BAC

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Capítulo 46

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– ¡Hasta ahora! – dijo Diego, hipnotizado por el contoneo de las caderas de su compañera.

Cerró la puerta y se dispuso a preparar la maleta cuando su teléfono comenzó a sonar.

– Sí, dime. – dijo Diego con una ceja levantada.

– Ah, vale. Claro. Que sí, no te preocupes. Bueno, ya veremos una vez estemos allí. Vale, hasta luego.

Era su jefe. Le había llamado para decirle que bajo su punto de vista no deberían esperar tanto para detener e interrogar al bombero. Pérez le insinuó que convenciera al resto del equipo para acelerar la detención e interrogatorio del presunto asesino de Valero. Según la opinión de Pérez, no podían permitir que aquel hombre se escapase.

Diego guardó el móvil en el bolsillo del pantalón y suspiró mientras miraba por la ventana de su habitación. Se acordó de Olga, la había notado un tanto extraña. Después pensó en Eva. Recordó una frase que había leído en Twitter tiempo atrás... Hablaba de lo fácil que era follar en esta época y en cambio, lo difícil que era enamorarse.

Suspiró de nuevo y se dispuso a meter sus pertenencias en su maleta. El teléfono volvió a sonar. La llamada era de un teléfono móvil, pero no era un contacto conocido.

– ¿Diga? – contestó Diego, serio. – ¿Buenos días, es usted el propietario de la línea? El motivo de mi llamada es ofrecerle una oferta que usted no podrá rechazar… – dijo una aguda voz con acento sudamericano.

Diego no se molestó ni en contestar. Colgó de inmediato.

– ¡Joder! Malditas compañías de teléfono. – farfulló Diego, mientras doblaba la ropa y la colocaba en la maleta.

El teléfono volvió a sonar minutos después, justo en el momento en que se disponía a abandonar la habitación.

– ¿Sí? – respondió Diego.

– Buenos días, señor, creo que antes se ha cortado. Creo que tengo una oferta que no podrá usted rechazar… – dijo la misma voz de la llamada anterior.

– Perdone, no me interesa. ¡Ah!, antes no se ha cortado, he colgado yo. Le pido por favor que no vuelvan a llamarme. Gracias y adiós. – finalizó Diego.

No lo soportaba. No podía aguantar aquellas insistentes llamadas que intentaban convencerle para cambiar de proveedor de telefonía móvil o de internet. Configuró el móvil para aceptar solamente llamadas de contactos en su agenda. Dio una última vuelta por la habitación y el cuarto de baño para comprobar que no dejaba nada y cerró la puerta no sin dar un último vistazo a la cama. Aquella cama había sido el lugar donde había hecho el amor con Eva, donde la había besado y abrazado hacía un rato. Suspiró de nuevo.

Diego sentía un cosquilleo en el estómago que no experimentaba desde que salió por primera vez con Natalia, aquella morena de ojos negros de la que se enamoró años atrás, cuando era un estudiante universitario.

– Aquí tiene señor. – dijo la empleada de la recepción del hotel, devolviéndole su tarjeta de crédito. – Espero que haya tenido una estancia agradable. Que pase buen día.

– Sí, todo perfecto. Muchas gracias, igualmente… – contestó sonriendo Diego.

Sí, tenía que reconocer que había sido agradable, sobre todo en la vertiente personal. La profesional le tenía más preocupado. Comenzó a meditar si su jefe tendría razón respecto al bombero cuando apareció Eva.

– La hostia… – no pudo evitar murmurar Diego con los ojos como platos cuando la vio en la recepción del hotel.

Eva apareció vestida con un traje chaqueta blanco roto y unas sandalias de piel con un moderado tacón. Había recogido su pelo en una trenza sobre su lado izquierdo. Su gesto era serio. Unas gafas de sol cubrían sus ojos. Llamaba la atención. Tanto, que un señor que se dirigía a la salida tropezó con uno de los sillones situados en el hall al quedarse mirándola. Diego pensó que era preciosa, espectacular. Pero no era solamente su atractivo físico lo que provocaba magnetismo, era su forma de moverse, elegante, felina. Su caminar, sus gestos eran sencillamente hipnóticos. Sus ojos, aquella mirada, entre provocativa y dulce. Era el conjunto. Sabía cómo explotar su sensualidad femenina, no cabía duda.

– Has tardado un poco, ¿no? – dijo Diego acercándose a su compañera.

– Ahora te cuento. – respondió Eva subiéndose las gafas de sol con su mano derecha. Se dirigió a la recepcionista. – Puede cargarlo todo a esta tarjeta.

El tono de voz y su mirada denotaban que había ocurrido algo importante. Diego siguió observándola.

– El señor ya ha pagado lo suyo. – respondió la recepcionista con una sonrisa. – Aquí tiene.

Eva le dio las gracias, cogió la factura, la introdujo en un bolsillo de la maleta y guardó la tarjeta en su cartera. Tras cerrar el bolso, se despidió amablemente y agarró su maleta, dirigiéndose a la salida. Una vez en la calle, se acercó a Diego y le habló al oído, usando un tono en el que nadie más podía escuchar lo que le decía.

– Acabo de hablar con Gracia. Han vuelto a actuar… – dijo Eva.

– ¡No jodas…! – dijo Diego mirando hacia arriba, dando un profundo suspiro. La miró a los ojos – ¿De quién se trata?

– Creen que se trata de la ex vicepresidenta de la comunidad de Madrid – respondió Eva solemne. – Magdalena Regueiro.

– ¿Cómo que creen? ¿No están seguros? – preguntó Diego estupefacto. Se rascó la barbilla. – ¿Dónde ha sido?

– En un spa de Lisboa. Por lo visto era una clienta habitual. Nos recogen en media hora para trasladarnos en jet privado. Los diplomáticos y los servicios de Interior están trabajando con los portugueses para tratar la noticia con máxima discreción. – contestó Eva. – Nos encontraremos con Gracia allí. ¡Joder!

Eva se encendió un cigarrillo y exhalando el humo, comenzó a caminar en dirección a la comisaría de policía tirando de la maleta con su mano derecha mientras la izquierda sostenía el cigarro.

– Espera, no tan deprisa. Cuéntame todo lo que sepas. – inquirió Diego, deteniéndose frente a ella.  – Todo.

Ni el tono de Diego ni su mirada dejaron lugar a otra opción. Soltó su maleta en el suelo, junto al escaparate de una tienda de ropa y cruzó sus brazos. Eva apartó su maleta para dejarla junto la de Diego y se llevó la mano derecha a la frente. Dio una profunda calada al cigarrillo y miró al inspector.

– Pues me han dicho que la señora Regueiro solía hacer escapadas de fin de semana a Lisboa. Por lo visto tenía un amante y se reunían allí. Han encontrado su cuerpo sin vida dentro de una máquina de rayos UVA. Tiene la cara completamente quemada y la firma de los BAC. Mentirosa. Así la han marcado, en la espalda, con un rotulador indeleble. – comentó Eva. – Te decía que…

– Un momento… ¿La han asesinado en un sitio público? – interrumpió Diego.

Tres señoras se detuvieron frente al escaparate comentando los precios de las prendas. Eva las miró paciente y esperó que se alejaran una distancia prudencial antes de continuar.

– Bueno, en un spa, pero en una suite. Se alojaba en una de las habitaciones VIP con sauna privada. Ya están investigando a los clientes. Un negocio tiene un registro exhaustivo de las entradas y salidas. – contestó Eva. – Venga, vamos.

– Mentirosa… ¿Por qué han usado ese adjetivo? Me pregunto porque le habrán quemado el rostro. – dijo Diego siguiendo a Eva, que se dirigía a toda prisa en dirección a la comisaría.

– No sé, quizá porque engañaba a su marido. Tal vez por todo lo ocurrido en el caso Acapulco, ya sabes, cuando declaró ante el juez que no sabía nada de la corrupción en su partido y después se demostró que incluso había participado en la organización de la trama financiera para desviar fondos públicos al partido. Piénsalo, ¡era política! Estoy segura que mentir era algo cotidiano… ¡Hija de puta! – exclamó Eva parándose en seco cuando se dio cuenta que la conductora que se aproximaba al paso de peatones que estaban a punto de cruzar aceleró en lugar de detenerse. – También me ha llamado la atención el detalle de las quemaduras en el rostro. No podemos descartar que el marido tenga algo que ver y que estemos ante un caso parecido al del arzobispo, que hayan aprovechado los BAC como excusa para una venganza personal.

– No lo creo... – dijo Diego pensativo.

El inspector continuó en silencio hasta llegar a la comisaría. Entraron directamente al despacho del teniente Ramos. El teniente cerró la puerta. Eva, evitando extenderse en su explicación, le dijo que se marchaban, ya que el caso estaba resuelto.

– Señores, ha sido un honor poder colaborar en la investigación, todo y que al final ha resultado ser una venganza, no un crimen de los BAC. – dijo Ramos con aire solemne, con sus manos tras la espalda y el cuerpo erguido. – ¿Quién iba a pensar que ese matrimonio iba a ser capaz de perpetrar esa barbaridad?

– Sí, a nosotros también nos ha sorprendido... – contestó Eva. – El placer ha sido nuestro. Gracias por todo. Seguiremos en contacto.

Un firme apretón de manos cerró la visita a la comisaría. No tenían tiempo para mucho más. Dos policías de uniforme los esperaban de pie junto a un coche patrulla de la Policía Nacional. Los saludaron y uno de ellos abrió la puerta de atrás, mientras el otro introducía las maletas de ambos investigadores en el maletero del Renault Mégane.

– Tenemos órdenes de llevarlos al Aeropuerto de Burgos. Es un trayecto de unos cincuenta minutos. – dijo el agente que iba a conducir.

Los agentes no parecían tener muchas ganar de hablar, ni tampoco Eva, hecho que Diego agradeció.

Aprovechó el viaje para contestar varios mensajes personales y buscar algo de información sobre Regueiro en Google. No se sorprendió al ver los resultados de la búsqueda en Google. Información sobre los casos de corrupción donde estaba implicada e infinidad de montajes gráficos, los famosos memes, caricaturizando a la mujer que acababa de ser asesinada.

– Oye, ¿sabes si nos pasaran un informe sobre Regueiro? – preguntó Diego.

– Supongo… el otro día me enteré que los informes de Castro y Valero estaban redactados antes de que muriesen. Por lo visto, los peces gordos se cuidan entre sí, pero también se vigilan... Regueiro no va a ser una excepción, ¿no? – dijo Eva.

Diego no tenía muchas ganas de charlar. Le contestó con un pulgar hacia arriba. Conectó la batería externa a su móvil y se entretuvo el resto del viaje repasando algunos artículos sobre los casos de corrupción en los que estuvo implicada Regueiro.

El brusco frenazo del coche patrulla provocó que el inspector apartase la vista de la pantalla de su teléfono. Habían llegado a su destino. Un coche de AENA les esperaba al otro lado de la verja. El policía que conducía el vehículo que los había trasladado hasta allí bajó y abrió el maletero para sacar sus maletas. Eva y Diego salieron sin demasiada prisa y dieron las gracias a los agentes. Recogieron las maletas del suelo casi al unísono y se colocaron las gafas de sol para echar a andar en dirección al coche. Diego se paró, de repente.

– Eva, espera un momento… – dijo casi susurrando Diego.

La capitán, que no había percibido que el inspector se había detenido, se giró algo sorprendida.

– ¡Vamos!  Nos están esperando. – dijo Eva.

Diego sacó el teléfono de su bolsillo y lo desbloqueó.

– Llama a Gracia, por favor. Debemos ir a Girona, detener al bombero e interrogarlo. No haremos nada que no puedan hacer los cuerpos de policía portugueses. – afirmó Diego.

– Espera, ¿estás proponiendo un cambio de planes? ¿Ahora? – contestó Eva, acercándose a su compañero.

– Sí, ahora mismo. ¿O prefieres que los cambiemos cuando estemos rumbo a Lisboa? – dijo con cierta ironía Diego. – Bueno, ¿lo llamas tú o lo hago yo?

– Así, sin hablarlo ni nada. Veo que ya lo has decidido… – respondió Eva.

– Bueno, llevo un buen rato dándole unas vueltas al tema y considero que sería lo mejor. De veras. – dijo Diego mirándola a los ojos. – Vamos a ir a Lisboa a ver otro cadáver, sin saber si encontraremos alguna pista o testigo, posiblemente a perder el tiempo. Mientras tanto, tenemos uno de los sospechosos suelto en Girona, con el riesgo que desaparezca y todo el operativo organizado se vaya al traste…

– ¿Y qué propones? – dijo Eva.

– Que elijamos nosotros que hacer. Parecemos unos pardillos yendo de un lado a otro, siguiendo los pasos de unos asesinos invisibles. ¿No se supone que estás al mando de la investigación? ¡Decide tú lo que consideres necesario! – dijo Diego.

– Por tu forma de decir las cosas parecía que la decisión ya estaba tomada y que eres tú el responsable... – contestó Eva algo indignada. – ¡Que hayas follado conmigo no significa que estés al mando!

– Eso ni me ha pasado por la cabeza, te lo aseguro... Podemos tardar semanas, meses o años en descubrir quién está detrás de los asesinatos de Castro, Zafra, Valero o Regueiro. Eva, Tresánchez, el bombero, nos puede conducir a sus compañeros, los BAC. Tenemos identificado a uno de los supuestos asesinos de Valero y cada hora que pasa, los BAC están más cerca de cargarse a otra persona que de acabar en la cárcel. No podemos seguir así, llama a Gracia o deja que lo haga yo. Vamos a Girona. – dijo Diego.

– Está bien… – dijo Eva sacando su móvil del bolso de mano.

Marcó el número de su jefe y esperó la contestación. Saltó el buzón de voz. Llamó a la oficina y pidió que le pasaran la llamada. El operador le comentó que estaba reunido y que no podía ponerle en contacto con él.

– Es urgente. Dile que me llame en cuanto pueda. Sí, gracias. – dijo Eva.

– Haré lo posible. – respondió su interlocutor.

– Lo posible no, si hace falta ves a buscarlo en persona. Te digo que es urgente. Dile que me llame a mi móvil o al de Diego. Sí, tiene el de Diego, no te preocupes. – añadió Eva.

– Está bien, entiendo. – contestó el telefonista. – Espere…

Wonderwall, la canción bandera de los británicos Oasis acompañó a Eva mientras intentaban localizar a su jefe. Dos minutos que le parecieron eternos, con Liam Gallagher pegado a su oído. Siempre había pensado que tenía la voz un poco nasal. El estribillo fue interrumpido por el telefonista.

– ¿Capitán González? – preguntó.

– Sí, dime. – contestó Eva mirando a Diego.

– He localizado a Gracia. Me ha dicho que la llamará en cinco minutos. – dijo el telefonista.

– Muchas gracias. Saludos. – contestó Eva.

– ¿Qué te ha dicho? – preguntó Diego.

– No era Gracia. Me han dicho que llamará en cinco minutos. – dijo Eva rebuscando en su bolso.

Finalmente encontró lo que buscaba, el paquete de tabaco rubio y sacó un cigarrillo. Lo encendió con una calada profunda y guardó tanto el encendedor como la cajetilla en el bolsillo lateral de su bolso.

– ¿Sabes? Cuando me asignaron al primer caso, al de Castro, pensaba que sería un caso relativamente fácil de resolver, y más al ver el equipo que habían montado. – dijo Eva, haciendo una breve pausa para fumar. – Así no se puede trabajar... Los BAC llevan un ritmo demasiado alto, no tenemos tiempo de madurar la información, esperar a la autopsia o a que procesen la escena del crimen. Antes de conseguir algo, ya se han cargado a otro. No sé si lo hacen deliberadamente, pero es un poco estresante. Nos llevan de culo.

– ¿No crees que sería mucho más eficiente que cada caso fuese asignado a un grupo de investigadores y que todos los grupos fuesen supervisados por otro grupo? – preguntó Diego.

– No, creo que pese al poco tiempo que tenemos entre asesinatos, lo estamos llevando bastante bien. No hemos pillado a los BAC porque lo están haciendo jodidamente bien los cabrones. – contestó Eva. – No dejan pistas, son rápidos, casi invisibles.

– Unos ninjas, como dijiste en Ibiza. Si siguen sueltos no es culpa nuestra, sino acierto suyo. – dijo Diego.

– Da igual que fuésemos cincuenta personas más trabajando en cada caso, si no hay un hilo del que tirar no podemos llegar a la madeja. – dijo Eva. – Ahora tenemos un posible sospechoso en Girona, y creo que estás en lo cierto, no debemos dejarlo escapar. Por otra parte, me gustaría ir a Lisboa y ver la escena del crimen, interrogar a los posibles testigos… – dijo Eva.

– Sí, es la parte más interesante del trabajo. – respondió Diego. – Cuando te dan las piezas del puzle y debes ordenarlo. Plantear las hipótesis, como entraron, como lo hicieron, cual fue el motivo. Buscar posibles sospechosos… Esos ancianos…

– Estás muy convencido de ello. – interrumpió Eva.

– Sí, lo estoy. – dijo Diego sonriente.

El teléfono de Eva comenzó a sonar. Ella apagó el cigarrillo en el suelo y contestó apresuradamente.

– ¿Diga? Sí. Hola jefe. Sí, es urgente. – dijo Eva, mirando hacia arriba y moviendo la cabeza de arriba abajo. – Pensamos que debemos cambiar los planes, ir a Girona y detener a Tresánchez. ¡Claro que lo hemos meditado bien! Si quieres, manda otro equipo a Lisboa. ¿Quién? A Mosquera. Creemos que interrogar al único sospechoso hasta el momento tiene más valor que ver la escena de un crimen. Sí. Vale, hasta ahora.

Eva miró a Diego, que no se movía de su lado. El sonido de un claxon les recordó que los estaban esperando. Diego corrió hasta el vehículo, que estaba a unos treinta metros para explicarle la situación al conductor. Cuando volvió a su lado, Eva se había encendido otro cigarrillo.

– ¿Otro? – dijo Diego, en tono paternal. – ¿Qué te ha dicho Gracia?

– Que decidamos nosotros, pero que debe hablar con no se quien para cambiar el destino del avión. Dice que le puede llevar un rato. – contestó Eva.

– ¿Qué hacemos, esperamos aquí o en el avión? – preguntó Diego.

– Apago el cigarro y vamos. – dijo Eva, bajando la mirada.

Se sentía culpable, en parte. Sabía que era un vicio estúpido y que debía dejarlo. Tiró el cigarrillo a la mitad y lo pisó con la puntera de la sandalia. Agarró la maleta y echó a andar hacia el coche. Diego la siguió. Se disculparon de nuevo con el conductor y se montaron en el coche.

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