, allí, en su casa. Hacía rato, quizás horas. Había perdido la noción del tiempo. Horrorizado, con los ojos casi salidos de sus orbitas y encharcados en lágrimas, intentaba gritar, desesperado. Recordó que antes, semiinconsciente, le habían inyectado un líquido en la espalda, pero ya no notaba ni el pinchazo.

Su cuello, rodeado por una fina tela blanca que lo ataba al cabecero de su cama, estaba algo enrojecido por el roce de sus movimientos. Tenía los brazos extendidos, sujetos por una cuerda que iba de un extremo a otro por debajo de la cama. Otra tela blanca rodeaba sus tobillos, ligándolos al pie de la cama. Estaba totalmente inmovilizado. Su propio calcetín evitaba que pudiese emitir sonidos. Gritaba con todas sus fuerzas, pero no conseguía producir más que un sonido gutural, apagado y agudo.

Vio que la mujer se aproximaba lentamente hacia él, mirándole a los ojos. Su mirada era fría, indiferente. Portaba un pequeño alfiler en su mano derecha. Comprobó y reapretó sus ataduras. El hombre, de pie, en el lado izquierdo de la cama, sacó un objeto alargado de una mochila. Un escalofrío recorrió su cuerpo, aterido por el temor. Observó con pavor como desenvolvía un cuchillo.

Estaba desesperado. Intentó sin éxito deshacerse de las ligaduras, sus piernas no se movían ni obedecían desde hacía unos minutos. Sencillamente no las notaba. Seguía llorando, sollozando, lamentando no haber tenido más precaución cuando abrió la puerta de su casa.

La mujer clavó el alfiler en su muslo derecho, pero él no sintió nada. Nervioso, intentó patalear infructuosamente. Sus extremidades inferiores estaban totalmente dormidas. El hombre quitó la tela que unía sus piernas y ató cada uno de sus tobillos a los extremos del pie de la cama, separando sus piernas. Habían colocado un almohadón bajo su cabeza para que no perdiese detalle.

Fue un trabajo rápido y preciso, apenas notó nada. Tan solo vio un chorro de sangre saliendo de su cuerpo, tiñendo de rojo las blancas sabanas. Después desataron la mordaza, sacaron el calcetín y le taparon la boca con un ancho trozo de cinta adhesiva. Le costaba respirar. Se estaba quedando sin fuerzas. Comenzó a sentir frio, la poca energía vital que le quedaba se agotaba.

La mancha de sangre se extendía por la parte inferior de la cama, comenzando a gotear hasta el suelo. Podía oír las gotas al caer, o quizás eran los débiles latidos de su corazón. Estaba confuso, aturdido.

Miró el crucifijo que había colgado en la pared. Tuvo un último pensamiento, fue de arrepentimiento. Sabía que no debía haberlo hecho, pero nunca había podido frenar sus impulsos.

Cerró sus ojos lentamente, esperando a que llegara su final…

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