BAC

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Capítulo 46

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Capítulo 46

Diego estaba en su habitación esperando a Eva. Habían quedado a las once y cuarto. No disponían de mucho tiempo, así que aprovechó para hablar con su madre, Olga, Sabino y Álvaro, en ese orden.

Como no podía desvelar secretos de la investigación, desvió el tema en la conversación con su madre, para hablar de las vacaciones. Llevaban años pensando en ir juntos a Roma, así que la convenció para que mirase precios en la agencia de viajes del barrio.

La conversación con Olga fue en parte personal, en parte profesional. Ella le había enviado mensajes de WhatsApp preguntando por la investigación y después preguntándole sobre su estado de ánimo. Olga le explicó los avances de la investigación sobre el último asesinato de los BAC, su inmersión para visitar la cueva donde habían encontrado el cuerpo y la despedida de Sabino. Diego le comentó que los padres de Sor Claudia habían confesado el asesinato de Muñoz-Molina, pero que estaban seguros casi al cien por cien que no tenían conexión alguna con los BAC. Olga se sorprendió e hizo ver a Diego que, si comenzaban a aparecer imitadores, aquello iba a ser una locura. Seguidamente cruzaron unas palabras, pocas, sobre cómo se encontraban.

Olga no era muy dada a expresar sus sentimientos, y menos aún, cuando no eran buenos. Diego tampoco era una persona demasiado extrovertida en ese aspecto, así que ambos se contentaron al ver que el otro no estaba hecho polvo. Fue una despedida corta, ya que volverían a hablar en breve. Olga también estaba invitada a la reunión. Diego se extrañó, pero no le dijo nada, pensaba que solo Eva y él hablarían con Gracia.

A continuación, llamó a Sabino. Su compañero viajaba  en un coche oficial, de vuelta a San Sebastián. Su hija sufría una recaída y volvía a tener fiebre. Lo notó muy preocupado, sobrecogido. Los médicos le habían comentado que querían descartar una meningitis. Sabino aprovechó la llamada de su compañero para confesarle los temores que tenía respecto a algunas personas involucradas en la investigación. Le contó las trabas de algunos superiores cuando preguntaron sobre los Plus Ultra. Diego se sorprendió al oír en boca de Sabino que éste había sentido miedo, que pensaba que le habían disparado al salir de la comisaría de Valladolid, después de interrogar a Jimmy. Le costaba creer que aquel hombretón de más de metro noventa y espaldas de jugador de rugby pudiese temer a algo. Diego le deseo una pronta recuperación para su hija y quedaron en ir a comerse un chuletón en la casa de Sabino cuando todo aquello acabase.

Finalmente, Diego, afectado por lo de Sabino, llamó a Álvaro. Quería preguntarle sobre Pamela, la aplicación que estaban desarrollando. Llevaban varios días esperando noticias sobre las posibilidades matemáticas de acertar las próximas víctimas de los BAC. Diego estaba convencido que iba a ser muy útil si los BAC seguían actuando. Álvaro no pudo charlar mucho rato, pero le adelantó que estaban ultimando, esta vez de verdad, el algoritmo de filtrado. Cuando Diego le comentó que los padres de la monja no pertenecían a los BAC, pudo escuchar el suspiro aliviado de Álvaro al otro lado de la línea. Llevaban horas intentando hacer que Muñoz-Molina apareciese en la lista, sin éxito.

Con cuña. Esa fue la expresión que empleó el experto informático a la hora de hablar de la inclusión del arzobispo en la lista de las personas más odiadas del país. Habían tenido que añadir filtros especiales y quitar algunos de los factores que habían preparado inicialmente para que Muñoz-Molina apareciese entre los cincuenta próximos candidatos a morir a manos de los BAC. El arzobispo tampoco aparecía en la lista de la página web. Álvaro también le comentó la marcha de Sabino y le comentó que Azpeitia se unía, al menos de forma temporal, al grupo de investigadores supliendo la baja de Sabino. Azpeitia no era tan brillante como Sabino, ambos lo sabían. Concluyeron que debía tratarse de una maniobra política para no dejar al cuerpo de la Ertzaintza sin representante en aquella importante investigación. Los inspectores se despidieron hasta la reunión de las doce. Álvaro le comentó también que había enviado un dossier de Valero.

Diego se sentó a esperar a Eva mientras repasaba mentalmente los crímenes de los BAC. Buscaba un nexo, algún detalle que hubiesen pasado por alto, pero por más vueltas que daba, no encontraba nada. Iba a abrir el documento con el dossier de la última víctima de los BAC cuando llamaron a su puerta. Era Eva. Diego la hizo pasar. Percibió un perfume suave pero muy intenso. También notó que se había cambiado de ropa y posiblemente dado una ducha, ya que su rubia melena estaba húmeda. No tardó en darse cuenta que la capitán no llevaba sujetador debajo de aquella vaporosa camisa de algodón. También dudó de la existencia de tanga o similar debajo de aquel pantalón tejano. Estaba realmente sexy, impresionante. Llevaba su portátil bajo el brazo derecho.

Eva se acercó a la mesa despacho y abrió el portátil. Acercó una silla y se sentó. Diego estaba dudando. ¿Era aquella otra señal de Eva para intentar provocarlo o simplemente se había cambiado de ropa para estar más cómoda? Pensó que la idea sonaba un poco machista, así que la apartó de su cabeza. Cogió una silla y se sentó un poco apartado, casi frente a Eva, que trabajaba en la redacción del informe de los interrogatorios efectuados a Sor Claudia y a sus padres. Escribía sus impresiones a toda velocidad. Comentaron varios datos, para que no quedase duda alguna de la autoría del crimen y la farsa que habían montado para achacarlo a los BAC. Diego veía a Eva de perfil, su perfil derecho para ser más concretos. Ella estaba seria, concentrada.

La luz que entraba por la ventana clareaba la silueta de sus senos, el inspector intentó corregir la posición de la silla, para cambiar la perspectiva, ya que no podía evitar mirarla. Eva le cogió la mano y le preguntó si tenía algo para beber. Instintivamente, Diego miró hacia su propia entrepierna, lo que atrajo la mirada de Eva al mismo sitio. El inspector se levantó y se dispuso a llenar un vaso con agua mineral que había en la nevera de la habitación.

– Solo tengo agua. – dijo Diego.

– Ya me va bien, tengo la boca seca. ¿Sabes? – dijo Eva, que se había dado cuenta del bulto que intentaba ocultar Diego. – Creo que no debemos poner demasiado énfasis en desmentir que los detenidos son parte de los BAC. Si se empeñan en presentar a la gente algo que no es cierto, el tiempo dará la razón. Parece que no aprendieron con lo del 11-M. Allá ellos y sus tretas electoralistas y políticas de engaño. ¿Qué piensas?

Sin dar tiempo a que reaccionase ni que pudiese responder, la Eva que atemorizaba a Diego volvió a aparecer.

– ¿…o no te llega la sangre al cerebro? – preguntó Eva mordiéndose el labio superior por dentro, mientras sonreía con picardía.

Diego se acercó a ofrecerle el vaso, momento en el que Eva se incorporó. Aquel movimiento inesperado provocó que la mano izquierda de Diego, donde portaba el vaso, tropezase con el brazo derecho de su compañera. Parte del líquido se derramó.

– ¡Perdona! – se disculpó Diego.

Odiaba parecer torpe, no lo era, en absoluto, pero aquella mujer le ponía nervioso.

– Diego, ¿te puedo hacer una pregunta? – dijo Eva, buscando sus ojos verdes.

– Bueno, será otra. La primera ya la has hecho… – respondió rápidamente el inspector, no quería que lo volviese a dejar en evidencia.

– Está bien, listillo, te haré otra pregunta… – dijo Eva sin apartar la mirada. – ¿No te gusto? ¿No te resulto atractiva?

Diego no se esperaba para nada una pregunta de ese calado, tan directa. Aunque sabía lo que tenía que responder, dejo transcurrir unos segundos. Quiso dar algo de suspense a la situación.

– Por supuesto. Eres una mujer muy guapa, ya lo sabes. Inteligente, guapa, sensual... Eres el tipo de mujer que cautivaría a cualquier hombre. – respondió Diego, con una pizca de ironía.

– Pues he llegado a pensar que eras gay. Bueno, aquella erección en la playa me hizo dudar, pero como había hombres desnudos por la zona, no estaba del todo segura. Llevo días tirándote los trastos, intentando provocarte y pasas de mí. ¿O es que tienes pareja? – dijo Eva, en un tono conciliador. – ¿Es eso?

Diego intentó digerir las palabras de Eva lo mejor que pudo. Era la primera vez que una mujer dudaba de su heterosexualidad, y ella lo acababa de hacer, en su cara. No entendía que simplemente por no responder a sus coqueteos lo hubiese catalogado como homosexual.

– No, no tengo pareja... – dijo Diego, al mismo tiempo que la cogía por la cintura y la acercaba hacia él.

La miró a sus ojos azules, abiertos de par en par. Ella lo estaba esperando con la boca ligeramente abierta. Diego la besó en los labios, suavemente, despacio. Fue un beso intenso, no muy largo, donde sus lenguas juguetearon dentro de sus bocas. El inspector la separó con cuidado.

– ¿Te parece un beso gay? – preguntó Diego con la ceja izquierda arqueada.

– No sé, déjame probar de nuevo, no estoy segura… – dijo Eva, abalanzándose sobre él.

Su beso fue más salvaje, cogió la cabeza de Diego con su mano derecha y la mantuvo unida a ella varios segundos, a la vez que con su mano izquierda presionaba el culo del inspector. Diego puso sus manos en el trasero de Eva, apretándola contra su pene, que aumentaba considerablemente de tamaño ayudado por las maniobras de Eva, que frotaba sus muslos con su entrepierna mientras lo besaba. Ella lo notó y lo amasó con su mano izquierda con delicadeza, casi rozándolo, colocándolo en vertical.

– No, no pareces gay, quizás bisexual, pero no me importa… – dijo Eva, mirando al bulto que quería salir del pantalón, volviendo a besarlo de nuevo.

Diego la apartó cogiéndola de los hombros.

– Para nada, venga, vamos a preparar la reunión, creo que ya he demostrado que no soy gay. – dijo Diego, sonriendo.

– ¡Y una mierda, a mí no me dejas a medias! – dijo Eva, saltando sobre Diego y cruzando las piernas detrás de su trasero.

Eva rodeó el cuello de Diego con sus brazos mientras volvía a introducir su lengua entre los labios de su compañero, que no opuso demasiada resistencia. Diego comenzó a recular hasta la cama y, cuando notó que llegaba al borde del colchón, retiró las piernas de Eva y se dejó caer con suavidad con ella encima. Tenía molestias en su brazo, pero pensó que no era momento para quejas. Colocó sus manos en la cintura de Eva, que seguía moviéndose sobre el bulto que ocultaba su pantalón tejano.

Ella se incorporó, sentada sobre Diego para desabrochar los botones de su camisa. Diego esperó su turno e hizo lo mismo con la camisa de Eva, dejando al descubierto sus pechos redondos, erguidos. Sus manos fueron atraídas como un imán, no pudo resistirse a agarrarlos, a estrujarlos con suavidad, mientras miraba a los ojos de su bella compañera. Aquellos ojos azules, espectaculares, cuyas pupilas dilatadas le indicaron que estaba excitada. Mucho. Bajó su mano derecha hasta el botón del pantalón y lo abrió, de un giro preciso. Ella se inclinó hacia él y arqueó la espalda cuando notó una mano caliente avanzando hacia su pubis. Volvió a meter su lengua en la boca de Diego a la par que él comenzaba a acariciar su clítoris con suavidad. Emitió un gemido ahogado cuando él introdujo su dedo índice en su vagina húmeda, para después continuar jugueteando con su clítoris erecto. Continuaron así un par de minutos, entre gemidos y besos, hasta que ella se apartó para sacarse los zapatos y los pantalones. Allí, desnuda y tumbada al lado de Diego, esperó a que él se desnudase por completo. Se tumbó sobre ella, besándola de nuevo mientras ella abría ligeramente sus piernas dejando vía libre a su miembro, que Diego empujó ligeramente, abriéndose camino poco a poco dentro de Eva. Se miraron a los ojos, mientras Diego la penetraba por completo. Ella cerró los ojos y se mordió el labio inferior mientras con sus manos cogía a Diego por sus glúteos y acompañaba sus embestidas con movimientos de sus caderas.

El ritmo fue incrementándose poco a poco, y también el volumen de los gemidos de Eva, cuya mano derecha abandonó la espalda de Diego para masturbarse a la vez que era penetrada. Diego notó como los músculos de su vagina se contraían con el orgasmo, presionando su pene con fuerza. Eva buscó los ojos de Diego, que volvió a besarla sin dejar de penetrarla, cada vez con más fuerza. Eva emitió un gemido ahogado, casi un grito cuando alcanzó el orgasmo por segunda vez. Las embestidas finales de Diego y el jadeo de su respiración indicaron que él también había terminado. No se movió. Continuó sobre su compañera, ahora amante, mirándola a los ojos, apartándole de la cara el pelo empapado por el sudor.

Diego pensó que era la mujer más bella que había conocido. Volvió a besarla. Ella cerró los ojos.

Minutos más tarde, Eva fumaba un cigarrillo asomada a la ventana, cubierta solamente con la camisa de Diego.

El inspector, que salía del cuarto de baño tras darse una rápida ducha, miró la hora y le echó la bronca.

– Señorita, es una habitación de no fumadores, tendré que detenerla por infringir la ley. Venga, vístete, en unos minutos tenemos una reunión importante. – dijo Diego, recreándose la vista.

– No sé si tengo ganas… – dijo Eva apagando el cigarrillo en un vaso de agua casi vacío.

– Deberías dejar de fumar, mira como ha acabado el padre de la monja. – comentó Diego.

La mirada de Eva desconcertó a Diego. Sin palabras, Eva le dijo “que hayamos echado un polvo no significa que tengas derecho a decirme que hacer con mi vida”. Aquella mujer le dejaba sin argumentos, no sabía cómo interpretar sus cambios de actitud.

Eva se metió en la ducha sin cerrar la puerta. Unos minutos más tarde, Diego, ya vestido, cerró la tapa del wáter y se sentó observándola en silencio mientras ella se enjabonaba el cuerpo. Contempló sus curvas perfectas.

– ¿Qué quieres? – dijo Eva.

– Nada, pasaba por aquí y he visto una señorita desnuda en la ducha, y he pensado, voy a mirarla un rato. – respondió Diego, irónico.

– Que gracioso… – dijo Eva cerrando el grifo y buscando una toalla.

Diego le acercó una toalla seca y se la puso sobre los hombros. Ella le dio la espalda. La abrazó por detrás, mientras le besaba suavemente en la nuca. Eva suspiró.

– ¿Repasamos el informe? – sugirió Diego, saliendo del cuarto de baño.

Le acercó la ropa a Eva, que salía detrás de él, totalmente desnuda. Ella le dio las gracias y se sentó en la cama para vestirse.

– ¿Has hecho la cama? – observó Eva. – Eso te da otro punto positivo… A ver, el informe. Tenemos tan solo ocho minutos, nos da tiempo a echar otro polvo o a repasar el informe…

Eva se había girado expresamente para ver la reacción de Diego tras escuchar su última frase. La respuesta de Diego no fue exactamente lo que esperaba. El inspector bajó sus pantalones y colocó los brazos en jarras.

– Todo tuyo… – dijo Diego sonriente.

Eva se acercó hacia él, seria, y lo besó mientras le subía los pantalones y se los abrochaba.

– Estoy empezando a cogerte el truco. – dijo Diego guiñándole el ojo. – Va, centrémonos en el trabajo. Como has dicho antes de… bueno, ya sabes… Pues eso, creo que nuestro trabajo debe ser objetivo, ceñirnos a las pruebas y expresar nuestra opinión, después ellos que hagan lo que consideren necesario.

– Vale. – dijo Eva sentándose frente al ordenador. – Estamos de acuerdo, repasemos este documento y lo enviamos al finalizar la reunión.

Diego releyó los párrafos escritos en aquel fichero de texto con sumo detalle. Era muy importante que el redactado no tuviese una segunda lectura. Debía ser conciso, con datos concluyentes y que no dejasen lugar a dudas. Esperaban que así sus superiores no tuviesen otra opción que descartar la relación de los padres de la monja y los BAC.

Tras pequeños cambios en la construcción de las frases, Diego conectó su ordenador al lado del de Eva. Se sentaron frente al monitor y se conectaron a la videoconferencia. Pérez ya estaba conectado y saludó a Diego y Eva. Diego notó un poco distante a su jefe. Pensó que podía pasar. La conexión de Álvaro, Olga y Ander distrajo su atención. Se saludaron y comentaron el estado de la investigación del asesinato de Valero. Al parecer tenían noticias. Habían localizado los arpones que supuestamente habían utilizado los asesinos. Un carraspeo familiar interrumpió la conversación. Se trataba de Santamaría, el secretario de Interior.

Olga se dio cuenta que Diego y Eva estaban en la misma habitación, también notó que ambos tenían el pelo mojado, un mohín se dibujó en su cara.

– Buenos días, señores y señoras. O buenas tardes, siendo puristas. – dijo el secretario de Interior, con su voz grave, tomando el mando de la reunión. – El motivo de esta reunión, bueno…, los motivos, son básicamente dos. El primero, hablar del estado de las investigaciones en marcha. A saber, a día de hoy los BAC han asesinado a cuatro personas. El segundo, hablar del resultado del interrogatorio a los detenidos en Burgos, los asesinos del ex arzobispo Muñoz-Molina.

– Buenas, señor. Permítame que les expongamos las novedades que tenemos sobre el segundo punto. – intervino Eva, hablando con mucha seguridad.

– Adelante, Eva. – dijo Gracia.

– Sí, escuchemos sus conclusiones, por favor. – dijo Santamaría, que parecía reclamar el mando en aquella reunión.

– Bueno, como sabéis hemos interrogado a Sor Claudia y a sus padres como sospechosos del asesinato de Muñoz-Molina. – dijo Eva. – Pensábamos que iba a ser más difícil, pero los padres han colaborado y nos han proporcionado los detalles, tanto de la preparación del crimen como de su ejecución.

– ¿Quieren decir que han confesado el crimen? ¿Han intervenido en los otros? – preguntó Gracia, como si no conociese las respuestas.

Eva no esperaba que su jefe se hiciese el tonto de esa manera y no supo cómo interpretar su postura, aquel supuesto desconocimiento sobre el tema que la capitán intentaba explicar antes que la interrumpiese. Pensó que era mejor obviar el comentario y continuar.

– Si no les importa, déjenme exponerles los hechos, después contestaremos a sus preguntas, si me interrumpen después de cada frase esto se puede eternizar. – dijo Eva en un tono frio, pero educado.

El silencio reinante tras su comentario dejó entrever que la dejarían hablar. Un gesto de Santamaría la animó a continuar.

– Comienzo desde el principio. – avisó Eva con voz calmada. – Cuando hallaron el cuerpo de Muñoz-Molina, todo apuntaba a que se trataba otro crimen de los BAC, pero pronto hayamos un hilo conductor entre el arzobispo y alguien de su entorno. Sor Claudia es la hermana de uno de los jóvenes que sufrieron abusos sexuales por parte del arzobispo, años atrás. Gracias a las investigaciones del equipo de Álvaro supimos que Enrique, el hermano de Sor Claudia se quitó la vida por sobredosis de heroína hace unos años. La conexión parecía clara. Teníamos a alguien con un móvil, cercano a la víctima, que conocía sus costumbres e incluso vivía dentro del mismo recinto, por lo que tenía fácil acceso. Era como sumar dos y dos. Interrogamos a la religiosa, pero no sabía nada, o mentía muy bien. Descubrimos que sus padres se habían mudado temporalmente a Burgos, por motivos de salud. Su padre está muy enfermo, casi terminal. También teníamos a varios posibles testigos que vieron a los asesinos llegar a la casa del arzobispo. Tras interrogar a algunos de ellos y analizar sus declaraciones vimos que había algo raro en este caso. Lo único en común con los anteriores eran las marcas de la víctima, por lo demás, había muchas, demasiadas diferencias. Se habían dejado ver, oír, incluso grabar en las cámaras de vigilancia, por no hablar de las pruebas que encontraron en la habitación del arzobispo. Detuvimos a los padres pocas horas después de encontrar el cuerpo. Al principio no colaboraron demasiado, pero después cambiaron de actitud. Confesaron el crimen al verse atrapados, pero la sorpresa viene ahora.

Eva hizo una breve pausa para ordenar sus pensamientos, consideraba crucial la exposición de lo acontecido. Notó como los asistentes a la reunión la miraban expectantes.

– Nos han contado que mataron al arzobispo para vengar la muerte de su hijo y todo el daño que había hecho a otros muchachos. – continuó Eva. – Por lo visto, querían que pareciese otro crimen de los BAC. Pero cometieron muchos errores. Tomaron nota de algunos de los detalles que los medios han proporcionado y se enfrascaron en una venganza personal con la esperanza que nadie pensara en ellos. Enviaremos un informe completo esta noche, pero les adelanto que, bajo nuestro punto de vista, y hablo en mi nombre y en el de Diego, creemos que estos señores no tienen nada que ver con los BAC. Eso sí, son los autores materiales del asesinato del arzobispo Muñoz-Molina. Así mismo, pensamos que su hija no estaba al corriente de los planes de sus padres, todo y que planeaba vengarse por su cuenta, pero sin derramar ni una gota de sangre. Con toda la paciencia del mundo, Sor Claudia había tomado nota de las idas y venidas del monseñor, sus visitas y escarceos sexuales y las guardaba en un portátil en su dormitorio. Tiene en su poder fotos de las visitas de menores, algunos de ellos acompañados por sus padres para dejarlos en manos de ese degenerado y sus amigos. Es por todo esto que pienso, y que conste que es mi opinión personal, como responsable de la investigación, que se cometería un grave error anunciando la detención de unos miembros de los BAC.

Y dicha esta última frase, Eva se recostó en la silla y suspiró, aliviada. Diego la miró de reojo, sin dar tiempo a que nadie tomase la palabra, conectó el micrófono y habló.

– Suscribo totalmente las palabras de la capitán Morales. – dijo Diego, solemne. – No tengan prisa en anunciar la detención de miembros de los BAC, antes tendremos que encontrar a los culpables.

Transcurrieron unos segundos en silencio. Diego, optimista, pensó que los responsables estaban meditando los pros y contras de una decisión así. Fue Azpeitia el que tomó la palabra.

– Hola, buenas. – dijo Ander un tanto nervioso. – A mí personalmente me preocupa más que comiencen a aparecer imitadores de los BAC, que comunicar la detención de unos miembros de la banda. Si no queremos que esto ocurra creo que solo tenemos dos opciones. La primera sería reconocer que hubo una equivocación al anunciar que los BAC habían sido los asesinos de Muñoz-Molina, evidentemente obviando los detalles del marcado del cuerpo, para no tener que dar explicaciones sobre la imitación. La otra opción podría ser un arma de doble filo... Si se anuncia la detención de unos miembros de los BAC, los miembros reales de la banda pueden multiplicar sus asesinatos, o asustarse y desaparecer. También corremos el riesgo que se filtre la verdad y se siembre la duda, lo que no iría en beneficio de nadie.

Santamaría carraspeó como de costumbre. Esta vez, todos podían ver sus gestos. Diego lo miraba con detenimiento. Eva tocó la pierna de Diego para que le prestase atención por un momento. Sin decir nada, Eva se señaló su mano derecha. Diego asintió con la cabeza. También lo había visto. El secretario de Interior estaba nervioso, indeciso.

– Gracias, señoras y señoras. – dijo finalmente Santamaría, titubeando. – Informaré al ministro de Interior. Emm. Bueno. Continuemos con...

– Perdone señor, pero después de escuchar a los investigadores, tengo dudas respecto a lo de dar una rueda de prensa. – interrumpió Gracia, casi en un ruego.

– Lo siento, pero eso es decisión del ministro y del gabinete de gobierno. No soy más que un intermediario. – respondió Santamaría. – Por favor, prosigamos.

– Señor secretario, creo que sería una enorme falta de respeto con los aquí presentes dar una información que no corresponde con los resultados de las investigaciones. Es más, creo que… – continuó Gracia.

– Está bien, así se lo transmitiré al señor ministro. Pero no depende de mí tomar esa decisión. – respondió Santamaría sin dejar que Gracia finalizara la frase.

Los nervios y la tensión eran más que evidentes. Diego era consciente que, por un lado, los políticos necesitaban tranquilizar a sus colegas, hacer ver que las fuerzas de seguridad tenían controlada la situación. Por otro lado, los miembros del equipo de investigación no querían ver manchado su historial como participes en una mentira. Pasaron unos segundos en los que parecía que nadie quiso hablar. Fue Pérez, su jefe, el que trató de buscar una solución que contentara a todos. Diego cogió su móvil y envió un mensaje por WhatsApp.

– Supongo que la rueda de prensa ya está convocada y que causara aún más sorpresa su cancelación. Simplemente tienen que anunciar que se ha detenido a los asesinos del arzobispo. No tienen que nombrar a los BAC. Ya se encargarán los periodistas de preguntar y en ese caso pueden decir la verdad, que el crimen no ha sido obra de los BAC. – dijo Pérez.

– Agradezco la sugerencia, pero les vuelvo a reiterar que no está en mis manos decidir el contenido de la rueda de prensa. – dijo Santamaría, cortante. – Tengo poco tiempo, por favor, pasemos al otro punto. ¿Cómo va el resto de investigaciones?

– Disculpe señor. – dijo Diego. – Si en la rueda de prensa no se dice la verdad, no cuenten conmigo para seguir en la investigación.

– Conmigo tampoco. – dijo Álvaro.

– Ni conmigo. – dijo Azpeitia.

Olga pensaba lo mismo, pero no se atrevió a decir nada. Pérez lo hizo por ella.

– Estoy de acuerdo, no voy a permitir que mi sección de los Mossos d’Esquadra se vea involucrada en una farsa de esta magnitud. – dijo Pérez con rotundidad.

Diego miró a Eva. No quería presionarla, pero solo faltaba ella. Eva respiró hondo y finalmente habló.

– Tampoco cuenten conmigo. No hacemos ningún bien al país ocultando la verdad de los hechos. – dijo Eva.

El silencio posterior fue interrumpido por los carraspeos de Santamaría algo apagados, más lejanos. Habían cubierto con algo su webcam. De fondo, se escuchaba la voz de otra persona, casi un susurro hablando con él. Santamaría no se encontraba solo en aquel despacho, había otra persona, otro hombre. Diego prestó toda la atención posible, pero el ruido de fondo y el volumen que usaban para hablar no le permitieron entender nada. El teléfono de Diego comenzó a vibrar. Eran notificaciones. Olga le aplaudía con emoticonos y le enviaba dos besos. Otros mensajes eran del grupo de la boda de su amigo. Activó de nuevo la opción de silenciar aquel grupo. Recibió otro mensaje enviado desde un número de teléfono que no tenía identificado en su agenda. “Bien hecho”. Solo aquellas dos palabras. Miró su móvil extrañado. Diego le mostró su teléfono a Eva, que tras leer el mensaje le preguntó mediante gestos si sabía de quien se trataba. Diego se encogió de hombros, no supo que contestar.

– De acuerdo, trasladaremos al ministerio de Interior sus comentarios. Esperemos poder seguir contando con todos ustedes, forman un gran equipo y no solo eso, fueron escogidos por su valía individual. – dijo finalmente Santamaría, al que pudieron ver de nuevo en sus monitores. – Hagamos un repaso al resto de investigaciones, los que sí parecen que son obra de los BAC.

– Bueno, pues si os parece bien os hago un resumen de las investigaciones de los dos primeros casos. – dijo Gracia. – Es rápido, cero novedades. Nada. Seguimos sin pista alguna que nos ayude a identificar los asesinos de Castro ni de Zafra. Sobre los asesinos de Zafra, teníamos dos frentes abiertos, el coche que encontraron en aquel barranco y el arma homicida. Los técnicos forenses no han conseguido sacar ninguna huella válida del coche. Por otro lado, confiábamos que los de balística nos proporcionaran alguna pista sobre el arma, pero estamos igual que empezamos. Hemos contactado con todos los propietarios que tienen registrado ese tipo de fusil, pero ninguno de ellos ha sido disparado recientemente, o sea que buscamos un arma que no está registrada.

– O sea que no tenemos ninguna novedad. – dijo Santamaría, serio.

– No en esos casos, ya lo he advertido. Pero aún queda el más reciente, tal vez el equipo desplazado a Girona nos sorprenda. – dijo Gracia. – Azpeitia, ¿tenéis algo que no sepamos?

– Bueno, mejor que lo explique Olga, ella ha estado en la cueva donde encontraron el cuerpo de Valero. – dijo Ander, cediéndole el protagonismo a Olga, quien se lo agradeció con una amplia sonrisa.

– Básicamente, creemos haber encontrado los equipos de buceo utilizados por los asesinos para matar a Valero. – dijo Olga. – A unos metros de la entrada de la cueva, tal vez arrastrados por la corriente, los buzos han recuperado dos arpones. Después, han localizado dos máscaras de buceo, las que conocemos como snorkels y un par de puñales que habían intentado ocultar bajo unas piedras. La brigada científica está analizándolo todo. Como sabéis, es bastante difícil que podamos recuperar dactilares de los objetos, pero tenemos la sospecha que uno de los puñales fue el que usaron para hacer las marcas del cuerpo de Valero.

– O sea que los asesinos salieron del agua dejando todo el equipo de buceo, y aparecieron en la superficie como si fuesen simples bañistas. – apuntó Eva.

– Sí, esa es la hipótesis que barajamos. – dijo Olga. – También hemos hablado con la viuda y la pareja que los acompañaba en el velero. Nada extraño. Eso sí, nos contaron que unos paparazzi los habían esperado a la puerta de un restaurante el mismo día de los hechos. Tenemos los datos de los periodistas, son unos reconocidos profesionales de las revistas del corazón que, debido al aumento de casos de corrupción, también siguen a políticos para vender sus idas y venidas a diarios digitales. Nos han proporcionado todo el material que tenían de la víctima. Están limpios. Por otro lado, también hemos hablado con la persona que se encarga del mantenimiento y preparación del barco y hablado con él. Manel Pous. Ander, por favor.

– Ah, vale. Continúo. – dijo Ander. – El señor Pous nos ha contado que un par de señores se acercaron al barco curioseando. Según Pous, los había visto deambulando por la zona durante varios días. Le preguntaron si el barco pertenecía a Valero, el expresidente.

– ¿Unos señores? ¿No tenemos más datos? – preguntó Pérez.

– Bueno, una pareja de sesentones. Digamos que dos hombres de la tercera juventud. Según Pous estaban en forma, bien conservados. Pous dice que parecían pareja, que los veía siempre juntos, muy arreglados, bronceados. – continuó Olga.

– ¿Han podido identificarlos? – preguntó Santamaría.

– Pues sí, al menos a uno de ellos. – respondió Olga. – Gracias al retrato robot hecho con la descripción de Pous, hemos conseguido identificar a uno de los sospechosos. Se trata de un turista. Lleva tres semanas de vacaciones en L’Estartit, alojado en un complejo turístico. Hemos intentando pinchar su teléfono móvil, pero resulta que no tiene ninguna línea registrada a su nombre. Como os dijimos por WhatsApp, contamos con la autorización del juez Blancart para hacer un registro de su apartamento desde hace menos de una hora. También tenemos a un operativo que lo va a seguir durante todo el día y estamos trabajando para que las dos habitaciones contiguas a la suya sean desalojadas y ocupadas por agentes. Queremos un seguimiento exhaustivo.

– ¿Y qué sabemos de ese hombre? – preguntó Gracia.

– Se llama Ramón Tresánchez Vilarubias, sesenta y dos años. Había trabajado como mecánico cuando finalizó el servicio militar. Hizo las oposiciones a bombero y trabajó durante treinta y cinco años en el parque de bomberos de Caspe, en Zaragoza. Estuvo de baja por depresión casi un año. Fue tras la muerte de uno de sus compañeros cuando intentaban sofocar un incendio en la provincia de Salamanca. – contestó Olga. – Lo despidieron a causa de los recortes hace cuatro años, la excusa fue su edad. Desde entonces no vive en un sitio fijo, va de un lugar a otro, gastándose sus ahorros en viajes por España. Es soltero. Al dejar su trabajo vendió sus propiedades, su vivienda habitual en Zaragoza y un apartamento en Sitges.

Diego y Eva escuchaban atentamente todos aquellos datos. Eva envió un mensaje a Gracia por WhatsApp. Pensaba que aquella pista era buena. Debía ir a L’Estartit lo antes posible para ayudar al resto del equipo.

– Esto sí que son buenas noticias. – dijo Santamaría. – La lástima es que no podamos usar esta información todavía…

– Desde luego que no, una filtración y podemos dar al traste con todo el operativo. No debemos permitir que se nos escape ese hombre. – dijo Pérez.

– Eva, Diego, si creéis que ya habéis terminado la investigación del asesinato en Burgos, ¿por qué no os unís al resto del equipo en Girona? Necesitamos toda la materia gris de la que disponemos, ¿no os parece? – comentó Gracia.

– Sí, es lo mejor. – respondió Diego, sincero.

– Podemos salir esta misma tarde, dejadnos que cerremos algunos temas aquí. Esta noche podríamos estar en L’Estartit. – dijo Eva, mirando a Diego.

– ¿Cómo vendréis? ¿Helicóptero? ¿Coche? – preguntó Álvaro.

– Eso no lo elegimos nosotros, ¿o sí? – preguntó Eva.

– Haremos lo posible para que estén hoy mismo, pero no creo que sea urgente. Tal vez podamos enviar un coche oficial, son unas seis horas de viaje. – respondió Gracia. – Si conseguimos un helicóptero o avioneta, mejor aún.

Diego observó los gestos de Eva. Se tocaba el pelo, jugueteaba con el bolígrafo. Parecía intranquila, nerviosa. Diego le preguntó que le ocurría por gestos. Eva le contestó que después se lo contaría después.

– Bueno, señores, me avisan que tengo que asistir a otra reunión. Hablaré con mis superiores y les haré saber que nos jugamos toda la investigación con sus declaraciones en la rueda de prensa. Es decir, les aconsejaré que eviten hablar de los detenidos de Burgos. Buen trabajo, al fin tenemos un posible sospechoso de los BAC. Continúen trabajando, no les robo más tiempo. Cada vez estamos más cerca de la resolución de estos crímenes y de la detención de sus autores. Adiós. – dijo Santamaría, en tono conciliador.

– Está bien señor, nosotros seguiremos un poco más, tenemos que hacer la planificación de los siguientes pasos. – dijo Gracia.

La conexión de Santamaría se cerró y Gracia se dirigió al equipo, con voz seria y solemne.

– Parece ser que esta vez les ha salido bien, pero no piensen que siempre va a ser así. Presionar de esa forma al gobierno… Hacer un pulso con los de arriba era un arma de doble filo. Por un momento me he visto fuera del caso. Espero que no vuelva a ocurrir. – dijo Gracia.

– ¿Qué no vuelva a ocurrir el qué? ¿Negarnos a colaborar en una mentira? – dijo Eva irritada.

– No, que tomen esa decisión sin contármelo antes. Agradecería que me mantuvieseis informado de estos temas. Creo que podría haber evitado la discusión si me hubieseis contado lo que pensabais. – dijo Gracia.

– ¿Qué? ¿En serio? – preguntó Eva en tono irónico. – No me jodas, te lo dije hace unas horas. Te dije que los detenidos no eran de los BAC y que no deberían contar lo contrario y confundir a la población.

– Eva, lo siento. En ese momento pensaba diferente. – confesó su jefe.

– ¿Y qué te ha hecho cambiar de opinión? – preguntó Eva abiertamente.

– No es que dudara de vuestras conclusiones… – dijo Gracia.

– Pero… – añadió Eva.

– Voy a ser sincero. El hecho de tener un posible sospechoso en el crimen de Valero. Han pasado demasiados días sin poder contestar a una sola pregunta. ¿Sabéis la presión que tengo? ¿Sabéis cuántas veces al día descuelgo el puto teléfono para decir que todavía no hemos encontrado nada? ¿Tenéis idea de cuántas veces os he tenido que defender, pidiendo paciencia? No os estoy culpando, que conste, simplemente tenéis que entender que hay gente que está asustada, mucho. Personas poderosas que ven como amenazan su entorno, que ven como asesinan a amigos suyos. Gente que se creía intocable y que tienen miedo de ser el siguiente objetivo. – finalizó Gracia.

– Entiendo. – dijo Eva.

Diego no quiso intervenir. Pensó que aquella explicación era suficientemente buena.

– Espero que la maldita rueda de prensa no joda la investigación en curso ni relacione a los asesinos del pederasta con los BAC. – avisó Azpeitia. – Si lo hacen que no cuenten conmigo, repito. No es un farol.

– Lo mismo digo. – dijo Álvaro.

– Creo que ya ha quedado clara vuestra postura y diría que el secretario de Interior ha tomado buena nota de ello. No creo que lo hagan, en serio. En cuanto finalicemos la reunión llamaré al ministro y le explicaré personalmente la situación, prefiero quedar como un pesado a que el mensaje no quede claro. Os mantendré informados. – explicó Gracia.

– Bien… – dijo Eva. – Respecto a lo nuestro, lo de ir a Girona, por favor, busca un transporte rápido, nos prometieron los medios que necesitásemos.

– Vale, a ver qué consigo. – dijo Gracia. – ¿Algo más?

– Sí, tengo que comentar algo relativo a Carlos Marín. – dijo Pérez. – Estuvimos hablando con él. Hemos podido reconstruir la ruta que hicieron y creemos haber identificado el restaurante donde pararon a almorzar.

– ¿Y que habéis encontrado? – preguntó Diego.

– Pues a decir verdad, todavía nada, pero Carlos afirma que el grupo que estaba sentado en la mesa de al lado, los que les habían escuchado hablando de lo de montar una banda para cargarse a los corruptos, estaba enzarzado en una conversación bastante animada sobre el tema cuando ellos se fueron del restaurante. – explicó Pérez.

– Eso no demuestra nada… – dijo Azpeitia.

– No, pero uno de ellos se levantó para pedirle el teléfono a Carlos y preguntarle sobre el nombre de la banda. Carlos Marín recuerda que le dijo BAC. Brigadas Anti-Corrupción. Aquel señor le contestó que le parecía un buen nombre muy apropiado, que se lo apuntaba. – contestó Pérez.

– ¿Le dio Carlos su número de teléfono? – preguntó Álvaro.

– No, o eso al menos asegura él. Hemos pedido el listado de números de teléfono que han llamado al móvil de Carlos desde un poco antes de la fecha en cuestión. Creo que hay gente de tu equipo involucrada. Miravet tendrá más detalles, habla con él. – dijo Pérez.

– ¿Habéis podido identificar a ese hombre? – preguntó Eva.

– Estamos trabajando en ello, pero lo que más nos ha llamado la atención fue la forma en la que se despidió de Marín. Según nos ha contado le dijo: “Los BAC han nacido. Esos cerdos corruptos no tardarán en comenzar en caer”. Y después le guiñó un ojo. Según Marín, era gente normal, personas mayores, tal vez jubilados. – contestó Pérez.

Diego alzó una ceja y media sonrisa apareció en su cara. El resto de la reunión transcurrió como un murmullo, algo que apenas le distrajo de sus pensamientos hasta que escuchó su nombre y tuvo que apartar la mirada de su libreta.

– ¿Diego? ¿Qué opinas? – dijo Eva mirándolo extrañada.

– Perdón, estaba tomando unas notas y no he escuchado la pregunta. – se disculpó Diego.

– Gracia nos ha preguntado cómo prefieres ir a Girona. Si vamos en coche saldríamos en un par de horas y llegaríamos sobre las nueve de la noche. La otra opción es ir en avión desde Bilbao. Son dos horas en coche hasta el aeropuerto, una en avión y otras dos hasta L’Estartit. Ganamos casi unas dos horas. – dijo Eva, paciente.

– Pues la opción rápida, ¿no? – dijo Diego, aún con cara de distraído.

– Vale, de acuerdo. Entonces nos vemos de aquí a un rato, compañeros. – se despidió Eva.

– Muy bien, ¡por fin tenemos un plan! Estoy de acuerdo en lo de seguir al sospechoso durante unos días. La paciencia suele dar sus frutos. – dijo Gracia. – Equipo, nos mantenemos en contacto. ¡Buen trabajo!

– Adeu! – se despidió Olga.

Fueron abandonando la videoconferencia, todos menos Álvaro, que envió un mensaje de texto a Diego diciéndole que quería hablar con Eva y con él. Diego no desconectó y le pidió a Eva que no se marchase aún.

– Dime. – dijo Diego, conectando de nuevo el audio. – Aquí estamos.

– ¡Joder, vaya movida…! Bueno, al grano, ya recordaremos lo que ha ocurrido en otra ocasión echando unas cañas. – dijo Álvaro. – Es sobre Pamela, hemos hecho todo lo que se nos ha ocurrido, tengo a mi equipo probando combinaciones y filtros diferentes desde hace días. Incluso dejamos pruebas automatizadas en los servidores en las horas de menos uso de CPU. Eliminando al cura de la ecuación los resultados son más aproximados, hemos llegado a lograr tener a los tres asesinados por los BAC entre los primeros sesenta objetivos, pero el que estaba más arriba era Valero en la posición treinta y siete…

– ¿Aún seguís cogiendo los datos de la página aquella de las donaciones? – interrumpió Diego.

– Eh… sí, claro, ¿por? – preguntó el informático.

– A ver… ¿Tenéis algún dato de las edades de los usuarios? – respondió Diego lanzando otra pregunta al aire.

– Pues ahora que lo dices, no, pero tampoco creo que podamos conseguirlo, tal vez podamos hacer algunas aproximaciones. – contestó Álvaro.

– Si la página requiere un registro, normalmente se pide el año de nacimiento, ¿me equivoco? – intervino Eva y se asomó a la webcam. – Hola Álvaro, que no te había ni saludado…

– Hola, yo tampoco. – dijo Álvaro respondiendo al saludo. – Sí, normalmente en ese tipo de páginas hay que registrarse, pero según he leído en algunos informes al respecto, casi el treinta por ciento de los usuarios no pone los datos reales. Perdona, ¿dónde quieres llegar?

– Tú consigue los datos y avísame cuando podamos hacer una prueba. – contestó Diego enigmático.

– Si hombre, ahora no nos dejas con la incertidumbre.  – dijo Eva, propinándole un codazo a su compañero. – ¿En qué has pensado? ¡Dilo!

– Vale. No hemos pensado en una cosa… – dijo Diego dando un poco de suspense a su respuesta. – La lista de posibles objetivos puede cambiar en función del rango de edad. Ahora mismo obtenemos la integral de todos los votos. Estoy convencido que los adolescentes no eligen a la misma gente que los cuarentones…

– ¿Y? – preguntó Eva.

– Pues que tengo un pálpito, como diría mi madre. ¿No os dais cuenta que todo apunta que nuestros escurridizos BAC son un grupo de jubilados? Seguro que la percepción de la gravedad de los delitos es diferente según la edad. Los tres asesinados eran personas maduras, con una historia detrás de ellos, es fácil que el odio o la rabia acumulada durante años pueda ser el detonante. – explicó Diego.

– Sí, parece bastante evidente. Has llegado a esa conclusión durante la reunión, ¿a qué sí? – dijo Eva.

– Correcto. – contestó Diego sonriendo tímidamente. – Cuando Pérez ha explicado lo del restaurante. Pensad. Primer asesinato de Castro, todo indica a que pueda ser gente mayor, huellas irregulares posiblemente debidas a artrosis. En el asesinato de Zafra, las imágenes del satélite de los sospechosos indicaban que avanzaban lento, el testigo, el chaval que trabajaba en el coto dijo lo mismo. El principal sospechoso del asesinato de Valero es un jubilado. Mi teoría es que los BAC son una banda de gente mayor.

– ¿Y cuál sería la motivación? – preguntó Eva. – ¿Por qué lo hacen?

– Hartazgo. Y el factor sorpresa, nadie espera que unos abuelos se dediquen a hacer estas cosas. Normalmente son invisibles a la sociedad. – explicó Diego.

– Es una teoría más que interesante. – dijo Álvaro. – Deberíamos contárselo a…

– ¡A nadie, no contemos nada todavía! – interrumpió Eva. – Indaguemos un poco más, no sabemos quiénes son, donde están o qué planes tienen.

– Estoy de acuerdo, mantengamos esto entre nosotros tres, por favor. – propuso Diego. – ¿Álvaro, aún tenemos las grabaciones de las cámaras de seguridad de Castro?

– ¿Sí, por qué? – preguntó Álvaro.

– Que las revisen y presten atención a parejas o grupos de personas mayores. Buscamos a gente mayor que evite ser vista, que se pare a mirar, que aparezca en más de una ocasión. Tuvieron que estudiar la zona. – dijo Eva.

– De acuerdo, eso haré. De paso le pediré a Pentium que modifique el algoritmo para poder filtrar resultados por grupos de edad. ¿Algo más? – contestó Álvaro. – Por cierto, casi se me olvida, tengo a dos de mis compañeros monitorizando conversaciones de WhatsApp, Facebook y Twitter donde se ha detectado actividad sobre los BAC. De momento son comentarios algo subidos de tono, pero por seguridad están investigando a los usuarios. Os aviso si encontramos algo.

– Perfecto, muchas gracias Álvaro. – dijo Eva.

– Nos vemos en un rato, cuídate. – dijo Diego.

– Venga, hasta luego. Buen viaje. – dijo Álvaro, cortando la conexión.

Eva miró a Diego y lo besó apasionadamente. Diego bajó la tapa del portátil y la sujetó por la cintura, bajando las manos hasta su trasero.

– Vienen a buscarnos en media hora, no me enciendas… – susurró Diego. – Además, tenemos que pasar por la comisaría a hablar con el sargento y despedirnos de los agentes.

– Tienes razón… – dijo Eva, suspirando. – Me voy a cambiar y vamos, quedamos en diez minutos en recepción. Yo bajaré la maleta y la llevaré a comisaría, para no tener que volver otra vez.

Recogió sus cosas y se encaminó a la puerta. Diego la adelantó para abrirle la puerta y ver como se alejaba por el pasillo hasta su habitación.

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