BAC

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Capítulo 33

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Capítulo 33

Antes de entrar a la escena del crimen, los agentes municipales les mostraron algunos fragmentos de grabaciones del sistema de seguridad de la finca. Un moderno equipo cubría perfectamente todas las zonas exteriores de la casa, especialmente los accesos, donde incluso habían instalado redundancia de cámaras. También había tres cámaras en el interior, vigilando los accesos a las estancias principales. En una de las grabaciones pudieron ver como un taxi llegaba por la noche el día anterior, a las veintidós horas y dieciocho minutos. Del taxi bajaron dos monjas, ambas con mochilas a sus espaldas. El vehículo se alejó y las monjas se dirigieron hacia la puerta de la casa, después que algún ocupante les abriera la reja de acceso al patio. También vieron el recorrido de las monjas al abandonar la casa esa misma mañana a las seis y tres minutos. Aquellas monjas, las supuestas asesinas del arzobispo jubilado fueron directamente desde la entrada principal a la habitación de su víctima y recorrieron el camino inverso al abandonar la casa casi ocho horas más tarde. El mismo vehículo que las había acompañado por la noche las recogió por la mañana.

Transcurridos unos minutos, avisados de la llegada de los forenses, los cuatro investigadores entraron en un dormitorio. Los técnicos habían habilitado un pasillo por el que poder andar dentro de la estancia sin alterar las pruebas. Llevaban trajes quirúrgicos, estériles de los pies a la cabeza.

Olga se aproximó curiosa hasta la cama, donde yacía el cuerpo sin vida de un anciano rechoncho. Estaba prácticamente desnudo, amordazado, con los brazos abiertos y los pies juntos, rodeado de sangre.

A su lado, Sabino, inmóvil, y uno de los forenses, que no paraba de tomar fotos armado con una cámara digital de última generación. Observó como el Monseñor, también embutido en la vestimenta esterilizada que les habían proporcionado, no dejaba de tomar notas de voz en su móvil, susurrando. Al contrario que los investigadores, el clérigo permanecía alejado, junto a la entrada del dormitorio, su semblante era serio.

– ¡Cuidado! – avisó uno de los forenses a Diego, que estuvo a punto de pisar una de las manchas de sangre que tenían señalizadas.

– Creo que no ha sido buena idea que entrásemos sin que los forenses hayan finalizado su trabajo. – exclamó Eva, negando con la cabeza.

Diego la miró y asintió con la cabeza. El dormitorio era muy amplio, de unos treinta metros cuadrados. Estaba dividido en dos ambientes, un despacho al fondo, junto al ventanal y el dormitorio, donde se encontraba Diego. Se dirigió al despacho, mirando cuidadosamente al suelo, para no tropezar con ninguna de las pistas ya marcadas. Le extrañó que un hombre de la edad del arzobispo tuviese un equipo informático tan avanzado. Dos enormes monitores estaban colocados sobre la mesa, uno junto al otro. Uno de ellos tenía una webcam instalada en la parte superior. Frente a los monitores, un portátil de última generación, un iPad y en el lateral de la mesa, un potente ordenador de sobremesa.

– ¡Álvaro, acércate un momento, por favor! – dijo Diego.

Álvaro se apresuró para llegar a la posición de Diego, haciendo un slalom entre las marcas del suelo.

– ¡Coño! – exclamó Álvaro al ver los equipos. – Joder, que nivel…

– ¡Por favor, abandonen la habitación! – advirtió Eva, alzando la voz. – ¡Ya lo hemos visto todos!

Uno a uno, abandonaron la escena del crimen. El último, Diego, hablaba con uno de los forenses.

– ¿No hemos podido evitar que entrase? – preguntó Eva a sus compañeros, casi susurrando.

Ander miró en dirección a Schörner, que seguía asomado al dormitorio, observando como los técnicos forenses hacían su trabajo.

– Ha sido una de sus condiciones, quería entrar y ver el cadáver. Gracia lo ha confirmado por WhatsApp. – explicó Azpeitia.

– ¡Pues no lo entiendo! No sé qué pinta este tío aquí, me pone los pelos de punta. – susurró Eva, sin dejar de mirar al Monseñor. – Cambiando de tema, igual me repito, pero creo que no ha sido buena idea que entrásemos con los forenses trabajando, debíamos haber esperado. Como hayamos eliminado algún rastro…

– Hemos ido todos con mucho cuidado, no te preocupes por eso. Y tranquila, ya he pedido que nos avisen cuando terminen. Me han dicho que tienen bastante trabajo. Es una estancia bastante grande, y, todo que están trabajando nueve expertos, aún pueden tardar unas cuatro horas según sus cálculos. – dijo Azpeitia.

– Bueno, pues que nos avisen cuando vayan a retirar el cuerpo, quiero ver que le han hecho al arzobispo. – dijo Eva, fríamente. – Diego, Sabino y yo hablaremos con la monja que encontró el cuerpo, le suministraron un calmante para elefantes y aún está dormida. Olga, ocúpate de las grabaciones con Ander. Álvaro, prioritario, que te entreguen los equipos informáticos en cuanto saquen las huellas, ya puedes avisar a Pentium y que te eche una mano.

– Dalo por hecho, ya he hablado con uno de los agentes para que nos habilite una de las habitaciones de la planta baja. – dijo Álvaro.

– Perdón, no he podido evitar escuchar que van a buscar información en los equipos informáticos del excelentísimo señor Muñoz-Molina, que en paz descanse. – dijo el Monseñor, respetuosamente.

– Desde luego, es parte del protocolo. – respondió Eva, cortante.

– Lo siento, pero nuestros superiores, los míos y los suyos, han acordado que me entregarían los equipos. – explicó el monseñor Schörner, con cierta arrogancia. – Debo comprobar si los asesinos han accedido a información sensible de la conferencia episcopal. Como comprenderán…

– No se me ha notificado nada, así que lo siento, seguiremos con el protocolo establecido. Ese material informático es parte de la escena de un crimen y no va a ser entregado a ningún civil. – contestó Eva interrumpiendo al monseñor, con toda la educación que le permitió su incredulidad.

– Bueno, tendré que hacer unas llamadas. – replicó Schörner, sin perder su fría templanza.

– Haga lo que considere necesario, esos equipos no van a salir de la habitación y mucho menos en sus manos. – dijo Eva.

Mientras el monseñor Schörner se alejaba airado con su móvil en la mano, Eva hizo un gesto a Álvaro y se alejaron unos metros.

– Pídele a los forenses que den prioridad a la zona del despacho, que saquen las huellas y rastros. Ponte el traje de astronauta y entra al dormitorio lo antes posible. Ese Schörner me da mala espina, mira a ver qué encuentras en los ordenadores del excelentísimo. – le susurró Eva con algo de sorna.

– Ahora mismo, voy por mi mochila. – dijo Álvaro, sonriente. – A mí también me ha escamado que tenga tanto interés por esos equipos.

El inspector se alejó en dirección a la entrada principal, en cuyo recibidor habían dejado sus cosas. Eva se aproximó a Diego y Sabino, que comentaban lo que habían visto en la habitación.

– ¿Dónde están Ander y Olga? – preguntó Eva.

– Están con los municipales y las grabaciones. – contestó Sabino. – Y Álvaro, ¿no estaba contigo?

– Sí. Con suerte, en breve lo tendremos indagando que tenía el arzobispo en sus ordenadores. – dijo Eva, con mirada maliciosa. – Schörner está aquí para llevarse los ordenadores, pero lo tiene un poco crudo. Al parecer, alguien le había asegurado que tendrían acceso a los equipos informáticos antes que nosotros. Temo que quieran eliminar información importante.

– ¡Buena jugada! – dijo Diego riéndose. – Allí sigue hablando por teléfono. Por la cara de mala leche parece que de momento no le hacen mucho caso. Por cierto, os lo quería comentar antes ¿habéis visto como han dejado al arzobispo?

– Sí, como si lo hubiesen crucificado, pero tumbado en la cama. ¿Creéis que tiene algún significado? – preguntó Eva.

– No lo sé. Esperemos a que nos dejen entrar cuando vayan a realizar el levantamiento del cadáver. Tengo una corazonada. – dijo Diego, mirando a Sabino, que se encogió de hombros.

– Bien. Nos avisarán cuando estén, yo también quiero verlo. Mientras tanto, me gustaría saber si han podido ver la matricula del taxi, sería una pista muy interesante. – dijo Eva.

Sabino esperó a que Eva terminase de hablar, y respondió sonriente.

– A eso han ido Olga y Ander. Uno de los municipales ha creído reconocer el coche y ha venido a buscarlos. Parece que no hay demasiados taxis por esta zona. Ya tienen la matrícula y están tratando de localizar al conductor. – contestó Sabino. – Aun así, que repasen las grabaciones, puede que veamos más detalles de las monjas. Por lo visto el mismo taxista que los dejó por la noche pasó a recogerlos esta mañana, muy temprano.

– ¡Joder, buenas noticias! Dos posibles testigos, la monja dormilona y el taxista. Él debe haberlos visto bien. – dijo Eva. – Si sigue vivo tenemos un testigo directo.

El comentario de Eva provocó el silencio y miradas a tres bandas. Diego y Sabino no habían contado con ese pequeño detalle.

– Esperemos que lo encuentren con vida. Los BAC no suelen dejar rastro y aquí de momento los tenemos grabados. – contestó Sabino.

– Sí, pero vestidos de monja y con poca luz. Apenas se les verá media cara. Deben ser disfraces, dudo que sean religiosas de verdad. – dijo un escéptico Diego.

– Mejor eso que nada. – sentenció Eva. – Me voy a fumar un cigarro.

Sin esperar respuesta ni compañía, Eva se marchó en dirección a un patio interior. Sabino, que ya había estado fumando allí, conocía el camino. Le hizo un gesto con la mano a Diego y fue tras ella. Diego se quedó pensando en el arzobispo. Recibió un WhatsApp de Álvaro en el grupo de la investigación. El texto le hizo sonreír. “El águila está en el nido”.

Olga llegó cuando guardaba el móvil en el bolsillo.

– ¿Qué era? – preguntó la inspectora.

– Álvaro. Tengo la impresión que no tardaremos mucho tiempo en conocer el motivo de la presencia del simpático monseñor Schörner. – contestó Diego, guiñándole el ojo.

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